Resumen: El primer día de la semana escolar, Tom se extrañó ante la actitud de su hermano. Al segundo día, lo comprendió. Y lo que al principio es incluso gracioso, después se convierte en una tortura.
Categoría: General, Minor Slash
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Lunes.
Tom oyó lo que le pareció un extraño sonido.
Peor aún, no oyó nada. Un silencio apacible invadía su casa, y de ningún
extremo de ella parecía provenir ni el ruido que producía el golpeteo del
viento. Algo terrible, teniendo en cuenta que su casa nunca estaba en
absoluto silencio.
Y menos a esa hora, en la que Bill siempre se
hallaba o tarareando alguna canción, o gritando que el hambre lo estaba
matando, o discutiendo por alguna razón, la cuál no siempre era razonable.
Pero en ese momento único, todo el lugar estaba
en silencio, puro y absoluto.
El cansancio lo consumía por lo que se dispuso
a gastar ese extraño momento de silencio en una merecida siesta en el sillón.
Dejó su mochila caer frente a la mesa ratona y se estiró a lo largo del cómodo
sillón. Cerró los ojos y comenzó a contar en su pensamiento.
Uno, dos, tres, cuatro …
Abrió los ojos de golpe. ¡Maldición! Era una situación tan extraña que
ahora él no podía mantener el silencio en aquella casa por mucho tiempo más.
Prendió la televisión y puso el canal de música a todo volumen.
No pasó más de una hora cuando oyó el cerrojo
de la puerta de entrada. Inmediatamente, Bill entró como torbellino seguido por
su exhausta madre. No llegó a pronunciar ni el nombre de su hermano que éste
subió las escaleras a toda velocidad y se encerró en su habitación. Tom
contempló a su progenitora con la ceja alzada y una pequeña miradita en dirección
de la habitación en el piso superior, de donde escapaba la música de Nena.
—No preguntes nada —dijo Simone, apartando los pies de su hijo del
sillón y sentándose en ese espacio.
Le hizo caso, omitió la pregunta que le carcomió
durante ese tiempo (¿adónde habían estado?) cambiando radicalmente a un
tema que le era más importante en ese momento: ¿qué iban a comer? Su madre le
dio una alegría, ella había pedido pizza en el auto. En cuanto el delivery
arribó con la caja de la pizza en la mano, Tom se levantó y se dirigió hacia la
escaleras. Sin embargo su madre le detuvo.
—No, hoy Bill no come.
—¿Eh? Pero la pizza es su comida favorita.
—Sí, pero igual hoy no va a comer. —Al ver la cara de confusión de su hijo, agregó—. Mañana, Bill te explicará.
Tom se encontró a sí mismo con ansias, con un
pequeña curiosidad y una mirada suspicaz.
Martes.
Tom aprovechó que ese día no tenía clases por
algo de lo que él, sinceramente, no recordaba, para dormir todo lo que quería.
Al abrir los ojos divisó los números en el reloj, aunque le costó asimilar la
hora exacta: ¿acaso pasaba ya del mediodía? Miró por la ventana; por la altura
y brillo del sol, podía decir exactamente que su mente superior no se había
equivocado.
Salió de la habitación en pijama y se encontró
con la puerta cerrada del dormitorio de su hermano. Golpeó dos veces pero al no
recibir respuesta se convenció de que seguramente continuaba durmiendo. Bajó
velozmente las escaleras y fue directamente a la cocina, y, como si su estómago
exigiera comida, buscó en la heladera los más apetecible para el desayuno entre
tanto comestible.
En el momento de deshacerse de la caja de leche
vacía, halló en el cesto de basura algo que lo descolocó. Un envase de yogurt
bebible. Yogurt. Y estaba casi al cien por ciento seguro de que había
sido consumido por Bill. La lógica en esa situación sólo lo llevaba a esa
conclusión: su madre había perdido el hábito de desayunar en su casa en días
laborales, y Gordon estaba en un viaje de negocios. Pero, ¿Bill? ¿Su hermanito
gemelo, Bill, del cual no estaba seguro si había probado un yogurt en su vida?
Como un rayo se paró frente a la habitación de
Bill y golpeó tres veces. Nada, otra vez. Giró el picaporte y allí estaba su
hermano, tirado encima de su cama con simple ropa de entre casa. Éste lo miró
intrigado por encima de la revista.
—Bill, ¿estás bien? ¿Por qué no me contestabas?
Toqué como diez veces. ¿Estás mal del oído? ¿Realmente tomaste yogurt? —preguntó atropelladamente, a la vez que su
hermano le contestó con la cabeza a medida que lanzó las interrogantes.
Asentimiento; alzó un poco los hombros. Negación; asentimiento.
Tom se sintió satisfecho de sí mismo al haber
acertado con su deducción, no obstante le molestaba terriblemente que su
hermano no le haya contestado directamente.
—¿Por qué? —cuestionó ansioso.
Su hermano no le contestó y él siguió
insistiendo. Finalmente, Bill puso los ojos en blanco y suspiró dramáticamente
resignado. Le hizo un seña a Tom para que se acerque, lo que éste obedeció, y
abrió sus labios, su boca, siendo
observado atentamente por su hermano. Tom vio como Bill sacó su lengua, un
poco más roja de lo normal, hinchada y con un bola de metal en el centro.
—¡Un nuevo piercing! ¡Te hiciste un nuevo piercing y no
me avisaste! —exclamó entre sorprendido, molesto y fascinado.
—Ze zuphone que ega una sogpgeza
—comentó con dificultad y de manera que a Tom le
pareció muy graciosa; por lo que no pudo evitar reír a carcajadas.
Bill frunció el ceño y le tiró el almohadón que
le pegó en plena cara. Pero aun así, no pudo evitar que Tom dejara de reírse.
—¡Igdotfa!
Miércoles.
En esos años Tom se había acostumbrado a los
ruidos fuertes: el sonido de su guitarra conectada al amplificador, las
canciones exageradamente altas de Bill en la ducha en el justo momento en que
el necesitaba evacuar sus necesidades, los gritos agudos de su madre y de sus
profesores. Pero nada de eso se comparaba con lo que soportaba en ese mismo
momento. Miró a Bill con fastidio.
—¡Cómo! ¡Y sin avisar! ¡Maldición,
saben que esto no es un juego de niños! ¿Cierto? ¡¿Cierto?! ¡Porque sino se
los vuelvo a repetir…!
Tom sostenía con fastidio el teléfono, lo más
lejos que su brazo le pudiera permitir. No era necesario utilizar el altavoz
para que todos en la sala escucharan los gritos de David. Desvió su mirada
tediosa hacia su hermano y le advirtió mudamente “Esto es tu culpa”.
Cabe decir que ante esto, Bill apartó la vista de su hermano con falsa
inocencia y una sonrisita bailándole en los labios.
—… ¡Un ensayo no se suspende
de la nada! ¡Sólo por algo importante, y miren con qué me salen ustedes! ¡¿Acaso
saben lo que cuesta cada hora en un estudio como éste?!…
Con andar cansino se acercó Simone y sin hacer
mucho esfuerzo le quitó de las manos el auricular a Tom, para llevárselo a la
altura de la oreja y tratar de tranquilizar a un malhumorado productor.
—… ¡Demasiado! ¡Y todo por un
miserable piercing!
Simone suspiró ante de intervenir. Lo que una
hacía por sus hijos… ellos deberían de agradecerle.
—David, buenas tardes, soy Simone —informó rápidamente, interrumpiendo
lo que sea que él haya estado casi por blasfemar—. Realmente lamento esta situación ,
pero sucedió un imprevisto. Yo le concedí el permiso a Bill para que se lo
haga, incluso le acompañé, pero con la condición de que sea en la víspera de un
día feriado, por lo que ambos decidimos que lo mejor sería antes del Día de la
Unidad Alemana.
Tom casi sintió vergüenza de sí mismo. Casi. El
día anterior había sido uno de los más importantes para su país y él ni lo había
recordado.
—Bill ha tenido una reacción que no
se había previsto, su hinchazón ha durado más de lo que nos habían previsto. Sí,
ya sé que esto no es excusa, pero es lo que realmente sucedió. Sí, también sé
que estás molesto, pero al menos puedes reírte al saber que no eres tú quién ha
estado ya dos días completos a base de yogurt —río Simone.
Bill observó orgulloso a su madre apaciguar a
la fiera de su manager. Aceptaba que rieran de él, sin embargo conseguía de esa
forma al menos tener esa tarde libre, y le podía sumar que ya disfrutaba de su
día de compras que efectuaría el día siguiente con Andreas.
—Sí, no te preocupes, David, yo le
aviso —finalizó la llamada Simone y apretó
el botón de Off . Después miró a sus hijos y le transmitió el mensaje—. El ensayo de hoy se suspende por
razones obvias —ella vio como silenciosamente festejó
su hijo menor, a lo que sonrió maquiavélicamente—, pero se traslada para el jueves.
Y divirtiéndose con la desilusionada mirada de
Bill, se marchó.
—¡Ngo me pzuedge haceg ezto! —refunfuñó seguidamente, agregando
comentarios que Tom no llegó a entender.
Oh, sí. Él amaba su trabajo, pero también amaba
unos días libres después de tantos meses de trabajo. ¡Y ahora su salida de
compras se había arruinado! ¡Y encima su hermano parecía estar disfrutando de
su estado!
—Oye Bill, comamos algo de pizza y
juguemos un rato a la guerra de canciones —incitó Tom.
—¡Vzete a la pugta miegda!
Tom río. Bill, imposibilitado de hablar era de
lo más divertido.
Jueves
El día anterior Bill Kaulitz había presentado
una nota firmada por su madre a sus profesores, excusándolo de hablar durante
sus clases debido a un pequeño problema médico al nivel de su cavidad bucal,
pero que pronto se sanaría. Ese día sus profesores casi habían saltado de alegría:
al fin Bill Kaulitz estuvo callado.
Pero ese jueves, no lograron su silencio. Era
como una maldita máquina que no se detenía, que no necesitaba recargar baterías.
Y encima, modulaba de tal manera de que su nuevo y brillante piercing
refulgiera. Y más de la mitad de la clase lo miraba, o hablaban en susurros
perfectamente audibles sobre el nuevo pedazo de metal insertado en el cuerpo
del joven Kaulitz. Y se produjo una cadena continua que dio como resultado que
nadie prestara atención a las clases.
Pero ellos no eran los únicos, Tom Kaulitz,
curiosamente el gemelo del nombrado, estaba a punto de incluirse en la categoría
de enfadados. Al inicio del día se había sentido normal, orgulloso de ser único,
tanto él como su hermano. Comenzó siendo él quién alentó a Bill a que le
mostrara el piercing a Andreas; no obstante, en ese momento ya estaba cansado.
Ya se les habían acercado en el recreo más de diez personas a ver de manera
directa o indirectamente la nueva adquisición de su hermano. ¡Maldición,
incluso se acercaron con más frecuencia que cuando se enteraron que Bill había
salido segundo en el Star Search!
Ya se estaba molestando de no poder mantener
una conversación civilizada con su hermano durante el receso, sin ser
molestados cada diez segundos.
—Bill, nos vemos a la salida para ir
al ensayo —se despidió. Escuchó como su hermano
lo llamaba, pero fue opacado por el sonido del timbre anunciando el final del
recreo.
Cuando el timbre final se hizo presente y el
alumnado comenzó a huir del establecimiento, ambos gemelos se encontraron en el
salón de Tom para partir hacia la camioneta que los llevaba al estudio. En dicho
lugar, evitaron en lo posible encontrarse, incluso cerca o con diferencia de una
habitación, con David. Notaron como sus dos amigos y compañeros de banda ya
probaban sus instrumentos.
—Ey, ¿cómo andan? —saludó Bill sentándose en la silla
frente a Georg.
—Mira quién llegó: el culpable de
que ayer Gustav venga al estudio y que no haya trabajo —río Georg mientras el baterista hacía
caso omiso a su burla.
—Por cierto, ¿qué te sucedió ayer
para que faltases y se suspenda todo, Bill? —cuestionó Gustav mirándolo con
callada curiosidad bajo la gorra.
—Esto —presentó Bill su lengua y su
piercing.
Tom se sentó al lado de Georg mientras veía por
centésima vez en ese día a su hermano con los labios abiertos.
—¡Genial, Bill! ¡Te queda muy
bien! —halagó Gustav, secundado por Georg.
—Oye, ¿y por qué te lo hiciste ahí? —cuestionó verdaderamente intrigado
Tom, de repente.
Su hermano lo miró sorprendido.
—Eh, no recuerdo quién, pero alguien
me dijo algo de qué se sentiría tener un piercing en la lengua, o cómo se
sentiría besar a alguien con uno; y como no me pude sacar eso de la cabeza, y
me atraía la idea, le dije a mamá que quería un permiso para hacérmelo —contestó y se puso a jugar con el
aro en el mismo instante en que David entraba aún un poco enfurecido a decirles
sarcásticamente que se contentaba con la presencia de Bill y su lengua, pero
que había que trabajar ya que un CD no se hacía solo.
Viernes.
Cómo se sentiría besar a alguien con uno.
Esas había sido las palabras de Bill el día
anterior, antes de ser sometidos a un largo y agotador ensayo. ¿Cómo se sentiría
besar a alguien con piercing en la boca? Esa maldita pregunta rondó su cabeza
toda la noche. Y todo el día. Durante el desayuno y el ensayo se había quedado
contemplando distraídamente a su hermano hablar, mover su boca, su lengua y ese
maldito piercing.
—¡Hey! ¡Tom! —El aludido miró a su hermano, pestañeando
en un pregunta muda—. Se te está derritiendo el helado —señaló apuntando con su cabeza.
Tom bajó su vista hacia su mano y comprendió
por qué sentía recientemente como algo pegajoso chorreaba por su mano y manchaba
su pantalón y su camiseta blanca.
—¡Agh! ¡Mierda! —insultó con voz fuerte, apurándose y
tirando el helado en el cesto más cercano. Luego intentó limpiarse la mano con
un servilleta que le tendía su gemelo.
—Parece que vas a tener que sacarte
esos harapos —río Bill.
—¿Y qué me voy a poner? ¿Ropa
de mujer? —siseó enfadado mientras trataba inútilmente
de, al menos, empequeñecer las manchas de su ropa.
Bill, con el ceño notablemente fruncido, le sacó
la lengua con furia. Tom, estático, observó el aro rodeado de helado de vainilla. No admitiría que aquello no
le gustó ni le desagradó, y antes de agregar algo más que empeore la situación
prefirió apaciguar el enojo de su hermano.
—Está bien, Bill, lo siento. —Éste lo miró dudoso, pero finalmente
asintió—. Mejor termina el helado así nos
vamos a buscar a los chicos, que con un poco de cerveza me olvido de estas míseras
manchitas.
Bill engulló el final de su helado y, con una
previa revisión a su aspecto en el baño, ambos salieron de la heladería. Luego
de haberse encontrado con Georg, Gustav y Andreas, se dirigieron hacia el club
elegido para esa noche. Al principio se mantuvieron juntos, tomando y riendo;
de a poco se fueron separando.
Tom bailaba y se reía al ver a su hermano jugar
con la botella de cerveza y su piercing. Ese maldito piercing, con el que su
hermano pareció querer atormentarlo los últimos días.
¿Cómo se sentiría besar a alguien con un
piercing en la lengua?
Y maldita la pregunta que no lo abandonaba.
Se le acercó un chica atractiva con su rubio
cabello y su bien formado cuerpo. Bailó un rato con ella y le sonsacó el
nombre: Anne.
—A ver, muéstrame la lengua —pidió repentinamente. La chica ante
la extraña orden obedeció desconcertada. Nada, rosada, limpia—. Mierda, no sirves —susurró y se apartó.
Repitió las mismas acciones con otra chica, con
el mismo resultado.
—¿Es que nadie tiene un puto
piercing en la lengua? —exclamó, resguardado de que le oyera
su hermano gracias al alto volumen de la música.
—Nosotras tenemos —respondieron una pelirroja y una
morena que se encontraban ocasionalmente cerca.
Ellas abrieron sus bocas y Tom, a pesar de la
escasa luz del lugar, vislumbró en la lengua de la morena el conejo distintivo
de Playboy y una bola de metal como la que tenía su gemelo en la boca de la
otra.
—Ven —dijo.
Tomó a la pelirroja de la cintura, la acercó y
unió sus bocas. Y sintió el piercing extremadamente parecido al maldito
piercing tocar su lengua.
¿Cómo se sentiría besar a alguien con un
piercing en la lengua?
Mierda, se sentía bien.
Ahora, ¿cómo sería el de su hermano?
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