Resumen: Tom tiene vértigo. A cierta altura, le dan náuseas.
Pero no se esclarece el porqué le sucede los mismo cerca de su hermano, Bill.
Categoría: Slash
Advertencia: Incesto
Rating: 13+
Tom tenía vértigo.
Lo había descubierto hace relativamente poco,
cuando el temor a caer de los escenarios se había desarrollado. No obstante, últimamente
se había acrecentado: la distancia al piso parecía alargarse y le sobrevenían
deseos de devolver lo poco que había comido antes. Y no sólo se aplicaba a los
escenarios, las montañas rusas, por ejemplo, habían dejado de ser divertidas
cuando empezó a mirar fijamente sus manos y a rogar porque el paseo terminara.
Ya sólo iba si Bill se lo pedía expresamente.
De cualquier manera, había aprendido a
disimularlo. No, lo había perfeccionado.
Cuando estaba en el escenario, se concentraba
exclusivamente en su guitarra y miraba al público sólo si era esencial. Como
única excepción se encontraba mirar a su hermano, pero no por mucho rato.
Cuando Georg o Gustav lo invitaban a escalar,
él declinaba con la excusa de no ser una persona deportiva. Afortunadamente,
Bill siempre lo respaldaba, aplicándosele en él, de hecho, la excusa.
Cuando debían parar en hoteles, sin importar
el piso en el que estén, él nunca observaba por la ventana, y ascendía o
descendía únicamente por ascensor.
Y aunque su máscara de serenidad era
invisible, seguía siendo, lamentablemente, sólo eso: una máscara. No le servía en
absoluto para conseguir esclarecerse y explicarse el por qué a veces sentía
náuseas cuando contemplaba detenidamente a Bill.
A veces era cuando su hermano se concentraba
en cantar perfectamente una nueva canción, otras cuando el hastío consigo mismo
se adueñaba de su expresión al no lograr su objetivo. A veces era cuando
sonreía alegremente al estar junto a la gente que quería, otras cuando
disfrutaba de su postre favorito. A veces era cuando estaba emocionado de
sobremanera por un nuevo piercing, otras cuando se vestía producidamente para
una ocasión especial…
Sí, Tom sentía náuseas; y cada vez se hacían
más continuas.
Bill sólo tenía que abrazar sus hombros o
acariciar su brazo para que los objetos a su alrededor den vueltas por unos
minutos, sin explicación alguna.
Una vez oyó a Georg comentar —en su etapa
cursi— que sentía un cosquilleo en el estómago cada que estaba con su novia.
Atónito, Tom no logró concretar una réplica mordaz.
Porque él sentía cosquilleos estando cerca de
Bill, cosquilleos que luego se convertían en retorcijones. Y cuando ya sentía
esos retorcijones y Bill elegía ese justo instante para ser cariñoso —ya sea a
través de alguna palabra o gesto—, él debía hacer acopio de toda su fuerza para
no demostrar sus mareos ni las náuseas que lo embargaban.
Se había negado a siquiera pensar sobre ello
durante mucho, mucho tiempo, respaldándose en la tranquilidad de la
indiferencia.
Hasta un día en especial, en el que subieron
al avión y Bill se sentó a su lado —junto a la ventanilla, porque hacía tiempo
que Tom se acomodaba primero del lado del pasillo—. Pero ese no fue el
problema. No, el problema fue que Bill se durmió en su hombro y entonces los
retorcijones empezaron. El silencio en el que se había sumido el avión no ayudó
a serenar su mente cuando el recuerdo de las palabras de Georg lo asaltaron. Él
sentía cosquilleos cerca de su hermano, pero también su corazón bombeaba
apresuradamente y todo lo demás a su alrededor se movía en un vaivén
intermitente.
Cuando cayó en la cuenta de que Georg sentía
aquello porque estaba enamorado de su
novia, Tom tuvo arcadas. Él no podía…
Y, sin embargo, por un impulso rozó los
labios de su dormido gemelo y sintió que estaba suspendido en el aire, a miles
de metros por encima de donde ya estaba, con un calorcillo proveniente de algo
similar al sol expandiéndose por su cuerpo y la sensación de estar acariciando
las nubes con sus labios…
Se apartó bruscamente.
La primera reacción que tiene cualquiera
frente al amor es sonreír, ¿no? Pues su primera reacción fue correr hacia el
baño del avión y vomitar.
Bill le
producía vértigo. Bill
le producía amor. Bill le producía dolor.
Porque no podía, no debía estar
enamorado de él. De su hermano. Gemelo.
Así que Tom eligió disimular. Después de todo, era un experto. Sólo evadía
miradas delatoras, roces innecesarios y conversaciones peligrosamente
profundas. Así pretendió estar bien durante mucho, mucho tiempo; hasta que un
día, en plena gira, explotó.
—Bill, me das vértigo.
Su hermano lo miró atónito durante unos
segundos y luego rió divertido.
Afortunadamente —¿o desafortunadamente?— su
gemelo no había interpretado correctamente el significado de sus palabras. Él
sonrió amargamente y prefirió no explicarse a sí mismo.
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