Resumen: Si bien había sido un simple comentario, como el batir de las alas de una mariposa, había desencadenado un huracán en su mente.
Categoría: Slash
Pareja: Gustav/Georg
Rating: 13+
—Estuve pensando en cortarme el pelo.
Si bien fue un simple comentario, no era uno típico de Georg. Y si bien no
paralizó al mundo, sí los tomó a los tres por sorpresa.
—Pero, ¿tú no querías ser Rapunzel? —cuestionó Tom, el primero en
reaccionar, con una sonrisa ladina que ocasionó una pequeña risa en Georg.
—Había pensado en copiarle un peinado a Bill —contestó risueño.
El nombrado asintió, entre complacido y divertido, con aires de
suficiencia.
—Yo siempre supe que me admirabas, Geo.
—¿Cuál de todos? Un Georch erizo de mar no podría verse peor que ahora…
aunque con tu estatura el mundo tendría que tener cuidado —continuó mofándose
Tom. Bill, a su lado, rió al imaginarlo y golpeó suavemente a su hermano,
dándole la razón.
Y si bien la conversación viró en un rumbo jocoso, Gustav no participó.
Porque aquel simple comentario no tan típico de Georg, lo había sorprendido y,
aunque no había paralizado al mundo, sí detuvo el suyo.
Era inexplicable para él y no le cuadraba.
Que Georg quisiera cortarse el pelo… no, no podía. No debía.
Porque cuando pensaba en Georg, la primera imagen que se le venía a la
mente era la de ojos verdes refulgentes enmarcados por el largo y castaño
cabello. Ya que, aunque no era tan notorio como los peinados de Tom y Bill, su
cabello era a primera vista una de sus cualidades más impactantes. Eran hebras
finas y brillantes que incitaban a acariciarlas…
Hacía tiempo que Gustav había empezado a sospechar que lo que sentía por
Georg era más que amistad. No podía definir exactamente el cuándo, pero estaba
seguro que había iniciado cuando Bill y Georg se habían vuelto amigos cercanos
—porque Gustav había descubierto que las charlas sobre productos y el cuidado
del cuero cabelludo mientras ambos se planchaban el pelo podían dejar de ser
triviales—, y cuando Tom empezó a tironear de algún mechón castaño sólo para
burlarse —porque Gustav también se burlaba, pero sus bromas eran más
inteligentes y no admitían contacto.
Sin embargo, fue hacía poco que Gustav finalmente aceptó que lo que sentía
por Georg era más que amistad. Fue en el día en que Georg le presentó a
Emmaline, su nueva novia, la que había conocido en aquél bar, aquella noche que
Gustav había decidido no salir. Él la besaba, ella acariciaba su cabello con
soltura y ambos sonreían como tontos enamorados.
Y Gustav estaba desarmado en plena línea de fuego.
Entonces la realidad lo golpeó como cientos de balas. Él quería besar a
Georg, mirarlo fijamente a sus ojos verdes sin tener que dar explicaciones,
acariciar cada rincón, cada músculo de su cuerpo con vehemencia y perderse,
ensañarse y envolverse con cada mechón castaño aromatizado con aquel delicioso
olor a vainilla y canela.
Sí, hacía tiempo Gustav había descubierto que Georg sólo usaba un shampoo
con aquel aroma. Lo había escuchado de su propia boca, en una de las tantas
charlas de Bill y Georg frente al espejo. Mientras que casi todo el resto de
los hombres iban al supermercado o a la farmacia y compraban el primer shampoo
que vieran, Georg no; él usaba únicamente el de cierta marca y aquel aroma.
Encima, como si no fuera suficiente que el aire se tornara dulzón, Gustav
encontró aquella esencia tan exquisita y adictiva que pronto se sorprendió a sí
mismo aromatizando su café negro con trocitos de vainilla y cucharaditas de
canela.
En algún momento Gustav fue, con pesar, conciente de que su semblante no
era extremadamente hermético como siempre había creído, ya que Bill y Tom se
habían dado cuenta. Quizás era por su comportamiento más animoso alrededor de
Georg o por su entumecimiento cada vez que la estela del aroma de éste lo
azotaba; no obstante, para su suerte, los gemelos no se pasaban de lanzar
pequeñas indirectas con tono pícaro —a veces creía que las decían para
cerciorarse y asegurarse antes de que alguno, seguramente Bill, arremeta directamente.
En momentos como aquellos Gustav agradecía otra inexplicablemente adorable
cualidad de Georg de ser terriblemente despistado. No discernía las indirectas
como tales por lo que las pasaba por alto, del mismo modo que había asumido
como muestra de aceptación para con su nueva novia su inmediato mutismo ante la
presencia de Emmaline. Y a veces Gustav lo agradecía tanto como en otras
aborrecía el mismo hecho. Porque él estaba atascado con un precioso sentimiento
perforándole las entrañas y Georg ni enterado.
Gustav podría decirle, pero tenía miedo de lo que podría pasar. Podría
contarle todo lo que sentía, Georg se alegraría enormemente, dejaría a Emmaline
y ambos iniciarían una perdurable relación juntos; también podría Georg al
principio estar en un estado de shock y después de un tiempo comenzarían a
frecuentarse apenas se diera cuenta de que compartían el mismo sentimiento.
Entonces los dos serían completamente felices… o podrían durar unos meses y
luego romper abruptamente y arruinar una amistad de años. O Georg podría no
corresponderle y aborrecerlo, o no corresponderle y acordar continuar siendo
amigos, pero inevitablemente se alejarían ya sea por culpa, temor, o despecho…
Definitivamente, Gustav estaba frustrado. Mientras él repasaba constantemente
las opciones que podría tomar el revoltoso destino en su fuero interno, Georg
seguramente sólo pensaba en cortarse el cabello.
¡Ese cabello! ¿En qué estaba pensando Georg? Su pelo era su estilo, su
marca personal, y si no lo tuviera… si no lo tuviera, Gustav estaba convencido,
todo sería diferente.
Para empezar, Bill y Georg no serían tan buenos amigos, Tom se burlaría sin
tocarlo, a Emmaline ni la conocería —la chica le había admitido acercársele a
Georg, aquella noche en el bar, al ver la cabellera tan bien cuidada para ser
de hombre— y Gustav… bueno, quizás él tardaría más en descubrir que estaba
enamorado de su mejor amigo.
Porque sí, estaba enamorado de Georg. Lo había verificado en un concierto
cuando de una sacudida Georg se había acomodado hacia atrás su cabello y éste
se había movido armoniosamente, brillando a la luz de los reflectores y
desprendiendo pequeñas gotitas de sudor; en ese instante los latidos de su
corazón le habían parecido más fuertes que el estruendo de sus platillos. Y
Gustav lo supo allí mismo: estaba plenamente y malditamente enamorado de Georg.
El pensamiento volvió a engranarse en la mente de Gustav. Si Georg no
tuviera su pelo, tal vez ahora ya estarían juntos e incluso en un futuro
podrían pensar en convivir y hasta formar una familia juntos, o él jamás habría
notado sus sentimientos y en estos momentos no estaría deseando besarlo con
frenesí, aunque chocaran sus dientes, y enredar sus lenguas hasta que fuera
imposible separarse; cubrir con saliva cada centímetro de su cuerpo y dejar
marcas en cada punto de su piel, rozar cada zona erógena con pasión y sentir el
cosquilleo del cabello largo y fino, lacio y sedoso de Georg en su cuello, en
sus pectorales o en su bajo vientre…
Gustav gruñó.
Si bien había sido un simple comentario, como el batir de las alas de una
mariposa, había desencadenado un huracán en su mente.
—¿Pasa algo? —cuestionó Bill y a Gustav le llevó un segundo darse cuenta de
que se dirigía a él.
—¿Eh? No, nada. Sólo me duele la cabeza.
—Tómate una aspirina, en la gaveta del baño tenemos algunas —indicó Tom.
—Y duerme un rato, a mí siempre me ayuda con los dolores de cabeza —añadió Bill.
—A ti dormir te ayuda con todo —acotó su hermano con una sonrisa, que fue
respondida con una infantil mueca.
Gustav asintió abstraído y se levantó del sofá desganado. Se sorprendió al
ver que Georg copiaba su movimiento.
—Venga, te acompaño. De paso, me busco algo para beber —dijo mientras le
palmeaba levemente el hombro. Y, en cuestión de segundos, la vainilla y la
canela aporrearon sus sentidos como látigos.
Se alejaron de los gemelos por el pasillo, en un silencio que no duró mucho
debido a que su inquietud pudo más que su razón.
—¿De verdad piensas cortarte el pelo?
—¿Eh? Sí, bueno… mamá y Emma estuvieron insistiendo un poco últimamente en
que ya está demasiado largo.
¿Demasiado largo? Él lo encontraba perfecto.
—Ah… ¿Y qué tal las cosas con Emmaline?
—Bien, ¡bah!, no sé. La quiero y sé que cuando comencemos la gira la voy a
extrañar, pero ahora… supongo que ando un poco cansado. A veces, no sé, como
que quiero un tiempo, probar volver a la soltería u otra cosa, ¿entiendes?
Gustav asintió en silencio. Aunque el momento era oportuno, él respetaba a
Emma. La consideraba su competencia, pero aún así la respetaba. La chica era
buena, sus únicos mayores contrapuntos eran que podía ser un poco agotadora y
que tenía a Georg. En su cabeza no paraba de saltar nuevamente la idea de
decirle a su amigo cómo se sentía, pero su moral no lo encontraba correcto, no
podía.
—¿Quieres salir conmigo a… no sé, tomar algo? —¿O sí? Las palabras habían
salido solas de su boca, sin la previa revisión de su cerebro.
—¿Contigo quejándote del dolor de cabeza? No, gracias —se mofó Georg.
Gustav suspiró inaudiblemente. Bendita y maldita sea el despiste de Georg.
Aquella pregunta podría haber arruinado una longeva amistad o haber iniciado una nueva etapa para ambos,
pero gracias a su amigo volvía a quedar atascado en el punto medio…
—Pero sí otro día. Cuando aquellos dos idiotas no estén. —¿O no?
Gustav asintió complacido, más cuando el cabello de Georg rozó su brazo
desnudo.
No obstante, también vaticinó otro aluvión de pensamientos sobre lo que
podría pasar cuando salieran a tomar algo…
Sería mejor que encontrara esas aspirinas.
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