Fandom: Tokio Hotel
Rate: T
Pairing: Billshido
Género: Universo Alterno
Resumen: En su análisis, una noche con Bill era pura ganancia.
Lo vio cuando salía del cine, a lo lejos: cuerpo lánguido y
una cascada de cabello de negro. Hacía la fila para otra película, seguramente
no una infantil. Y en sus ojos maquillados se leía una sensualidad innata, la
misma que exudaba incluso en movimientos simples como acomodarse los anillos.
—Cariño, ¿podrías volver sola con la niña? Quiero saludar a
un conocido y luego tengo que resolver unos asuntos del trabajo. —Apenas recibió
un escueto asentimiento, besó en la mejilla a su hija.
No le fue difícil escabullirse; tampoco lo fue perderlo de
vista. Era alto y destacaba entre la multitud de cuerpos que entraban y salían
de distintas funciones. La sala estaba medio vacía y las luces aún encendidas.
Lo avistó en la penúltima fila, solo.
Cuando le preguntó si la butaca a su lado estaba libre, el
chico lo miró con una ceja alzada, delineada en perfecta ironía.
—Claro.
*
Pequeños comentarios a lo largo de la película fueron parte
de su estrategia. Siempre se consideró bueno con las palabras. Para cuando los
créditos acabaron de aparecer en la pantalla y las luces se encendieron, él ya
le había sonsacado su nombre y un sí
a su invitación.
—Entonces, Anis, ¿qué te pareció la película? —le preguntó Bill
antes de llevarse el tenedor con un pedacito de salmón a sus labios, finos y
sonrosados.
Tardó un momento en contestar; su imaginación le provocaba
con labios hinchados alrededor de su miembro y una lengua escurridiza.
—Larga. Más parecida a la realidad de lo que esperaba.
—Está basado en una historia real.
—Todo está basado en la realidad en cierta forma, pero nada
es completamente fiel. Podría contarte la historia del mago que acumula magia
sin hacer nada más que respirar y decirte que está basada en mí. De cinco a
siete solo duermo y, aun así, gano dinero.
—Porque toda historia que vale la pena contar viene con
muchos dígitos en una cuenta suiza o en fajos de cien —comentó. Su tono parecía
irónico y seductor al mismo tiempo. Anis solo asintió, con una pequeña
sonrisa—. Así que eres parte de ese mundillo de las finanzas, ¿no? Jugando con
los arbitrajes y costes de oportunidad.
—¿Mundillo? —bufó divertido—. Hablas como si fuéramos una
raza distinta.
—Conozco a algunos que creen serlo. Una raza intocable con
sus yates, sus Lamborghinis y sus mansiones de verano. No puede mostrarse
rebajándose a algo peor que Armani, Dom Pérignon y hoteles cinco estrellas.
Su sonrisa se ensanchó.
—¿Acaso prefieres un motel?
Terminaron subiendo las escaleras del Carlton-Ritz. Lo besó
con ansias contra la puerta de la suite, lo desvistió y lamió su prominente
clavícula sobre el sofá victoriano y ambos acabaron encima de las sábanas de
1200 hilos. Bill se movía con confianza y una sensualidad envidiable; tenía el
cuerpo tatuado y usaba accesorios que no se quitó ni cuando se metieron en el
jacuzzi. Allí recostó su pecho contra la pared y Anis pronto se encontró
admirando la curva suave de su espalda baja y dándole masajes que acababan en
caricias bajo el agua espumosa mientras Bill se deshacía en ronroneos.
—¿De qué trabajas?
—Soy modelo; recién regreso de Berlín. Mi papá quería que
estudie finanzas, medicina o alguna carrera respetable como mi hermano, pero no
funcionó. Ni siquiera recuerdo exactamente los conceptos. Arbitraje era algo de
los precios y de lo otro, el coste, ya no tengo idea.
Anis rió. Bill sonaba genuinamente sincero y excitante.
—Es sencillo. Costes de oportunidad es a lo que “renuncio”
cuando tomo una decisión. Por ejemplo, ahora mismo podría estar en otros lados,
como mi casa o el trabajo.
—¿La bolsa?
—Ajá. Entonces analizo mis opciones. Frankfurt puede
sobrevivir esta noche sin mí. En mi casa estaría viendo tele, a mi hijo dormir
o hablando o peleando con mujer —explicaba mientras dejaba un rastro de
mordiscones y lamidas desde su cuello hasta su mandíbula. Bill estaba
complacido y relajado—. O bien estoy aquí, contigo. Disfrutando de una noche
única. Si lo comparo, no renuncio a mucho, salgo ganando.
Besó a Bill nuevamente y se entretuvo con ello un rato,
mientras acariciaba sus muslos.
—¿Única? —rió contra sus labios.
—Única.
*
La rutina en la catedral de los capitalistas nunca era
aburrida. Hasta podría decir que era como la moda: arreglada y maquillada para
parecer perfecta, con algo novedoso cada día, en un ambiente agresivo para la
persona común. Porque la persona común nunca pertenecería allí. Para permanecer
en ese “mundillo” debían no solo ser agresivos y ambiciosos, también adictos a
la adrenalina.
Saber trabajar bajo presión.
Y para realmente ganar, debían aprender el arte de jugar
sucio sin que el polvo se les pegue en la ropa.
Los almuerzos solían ser reuniones de trabajo en el
restaurante del Flemings, donde almorzaban poco y gastaban mucho, siempre
pendientes de la hora que marcaban sus Rolex.
—Mi secretaría me dijo que está muy interesado en invertir,
señor… —se interrumpió con gracia. No conocía el nombre de su acompañante y
esperaba que se lo dijera. Sus facciones le eran familiares y eso, en especial,
lo tenía intrigado.
—Dime Tom. Y la inversión será tuya.
Anis frunció ligeramente el ceño. Odiaba no comprender.
—Hará un par de noches conociste a mi hermano. Un encuentro
increíble, seguramente —comenzó a explicarse mientras sacaba algo del
bolsillo—. Me contó de tus costes de oportunidad y creo que hay una opción que
dejaste de lado. —Dejó el objeto sobre la mesa, junto a la copa de chardonnay. Una
placa de policía. Anis la contempló antes de mirar a Tom—. Creo que te gustará
invertir mucho en él —continuó. Tenía
la misma sonrisa de Bill: irónica, sensual, triunfadora—.
Todos ganaremos.
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