miércoles, 19 de febrero de 2014

Interestelar

Título: Interestelar
Fandom: Tokio Hotel
Rate: PG

A los ocho años, cuando su papá le regala por Navidad un telescopio, Tom solo sonríe levemente. Está lejos de ser una pelota de fútbol o una batería, pero la emoción de su padre es innegable así que lo arman juntos y lo posicionan en la ventana de su habitación.
Allí descansa durante años.
Lo usa por primera vez recién cuando tiene doce y hepatitis. No puede ir a la práctica de básquet y su madre le ha pedido que por favor no toque la guitarra todo el día. Y llega un momento que hasta la televisión le parece aburrida. Por lo que empieza a toquetear el telescopio. Ve con él a su vecina limpiando el jardín y a una bandada de pájaros migrar hacia el atardecer. Aburrido.
. Lo prueba nuevamente a la noche y se topa con estrellas. Un mar negro poblado de ellas que brillan con calma, con una nebulosa amarillenta bien lejos. No es aburrido, pero tampoco tan interesante. No hay extraterrestres, no hay meteoritos, ni siquiera puede ver los satélites artificiales.
Es demasiado pacífico para su gusto.
Tiene hepatitis por casi un mes. Ha leído todos sus cómics pero se niega a tocar los libros de la escuela. Antes prefiere el telescopio. Aunque sigue sin usarlo mucho; después de todo, verse frente al espejo es más divertido. La imagen de su reflejo realmente parece un alienígena, con los ojos amarrillos y las rastas rubias que logró convencer a sus padres de hacerse apuntando hacia cualquier lado. El universo sigue siendo negro y con luces, casi como Navidad pero más monocromático y sin regalos. Al menos ha aprendido a enfocar y está casi seguro de saber cual es la osa mayor.
De hecho, buscándola, es que lo ve a él.
No tiene forma de describirlo. Su cabello es negro y su ropa parecen harapos de polvo cósmico. Pareciera que un anillo de asteroides adorna su brazo y no puede ver realmente bien sus pies. Se pasea con tranquilidad y con un brillo diferente, más oscuro y con tintes violetas. Es único, Tom está seguro solo de eso.
Teme no volver a verlo cuando se va a dormir, pero al otro día lo encuentra nuevamente con facilidad y es tal la emoción que se le escapa un «Hola», ingenuo e inútil porque aquel ser jamás lo oirá. Pero lo hace. El chico se voltea y clava su mirada en el telescopio; negra, profunda, vacía. Entonces radiación violácea lo rodea y es como si lo reconociera, como si lo saludara de vuelta.
Sorprendido, Tom solo atina a seguir preguntando para descartar que haya sido una casualidad. «¿Cómo te llamas?» y el chico se encoge de hombros. «Bill», lo nombra Tom. Y continúa mirándolo pasearse con lentitud, como si tuviera todo el tiempo del universo. Probablemente lo tiene.
«¿Qué haces?» Bill lo mira y luego danza. Atrae luz hacia su cuerpo, el polvo estelar se une a su ropa y satélites pequeños se vuelven adornos en su pelo. Como si fuera una corona, como si Bill fuera el rey del universo.
Es como si todo gravitara hacia él. A veces Tom se incluye.
En ocasiones ínfimas cantidades de gases lo rodean y sus movimientos se vuelven misteriosos entre los colores que lo envuelven. (Es la radiación ultravioleta de las estrellas cercanas, según le explicó su papá en una de sus tantas charlas sobre cosmología. Tom no está seguro, nunca le prestó mucha atención.) Pero no sucede por mucho tiempo, usualmente al día siguiente está solo.
Una noche Tom le confiesa que le gustaría conocerlo y se emociona cuando Bill le da a entender que él también. «¿Podrías visitarme? Yo no puedo.» Y la idea de su imposibilidad es más amarga que la bilis, pero no tanta como respuesta de Bill. Puede hacerlo, mas no quiere.
Tom se enfada y se marcha a dormir. Ofendido, se mantiene alejado del telescopio. Tiene la televisión, su guitarra y los cómics viejos. No necesita un amigo interestelar. Aunque ninguno de ellos se mueve por sí solo, con parsimonia, ni resplandece con oscuridad. Ninguno le hace sentirse acompañado en el silencio del espacio.
«¿Por qué no quieres visitarme?» le pregunta de repente y Bill lo mira, casi sorprendido. Debe insistir varias veces y de formas casi rudas para obtener su respuesta. Los ojos de Bill parecen más negros, profundos y vacíos que nunca cuando atrae a su mano una estrella. La contempla por un instante antes de atraparla y absorber su luz. Y allí, donde la estrella estaba, queda nada. Absoluta nada.
Entonces Tom lo entiende: Bill jamás podrá estar verdaderamente acompañado. Solo gases ocasionales y partículas que se vuelven vacío.
Porque Bill es un agujero negro.



No seremos otra canción (ni lo intentes)

Título: No seremos otra canción (ni lo intentes)
Fandom: Tokio Hotel
Rate: PG
Pairing: Biorg
Resumen: Donde Los Ángeles se topa con la sinceridad y otras pretensiones.

El humo de los cigarrillos en la sala se había vuelto asfixiante, pero cuando Georg se apoyó sobre el borde de la ventana y se asomó para respirar aire fresco, notó que la atmósfera contaminada de Los Ángeles le producía una sensación similar. Millones de soñadores y playas y luces de neón iban de la mano con polución y asperezas. Pero siempre pensó que cuando apenas se empezaba, los sueños, los deseos y la belleza ofuscaban lo demás.
—Te cortaste el cabello… ¿por qué ya era hora? —oyó la pregunta mucho más pronto de lo que hubiese esperado. El tono de Bill siempre tuvo una reminiscencia sarcástica que aprendió a maquillar en los momentos adecuados para las cámaras.
Bill apestaba a cigarrillo y Georg se sintió completamente asfixiado otra vez. Quizá el olor no era el problema, quizá había demasiado dióxido de carbono a su alrededor.
—Sí, lo era. Ya estoy cansado de leer disparates como que Gustav se enamora de mí por mi cabello o que Tom tira de él cuando tenemos sexo —contestó.
—Las fanáticas no son el problema.
En ese momento, Georg detestó que Bill no preguntara. Bill nunca lo hacía, solo afirmaba. Y si se equivocaba, que el otro no lo sepa. Era tan seguro de sí mismo que olvidaba no ser impertinente.
—A veces sí, a veces no —suspiró y se giró hacia su compañero. Tenía puesto esos lentes Buddy Holly que no necesitaba y bálsamo labial—. Quise ser sincero. Tom lo fue, cuando contestó «tarde». Gustav también. Pregonamos el hacernos oír, entonces que me oigan.
—Nadie lo va a entender —bufó Bill. En respuesta, él solo se encogió de hombros—. Así que era hora de anunciar que me olvidaste.
Volvió a encogerse de hombros. «Seguir adelante», corrigió. Bill bufó nuevamente, ofendido. Pensó que a él se le daba muy bien el papel del interrogador y el de la víctima, aunque no sabía cómo lo lograba. Georg, en cambio, estaba cansado de jugar el papel defensivo, no lo sentía suyo.
—Prometimos que íbamos a comportarnos como adultos y que nuestra relación laboral no se iba a ver afectada. Ya demasiado tiempo está tomando este disco.
—Quizá fuimos demasiado optimistas. Parte de nuestro trabajo es parecer unidos y eso es difícil cuando no quieres estar ni a dos pasos de mí.
Georg suspiró. Lo había logrado cuando era al revés y sentía que no podía estar alejado ni unos minutos de su cintura o su risa. No debería ser complicado ahora.
Se giró nuevamente hacia la ventana. Los Ángeles era calurosa incluso en invierno y estaba poblada de sueños devenidos en realidades. Era él en ese momento, con las manos lastimadas por el bajo y pretendiendo estar bien. Era él, queriendo ocultar sus sentimientos agónicos tras un corte de cabello y llenar sus pulmones de mentiras.
—Hay algo poéticamente trágico en todo esto —farfulló Bill, apoyado contra la pared.

—No puedo verlo —rió con amargura. Ellos solo eran escombros de sueños y memorias ingenuas. Otro par más en la ciudad de Los Ángeles—, pero tú seguramente lo harás. Solo no escribas canciones con ello.




Coste de oportunidad

Título: Coste de oportunidad
Fandom: Tokio Hotel
Rate: T
Pairing: Billshido
Género: Universo Alterno
Resumen: En su análisis, una noche con Bill era pura ganancia.


Lo vio cuando salía del cine, a lo lejos: cuerpo lánguido y una cascada de cabello de negro. Hacía la fila para otra película, seguramente no una infantil. Y en sus ojos maquillados se leía una sensualidad innata, la misma que exudaba incluso en movimientos simples como acomodarse los anillos.
—Cariño, ¿podrías volver sola con la niña? Quiero saludar a un conocido y luego tengo que resolver unos asuntos del trabajo. —Apenas recibió un escueto asentimiento, besó en la mejilla a su hija.
No le fue difícil escabullirse; tampoco lo fue perderlo de vista. Era alto y destacaba entre la multitud de cuerpos que entraban y salían de distintas funciones. La sala estaba medio vacía y las luces aún encendidas. Lo avistó en la penúltima fila, solo.
Cuando le preguntó si la butaca a su lado estaba libre, el chico lo miró con una ceja alzada, delineada en perfecta ironía.
—Claro.

*

Pequeños comentarios a lo largo de la película fueron parte de su estrategia. Siempre se consideró bueno con las palabras. Para cuando los créditos acabaron de aparecer en la pantalla y las luces se encendieron, él ya le había sonsacado su nombre y un a su invitación.
—Entonces, Anis, ¿qué te pareció la película? —le preguntó Bill antes de llevarse el tenedor con un pedacito de salmón a sus labios, finos y sonrosados.
Tardó un momento en contestar; su imaginación le provocaba con labios hinchados alrededor de su miembro y una lengua escurridiza.
—Larga. Más parecida a la realidad de lo que esperaba.
—Está basado en una historia real.
—Todo está basado en la realidad en cierta forma, pero nada es completamente fiel. Podría contarte la historia del mago que acumula magia sin hacer nada más que respirar y decirte que está basada en mí. De cinco a siete solo duermo y, aun así, gano dinero.
—Porque toda historia que vale la pena contar viene con muchos dígitos en una cuenta suiza o en fajos de cien —comentó. Su tono parecía irónico y seductor al mismo tiempo. Anis solo asintió, con una pequeña sonrisa—. Así que eres parte de ese mundillo de las finanzas, ¿no? Jugando con los arbitrajes y costes de oportunidad.
—¿Mundillo? —bufó divertido—. Hablas como si fuéramos una raza distinta.
—Conozco a algunos que creen serlo. Una raza intocable con sus yates, sus Lamborghinis y sus mansiones de verano. No puede mostrarse rebajándose a algo peor que Armani, Dom Pérignon y hoteles cinco estrellas.
Su sonrisa se ensanchó.
—¿Acaso prefieres un motel?
Terminaron subiendo las escaleras del Carlton-Ritz. Lo besó con ansias contra la puerta de la suite, lo desvistió y lamió su prominente clavícula sobre el sofá victoriano y ambos acabaron encima de las sábanas de 1200 hilos. Bill se movía con confianza y una sensualidad envidiable; tenía el cuerpo tatuado y usaba accesorios que no se quitó ni cuando se metieron en el jacuzzi. Allí recostó su pecho contra la pared y Anis pronto se encontró admirando la curva suave de su espalda baja y dándole masajes que acababan en caricias bajo el agua espumosa mientras Bill se deshacía en ronroneos.
—¿De qué trabajas?
—Soy modelo; recién regreso de Berlín. Mi papá quería que estudie finanzas, medicina o alguna carrera respetable como mi hermano, pero no funcionó. Ni siquiera recuerdo exactamente los conceptos. Arbitraje era algo de los precios y de lo otro, el coste, ya no tengo idea.
Anis rió. Bill sonaba genuinamente sincero y excitante.
—Es sencillo. Costes de oportunidad es a lo que “renuncio” cuando tomo una decisión. Por ejemplo, ahora mismo podría estar en otros lados, como mi casa o el trabajo.
—¿La bolsa?
—Ajá. Entonces analizo mis opciones. Frankfurt puede sobrevivir esta noche sin mí. En mi casa estaría viendo tele, a mi hijo dormir o hablando o peleando con mujer —explicaba mientras dejaba un rastro de mordiscones y lamidas desde su cuello hasta su mandíbula. Bill estaba complacido y relajado—. O bien estoy aquí, contigo. Disfrutando de una noche única. Si lo comparo, no renuncio a mucho, salgo ganando.
Besó a Bill nuevamente y se entretuvo con ello un rato, mientras acariciaba sus muslos.
—¿Única? —rió contra sus labios.
—Única.

*

La rutina en la catedral de los capitalistas nunca era aburrida. Hasta podría decir que era como la moda: arreglada y maquillada para parecer perfecta, con algo novedoso cada día, en un ambiente agresivo para la persona común. Porque la persona común nunca pertenecería allí. Para permanecer en ese “mundillo” debían no solo ser agresivos y ambiciosos, también adictos a la adrenalina.
Saber trabajar bajo presión.
Y para realmente ganar, debían aprender el arte de jugar sucio sin que el polvo se les pegue en la ropa.
Los almuerzos solían ser reuniones de trabajo en el restaurante del Flemings, donde almorzaban poco y gastaban mucho, siempre pendientes de la hora que marcaban sus Rolex.
—Mi secretaría me dijo que está muy interesado en invertir, señor… —se interrumpió con gracia. No conocía el nombre de su acompañante y esperaba que se lo dijera. Sus facciones le eran familiares y eso, en especial, lo tenía intrigado.
—Dime Tom. Y la inversión será tuya.
Anis frunció ligeramente el ceño. Odiaba no comprender.
—Hará un par de noches conociste a mi hermano. Un encuentro increíble, seguramente —comenzó a explicarse mientras sacaba algo del bolsillo—. Me contó de tus costes de oportunidad y creo que hay una opción que dejaste de lado. —Dejó el objeto sobre la mesa, junto a la copa de chardonnay. Una placa de policía. Anis la contempló antes de mirar a Tom—. Creo que te gustará invertir mucho en él —continuó. Tenía la misma sonrisa de Bill: irónica, sensual, triunfadora—. Todos ganaremos.