Título: Cuarenta semanas
Resumen: Primera semana: Alex está rara. Quinta semana: Alex te tira la bomba, tiene tres días de atraso. Ahora lo entiendes, cuarenta semanas, no es poco.
Categoría: Hetero
Advertencias: Incesto
Nota: Para Gloria.
Primera semana
Alex se pone extremadamente cariñosa contigo. Demasiado
extraño. Hasta ella nota la rareza de la situación. No importa. Sino que lo
aprovechan al máximo. Los vecinos se quejan.
Tercera semana
Tu jefe advierte tu tardanza, pero no dice nada. Después
de todo, eres su mejor empleado. Los repentinos enfados de Alex conllevan a
disputas por estupideces que conllevaban a largas reconciliaciones. Los vecinos
se vuelven a quejar.
Quinta semana
El jueves Alex te llama al trabajo y concierna una
reunión urgente contigo en el café que está en la esquina entre Little Italy y
el barrio chino. Aun con treinta y cinco grados, ella toma un latte descafeínado
mientras tú bebes una cerveza que no pasa por tu garganta en cuanto ella tira
la bomba: tres días de atraso.
Sexta semana
Las quejas de Alex se acentúan. Que las náuseas, su
cadera, el constante ir y venir al baño, su pecho, la acidez en su estómago, la
congestión. Cuando comenta quejumbrosamente sobre decirles al resto de la
familia, sientes un balde de agua fría casi bañándote. Literalmente. Malditos
los niños y las costumbres de ciertas etnias para con el carnaval.
Octava semana
El enfado por parte de tu madre se disipa gradualmente
cuando se entera de que va a ser abuela. Aún así, la molestia de que sus dos
hijos estén juntos sigue presente, pero aminora ante la alegría del próximo
nuevo integrante familiar. Te contenta eso, pero no los raros antojos de Alex.
¿A quién se le ocurre querer comer papaya con dulce de leche a las tres de la
mañana?
Novena semana
Los vecinos amenazan con denunciarlos. Los entiendes
perfectamente. Al menos no eres el único que soporta los gritos de Alex, quien
quiere —demanda— un sándwich de banana y nutella. El ginecólogo los ha
reprendido por no ir antes a hacerse los chequeos. Te recuerda a tu papá.
Décimo-segunda semana
Al principio sientes celos cuando el ginecólogo toca el
vientre de tu Alex. Ella se ríe por las cosquillas que le causa el gel.
Intentan mostrarles su bebé. No ves nada. No obstante, tu corazón se hincha de
orgullo. ¡Escuchas sus latidos! Te das cuenta de lo importante que es esa
personita en el vientre de Alex para ti. Te afectan tus alergias.
Décimo-quinta semana
Tu jefe te perdona el memorandúm en cuanto se entera que
serás padre. Te felicita y te reprende por no habérselo dicho antes. Sonríes
sin ganas, pensando en que Alex tiene tu tarjeta de crédito y que te la
sobrecargará con la excusa de que está gorda y de que la ropa ya no le entra.
Décimo-séptima semana
A Alex le están creciendo los pechos. Piensas que se ven
apetitosos, pero no haces mucho por respeto a tu hijo aún no-nato. Alex está
dejando de dormir todo el día.
Décimo-novena semana
Piensas nombres de varón y de mujer. No se te ocurre
ninguno. Te das cuenta de que no tienes casi imaginación. Se lo dejas a Alex,
quien también quiere decorar ya la habitación del bebé, sin ni siquiera saber
aún su sexo. El turno para con el ginecólogo está marcado para la semana
siguiente, y cada vez están más impacientes.
Vigésima semana
¡Lo sientes! Escuchas entredormido el rítmico tamboreo
del corazón de Alex con tu mano apoyada sobre su abdomen. Le refutas sus quejas
sobre que ya no es linda, incluso con las —casi inexistentes— estrías que le
habían aparecido en su vientre, cuando sientes un golpecito donde está apoyada
tu mano. Sonríes y besas su boca, su cuello, su vientre.
Vigésimo-primera semana
Recuerdas algo que te había contado tu abuela. Sabes los
riesgos de tener un hijo incestuoso, por la no-renovación de genes. Al
principio dudabas que le suceda algo terrible, pero te quedas con el temor de
que nazca con cola de cerdo. Te estremeces.
Vigésimo-cuarta semana
Alex se queja ahora de los dolores de espalda y en la
pelvis. Tratas de contentarla en todo momento. Tu madre siempre dijo que el
trabajo de ser madre es duro, ahora te das cuenta de que son madres desde antes
de ver a su hijo.
Vigésimo-sexta semana
Todos te felicitan y te preguntan el sexo del bebé.
Tartamudeas y dices que no lo sabes. Lamentas que, en un acto típico de
impulsividad, Alex se haya negado a querer conocer de antemano si era varón o
mujer. Te mueres de ganas de ir corriendo a preguntarle al ginecólogo.
Vigésimo-novena semana
Alex se queja ahora de las constantes patadas que siente
durante la noche. Dice que quiere a su hijo, pero que la haría más feliz si la
dejara dormir. Traes un pastel a casa. Ella bromea ácidamente con que la
quieres ver gorda, pero te besa y deja que le des de comer.
Trigésima-segunda semana
Alex debe dormir de costado. Su madre les dice que un
remedio casero para no ahogarse mientras duerme es que descanse con una pierna
más levantada. Sólo por llevarle la contraria, Alex duerme de costado. Pero
acepta gustosa su tortilla sorpresa de seis quesos.
Trigésima-cuarta semana
Llevas a Alex a toda prisa al hospital en medio de la
noche. Sólo son contracciones. Los felicitan, falta poco para ese día. Alex
tiene un brillo especial en sus ojos. A pesar de que está hinchada, te parece
la persona más bella de mundo. Agradeces.
Trigésima-quinta semana
Max les ha traído un regalo para el bebé. Un juguete
mágico de madera. Lo tocas y se convierte en una serpiente real. Él está emocionado, deseando que su sobrino —aún no ve la posibilidad de que sea sobrina— sea un gran cazador. Te debates entre burlarte o agradecer y cambiar de tema.
Sabes que ambos tendrían el mismo efecto, así que te tiras por lo segundo.
Guardas el regalo en el armario y juras jamás sacarlo de allí, o tirarlo en
cuanto Max se marche.
Trigésima-octava semana
Te diviertes escuchando y sintiendo los movimientos de tu
bebé. Alex no tanto. Dice que está siendo molesto, mas en seguida te avisa si
el bebé dio una patadita. Sigue quejándose de las contracciones. Tú has hecho
de sus mamas tu fetiche.
Trigésima-novena semana
Cada vez falta menos. Tu ansiedad te consume y has bajado
algunos kilos —cosa que en cierta manera molesta a Alex. Ella últimamente se la
ha pasado mirando más televisión que de costumbre. Incluso escuchas viejas repeticiones
de American Idol durante la noche. Ruegas que no quiera llamar a tu bebé Simon,
Kelly, Adam o Kara.
Cuatrigésima semana
Están desayunando por capricho de Alex en un café cerca
de Broadway cuando ella rompe aguas. Te desesperas: no tenías nada preparado.
Toman un taxi hacia el hospital, donde los tranquilizan. Aún queda tiempo.
Inician el parto pasado el mediodía. Toda tu familia está viniendo al hospital.
Quieres grabar el alumbramiento, pero eres impresionable. Alex se queja. Lo
graba tu mamá. Cuando al fin tienes a tu hijo —sí , es un niño, un hermoso niño
con tu ojos— en tus manos temblorosas, casi lloras de emoción. Palpas
disimuladamente su trasero; nada. Te relajas y te acercas a Alex, quien en su
rostro refleja una inmensa paz y amor, y cierto cansancio. Tu padre y tu
hermano llegan con un ramo de claveles cada uno. Harper les regala una manta
hecha a mano —afortunadamente, con hilo de seda de las tiendas. Dejas descansar
a tu novia, hermana, madre de tu hijo, y corres a comprarle una cadena de oro
con el dije de un niño. Haces que le graben esta fecha. Se lo entregas a Alex y
ella sonríe con ternura y llora, pero culpa de esto último a las hormonas. La
ves a ella y a tu hijo entre sus brazos, y no puedes evitar pensar que has
elegido a la mejor persona —tal vez no permitida— y has iniciado con ella la
familia más hermosa e impresionante del mundo, sin comparaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario