domingo, 22 de julio de 2012

Encuentro con un famoso



Título:
 Encuentro con un famoso
Categoría: General
Nota: Lo escribí para mi prima y su fanclub.


Estás emocionada. Ya casi no recuerdas cuánto tiempo estuviste esperando este día. Tuviste que viajar más de dos horas pero sabes, estás completamente segura, de que va a valer la pena.

Alrededor tuyo hay más de cientos de personas, chicas en su mayoría, en tu mismo estado: rebosantes de alegrías. En seguida te unes a la multitud que canta  grita  su nombre en un canto increíblemente afinado y sincronizado, hasta que él aparece saludando; entonces comienzas a gritar a todo pulmón de la emoción en un chillido que extrañamente no te deja sin aire.

Sin que te importe estar apretada entre las demás fanáticas ni el calor humano que en cualquier otro momento te podría sofocar, sacas tu cámara y te dedicas pura y exclusivamente a observarlo moverse, a acompañar su voz barítona con la tuya a lo largo de cada una de las canciones, a tomarle fotos y grabarlo mientras él da el mejor espectáculo de tu vida.

Y entonces en un momento determinado  no sabes cuándo, no te interesa mirar el reloj, sólo importa que sucedió, él te regresa la mirada. Fue un instante eterno pero fugaz al mismo tiempo en que los ojos de ambos se conectan y parecen decirse todo de una, sin palabras mediante. No obstante, él devuelve la mirada a la muchedumbre en sí. Eso no te molesta ni te entristece, sino que continuas en estado de shock. Vuelves en sí y sientes que tu corazón empieza a latir de nuevo.

Con una renovada sonrisa, empiezas a gritar de nuevo. Y, en lo que te pareció un suspiro, el concierto terminó. Sólo que cuando miras el reloj, te enteras que realmente duró dos horas. Sales completamente emocionada y no puedes parar de hablar del show. Tu mamá te escucha casi sin interrumpirte hasta que llegan al hotel, cuando casi te obliga a que te duermas y te niega ir a su hotel a acampar para verlo de nuevo. A regañadientes, le haces caso. Aunque estás completamente segura de que no dormirás hoy.

No obstante, el cansancio te vence.

Antes de empezar el viaje de vuelta, vas con tu mamá a desayunar. Mientras le cuentas que tu amigas no te creerán lo genial que la pasaste y te apenas de que ellas no hayan podido venir, empiezas a mordisquear una medialuna. Escuchas que las puertas del bar se abren y por ellas ves entrar a tres o cuatro personas, una de ellas de menor estatura y con gorra y lentes de sol.

Empiezas a llamar la atención de todo el local cuando toses al atragantarte con la medialuna. Tu mamá te palmea suavemente la espalda y oyes que te preguntan si estás bien, con una pésima pronunciación y un marcado acento extranjero. Y, claro, una voz que reconocerías aunque fueras sorda.

Levantas la mirada y tu garganta se seca cuando dices un tartamudeado "gracias". Ves cómo su sonrisa se ensancha y se quita los lentes oscuros dejando al descubierto aquellos expresivos ojos.
Hey, I saw you last nigth él dice. Tú sabes poco inglés, pero entiendes lo que dijo y sientes como tu corazón se saltea dos latidos. Se acuerda de ti, y ese solo pensamiento hace que tu corazón bombee sangre como loco y que tus mejillas se tornen rojasDid you liked it?
Por un segundo dudas poder responderle, pero de tu boca se escapa un afinado "I loved it!" y te maravillas mientras ves cómo su sonrisa se ensancha y el calor de su mirada se intensifica.

Lo llaman y sientes como tu burbuja empieza a romperse. Antes de dejarlo despedirse y que se vaya, buscas la cámara y le pides una foto con un tartamudeo. Él asiente y se sienta para la foto a tu lado, aproximando su mejilla a la tuya hasta que se rozan y sientes en ese microsegundo un escalofrío recorrer tu espalda, y rodea con su brazo tu cintura mientras sonríe para la foto.

Aprietas el botón disparador y eternizas ese momento en tu nueva foto favorita.

Él se para y se despide, pero antes de marcharse se da vuelta con una sonrisa.
Hope to see you again comenta y se va.

Dudas de si esto ha sido real o un simple pero fantástico sueño. Aún así, no te es necesario saber inglés para estar completamente segura de que también esperas volverlo a ver.

Justificaciones



Título:
 Justificaciones
Resumen: ¡Maldición! Bella me llamará traidor, pero ni ella ni mi familia me entiende... Yo la quiero, juro que lo hago, y quiero lo mejor para ella.
Categoría: Hetero
Rating: 9+

En mi mente se repite únicamente ese momento.
Sin cesar.
Como si fuera una mala película, gastada y repetitiva, con diálogos que pueden rayar en lo cursi pero que le oprime el corazón al hipócrita que la esté mirando. Si la viera como un tercero, sería seguramente esa persona que se ríe en el cine sin vergüenza alguna y a la que todos miran mal. Pero no. Soy Jacob Black, el estúpido hombre lobo, receptor del odio del destino.
«Adiós, Jake.»
¡Maldición! ¿No podía ella hacerme caso? ¿No podía quedarse por mí? ¿Por qué ese chupasangre? ¿Por qué?
¿Por qué sucumbía a la droga asesina y desangradora y no me aceptaba a mí, como su salvador... de cuatro patas peludas? ¿Por qué la sanguijuela era la droga y yo el simple mejor amigo?
Mierda, Jacob ya empezó de nuevo...
Seeh... Embry, te apuesto cinco a que va a empezar con lo del olor pútrido del pálido que corrompe el dulce perfume de Bella.
Dale. Para mí que dirá que Bella no está consciente de lo que realmente le conviene.
Jared, retírate. Lo que Embry dijo, Jacob siempre lo repite.
¡Eh, muérete Quill! Últimamente tienes como diversión arruinarme toda ocasión obtener dinero fácil.
Ya, tranquilos chicos. Ambos ganarán, después de todo, el amor te vuele idiota.
¡Ja! ¡El macho Alfa ha hablado! Dinos, Sam, ¿qué tal las cosas con Emily? ¿Para cuándo el niño-lobo?
No te pases, Paul.
Gruño. Lo único que esta manada de lobos imbéciles hace últimamente es inmiscuirse en mi vida. ¿Acaso no tienen nada mejor que hacer?
¡Eh! ¡Cuidado con cómo nos llamas!
Jake, ¿no se te ocurrió que puede ser porque tú no haces otra cosa que pensar en ella?
Corro por el bosque pintado de verde, el musgo a veces me hace resbalar apenas, pero puedo controlarlo a la perfección. Salto el tronco de un árbol caído, evitando contestarle a Jared. No es su problema, son mis pensamientos, son privados. Que puedan oírlos no significa que deban escucharlos. ¿Y qué si pienso en Bella? Yo la quiero.
Seeh, amigo, de eso ya nos dimos cuenta.
Si tanta privacidad quieres, ¿por qué no te conviertes de nuevo en un maldito humano y nos dejas cambiar de tema?
Hazle caso a Paul y ve a llenarle la cabeza a Emily un rato, ¿quieres?
Gruño de vuelta y bufo. Le haré caso a Quill, ya necesito algo de alimento. Tal vez duerma un rato incluso.
Bien, idiotas.
¡Eh! ¿Qué dijimos sobre los insul...?
Me convierto antes de terminar de oír la queja de Jared. Me pongo nuevamente el bóxer y los pantalones, y regreso corriendo a la reserva de La Push.
Correr me gusta. Libera mi mente. Deja que me olvide de todo y me concentre únicamente en el húmedo aire golpeando mi rostro y el crujir de la hierba que se dobla bajo mis pies. Sólo que en los últimos tiempos correr se me ha hecho una acción inconsciente, por lo que mi mente también ahora puede socorrer a mi memoria y llamar a los malditos pedazos de momentos vividos que normalmente llamamos recuerdos para mantenerme ocupado en ser un masoquista.
«Adiós, Jake.»
Con esas dos palabras Bella se deshizo de mí. Con esas dos palabras se fue en busca del chupasangre. Esas dos palabras significaron el quiebre, la grieta que finalmente se agrandó y nuestra amistad se rompió. Yo no puedo ser amigo de un vampiro, o de la novia de un vampiro. Yo no debería sentir nada por una «chica vampiro», como Emily la llamaba jocosamente.
Acelero mi velocidad y diviso el hogar de Emily, con su rústica madera y su acostumbrado olor a deliciosa comida. Entro con desinhibición, ella está acostumbrada a ver nuestra media desnudez y falta de vergüenza. Emily me da la espalda, sabe que alguien ingresó en su casa pero aún así continua acomodando pastelillos de sésamo en una gran bandeja.
¿Ya volvieron? me pregunta dándose la vuelta cuando oye a la silla que muevo para sentarme chirriar. ¿Y los demás?
Ya vienen. Me volví antes.
Bien, entonces sírvete me insta, colocando al frente mío una excesiva cantidad de pastelillos para una persona común.
Tomo uno y lo saboreo de un mordisco. Emily siempre cocina de maravilla, y en cantidades industriales. Si no fuera por ella, seguramente moriríamos de hambre... o nos gastaríamos un dineral en pizza. Ella adora cocinar, y nosotros comer.
No voy a evitar continuar pensando en Bella y sus decisiones equívocas, si al fin y al cabo parece ser que soy un adicto a la mortificación y a la auto-flagelación mental. Me molesta, terriblemente. Es como una picazón en tu espalda, justo en el punto ciego en donde la mano de ninguno llega. Si logro rascarme, la picazón aumenta de la misma forma que si no lo hiciera.
Fastidia, y demasiado.
Y ella tampoco hace algo como para ayudarme. En cambio, acepta ciega la cárcel a la que Cullen la somete. Está encima de ella todo el tiempo, la busca, la trae, la sobreprotege, le crea un burbuja de cristal más chica que la anterior que él mismo destruyó cuando se marchó en su pseudo-intento de hacer algo bueno para Bella. Ella no hace nada. Como muñeca, deja que otro la mueva. ¿Qué pasó con la adrenalítica amiga que supe tener? La que me visitaba siempre que se le hacía posible y que me brindaba su compañía. La que se preocupaba por mí y la que no me llamaba a escondidas como si estuviera incumpliendo una ley.
¿Tan lejos ha llegado Cullen que Bella tiene que esconderse de él para dedicarle dos segundos a la persona que en algún momento fue su amigo? Admito que yo tampoco acepto sus llamadas y que Billy siempre tiene que terminar dando una evasiva para cubrirme; pero yo tengo explicación. A mí me duele. Me duele ver cómo ella cae irremediablemente en un hechizo producido por las dotes naturales de un depredador despiadado como lo es ese parásito. No quiero escuchar una excusa. No quiero escuchar la maldita afirmación de que la perdí, de que ella no es mi Bella, la que tanto añoro...
Jake me llama Emily suavemente, ¿estás bien?
Creo que sí, ¿por?
Porque has comido sólo un pastelillo.
Es que... necesito algo con más azúcar.
Emily eleva una ceja divertida y burlona.
¿Más azúcar? Si gasté cuatro quilos de azúcar en las cinco docenas que hice... Dime la verdad, ¿es la chica vampiro? —Cabeceo afirmativamente. ¿Y no se te ha ocurrido que tal vez ella no está predestinada para ti, que hay alguien más ahí afuera?
Mi cuerpo se calienta y se enerva debajo de mi piel. Me controlo, es sólo Emily y, además, ella me da educadamente su opinión. Le niego, seguro de que Bella es la única.
Yo sé lo que le conviene a Bella, y justamente no es la sanguijuela. Tengo que ayudarla, protegerla de él, encontrar la forma de alejarla. Sé que Charlie estará encantado de ayudarme ya que, después de todo, odia a Cullen por haber destrozado a su niña. No obstante, tengo que encontrar la forma aún, Bella no se alejará del chupasangre por propia voluntad y no aceptará tampoco estar obligatoriamente lejos de él sin una razón precisa y justificable.
Vuelven los demás, riéndose con fuerza. Se sientan en la mesa haciendo mucho revuelo en el acto. Me miran cómplices y risueños. Paul me roba el pastelillo que tenía en la mano sin morder y se lo traga de un bocado.
Ya, deja de pensar tanto que tus neuronas tienen una vida útil muy limitada se burla.
Por lo menos, las mías funcionan gruño.
Últimamente me hallo de muy mal humor y no encuentro muy graciosas las bromas de los demás.
Tranquilos, no se maten nos apacigua Sam. Jacob, tienes que ir a ver a Cullen.
¿Por qué yo? me quejo.
Porque estuvimos pensando en darte una excusa para ir a ver a Bella y se nos ocurrió que puedes ir como portavoz de la manada y hacerle recordar al chupasangre el tratado explica calmo y con una sonrisa en los labios mientras abraza por la espalda a su prometida.
Me niego persisto en ser un cabeza dura.
La expresión de Sam se endurece.
Irás. Ahora. Y porque yo te lo ordeno.
Me callo. No quiero empezar prematuramente una pelea con el macho alfa de la manada. Van a creer que quiero su puesto, y es todo lo contrario. A pesar de que he nacido para ser el líder, yo lo único que quiero es que Bella y los demás que quiero estén bien. No necesito ser jefe, eso se lo dejo a quienes tienen verdadera aptitud.
Bien, bien acepto con desgana.
Me levanto con pesadez y, antes de marcharme, le robo un pastelillo a Embry.
¡Eh! ¡Ese es mío! se queja y yo le saco la lengua como cuando éramos niños.
Jacob me detiene Sam un segundo después de que he atravesado la puerta. Por supuesto que nos importa todo esto, al fin y al cabo, somos una familia, ¿o no?
Sí, sí, lo que tú digas.
Salgo de la casa de Emily a paso lento. Miro el cielo, el mar, el bosque. Miro cualquier cosa que me distraiga. Tal vez nunca le diga a los chicos, pero me alegra lo que ha dicho Sam. Y la excusa que me brindó para ver a Bella fue perfecta, ella seguramente llegará con él. Aún así, tengo que encontrar la manera de alejarla de él. Y no se me ocurre ninguna.
Sigo caminando y me doy cuenta de lo cerca que está la casa de Emily de la mía. Hace cosa de un día que no saludo a mi papá, tal vez debería entrar a hacerle recordar mi existencia...
Las veo. Ya sea el sol, Dios, Rá, Buda o quién-quiera-que-fuese me iluminó y las veo. En mi garaje, mal ocultas bajo una lona están las motos reparadas por mí en compañía de Bella. Está la moto roja de Bella. Está la razón por la cual ella se alejará de ese maldito cara pálida. En vez de entrar en la casa, desvío mi camino y me acerco a mi garaje. Agarro la moto roja y me monto en ella. La acaricio con suavidad y la prendo.
Me voy. Estoy seguro de que Cullen estará allí. Estoy seguro de que Bella se enojará. Estoy seguro de que sus cejas fruncidas a causa de la rabia le dará un toque especial a su rostro, otra manera de comprobar que ella es hermosa; y de que esto lo hago porque la quiero.

El secreto de Warren



Título:
 El secreto de Warren
Resumen: Cuando ella tomó su mano y dijo "lindo" con una sonrisa; él solo pudo hacer tres cosas. 
Categoría: Hetero
Pareja: Warren/Layla (One-sided)
Rating: 9+



Warren es una persona simple.

Él tiene una teoría. Si el mundo lo odia, él odia al mundo.

Él odia las estúpidas conversaciones, las estúpidas miradas, y los estúpidos susurros detrás de él.

Odia a Stronghold. Padre e hijo. Ambos son tan, tan… insoportables. Y si te estás preguntando si la razón es que su papá está en prisión debido a Stronghold, él va a contestarte: no. Odia a Stronghold. Punto final.

Odia la dulzura. Él piensa que es posible que alguien pueda mostrar sus sentimientos sin palabras extremadamente empalagosas.

Entonces, cuando ella tomó su mano en el momento en que Stronghold estaba caminando con la-perfecta-y-hermosa-cerebrito Gwen, y dijo “lindo” con una sonrisa; él sólo pudo hacer tres cosas.

Primero: se quedó mirándola, incrédulo.

Segundo: esperó unos segundos únicamente y, cuando Will estuvo lejos de ellos y Layla finalmente estuvo en silencio, dejó sus llamas salir de su mano, ganándose un “¡Ouch!” de dolor.

Tercero: le explicó con cierto veneno en su vozNo me llames “lindo”. Y cerró su libro, tomó su mochila y se fue lejos de ahí.

¿Tengo que repetirlo? Él detesta las palabras dulces y a Stronghold.

Bueno, ¿la verdad? Él realmente no odió ese “lindo”. No, no lo hizo. Lo que él odió fueron los sentimientos en las palabras de ella. Fue falso, sólo una falsa declaración en frente de Stronghold porque ella estaba esperando algunos celos por parte de Will, su estúpido mejor amigo y amor secreto.

Bah.

Él esperaba secretamente una dulce palabra de Layla. Con su melodiosa voz y su maravillosa sonrisa. Sólo para él. Y sin incluir ningún mejor-amigo-y-posible-futuro-novio en la situación.

Pero, shh… Yo dije: es un secreto.

El secreto de Warren.

Elegant decay



Título:
 Elegant decay
Resumen: Giovanni se encontró con Primo Uomo, y solo pudo seguirle el juego.
Categoría: Slash
Advertencia: Incesto, Lemon.
Rating: 18+
Nota: One-shot para el Intercambio del Blog de Autores de Fanfics. Respondí el prompt de Maggot.


La ventana de la habitación se imponía como el marco de aquel escenario colorido e inédito para él, que se desarrollaba con algarabía festiva. Apoyado sobre esta, percibía el sol invernal del mediodía entibiando sus mejillas e iluminando cada recóndito lugar del la Piazza San Marco.
Si era sincero, había creído que viajaría a Roma o a la capital de la moda italiana, Milán. Mas, allí estaba: en la Ciudad de los canales, con el esplendor del carnaval inundando el centro y sus calles adyacentes.
Oyó unos golpes modestos en la puerta seguido de un lejano «Room service». Al abrirla, ingresó un empleado trajeado de manera casi graciosa que empujaba un carrito con variados platos.
Signore —saludó el camarero mientras acomodaba la vajilla sobre la mesa que poseía la suite. Él le contestó con un asentimiento y lo miró con desinterés mientras buscaba algo de dinero entre sus bolsillos como propina, hasta que el empleado colocó enfrente suyo una caja grande cerrada un moño tirante y le tendió una carta.
Grazie —murmuró un poco confundido y la agarró. El papel del sobre era satinado y en él se leía, con letra itálica y elaborada, «Giovanni». Adentro encontró una tarjeta, demasiado parca y formal para su gusto, que sin preámbulos lo invitaba a una fiesta privada esa misma noche en el Hotel Danieli.
Imaginó el contenido de la caja y no pudo evitar que una sonrisa de anticipación se le dibujara en el rostro. Le pagó al empleado y se volteó nuevamente hacia la venta con una emoción afín a la que oteaba a lo lejos recorriéndole todo el cuerpo.

  
Había creído que se sentiría ridículo, pero por alguna razón se encontraba cómodo con la calza que utilizaba, sostenida por un cinturón cuya hebilla era color oro, y con botas de cuero. Además, la capa de terciopelo azul era tan abrigada como confortable. Por otro lado, estaba contento de no llamar la atención entre tantas personas disfrazadas de manera similar, o mucho más rimbombante incluso. Con el cetro engalanado con falsas joyas en sus manos enguantadas de blanco, su primera impresión frente al espejo había sido que se veía demasiado ostentoso, mas ahora se daba cuenta que durante aquellos días estaba bien visto.
Había cientos de turistas que como él observaban alrededor con admiración, solo que la mayoría portaba una simple máscara que habrían comprado en alguno de los tantos puestos y priorizaban tomar fotografías a los variados personajes que se paseaban por las calles. Él mismo se prestó ocasionalmente para alguna foto y durante cada captura agradeció la simple máscara blanca con detalles en azul y oro y el sombrero negro con plumas azules que lo ayudaban a pasar completamente desapercibido.
Se entretuvo un buen rato observando desfiles y dando vueltas con las efímeras compañías de arlequines, colombinas y médicos de la peste. La multitud rebosaba de alegría y lo llenaba a él también. Mas, en algún momento, la variedad de sombreros y tocados de gasa se volvió casi abrumante, y la cantidad de colores más el continuo vaivén de la gente se volvió hasta mareante. Además, sus oídos le zumbaban suavemente, hastiados de oír tantos idiomas al mismo tiempo que se le hacía confuso.
Se tomó unos minutos para respirar con tranquilidad sobre unos de los pequeños puentes que conectaban las islas, y para contemplar el lugar. Venecia era linda. Él ya había estado en otras ciudades con algunas edificaciones de antaño, pero allí cada edificio tenía arcadas góticas y detalles barrocos. La humedad escarapelaba las paredes y patinaba los metales y las maderas, pero, lejos de ser desagradable, le proporcionaba su encanto a la ciudad, al igual que los canales y las calles laberínticas.
«Elegant decay», recordó que se denominaba —o «Decadencia Elegante», como había traducido literalmente— según una de las tantas revistas de su hermano que había una vez leído. Y no se equivocaba. Venecia tenía una apariencia que incluso él podía definir como romántica, especialmente cuando el lila y el anaranjado del firmamento se recortaban en la ciudad y se reflejaba en el agua…
Entonces cayó en la cuenta de que estaba atardeciendo. Y sacó la tarjeta de invitación para comprobar su dirección.

  
¿Acaso había pensado que las laberínticas calles de Venecia eran encantadoras? Claro, eso había sido antes de perderse.
Solo se había distraído por unos segundos, pero esos fueron definitivos para rápidamente encontrarse a sí mismo desorientado. El trazado vial no seguía ningún tipo de grilla u organización y estaba repleto de callejones ocultos entre las edificaciones que sólo había visto cuando estaba parado frente a ellos. Había andado sin un rumbo definido por un buen rato y la frustración había pesado en él. Había estado insultando sin cesar el instante en que había elegido alejarse del centro hasta que, en la novena calle elegida al azar, había encontrado un cartel que marcaba la dirección de regreso hacia la Piazza San Marco.
Una vez allí, había notado que, al haber acaecido la noche, había mermado el vaivén continuo de gente. Había intentado preguntarle a alguien hacia dónde debía dirigirse, mas la única persona que había podido marcarle el camino había sido un vendedor que curiosamente había recordado saber inglés apenas él había accedido a comprarle una máscara.
—Go to the campanile, the tower over there and turn to the left and take that street… one or two blocks —había explicado el hombre con un marcado acento.
Él le había agradecido con apuro y se había alejado ya más sereno, toqueteando de manera distraída la nariz alargada como pico de tucán de la máscara de médico de la peste. Si era sincero, no le había agradado mucho su forma, pero había pensado que quizás a su madre sí le gustaría como recuerdo o que bien podría usarla en Halloween.
Había seguido las palabras del italiano y, afortunadamente, ahora estaba dentro del salón, en una fiesta exclusiva y completamente diferente a cualquiera de las que había ido anteriormente. Notó que había llegado tarde debido al gran contingente que se agolpaba entre las columnas inmaculadas de mármol, todos completamente disfrazados de manera sobria, como distinguidos nobles de época.
Inspeccionó en busca de algo que llamara su atención, mas con lo único que se topó fue una mesa con aperitivos y copas de champán. Contra la pared vislumbró un sector reservado para la orquesta y ante la idea misma de una fiesta con orquesta, decidió que necesitaba que su noche se tornara divertida. Así que agarró decidido una de las tantas copas de cristal, mas no llegó a beber su contenido que un suave «Ciao» lo asaltó por la espalda. Al voltearse, se encontró con una mujer ataviada en un vestido de falda ancha y corsé apretado que resaltaba su fina cintura.
Ciao, giovanotto. Chi sei? —cuestionó la mujer con rapidez—. Oh, mi disipase. Quella scortesia da parte mia. Io sono la Prima donna —se presentó y estiró la mano.
Él la tomó algo confuso y le plantó un beso casto en el dorso.
—Giovanni.
Vio cómo sus ojos negros —la única parte visible de su rostro— se iluminaban por un instante.
Liéto di conóscerla, Giovanni. Come sta, il miele? Cosa ci fai qui? —Prima donna hablaba con premura y alegría, con una voz distinguible de soprano y en un italiano que le sabía casi imposible de comprender—. Vièni, c’e qualcuno che cuole introdurre. Sono sicuro che vi piacerà… —Ella esperó unos segundos con el brazo ligeramente extendido pero, al ver que él no le entendía, posicionó impacientemente la mano en torno a su codo y lo guió a través del salón.
Sus piernas casi se enredaron en la falda del vestido de Prima donna y en la de otras mujeres en más de una ocasión, pero al instante que lo vio, cerca de la columna más próxima a la pared empapelada de sutiles enredaderas de filamentos y flores doradas, supo que había valido la pena.
No resaltaba entre los demás, ni siquiera en altura, mas irradiaba una elegancia y porte superior.
Como si hubiera estado programado, en ese instante los violines de la orquesta se hicieron oír por todo el salón apenas comenzaron a tocar la Primavera de Vivaldi.
Giovanni, egli è il Primo uomo —rió suavemente Prima donna.
Era imposible verle el rostro ya que la mayoría de él estaba oculta por el antifaz, aun así lo percibía atractivo. «Quizás sea por cómo se ve», pensó. Pero no vestía de forma tan diferente a la suya: solo un chaquetón de brocado bordó y oro en lugar de capa.
Primo uomo estiró la mano derecha mientras sostenía con la izquierda una copa de champán. Tal vez fue el deseo de jugar lo que lo impulsó a tomar la mano enguantada en negro, acariciarla suavemente y besarla en vez de estrecharla. Cuando alzó la vista, Primo uomo sonreía levemente.
Buonasera, Don Giovanni —saludó sin perder la sonrisa—. Un piácere.
Buonasera. Come va?
—Bène, grazie. E tu?
—Bène —contestó, agotando sus recursos y lo poco que había aprendido del idioma en el viaje—. Io non parlo italiano.
Entonces, Primo uomo asintió con una sonrisa comprensiva.
Me neither.
So you speak english. Cool. Me too but I’m german, by the way. Mais, je parle français aussi. —Era mentira. Apenas recordaba un ápice del francés que había estudiado en la escuela, pero en aquel juego él quería impresionar.
—Así que políglota, ¿eh? —se mofó Primo uomo sin maldad—. Yo también soy alemán, por suerte.
Sonrió detrás de la máscara. Irremediablemente, Primo uomo le gustaba. Apenas había notado cuándo Prima donna había quitado su brazo y se había alejado ya que tenía toda su atención concentrada en él. En la manera en que el antifaz negro y oro seccionaba su rostro y dejaba al descubierto su boca, en cómo su voz se oía por encima del violín de Vivaldi y en cómo agitaba un poco el champán en su copa.
—De cualquier forma, para lo que se me ocurre hacer con usted no necesitamos ni siquiera saber hablar —añadió luego y se acabó el champán.
El que lo haya dicho en voz alta y directamente hacia él, lo desarmó por uno segundos. Primo uomo debió intuirlo porque rió con soltura y sin quitarle su mirada avellana de encima. Aquella mirada que le decía que era caprichoso y que todo lo que demandaba, lo obtenía.
Tampoco que él fuera a negarse.


 No le había tomado mucho tiempo etiquetar a Primo uomo de cautivante. Todo lo que vislumbraba de él lo era.
Como si hubiesen estado conectados con Vivaldi, su conversación se aceleraba, se volvía excitante y lo hacía querer exclamar al son de los violines. Las indirectas perdían sutileza al mismo tiempo que los crescendo les otorgaban la excusa perfecta para ir acercando sus cuerpos. Mas, pronto hizo caso omiso a los violines que ejecutaban las notas finales de Las cuatro estaciones y del violonchelo que se acercaba para lucirse con Bach.
Su cerebro era más conciente, en cambio, de la armonía de su risa, de su voz de barítono, de los sonidos que con el cuerpo producía. Primo uomo era en sí una obra maestra a la que quería admirar detenidamente. 
—¿Ha conocido a alguna mujer, Don Giovanni? Además de Prima donna, está claro.
—Pues, no. Ella ha sido única hasta el momento —contestó sereno mientras apoyaba el cetro contra la columna. Se había vuelto tedioso llevarlo en todo momento y pensó que bien podría no haberlo usado—. ¿Usted de dónde la conoce?
—La contraté —rió.
—Se nota que es una mujer interesante.
—Y caprichosa.
—Me gustan las personas caprichosas.
—Pero qué suerte.
—Ajá —afirmó—. Aunque no necesariamente las donnas.
Primo uomo negó con la cabeza, divertido, mientras una sonrisa ladina se dibujaba en sus labios. Entonces sintió fugazmente pena de sí mismo: estaba coqueteando como si fuera púber y ni siquiera podía evitarlo. Intentó justificarse con que no conocía las convenciones de los nobles del renacimiento, aunque fue en vano. Después de todo estaban jugando y si ya habían establecido tácitamente que sería con descaro, así lo haría.
Desvió la atención hacia el centro del salón donde había ruidos diferentes a música clásica y bullicio. Le tomó unos segundos darse cuenta de que había una pareja de instructores que demostraban los bailes típicos de la época renacentista; daban una breve introducción sobre la danza y luego enseñaban algunos pasos antes de invitar a los presentes a que se les unan. Contempló cómo unas cuantas parejas se preparaban para bailar antes de devolver la vista hacia Primo uomo, quien apuraba el contenido de lo que debía ser su tercera copa.
—¿Quiere bailar? —le preguntó.
Detrás del antifaz, Primo uomo lo miró pasmado.
—¿Qué dice? Somos hombres —remarcó con obviedad y señaló con la cabeza la pista de baile, donde decenas de varones y mujeres estaban enfrentados.
—¿Y? ¿Acaso teme que alguien llame a la Inquisición? —bromeó ladinamente, mas se dio cuenta de que Primo uomo debía tener el ceño fruncido—. Vamos, no pasará nada. —Estiró su mano con galantería—. Hasta le dejaré ser «la dama».
Notó que la mirada de Primo uomo se volvió fulminante pero brilló con diversión al mismo tiempo, si eso era posible; mas, tomó su mano y lo acompañó hasta un extremo de la pista de baile donde se ubicó en la hilera que conformaban los varones. Giovanni rió y se dijo a sí mismo que por aquella vez lo dejaría pasar mientras se posicionaba al lado de una delgada mujer.
La música inició y con ella los primeros pasos, movimientos que copiaban a la pareja de al lado. Inevitablemente, varios pares de ojos recayeron sobre ellos. Aun así, mantuvo su mirada fija en Primo uomo unos metros más adelante. Se inclinaron frente al otro como muestra de respeto, se aproximaron con deliberada lentitud, y alzaron y juntaron sus manos.
No había nada mágico: las texturas de sus guantes se entrometían entre sus pieles y los anillos de piedras molestaban; además, Primo uomo tenía una contextura física similar a la suya y poca gracilidad para el baile. Trastabillaron en más de una ocasión, pero, lejos de entorpecerlos, les había servido como excusa para olvidarse de la coreografía y modificar los pasos a sus antojos. Se acercaron más, se desafiaron mudamente y se apoyaron en el otro. Se olvidaron del alrededor y de las parejas bailando un forzado minué. En cambio, se dejaron llevar y danzaron un vals a destiempo que ocasionalmente se asemejaba a un tango.
No, no había ni aparente magia ni chispas explotando entre ellos, simplemente diversión y calor. Mucho más calor del que jamás habría creído sentir mientras bailaba un vals… aunque, si era sincero, anteriormente jamás se había imaginado a sí mismo bailando un vals siquiera. O lo que aquello que hacía con Primo uomo fuera.
Sus palmas sudaban a medida que descendían por el cuerpo mientras él disfrutaba con una sonrisa pícara las casi inadvertidas reacciones de Primo uomo. Como éste había decidido que él sea «la mujer», él había decidido cobrárselo progresivamente. Sin vergüenza alguna, trazó un recorrido desde la cintura hacia abajo que, con parsimonia, abarcó toda su espalda baja y se demoró en sus glúteos.
—Detente, o voy a querer follarte aquí mismo —gruñó Primo uomo; empezaba a tutearlo y su voz sonaba más grave, tan amenazante como corrompida por la lascivia.
—¿Así le habla a todos los que recién conoce? —rió y aflojó el agarre, mas no apartó la mano.
—Solo si me parecen interesantes. ¿Tú así tratas a todos los que recién conoce?
Giovanni se inclinó hacia delante, mientras alzaba ligeramente su pierna, y rozó sus máscaras hasta que alcanzó el oído del otro.
—Solo si me parecen interesantes —repitió con calma y acarició la ingle de Primo uomo con su pierna.
Disfrutó de la reacción de Primo uomo, quien tembló por un segundo y luego lo fulminó con la mirada cargada de deseo.
  

El tiempo que les había tomado atravesar el salón y meterse en los baños, había sido la duración de sus cuerpos completamente separados. No había sido mucho, ya que la gente se había ido apartando a su paso y luego los habían seguido morbosamente con la mirada.
Apenas ingresaron en el baño, él cercó a Primo uomo contra el espejo y empezó a quitarse los guantes, dispuesto a sentir completamente la piel del otro esta vez. Éste, en cambio, intentaba desperdigar besos por su cuello.
—Giovanni —llamó—. Tu máscara.
—¿Qué hay con ella?
—Quítatela —ordenó. Él se negó—. Hazlo.
—¿Qué hay de mi derecho al anonimato? —preguntó en broma.
—Me importa una mierda tu anonimato. Eres Giovanni. Ahora, quítatela o te perderás de algunas cosas maravillosas.
Él frunció el ceño levemente exasperado. Realmente, Primo uomo era como había pensado: caprichoso. Finalmente se sacó el sombrero negro con plumas azules y su cabello atrapado en largas rastas cayó libremente; entonces, aflojó la máscara y se la quitó. La dejó junto a sus guantes, sobre el lavabo.
—¿Contento? —preguntó sardónicamente mientras ponía sus manos a ambos lados de un Primo uomo, quien parecía paralizado.
—No. Me gustaría ir a un lugar menos público —comentó en voz baja, lo que le hizo enarcar sus cejas. Como respuesta, Primo uomo asintió con la cabeza hacia un lugar detrás de él.
Se giró casi con cautela y halló de pie en la puerta de uno de los cubículos a un hombre trajeado finamente, con la solapa de gerente del Hotel Danieli. Recompusieron sus ropas lo más rápido posible y salieron del baño pidiendo disculpas mezcladas entre inglés e italiano, con el calor aún envolviéndolos furiosamente.
En el pasillo notaron que las miradas de morboso interés aún estaban dirigidas hacia ellos y que incluso se habían intensificado. Al principio le molestó de sobremanera aquella atención no deseada y sin razón sobre ellos, hasta que vislumbró sus manos y cayó en la cuenta de que no tenía sus guantes. Ni la máscara.
Quiso voltearse y volver al baño por sus accesorios, pero Primo uomo fue más veloz: lo agarró de la mano y lo arrastró en dirección contraria al salón, hacia una puerta más moderna que el resto, con un cartel que en italiano y en inglés indicaba «salida de emergencia». En su estómago se revolvió la excitación con el fugaz temor que después se apoderó de su mente. Cuando ésta se esclareció, notó que estaban afuera, en un callejón estrecho y mal iluminado.
«Y frío», pensó apenas Primo uomo lo encerró contra la pared, un brazo a cada lado de sus hombros y su rostro cerniéndose sobre el suyo. Pronto, el frío quedó relegado cuando sintió el aliento caliente sobre la piel de su cuello, erizándola y enviando ligeros espasmos a todo su cuerpo.
—¿Su hotel o el mío, Primo uomo? —cuestionó en un susurro.
—Aquí mismo, si es por mí.
Estaba por recalcar con ironía el lugar privado en el que se hallaban, pero los labios del otro aprisionaron los suyos y lo último que vio antes de dejarse llevar fue su mirada refulgente. Besó y lamió las comisuras con fervor hasta que Primo uomo lo tomó de la nuca, abrió su boca y metió su lengua con ímpetu. Entonces, ambas lenguas se encontraron y se acariciaron por un buen rato, hasta que las barreras de la cortesía y los modales se desintegraron y él se sintió cómodo rodeando la cintura de Primo uomo con sus brazos y atrayéndolo hacia sí, chocando sus ingles. Pudo oír un lacónico y glorioso gemido que le causó una mueca de satisfacción.
Primo uomo vislumbró la sonrisa en su rostro y lo miró fijamente, al acecho de cualquier reacción, mientras desabrochaba la hebilla color oro. No batalló mucho antes de que el cinturón caiga al piso haciendo un ruido que le sonó raro. Luego, empezó a bajar la calza hasta media pierna con lentitud, principalmente en la zona de la entrepierna. Él intentó hacer lo mismo, mas Primo uomo apartó sus manos y lo besó para distraerlo mientras acariciaba sus muslos.
Apenas notó cómo, con tranquilidad, Primo uomo alzó su pierna derecha con una mano, ya que con la otra mano había decido masajear su miembro. Luego se quitó el guante con los dientes, en un movimiento que a él se le antojó demasiado sensual, y volvió a masajear su pene con más empeño. Envolvió los dedos alrededor de éste, apretó sin fuerza e inició un movimiento, arriba-abajo, incesante que al principio le supo tortuosamente lento. Mas, a medida que Primo uomo aceleraba el ritmo, los espasmos en su cuerpo se seguían y el calor incrementaba, hasta que asumió que no daba más y sintió explotar entre los dedos del otro.
El brillo en los ojos de Primo uomo transmitía lascivia y satisfacción, mas sus labios atacaron hambrientos cuando él aún no podía retomar la respiración.
Quiso retribuirle el favor, pero nuevamente Primo uomo apartó sus manos y, esta vez, las sostuvo entre la suya.
—No… Quiero que hagas otra cosa por mí —comentó con la voz un poco gutural.
—¿Qué…?
—Métete los dedos.
Le pareció que el calor disminuyó repentinamente por unos segundos.
—¿Qué…? —repitió incrédulo—. ¡No!
—Venga…
—¡Sabes que es por lo que más odio el sexo telefónico…!
—Vamos, Don Giovanni —susurró en su oído y le plantó un suave beso en el inicio de la mandíbula—, hazlo por mí.
No llegó a negarse de vuelta que Primo uomo asió con fuerza la mano que sostenía y la llevó hasta la altura de su boca. Entonces, Giovanni vio cómo sacaba su lengua y lamía sus dedos índice y mayor en toda su extensión y luego se los metía completamente en la boca. Y apenas la humedad lo cubrió totalmente, el calor volvió a expandirse por su cuerpo desde las yemas de sus dedos.
Imaginó la expresión de presuntuosa satisfacción detrás del antifaz, lo que le recordó que lo que Primo uomo quería, Primo uomo lo obtenía. Él no sabía qué demonios le podía encontrar a verlo darse placer de esa forma poco convencional, mas, con la dirección de la mano de otro, se llevó sus propios dedos hacia la entrada de su ano.
—Hazlo —canturreó Primo uomo.
Y él lo hizo. Sin vacilar, enterró la punta del mayor a través del esfínter. A pesar de saber que era él mismo, se tensó. Primo uomo pareció notarlo porque le dio un lametón a su mandíbula y una breve caricia a su glande. Él respiró dos veces antes de continuar más allá.
—Bien —lo felicitó—. Ahora el otro.
Lo fulminó con la mirada antes de introducir también el dedo índice. Con premura, lo llevó más adentro e intentó neutralizar sus expresiones.
—Y muévelos —ordenó Primo uomo alegremente. Luego añadió, con voz más seria—. Mira que me daré cuenta si no lo haces.
Resopló con falso fastidio. Ya se había acostumbrado a la intromisión y sus músculos se habían empezado a relajar. Aun así, separó ligeramente sus dedos tanteando su propio trasero y acarició su rugoso interior. Lo encontró extraño, pero también pequeñas descargas de placer lo invadieron y éstas lo envalentonaron a cerrar y abrir sus dedos, e incluso a curvarlos suavemente.
—Ahora, sácalos y mételos —susurró en su oído de una forma que encontró demasiado cautivadora como para no hacerle caso—. Sácalos y mételos. Sácalos y mételos. Sácalos y mételos. Sácalos y mételos… —Como si fueran órdenes, él cumplía al pie de la letra. Y a medida que aceleraba el ritmo, le pareció tonto negar lo obvio: lo estaba disfrutando y mucho.
Entreabrió los ojos y lo primero que vislumbró fue la mirada de Primo uomo fija en su rostro. Después, notó que se mordía los labios hasta volverlos blancos y que tenía la respiración un poco agitada. Por último, vio lo más interesante: Primo uomo se había bajado la calza y se estaba masturbando febrilmente al mismo ritmo que mantenía él.
Con los dedos de su mano derecha aún dentro de su cuerpo, estiró su izquierda hacia el pene de Primo uomo, pellizcó con suavidad la punta y gozó del gemido ahogado que le robó. Pellizcó torpemente un par de veces más y rozó ligeramente toda la extensión del miembro hasta estar seguro que Primo uomo estaba más duro que él. Entonces asió la mano del otro y la llevó hacia su propio trasero. Con una seña casi indescifrable le indicó que palpara. Primo uomo lo hizo; delineó una sección de la entrada ya más dilatada y se unió a los dedos que continuaban moviéndose introduciendo parcialmente su índice, lo que se tradujo en una inmediata tensión en Giovanni y una siguiente relajación.
—Creo que ya estamos listos —dijo Giovanni mientras sacaba finalmente sus dedos de su propio interior. Estaba empezando a voltearse cuando se detuvo abruptamente—. Tienes lubricante, ¿verdad?
Primo uomo negó con la cabeza y él lo miró incrédulo. Tenía que estar bromeando…
—Yo venía a una fiesta, no sabía que terminaría follando en un callejón —contestó como si fuera lo más obvio del planeta y no tuviera ninguna culpa. Aunque él estaba seguro de haber visto un brillo de maldad a través del antifaz.
Pensó que si hasta allí había estado bordeando su paciencia, ahora había traspasado el límite. Debería dar todo por terminado e irse ya mismo con parte de su dignidad intacta. Ir al hotel, tomar sus cosas, subirse a algún vaporetto que lo llevara a Italia continental y tomarse un avión de vuelta a casa.
«A la mierda.»
—Al menos, escúpete algo de saliva.
Pero tampoco podía negar que ya estaba allí y que él mismo estaba excitado de una manera que jamás habría sospechado. Terminó de girarse de cara contra la pared y se corrió la capa que caía en su espalda. Oyó lejanamente la risilla de Primo uomo y sintió el tirón en una de sus rastas que éste dio para que él encorvara la espalda y el trasero. Se abstuvo de insultar cuando la punta de Primo uomo ingresó, un poco más rápido y más fuerte de lo que esperaba, e indudablemente más grande que sus dedos. Aspiró con fuerza y trató de calmarse con el auxilio de las caricias que el otro le proporcionaba en su torso por encima de la tela y de los besos en su cuello.
En cuestión de segundos, Primo uomo estaba deslizándose por completo en su interior. Le tomó otro rato acostumbrarse íntegramente a la intromisión en su cuerpo, mas, cuando lo hizo, lo disfrutó plenamente. Tensó levemente sus músculos y los relajó, solo para sentirlo con más fuerza, pero Primo uomo lo interpretó como una señal aprobatoria. Empezó a moverse y, entonces, Giovanni quiso gritar de dolor y placer.
Y así lo hizo.
La ausencia de lubricante lo volvía todo más seco e íntimo si quería encontrarle el lado positivo—, pero, a medida que las estocadas se sucedían y el pre-semen de Primo uomo se liberaba, el dolor se volvió más tolerable. En algún momento, el calor comenzó a emanar de sus cuerpos y descargas eléctricas recorrieron todas sus terminaciones nerviosas. En algún momento, sus gemidos se transformaron en puras exclamaciones de placer y sus vientres cosquillearon hasta volverse molestos. En algún momento, sus miembros endurecidos vibraron y, en algún momento, las rodillas de Giovanni parecieron aflojarse por lo que se dejó caer mientras que Primo uomo se alzó con fuerza.
La estocada fue portentosa y puntual. Tocó la próstata y le produjo un placer indescriptible. Con los ojos cerrados, disfrutó de todo el Carnaval de Venecia, con todos sus colores, su alegría y su Primo uomo. Apretó sus glúteos y liberó un gemido fácilmente confundible con un gruñido mientras se corría nuevamente. Al instante, oyó el gruñido de Primo uomo en su oído y percibió su semen humedeciendo las paredes rugosas de su trasero.
Primo uomo salió de su interior, mas no se alejó. En cambio, se apoyó en la espalda de Giovanni, buscando descanso, y ambos intentaron normalizar sus respiraciones. Se preocuparon solo de sentir sus pieles transpiradas y sus suspiros ocasionales.
Aunque solo le duró unos segundos, antes de acordarse de que la temperatura era invernal, que estaban desnudos y en un callejón.
Che freddo! —dijo un hombre que salía del edificio con un cigarrillo en la mano. Los dos desorbitaron sus ojos y se separaron inmediatamente. Empezaron a alzar sus calzas con rapidez, pero Giovanni pateó algo en el piso que golpeó contra la pared—. Hey! Che cosa fai?! Gli omosessuali di merda!
Primo uomo lo apuró para retirarse, mas él se detuvo a mirar el suelo, donde contra la pared estaba su cinturón con la hebilla de oro y, atado a él, la máscara de médico de la peste que había comprado más temprano.
  

Amanecía en Venecia. El firmamento se aclaraba y se coloreaba de un suave dorado que las oscuras aguas del Gran canal absorbían. Viajaban en góndola por él, disfrutando de la belleza de la ciudad en la mañana y del canto suave en italiano del gondolero.
Oficialmente, para él, el tiempo del juego prescribía —aunque el dolor en su trasero, no— y finalmente se podía sacar la careta, mas no la máscara de médico de la peste. No podían arriesgarse a ser reconocidos. Por lo menos, así, podían disfrutar de los besos tranquilos y de la belleza del lugar, con una leve neblina abrazando las arcadas góticas y conformando una imagen de ensueño.
Repentinamente, pensamientos que había tenido en la tarde volvieron a saltarle en la cabeza.
«Elegant decay
Venecia era una ciudad preciosa, sin lugar a dudas, pero se estaba arruinando. Y cuanto más arruinada estaba, más linda se convertía. Además, Venecia se hundía, era un hecho. Con el pasar de los años y las centurias, la ciudad había adquirido la elegancia de la experiencia, del brillo y de la decadencia. Y, quizás, porque no había mejora posible o existía el convencimiento de que ya nada quedaba por hacer, lo único factible era su belleza romántica.
Si se atrevía a filosofar —y a esas horas era posible—, su relación con su hermano era comparable a Venecia. Ambos sabían que se estaban arruinando y hundiendo en un mar de problemas; pero, aun así, aquello que tenían era lindo y jodidamente fantástico.
—Bill —lo llamó en un susurro.
—¿Uhm?
—La próxima vez me toca a mí.
—¿Y qué se te ocurre? —preguntó algo adormilado.
—A ti, de mucama.
—Que poca inventiva, Tomi —resopló con mofa, pero no se negó. En cambio, se apretujó en el cálido abrazo y le plantó un beso suave en la mandíbula antes de dormirse a su lado, ambos abrigados con la capa de terciopelo azul de Tom, en una góndola en el Gran canal.
Sí, definitivamente eran como Venecia. 

El escritor



Título: El escritor
Resumen: «Escribe algo sobre mí», le había pedido Bill una vez. 
                 Tom prometió que algún día lo haría, y el día había finalmente llegado.
Categoría: Slash
Advertencia: Incesto, violencia.
Rating: 16+

«Escribe algo sobre mí», le había pedido Bill una vez.
Tom se había negado alegando que él no era bueno con las palabras; simplemente no le fluían poéticamente y coherentemente como sí les sucedían a otros. Bill le había insistido con persistencia hasta que Tom prometió que algún día lo haría.
«Escribiré sobre ti y será grandioso. Toda una obra de arte, ya verás.»
Y el día finalmente había llegado y Tom se encontró a sí mismo sosteniendo con firmeza una pluma. No había podido encontrar alguna lapicera que lo conformara, entonces escogió una pluma en su lugar ya que ésta, a pesar de tener la punta quebrada, era perfecta. Además, instauraba un aliciente romántico y arcaico que, debía admitir, resultaba atractivo.
Pluma en mano, comenzó a trazar con fuerza y concentración las primeras palabras. Le tomaba un buen rato cada frase, ya que ponía especial atención en que el trazo no le temblara y que fuera legible. Además, la superficie que había elegido no era tan lisa como siempre había creído, al menos no como para ser el soporte de su historia.
Tras lo que calculó media hora, se levantó desde su posición encorvada y se estiró, mas la emoción trepó por su cuerpo y lo alentó a ir hacia el encuentro de la mirada almendrada de Bill.
—Escribí mucho sobre ti, Bill. Es más fácil de lo que pensaba —comentó alegre mientras acariciaba con afecto su mejilla—. ¿Quieres que te lea lo que llevo hasta ahora? —preguntó de repente y contempló los ojos grandes y brillantes de Bill—. ¡Bien! Aunque no es mucho, y eso que achiqué la letra para que pueda caber todo lo que quiero contar…
Tom volvió rápidamente a su lugar anterior, se humedeció los labios y tragó saliva como preparación para leer en voz alta, acción que antes nunca le había agradado demasiado.
—Tu quédate así, quieto, únicamente —Tom pidió con suavidad antes de carraspear—. «Billy es un lindo chico, con una sonrisa grande y unos hermosos ojos avellana…» —se interrumpió a sí mismo por unos segundos, con aire dubitativo—. Ojos avellana, ¿está bien dicho así? ¿Qué dices, Bill? ¿No? Agh, debería haber puesto «ojos marrones», así era más fácil —se lamentó con un poco de amargura—. Como sea; «Billy es muy simpático, regala sonrisas a quien le hable y suele ser muy efusivo. También habla hasta por los codos y antes era siempre amonestado por no mantener la atención en clases. Además, es coqueto y usa maquillaje como si lo necesitara.
»Billy adora organizar fiestas; fiestas donde él es el único invitado. Le ofrece bocadillos al osito Gusti, bebe junto a Teddy y ríe a carcajadas con las ocurrencias de Geo. Todo gira alrededor de Billy; él es el alma de la fiesta y el agasajado. Su cabello es oscuro como la noche, las estrellas brillan en sus ojos y el mundo acaba a sus pies.
»Todos adoran a Billy, y ¿cómo no adorarlo? Si su belleza es de otro planeta y su personalidad es atractiva…» Acá no estoy muy seguro de si «atractiva» es la palabra que debe ir —volvió a interrumpirse Tom, mientras fruncía levemente sus labios—. Tal vez, «cautivadora». ¿Tú qué crees? Ya, lo de los sinónimos no es lo mío. Igual, ya puse «atractiva» y «atractiva» quedará —resolvió—. Ya, Bill, no te impacientes —rió y estiró su brazo para frotar suavemente el hombro derecho de su hermano—; ahora sigo. «... ¿cómo no adorarlo? Si su belleza es de otro planeta y su personalidad es atractiva, tanto como la gravedad misma.
»Pero Billy no es perfecto. Billy tiene cosas tan buenas que terminan siendo malas.
»Billy es traicionero.»
Tom se levantó nuevamente y buscó otra vez los ojos esquivos de Bill. Apartó un mechón de cabello que le caía sobre la frente y delineó con las yemas de sus dedos el límite entre el rostro albino de Bill y las raíces más oscuras de su cuero cabelludo. El tiempo discurría con parsimonia y, cuando la voz grave de Tom no se alzaba, solo sonidos guturales y apenas audibles se apoderaban del silencio.
—¿Te gustó?
Bill sacudió su cabeza frenéticamente y Tom contorneó ligeramente las cejas, como si estuviera consternado.
—De cualquier forma, aún no acabo. Solo me quedé sin espacio allí —comentó y se paró, dispuesto a darle vuelta y continuar del otro lado cuando las manos de Bill se aferraron desesperadamente a las suyas—. Tranquilo, Bill —susurró mientras acariciaba las palmas ajenas—; déjame terminar nomás.
Se soltó del agarre de Bill y acomodó con suavidad las muñecas de este tras la nuca. Luego retomó la pluma e hizo fuerza con la mano izquierda para evitar movimientos que importunaran su trazado cuidadoso de cada palabra. Se concentró en cada recta y deliberó en cada curva. Abrazó con sus dedos la pluma mientras esta abrasaba cada pensamiento de Tom en aquella superficie paradójicamente firme y blanda al mismo tiempo.
Trazó y escribió.
De sus labios escapó una pequeña retahíla de insultos cuando presionó más fuerte de lo que debía y una mancha se produjo sobre el escrito. Temió que éste no se comprendiera así que se apresuró a intentar limpiar con sus dedos, con premura y cuidado, hasta que la mancha se redujo considerablemente. Contempló por unos segundos sus propios dedos pigmentados de carmín y luego alzó la mirada para encontrarse con la de Bill. Apremiante, cristalina.
—Ya casi termino —aseguró Tom y volvió a agarrar la pluma.
Pero transcurrieron más de quince minutos hasta que una sonrisa pequeña se dibujó en su semblante. Abandonó la pluma sobre la mesa y se alejó un poco para admirar su obra. No estaba fascinado en lo absoluto con ella, pero sí sentía el cosquilleo de la satisfacción recorriendo su cuerpo.
—Ahora sí, Bill. Terminé —anunció y se sentó al lado de su hermano, mientras intentaba distraídamente difuminar las machas de sus dedos—. ¿Te leo? —preguntó, pero se rehusó a advertir respuesta alguna y prosiguió—. «Billy no quiere sufrir, aunque no le interesa si él hace sufrir a alguien. Recibe lo que desea, toma lo que necesita y da si quiere.
»Billy parece encantador, y lo es. Encanta con sus palabras, con sus actitudes, con sus gestos; y así obtiene lo que sea. Aunque Billy parece no saber bien qué quiere. Atención, amor, admiración… todo se nubla y se confunde.
»Billy toma a su hermano Tomi y le habla y lo encanta. Le hace realizar promesas, estar pendiente y prestarle compañía. Lo abraza, lo acaricia y lo besa. Lo alienta a recorrer el mundo en minutos y sin moverse de su sitio. Le hace cometer aberraciones con palabras dulces y luego lo abandona en un remolino que lo hunde y lo hunde y lo ahoga.
»Billy le dice a Tomi que todo está en su cabeza»
Tom se sumió en el silencio por algunos segundos. Notó que le faltó el punto final, pero no le dio importancia. Estaba seguro de que habría algún que otro error ortográfico o gramatical, pero en ese momento le era más que indiferente. Observó sí con ojo crítico los trazos rojizos; algunos más hinchados que otros, algunos sangrando incluso. Eventualmente, sintió sus músculos pesados y su corazón estrujado.
Se recostó en toda su extensión enfrente de Bill, lo tomó del mentón y volteó su rostro para mirarlo directamente a sus ojos aterridos.
—¿Te gustó, Bill? —cuestionó mientras le recorría lentamente la mandíbula con la yema de sus dedos. Su hermano sacudió la cabeza, con valentía—. ¿No? A mí tampoco. —Vio la expresión de su gemelo de incredulidad ante su afirmación; también notó cómo se tornaba en una de dolor a medida que él descendía sus dedos por el cuello y por el torso y sentía la textura conformada en éste—. Tú me pediste que escriba algo sobre ti y tú me diste la inspiración para ello, Bill —se explicó, su voz poseía un matiz de resentimiento superior al que creía sentir—. Yo realmente no…
Sus palabras se desvanecieron en el aire entre ellos. Tom acercó ligeramente su rostro al de su hermano, pero este se encogió en sí mismo y giró un poco la cabeza. Tom suspiró sabiéndose rechazado y continuó rozando con los dedos la piel de Bill, a lo ancho de su pecho y camino a su espalda, impregnando su propia piel en el acto. Echó un último vistazo a la mirada de su gemelo, acusadora y temblorosa.
Algo en él se derrumbó.
—No me mires así. ¡No estoy loco, tú lo has causado! —dijo en una defensiva desesperada. Presionó con fuerza la espalda de Bill, sin intención, y este gimió de dolor.
Tom se alarmó mas, luego, se preguntó quién estaba más adolorido.
—Voy por unas vendas y alguna pomada para las cicatrices —informó y se paró con dificultad. Sentía plomo en su estómago y tenía los hombros hundidos.
Bill intentó emitir algún sonido y estirar sus manos hacia su hermano. Tom lo miró por encima del hombro y negó lentamente con la cabeza antes de abandonar la habitación.
No se sentía listo para desatar a su hermano, menos aún quitarle el pañuelo de la boca. No se sentía listo para afrontar las consecuencias. En su mente todo tenía justificación: si él debía fingir que no estaba enamorado de su hermano, Bill bien podría fingir que nunca le habían hecho daño.