Título: ¡Préstame atención!
Resumen: Alex es una persona que exige mucha atención y a veces su madre no se la puede dar. Es ahí, entonces, cuando se le acerca Justin y la reconforta.
Categoría: General
Cuando empezó a ocurrir, Alex lindaba los
tres años y Justin los cinco. Max era sólo un bebé. Un bebé llorón, demandante,
insoportable, y etcéteras. O así lo definía Alex en su pequeña cabecita, a
pesar de no estar completamente segura de qué significaban esas palabras. Un
bebé que solicitaba y obtenía todo el tiempo de su madre.
Cuando Alex preguntaba sí podían jugar,
Theresa se excusaba con un «Perdóname,
m’ija, pero Max…» y mientras en la cabeza de la niña se repetía la palabra odiar,
a pesar de desconocer el peso de dicho verbo, sus ojos se inundaban lentamente.
Se acurrucaba en el largo sillón naranja e inflaba sus mejillas.
Era entonces cuando Justin se acercaba y ella
comenzaba a mirarlo incesantemente. Él suspiraba y aceptaba jugar a-lo-que-ella-quiera,
que solía ser jugar a tomar el té. Con sumisión, él tomaba jugo de manzana en
las tacitas de té y comía panecillos robados del restaurante familiar. Justin
soportaba todo, hasta la charla desinteresada sobre la “condesa de Times
Square”, lo hacía con tal de no ver a la princesa de corona de plástico y
diamantes de strass de Waverly Place con tristeza en su infantil rostro.
Alex reía, jugaba y se divertía con su
hermano, olvidándose de su angustia.
Alex sonreía, y eso era todo lo que
importaba.
A pesar de que creció, Alex exigía la misma
cantidad de atención tanto de pequeña como a sus catorce años. La obtenía, pero
no en la medida que ella deseaba y cuándo la deseaba. Y como cuando era
chiquita, hoy se acurrucó en posición fetal, aunque ahora lo hacía en su
habitación.
Como antes, Justin se le acercó. Golpeó la
puerta por cortesía y enseguida entró.
«Vete», lo echó su hermana, a pesar de
que en verdad quería que se quedara con ella, como cuando eran unos niños.
Justin se sentó a su lado, le acomodó un mechón de cabello que tapaba su rostro
y le cuestionó suavemente si realmente quería que él se marchara. Ella sacudió
negativamente su cabeza y se recostó contra el brazo de él.
Sin darse cuenta, Alex empezó a desahogarse
lentamente.
«Siempre tiene
algo. Porque Max es chico, porque esto o lo otro, porque tiene que trabajar…
¡Mamá nunca puede hacer nada conmigo!, se quejaba, apenas intentando que su voz no
se quiebre, bajo la mirada comprensiva de su hermano. Él la acariciaba con
suavidad, buscando calmarla. Incluso se ofreció estratégicamente a acompañarla
al desfile de modas al que su mamá no podía ir. Antes, con lo de jugar a tomar
el té, funcionaba.
Alex se alejó de él con ojos enfadados y
frustrados.
«¡No se trata de
eso! ¡Se trata de que nunca tiene tiempo para mí! ¿Me entiendes? »
En la mirada de él, ella se dio cuenta de que
sí la comprendía. Alex vaciló un poco, pero volvió a preguntarle. Justin cerró
momentáneamente los ojos y, como si no quisiera hacerlo, rompió el silencio
instaurado en la habitación.
«Desde siempre», confesó en un susurro, «yo no soy ni el bebé de mamá ni la princesa
de papá. Eh… príncipe. Pero, Alex, no te olvides que no quieren igual.»
Alex no dijo anda. En cambio, como raramente
hacía, abrazó fuertemente a su hermano. Él había sido quien le otorgó la
atención que ella siempre buscaba. Sólo él podía hacerle la vida imposible y, a
la vez, ser quien la apoyaba y la ayudaba y la entendía. Su abrazó era uno de
los pocos que encontraba cálidos y reconfortantes.
Alguien abajo gritó que Harper había llegado.
Alex susurró que ella había sido quién le había enviado un mensaje para que
vaya y él asintió. Justin trató de romper el abrazo para que ella fuera a
encontrarse con su amiga. Sin embargo, Alex se negó. «Sólo un rato más», pidió. Y él no pudo negarse. En verdad, en esos
momentos, él nunca pudo hacerlo, ni de
niño ni a sus dieciséis años.
Eventualmente con el pasar de los segundos,
el fuerte abrazo fue perdiendo fuerza. Ambos se miraron comprensivos y
relajados.
«Sabes que te odio,
¿no?», preguntó
Alex con una sonrisa agradecida fija en su rostro y con los ojos brillando.
«Y yo a ti, respondió Justin, risueño,
recordándose que todo lo que importa es que ella sonría.
Alex se paró y buscó un abrigo. Antes de
retirarse, invitó pretendiendo desinterés a su hermano al desfile, pero éste se
negó ya que “un chico no va a esas cosas”. «Habrá
modelos», canturreó, conociendo sus debilidades. Él no lo pensó.
«Deja que busque
mis lentes oscuros.»Ella rió y lo vio irse a su habitación, con los ojos llenos de cariño.
Jamás lo podría odiar, después de todo, él es
su hermano.
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