miércoles, 18 de julio de 2012

Mamá sospecha


Título: Mamá sospecha
Resumen: Antes de pecar por ignorancia, prefería hacerlo por recelosa.
                  ¿Qué pasa por la cabeza de Simone cuando ve la unión de sus hijos y los brillos especiales en sus ojos?
Categoría: Slash
Advertencia: Incesto
Rating: 13+


A Simone la encantaba ver en vivo a sus dos niños, dando cada vez un espectáculo mejor. Ellos cantaban, bailaban moderadamente y entretenían a su público. Era así desde que tenían menos de dos años de vida y realizaban shows en la sala de su casa, con sus abuelos como invitados de honor; prendían la radio o la televisión y simulaban ser ellos los artistas que encandilaban a los demás, a veces disfrazados incluso. Es más, Simone jamás olvidaría cuando Bill, a sus cuatro años, intentó vanamente bailar con sus sandalias con un taco de aproximadamente seis centímetros.
  Increíblemente, desde hace cuatro años que estaban cumpliendo sus sueños, haciendo mover, emocionar y cantar ya a miles de personas.
  Ambos eran tan únicos, brillantes y encantadores que ella no podía amarlos de otra forma que con locura. No podía pedir mejores hijos que ellos. Nunca se olvidaban de ella. La llamaban mínimo una vez a la semana, y en su cumpleaños, si ellos no estaban allí para tirársele encima y abrazarla, recibía la llamada de Tom a las cero horas, ni un minuto más tarde, con el grito de ambos cantando el Feliz Cumpleaños.
  Por lo único que ella se sentía mal era que no podía estar con ellos en todo momento. Lamentablemente, Simone también debía trabajar y más de una vez se perdía sus conciertos. Aunque gracias a Tom, su considerado hijo (como él mismo se había autodenominado), podía en ese momento disfrutar del DVD de su concierto junto a ellos. Era como ver un fantástico concierto y tener los secretos detrás de cámara a la vez, y en vivo.
  Simone realmente no podía evitar amarlos, reírse de sus peleas y extrañarlos en sus ausencias.
  Mientras pensaba ello, escuchaba lejanamente sus mordaces discusiones. Antes de que ella interrumpiera y les ofreciera pasar las vacaciones con ella, Bill le recriminaba a Tom ser un maldito egocéntrico y vanidoso narcisista y éste le contestaba un «A ti así te gusto» con una sonrisa ladina. El brillo en sus ojos se opacó levemente en cuanto Simone pronunció su invitación, y ellos se dieron vuelta con una mueca culpable. Y entonces ella se imaginó la respuesta.
  Siendo Bill más político y cortés para hablar, fue él quien se encargó de disculparse y explicarle que esas vacaciones las querían pasar a solas. «Tiempo de hermanos», aludió con una sonrisa. Tom completaba sus frases, ambos procurando que ella entienda su necesidad de descansar del mundo, solos.
  Ella lo aceptó, tal y cómo había aceptado tiempo atrás que ambos partieran para cumplir sus sueños. Sin grandes problemas.
 
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  A Simone la exasperaba completamente cuando las personas le cuestionaban cómo había podido dejar que sus jóvenes hijos se lanzaran de lleno a una aventura así. Tal vez lo peor de todo era que más de una vez asumían que el éxito de sus niños era suerte y no talento. Ella los interrumpía y con su voz más gélida les contestaba que confiaba en ellos.
  Bill y Tom eran los mejores hermanos que podían existir. Eran completamente diferentes, pero igualmente unidos. Si Bill decidía hacer algo, Tom inmediatamente lo acompañaba; y si Tom elegía otra cosa, Bill estaba allí para alentarlo. Quizás el hecho de ser gemelos los acercaba más. O tal vez el estar uno siempre para el otro.  
  Y cuando le preguntaban si no temía que cometieran alguna locura, ella volvía a reafirmar su confianza en ellos.
  Mientras miraba nuevamente a sus hijos actuar frente a miles de fanáticas en la pantalla del televisor (había tomado como hábito ver el DVD de ellos cuando los extrañaba tanto que si los llamaba, se largaría a llorar), se recriminaba faltar a su palabra. En verdad, la madre que había en su interior a veces empezaba a hesitar y se preocupaba por lo que a sus descabelladas mentes se les podría ocurrir.
  Contemplaba cómo su Bill cantante se acercaba a su Tom guitarrista y ellos juntos compartían una mirada cómplice, que era como si se jactaran frente al mundo de que ellos compartían un secreto y que nadie más lo sabía, ni su propia madre. Esos instantes, antes de que Bill se alejara cantando, eran los que ponían los pelos de punta a Simone. Ella era su mamá, ella conocía el significado de sus gestos y estaba segura que allí había algo pero no sabía qué.
  ¿Qué podría ser? Esa pregunta se repetía incesantemente en su cabeza. ¿Acaso Bill era realmente gay como todos los diarios amarillistas clamaban? ¿O Tom se había acostado en serio con toda esa cantidad de chicas que él usualmente aseguraba? Simone no creía ninguna de las dos (incluso lo veía como una estrategia comercial), además de que conocía lo suficiente a sus hijos como para saber que eran responsables de sus actos en caso de que se equivoque, pero esa mirada que ellos compartían era la que la dejaba intranquila.
  Tal vez sólo era un juego de la luz y de la cámara, y todo su subconsciente que la hacía hacer una película de una insignificancia.
  Quería, prefería, pensar eso.
 
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  La madre de los gemelos líderes de la banda alemana Tokio Hotel podía ser descripta con varios adjetivos (exigente, linda, débil cuando se trataba de sus hijos, entre otras) pero nunca, jamás, tonta. Antes de pecar por ignorancia, prefería hacerlo por recelosa.
  Por eso mismo, el día en que Simone recibió una llamada a las tres de la mañana, decidió preocuparse. Después del ataque al corazón o embolia que Tom casi le provocó, eligió averiguar la verdad. Averiguar si aquella mirada compartida era tan relevante, o era producto de su propia locura.
  Tokio Hotel estaba de gira con la edición de su CD en inglés, en ese momento debían de estar en Nueva York, mientras Simone en Alemania dormía intranquilamente. Al escuchar el primer sonido emitido por el teléfono, ella se despertó y atendió. Del otro lado de la línea telefónica escuchó la voz de Tom, temblorosa. Ese fue un indicio de que algo había sucedido. Tom jamás demostraba debilidad.
  A pesar de su somnolencia, Simone le cuestionó con dulzura qué le pasaba. Tom balbuceó seguidamente palabras ininteligibles, tartamudeando como nunca lo había hecho. Había llegado a pensar que su hijo estaba bajo el efecto del alcohol o de alguna droga (si así fuera, juró que lo mataría), ya que sus incoherencias no se acababan e iban y venían en círculos. Entre ellas sólo pudo discernir el nombre de Bill.
  Eso fue necesario para preocuparse el doble.
  Olvidando del todo el hecho de que había estado durmiendo, saltó en la cama con el teléfono en la mano y reiteró su pregunta.
  Simone estaba entrando en una ruta directa hacia la desesperación.
  Asustada, preguntó si algo le había sucedido a Bill. Tom enseguida la tranquilizó con un «Nada grave». No obstante, ella no llegó a suspirar de alivio que su hijo preguntó cómo hacía para decirle. Ella se quedó muda, estática, intentando vislumbrar cuál era el problema que tenía tan intranquilo a Tom.
  Pero, al final, la bomba se la lanzó súbitamente, como si de esa forma, zambulléndose repentinamente en la piscina haría que el agua sea menos fría. Simone quedó atónita, manteniéndose segundos sin reaccionar. Su garganta era un nudo mientras oía las palabras. «Mamá, besé a Bill». Su saliva se atragantaba mientras ella intentaba encontrarle razonablemente la vuelta de tuerca a sus palabras. Pero no la hallaba. Casi sentía que el oxígeno se atoraba en su tráquea y se rehusaba a llegar a sus pulmones.
  La confesión de su hijo parecía legítima. Más que nada cuando en su mente se repetían los detalles que él empezaba a decirle. «Con lengua y todo». Ella sentía que empalidecía y que su pulso bajaba un latido menos por minuto. Volvió a utilizar su tono frío, uno que hace años que no usaba con sus hijos, para detenerlo. Demasiados detalles innecesarios, ni siquiera estaba segura de querer saberlos.
  Había sólo algo que quería saber. ¿Cómo pudo? ¿Cómo pudieron? Dudaba de la sanidad mental de su hijo, cuando Kaulitz le dijo algo tal vez peor. Una aseveración que, encima, ella había asumido pero igualmente no deseaba oír. «Má, me gustó.» La sincera afirmación de su hijo fue como un golpe en el pecho y fue la mella para que su cuerpo comenzara a temblar y a producir sollozos patéticos.
  Ahora fue ella a quien la atacó los balbuceos. No conseguía hilar una frase sin encomendarse a Dios. Ojalá fuera una broma…
  Al otro lado de la línea telefónica oyó una risa particular. Una risa conocida. Reconoció la risa de Bill, no tan esplendorosa como recordaba, y enseguida se repuso.
Bill avergonzado anunció una disculpa. Una con su madre, y una con Tom, sumándole un «Te la cagué». Ella en ese momento no pudo hacer otra cosa más que reaccionar inadecuadamente. Estalló, jurando castigarlos o, mejor, asesinarlos lentamente por chiquillos malcriados.
  Refunfuñaba para no aceptar que todo había sido demasiado real. Que hasta que Bill no intercedió, ella había pensado que todo había sucedido.
  Aún lo creía.
  Y se dijo a sí misma que los vigilaría.
 
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  En el primer concierto de Humanoid City, ella estuvo presente. Mantuvo su promesa a sí misma, y acompañó a sus niños a dónde pudiera. Tras bambalinas, y a pesar de que todo el equipo técnico la trataba con gran cortesía, ella se sintió incómoda. El grupo de sus hijos en vivo era genial, sí, no había duda.
  Lo que la incomodaban eran sus propios hijos.
  No eran sus formas de ser; no, ella adoraba eso de ellos. Era su unión. Sí, eso que siempre había amado de ellos, la estaba volviendo loca.
  Era demasiado fuerte.
  Tal vez era porque eran gemelos, y los hermanos de tan corta diferencia de edad (minutos en este caso) solían llevarse bien en algún punto de su vida, a pesar de lo distintos que pudieran ser. Toda su vida habían pasado casi cada segundo juntos, y eso los había enlazado más que nada.
  Tal vez todo era su culpa. Ella había sido quién había dejado que se marchen buscando cumplir sus sueños de fama. Ella había sido quien había confiado en un hombre como manager y la supuesta madurez de sus hijos en relación al trabajo, y los había dejado marcharse tempranamente. Ella había sido quien siempre los había alentado a ser los mejores hermanos que pudieran existir.
  Sin embargo, tampoco hubiese podido hacer lo contrario. Ella se odiaría a sí misma toda su vida si hubiera matado las ilusiones de sus niños.
  Simone se encontraba en una encrucijada entre lo correcto, lo erróneo, lo justo, lo contrario, lo que es, lo que debería ser y lo que no quería que fuera.
  Sentía que su alma se hacía añicos.
  La vida debería de haber venido con un manual de qué hacer cuando su hijo Bill cantaba que no necesita encajar mientras miraba a su hermano. Porque esa mirada no era una cualquiera, sino que era una cargada de amor, de cariño, de caricias furtivas, de besos endulzados y fieros, de pasión encerrada, de unión prohibida.
  La incomodidad se acrecentó y su cuerpo volvió a temblar. Lágrimas espesas caían de sus ojos hinchados y se negó a ver el escenario, pero una fuerza mayor no dejó que aparte sus ojos de sus particulares hijos. Notó que Tom la miró preocupado. Más tarde él le preguntaría la razón de su llanto y ella mentiría diciendo que es la felicidad al ver lo grandiosos que son sus niños.
  Pero eso será más tarde. Ahora ella realmente quería que algo o alguien le dijera cómo actuar cuando estás segura de que tus dos hijos, tus dos niños, son hermanos incestuosos. 

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