Fandom: Tokio Hotel
Rate: PG
A los ocho años, cuando su papá le
regala por Navidad un telescopio, Tom solo sonríe levemente. Está lejos de ser
una pelota de fútbol o una batería, pero la emoción de su padre es innegable
así que lo arman juntos y lo posicionan en la ventana de su habitación.
Allí descansa durante años.
Lo usa por primera vez recién
cuando tiene doce y hepatitis. No puede ir a la práctica de básquet y su madre
le ha pedido que por favor no toque
la guitarra todo el día. Y llega un momento que hasta la televisión le parece
aburrida. Por lo que empieza a toquetear el telescopio. Ve con él a su vecina
limpiando el jardín y a una bandada de pájaros migrar hacia el atardecer. Aburrido.
. Lo prueba nuevamente a la noche
y se topa con estrellas. Un mar negro poblado de ellas que brillan con calma,
con una nebulosa amarillenta bien lejos. No es aburrido, pero tampoco tan interesante. No hay extraterrestres,
no hay meteoritos, ni siquiera puede ver los satélites artificiales.
Es demasiado pacífico para su
gusto.
Tiene hepatitis por casi un mes.
Ha leído todos sus cómics pero se niega a tocar los libros de la escuela. Antes
prefiere el telescopio. Aunque sigue sin usarlo mucho; después de todo, verse
frente al espejo es más divertido. La imagen de su reflejo realmente parece un alienígena,
con los ojos amarrillos y las rastas rubias que logró convencer a sus padres de
hacerse apuntando hacia cualquier lado. El universo sigue siendo negro y con
luces, casi como Navidad pero más monocromático y sin regalos. Al menos ha
aprendido a enfocar y está casi seguro de saber cual es la osa mayor.
De hecho, buscándola, es que lo ve
a él.
No tiene forma de describirlo. Su
cabello es negro y su ropa parecen harapos de polvo cósmico. Pareciera que un
anillo de asteroides adorna su brazo y no puede ver realmente bien sus pies. Se
pasea con tranquilidad y con un brillo diferente, más oscuro y con tintes
violetas. Es único, Tom está seguro
solo de eso.
Teme no volver a verlo cuando se
va a dormir, pero al otro día lo encuentra nuevamente con facilidad y es tal la
emoción que se le escapa un «Hola», ingenuo e inútil porque aquel ser jamás lo
oirá. Pero lo hace. El chico se voltea y clava su mirada en el telescopio;
negra, profunda, vacía. Entonces radiación violácea lo rodea y es como si lo
reconociera, como si lo saludara de vuelta.
Sorprendido, Tom solo atina a
seguir preguntando para descartar que haya sido una casualidad. «¿Cómo te
llamas?» y el chico se encoge de hombros. «Bill», lo nombra Tom. Y continúa
mirándolo pasearse con lentitud, como si tuviera todo el tiempo del universo.
Probablemente lo tiene.
«¿Qué haces?» Bill lo mira y luego
danza. Atrae luz hacia su cuerpo, el polvo estelar se une a su ropa y satélites
pequeños se vuelven adornos en su pelo. Como si fuera una corona, como si Bill
fuera el rey del universo.
Es como si todo gravitara hacia
él. A veces Tom se incluye.
En ocasiones ínfimas cantidades de
gases lo rodean y sus movimientos se vuelven misteriosos entre los colores que
lo envuelven. (Es la radiación ultravioleta de las estrellas cercanas, según le
explicó su papá en una de sus tantas charlas sobre cosmología. Tom no está
seguro, nunca le prestó mucha atención.) Pero no sucede por mucho tiempo,
usualmente al día siguiente está solo.
Una noche Tom le confiesa que le
gustaría conocerlo y se emociona cuando Bill le da a entender que él también. «¿Podrías
visitarme? Yo no puedo.» Y la idea de su imposibilidad es más amarga que la
bilis, pero no tanta como respuesta de Bill. Puede hacerlo, mas no quiere.
Tom se enfada y se marcha a
dormir. Ofendido, se mantiene alejado del telescopio. Tiene la televisión, su
guitarra y los cómics viejos. No necesita un amigo interestelar. Aunque ninguno
de ellos se mueve por sí solo, con parsimonia, ni resplandece con oscuridad.
Ninguno le hace sentirse acompañado en el silencio del espacio.
«¿Por qué no quieres visitarme?»
le pregunta de repente y Bill lo mira, casi sorprendido. Debe insistir varias
veces y de formas casi rudas para obtener su respuesta. Los ojos de Bill
parecen más negros, profundos y vacíos que nunca cuando atrae a su mano una
estrella. La contempla por un instante antes de atraparla y absorber su luz. Y
allí, donde la estrella estaba, queda nada. Absoluta nada.
Entonces Tom lo entiende: Bill
jamás podrá estar verdaderamente acompañado. Solo gases ocasionales y
partículas que se vuelven vacío.
Porque Bill es un agujero negro.