Título: Mamá sospecha
Resumen: Antes de pecar por ignorancia, prefería hacerlo por recelosa.
¿Qué pasa por la cabeza de Simone cuando ve la unión de sus hijos y los brillos especiales en sus ojos?
Categoría: Slash
Advertencia: Incesto
Rating: 13+
A Simone la
encantaba ver en vivo a sus dos niños, dando cada vez un espectáculo mejor.
Ellos cantaban, bailaban moderadamente y entretenían a su público. Era así
desde que tenían menos de dos años de vida y realizaban shows en la sala de su
casa, con sus abuelos como invitados de honor; prendían la radio o la
televisión y simulaban ser ellos los artistas que encandilaban a los demás, a
veces disfrazados incluso. Es más, Simone jamás olvidaría cuando Bill, a sus
cuatro años, intentó vanamente bailar con sus sandalias con un taco de
aproximadamente seis centímetros.
Increíblemente, desde hace cuatro años que
estaban cumpliendo sus sueños, haciendo mover, emocionar y cantar ya a miles de
personas.
Ambos eran tan únicos, brillantes y
encantadores que ella no podía amarlos de otra forma que con locura. No podía
pedir mejores hijos que ellos. Nunca se olvidaban de ella. La llamaban mínimo
una vez a la semana, y en su cumpleaños, si ellos no estaban allí para
tirársele encima y abrazarla, recibía la llamada de Tom a las cero horas, ni un
minuto más tarde, con el grito de ambos cantando el Feliz Cumpleaños.
Por lo único que ella se sentía mal era que
no podía estar con ellos en todo momento. Lamentablemente, Simone también debía
trabajar y más de una vez se perdía sus conciertos. Aunque gracias a Tom, su
considerado hijo (como él mismo se había autodenominado), podía en ese momento
disfrutar del DVD de su concierto junto a ellos. Era como ver un fantástico
concierto y tener los secretos detrás de cámara a la vez, y en vivo.
Simone realmente no podía evitar amarlos,
reírse de sus peleas y extrañarlos en sus ausencias.
Mientras pensaba ello, escuchaba lejanamente
sus mordaces discusiones. Antes de que ella interrumpiera y les ofreciera pasar
las vacaciones con ella, Bill le recriminaba a Tom ser un maldito egocéntrico y
vanidoso narcisista y éste le contestaba un «A ti así te gusto» con una sonrisa ladina. El brillo en sus ojos
se opacó levemente en cuanto Simone pronunció su invitación, y ellos se dieron
vuelta con una mueca culpable. Y entonces ella se imaginó la respuesta.
Siendo Bill más político y cortés para
hablar, fue él quien se encargó de disculparse y explicarle que esas vacaciones
las querían pasar a solas. «Tiempo de
hermanos», aludió con una sonrisa. Tom completaba sus frases, ambos procurando
que ella entienda su necesidad de descansar del mundo, solos.
Ella lo aceptó, tal y cómo había aceptado
tiempo atrás que ambos partieran para cumplir sus sueños. Sin grandes
problemas.
--::--
A Simone la exasperaba completamente cuando
las personas le cuestionaban cómo había podido dejar que sus jóvenes hijos se
lanzaran de lleno a una aventura así. Tal vez lo peor de todo era que más de
una vez asumían que el éxito de sus niños era suerte y no talento. Ella los
interrumpía y con su voz más gélida les contestaba que confiaba en ellos.
Bill y Tom eran los mejores hermanos que
podían existir. Eran completamente diferentes, pero igualmente unidos. Si Bill
decidía hacer algo, Tom inmediatamente lo acompañaba; y si Tom elegía otra
cosa, Bill estaba allí para alentarlo. Quizás el hecho de ser gemelos los
acercaba más. O tal vez el estar uno siempre para el otro.
Y cuando le preguntaban si no temía que
cometieran alguna locura, ella volvía a reafirmar su confianza en ellos.
Mientras miraba nuevamente a sus hijos actuar
frente a miles de fanáticas en la pantalla del televisor (había tomado como
hábito ver el DVD de ellos cuando los extrañaba tanto que si los llamaba, se
largaría a llorar), se recriminaba faltar a su palabra. En verdad, la madre que
había en su interior a veces empezaba a hesitar y se preocupaba por lo que a
sus descabelladas mentes se les podría ocurrir.
Contemplaba cómo su Bill cantante se acercaba
a su Tom guitarrista y ellos juntos compartían una mirada cómplice, que era
como si se jactaran frente al mundo de que ellos compartían un secreto y que
nadie más lo sabía, ni su propia madre. Esos instantes, antes de que Bill se
alejara cantando, eran los que ponían los pelos de punta a Simone. Ella era su
mamá, ella conocía el significado de sus gestos y estaba segura que allí había
algo pero no sabía qué.
¿Qué podría ser? Esa pregunta se repetía
incesantemente en su cabeza. ¿Acaso Bill era realmente gay como todos los
diarios amarillistas clamaban? ¿O Tom se había acostado en serio con toda esa
cantidad de chicas que él usualmente aseguraba? Simone no creía ninguna de las
dos (incluso lo veía como una estrategia comercial), además de que conocía lo
suficiente a sus hijos como para saber que eran responsables de sus actos en
caso de que se equivoque, pero esa mirada que ellos compartían era la que la
dejaba intranquila.
Tal vez sólo era un juego de la luz y de la
cámara, y todo su subconsciente que la hacía hacer una película de una insignificancia.
Quería, prefería,
pensar eso.
--::--
La madre de los gemelos líderes de la banda
alemana Tokio Hotel podía ser descripta con varios adjetivos (exigente, linda,
débil cuando se trataba de sus hijos, entre otras) pero nunca, jamás, tonta.
Antes de pecar por ignorancia, prefería hacerlo por recelosa.
Por eso mismo, el día en que Simone recibió
una llamada a las tres de la mañana, decidió preocuparse. Después del ataque al
corazón o embolia que Tom casi le provocó, eligió averiguar la verdad.
Averiguar si aquella mirada compartida era tan relevante, o era producto de su
propia locura.
Tokio Hotel estaba de gira con la edición de
su CD en inglés, en ese momento debían de estar en Nueva York, mientras Simone
en Alemania dormía intranquilamente. Al escuchar el primer sonido emitido por
el teléfono, ella se despertó y atendió. Del otro lado de la línea telefónica
escuchó la voz de Tom, temblorosa. Ese fue un indicio de que algo había
sucedido. Tom jamás demostraba debilidad.
A pesar de su somnolencia, Simone le
cuestionó con dulzura qué le pasaba. Tom balbuceó seguidamente palabras
ininteligibles, tartamudeando como nunca lo había hecho. Había llegado a pensar
que su hijo estaba bajo el efecto del alcohol o de alguna droga (si así fuera,
juró que lo mataría), ya que sus incoherencias no se acababan e iban y venían
en círculos. Entre ellas sólo pudo discernir el nombre de Bill.
Eso fue necesario para preocuparse el doble.
Olvidando del todo el hecho de que había
estado durmiendo, saltó en la cama con el teléfono en la mano y reiteró su
pregunta.
Simone estaba entrando en una ruta directa
hacia la desesperación.
Asustada, preguntó si algo le había sucedido
a Bill. Tom enseguida la tranquilizó con un «Nada grave». No obstante, ella no llegó a suspirar de alivio que su
hijo preguntó cómo hacía para decirle. Ella se quedó muda, estática, intentando
vislumbrar cuál era el problema que tenía tan intranquilo a Tom.
Pero, al final, la bomba se la lanzó súbitamente,
como si de esa forma, zambulléndose repentinamente en la piscina haría que el
agua sea menos fría. Simone quedó atónita, manteniéndose segundos sin
reaccionar. Su garganta era un nudo mientras oía las palabras. «Mamá, besé a Bill». Su saliva se
atragantaba mientras ella intentaba encontrarle razonablemente la vuelta de
tuerca a sus palabras. Pero no la hallaba. Casi sentía que el oxígeno se
atoraba en su tráquea y se rehusaba a llegar a sus pulmones.
La confesión de su hijo parecía legítima. Más
que nada cuando en su mente se repetían los detalles que él empezaba a decirle.
«Con lengua y todo». Ella sentía que
empalidecía y que su pulso bajaba un latido menos por minuto. Volvió a utilizar
su tono frío, uno que hace años que no usaba con sus hijos, para detenerlo.
Demasiados detalles innecesarios, ni siquiera estaba segura de querer saberlos.
Había sólo algo que quería saber. ¿Cómo pudo?
¿Cómo pudieron? Dudaba de la sanidad mental de su hijo, cuando Kaulitz le dijo
algo tal vez peor. Una aseveración que, encima, ella había asumido pero
igualmente no deseaba oír. «Má, me gustó.» La sincera afirmación de su hijo fue como un golpe en el pecho y fue la mella
para que su cuerpo comenzara a temblar y a producir sollozos patéticos.
Ahora fue ella a quien la atacó los balbuceos.
No conseguía hilar una frase sin encomendarse a Dios. Ojalá fuera una broma…
Al otro lado de la línea telefónica oyó una
risa particular. Una risa conocida. Reconoció la risa de Bill, no tan
esplendorosa como recordaba, y enseguida se repuso.
Bill avergonzado
anunció una disculpa. Una con su madre, y una con Tom, sumándole un «Te la cagué». Ella en ese momento no
pudo hacer otra cosa más que reaccionar inadecuadamente. Estalló, jurando
castigarlos o, mejor, asesinarlos lentamente por chiquillos malcriados.
Refunfuñaba para no aceptar que todo había
sido demasiado real. Que hasta que Bill no intercedió, ella había pensado que
todo había sucedido.
Aún lo creía.
Y se dijo a sí misma que los vigilaría.
--::--
En el primer concierto de Humanoid City, ella
estuvo presente. Mantuvo su promesa a sí misma, y acompañó a sus niños a dónde
pudiera. Tras bambalinas, y a pesar de que todo el equipo técnico la
trataba con gran cortesía, ella se sintió incómoda. El grupo de sus hijos en
vivo era genial, sí, no había duda.
Lo que la incomodaban eran sus propios hijos.
No eran sus formas de ser; no, ella adoraba
eso de ellos. Era su unión. Sí, eso que siempre había amado de ellos, la estaba
volviendo loca.
Era demasiado fuerte.
Tal vez era porque eran gemelos, y los
hermanos de tan corta diferencia de edad (minutos en este caso) solían llevarse
bien en algún punto de su vida, a pesar de lo distintos que pudieran ser. Toda
su vida habían pasado casi cada segundo juntos, y eso los había enlazado más
que nada.
Tal vez todo era su culpa. Ella había sido
quién había dejado que se marchen buscando cumplir sus sueños de fama. Ella
había sido quien había confiado en un hombre como manager y la supuesta madurez
de sus hijos en relación al trabajo, y los había dejado marcharse
tempranamente. Ella había sido quien siempre los había alentado a ser los
mejores hermanos que pudieran existir.
Sin embargo, tampoco hubiese podido hacer lo
contrario. Ella se odiaría a sí misma toda su vida si hubiera matado las
ilusiones de sus niños.
Simone se encontraba en una encrucijada entre
lo correcto, lo erróneo, lo justo, lo contrario, lo que es, lo que debería ser
y lo que no quería que fuera.
Sentía que su alma se hacía añicos.
La vida debería de haber venido con un manual
de qué hacer cuando su hijo Bill cantaba que no necesita encajar mientras miraba a su hermano. Porque esa mirada
no era una cualquiera, sino que era una cargada de amor, de cariño, de caricias
furtivas, de besos endulzados y fieros, de pasión encerrada, de unión
prohibida.
La incomodidad se acrecentó y su cuerpo
volvió a temblar. Lágrimas espesas caían de sus ojos hinchados y se negó a ver
el escenario, pero una fuerza mayor no dejó que aparte sus ojos de sus
particulares hijos. Notó que Tom la miró preocupado. Más tarde él le preguntaría la razón de su llanto y ella mentiría diciendo que es la felicidad al ver lo
grandiosos que son sus niños.
Pero eso será más tarde. Ahora ella realmente
quería que algo o alguien le dijera cómo actuar cuando estás segura de que
tus dos hijos, tus dos niños, son hermanos incestuosos.
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