miércoles, 19 de febrero de 2014

Coste de oportunidad

Título: Coste de oportunidad
Fandom: Tokio Hotel
Rate: T
Pairing: Billshido
Género: Universo Alterno
Resumen: En su análisis, una noche con Bill era pura ganancia.


Lo vio cuando salía del cine, a lo lejos: cuerpo lánguido y una cascada de cabello de negro. Hacía la fila para otra película, seguramente no una infantil. Y en sus ojos maquillados se leía una sensualidad innata, la misma que exudaba incluso en movimientos simples como acomodarse los anillos.
—Cariño, ¿podrías volver sola con la niña? Quiero saludar a un conocido y luego tengo que resolver unos asuntos del trabajo. —Apenas recibió un escueto asentimiento, besó en la mejilla a su hija.
No le fue difícil escabullirse; tampoco lo fue perderlo de vista. Era alto y destacaba entre la multitud de cuerpos que entraban y salían de distintas funciones. La sala estaba medio vacía y las luces aún encendidas. Lo avistó en la penúltima fila, solo.
Cuando le preguntó si la butaca a su lado estaba libre, el chico lo miró con una ceja alzada, delineada en perfecta ironía.
—Claro.

*

Pequeños comentarios a lo largo de la película fueron parte de su estrategia. Siempre se consideró bueno con las palabras. Para cuando los créditos acabaron de aparecer en la pantalla y las luces se encendieron, él ya le había sonsacado su nombre y un a su invitación.
—Entonces, Anis, ¿qué te pareció la película? —le preguntó Bill antes de llevarse el tenedor con un pedacito de salmón a sus labios, finos y sonrosados.
Tardó un momento en contestar; su imaginación le provocaba con labios hinchados alrededor de su miembro y una lengua escurridiza.
—Larga. Más parecida a la realidad de lo que esperaba.
—Está basado en una historia real.
—Todo está basado en la realidad en cierta forma, pero nada es completamente fiel. Podría contarte la historia del mago que acumula magia sin hacer nada más que respirar y decirte que está basada en mí. De cinco a siete solo duermo y, aun así, gano dinero.
—Porque toda historia que vale la pena contar viene con muchos dígitos en una cuenta suiza o en fajos de cien —comentó. Su tono parecía irónico y seductor al mismo tiempo. Anis solo asintió, con una pequeña sonrisa—. Así que eres parte de ese mundillo de las finanzas, ¿no? Jugando con los arbitrajes y costes de oportunidad.
—¿Mundillo? —bufó divertido—. Hablas como si fuéramos una raza distinta.
—Conozco a algunos que creen serlo. Una raza intocable con sus yates, sus Lamborghinis y sus mansiones de verano. No puede mostrarse rebajándose a algo peor que Armani, Dom Pérignon y hoteles cinco estrellas.
Su sonrisa se ensanchó.
—¿Acaso prefieres un motel?
Terminaron subiendo las escaleras del Carlton-Ritz. Lo besó con ansias contra la puerta de la suite, lo desvistió y lamió su prominente clavícula sobre el sofá victoriano y ambos acabaron encima de las sábanas de 1200 hilos. Bill se movía con confianza y una sensualidad envidiable; tenía el cuerpo tatuado y usaba accesorios que no se quitó ni cuando se metieron en el jacuzzi. Allí recostó su pecho contra la pared y Anis pronto se encontró admirando la curva suave de su espalda baja y dándole masajes que acababan en caricias bajo el agua espumosa mientras Bill se deshacía en ronroneos.
—¿De qué trabajas?
—Soy modelo; recién regreso de Berlín. Mi papá quería que estudie finanzas, medicina o alguna carrera respetable como mi hermano, pero no funcionó. Ni siquiera recuerdo exactamente los conceptos. Arbitraje era algo de los precios y de lo otro, el coste, ya no tengo idea.
Anis rió. Bill sonaba genuinamente sincero y excitante.
—Es sencillo. Costes de oportunidad es a lo que “renuncio” cuando tomo una decisión. Por ejemplo, ahora mismo podría estar en otros lados, como mi casa o el trabajo.
—¿La bolsa?
—Ajá. Entonces analizo mis opciones. Frankfurt puede sobrevivir esta noche sin mí. En mi casa estaría viendo tele, a mi hijo dormir o hablando o peleando con mujer —explicaba mientras dejaba un rastro de mordiscones y lamidas desde su cuello hasta su mandíbula. Bill estaba complacido y relajado—. O bien estoy aquí, contigo. Disfrutando de una noche única. Si lo comparo, no renuncio a mucho, salgo ganando.
Besó a Bill nuevamente y se entretuvo con ello un rato, mientras acariciaba sus muslos.
—¿Única? —rió contra sus labios.
—Única.

*

La rutina en la catedral de los capitalistas nunca era aburrida. Hasta podría decir que era como la moda: arreglada y maquillada para parecer perfecta, con algo novedoso cada día, en un ambiente agresivo para la persona común. Porque la persona común nunca pertenecería allí. Para permanecer en ese “mundillo” debían no solo ser agresivos y ambiciosos, también adictos a la adrenalina.
Saber trabajar bajo presión.
Y para realmente ganar, debían aprender el arte de jugar sucio sin que el polvo se les pegue en la ropa.
Los almuerzos solían ser reuniones de trabajo en el restaurante del Flemings, donde almorzaban poco y gastaban mucho, siempre pendientes de la hora que marcaban sus Rolex.
—Mi secretaría me dijo que está muy interesado en invertir, señor… —se interrumpió con gracia. No conocía el nombre de su acompañante y esperaba que se lo dijera. Sus facciones le eran familiares y eso, en especial, lo tenía intrigado.
—Dime Tom. Y la inversión será tuya.
Anis frunció ligeramente el ceño. Odiaba no comprender.
—Hará un par de noches conociste a mi hermano. Un encuentro increíble, seguramente —comenzó a explicarse mientras sacaba algo del bolsillo—. Me contó de tus costes de oportunidad y creo que hay una opción que dejaste de lado. —Dejó el objeto sobre la mesa, junto a la copa de chardonnay. Una placa de policía. Anis la contempló antes de mirar a Tom—. Creo que te gustará invertir mucho en él —continuó. Tenía la misma sonrisa de Bill: irónica, sensual, triunfadora—. Todos ganaremos.





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