domingo, 22 de julio de 2012

Arrogancia



Título:
 Arrogancia
Resumen: Harry Potter era arrogante. Él lo sabía muy bien. Aunque, tal vez, Snape lo entendía.
Categoría: General
Rating: K


Harry Potter era arrogante. Por más  que los demás, incluido Dumbledore, dijieran lo asquerosamente bueno que era, Harry Potter era arrogante.
Eso él lo sabía muy bien. El chico solía demostrárselo, en todo momento, en cualquier lugar. Como, por ejemplo, en los pasillos del colegio, y en su clase.
No lo soportaba. Por suerte, no se le parecía en nada. Aunque compartían el interés pasional por la materia de Defensa contra las Artes Oscuras. Pero era lo único, pensó, y ni siquiera era por la misma razón.
Entonces recordó las clases de Oclumancia. Allí lo había visto tal y como en verdad era. El chico fue toda una vida humillado por una familia que no lo apreciaba. Que se reía de él. Que lo hacían sufrir. Que se reían de su sufrimiento. Que la única preocupación que tenían por él era que no dejara de respirar en algún momento. Preocupación que, además, se originó por temor al mago genio de aquel siglo.
Por eso era normal que Potter amara aquel colegio donde no era una peste. Era despreciado, sí; pero era amado por otros, por la mayoría.
El mismo colegio que él, en otrora, quizás, detestó.
Tal vez entendía a Potter. Él ahora también era arrogante en la posición en que se hallaba: profesor del ilustre Colegio para magos y hechiceros, Hogwarts. Y también conocía perfectamente la humillación. Sólo que la conocía por las manos de Potter, padre. Y del perrucho patético que era Sirius Black.
Sí, lo entendía.
Sí.
Sí, señor.
No es necesario que me diga “señor”, profesor le contestó Potter con la mandíbula tensa y esa arrogancia característica.
Lo entendía… pero igual lo odiaba.
Lo odiaba porque era igual que su padre. Tenía el mismo rostro, el mismo pelo azabache alborotado, las mismas malditas expresiones y las mismas malditas actitudes. La misma puta arrogancia, la misma puta suerte y el mismo endemoniado encanto.
Con suerte, podía sólo salvar una única cosa de él: que tenía los bellos ojos verdes de su madre.

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