Título: ¡Feliz cumpleaños, Georg!
Resumen: Por una apuesta, Tom y Bill deben romper la implícita regla en Tokio Hotel y darle un regalo en su cumpleaños. El problema es que no saben qué.
Categoría: Slash
Pareja: Georg/Gustav
Rating: 13+
31 de Marzo, 11:25 horas.
Georg caminaba satisfecho hacia el
departamento que los cuatros integrantes de Tokio Hotel compartían en épocas de
trabajo en el estudio. David le ofreció llevarlo, o llamar a Tobi para que vaya
a buscarlo o pedirle un taxi. Pero él se negó. Con una gorra, unos lentes bien
oscuros de sol y una chaqueta, él se marchó de la oficina de su manager, en el
edificio sucursal de Universal. En momentos como éste agradecía no ser tan
llamativo como los gemelos.
Contento, clasificó a aquel día como
especial: los pájaros cantaban al sol a pesar del frescor en la ciudad, no había
ni una sola nube en el cielo que advierta malos presagios, la gente andaba
despreocupada y no se fijaban en él. Incluso llegó a pensar divertido que él
era como un hombre invisible que veía a todos omnisciente pero nadie recaía en
su presencia; luego sonrió al imaginarse que sí Gustav lo escuchara, estaría
con una ceja levantada y preguntando apaciblemente qué se fumó.
De cualquier forma, ese día sí que
era especial. Su cumpleaños número veintidós había llegado.
David había tenido la consideración
de darle, desde la víspera, tres días libres. Hoy le había llamado para
felicitarle y entregarle un regalo que todavía no abría. También le avisó que
ya tenían todo preparado para esa noche. Habían alquilado un pequeño local
ambientado para que él y sus amigos se diviertan, después de la cena que tendría
con su familia, quienes venían desde Magdeburgo junto con sus amigos de toda la
vida de allí.
También había recibido cartas y
mails, y miles de cosas más de fans; pero utilizó como excusa el volver
caminando para dejar todo abandonado hasta el día siguiente en los estudios de
la compañía. Consigo llevaba únicamente el que le dio David, por el cariño que
le había tomado al hombre después de tanto tiempo.
En verdad no estaba interesado en
que le regalen cosas, tenía todo lo material que quería por el momento, aunque
estaba seguro de que no se salvaría de la montaña de regalos de sus padres (el
divorcio de ellos comenzó a significar doble: doble regalos, doble regaños,
doble felicitaciones) y uno que otro por parte de sus amigos.
No obstante, había uno que sí le
interesaba tener. El único que rompía la regla tácita impuesta en Tokio Hotel.
Georg sonrió.
Era un día bastante agradable y
bonito.
30 de marzo, 18:32 horas.
Era un día asqueroso. O así lo había
definido un tremendamente fastidiado Bill.
Por más que el tiempo era complaciente
y denotaba un brilloso y calentito sol en el cielo, que habían sido atendidos
correctamente, no iban con seguridad, y que sólo dos personas los habían
reconocido y que ninguna de ellas se habían vuelto desquiciadas y pesadas;
continuaba siendo un día asqueroso.
Un día de mierda. Menos sutilmente
lo había clasificado Tom, con el ceño ya fruncido y cansado. Hasta ahora, no importaba lo que le digan, él
lo sentía así.
Resentidos con el otro, con ellos
mismos y con la vida en general, se encontraban sentados en el centro
comercial, en la sección de restaurantes, en el bendito local del McDonald’s,
con una hamburguesa de doble queso, un vaso grande de Coca-cola y un paquete
rebosante de papas fritas en sus bandejas. Uno frente al otro, masticando
desganadamente. Bill se quejaba de su suerte, moviendo las manos al hablar y
blandiendo la papa frita que sostenía con firmeza. Tom le cuestionó burlón cómo
era que ya estaba harto del shopping, justamente él.
—Es que no es para él —respondió
Gustav con una sonrisa oculta tras la cámara, recibiendo bufidos indignados por
parte de Bill.
Gustav también estaba presente y
fatigado, pero, a diferencia de ellos, tenía un mueca divertida consigo. El
baterista tenía el deber de acompañarlos y grabar cada segundo de su travesía
en conseguir un regalo para el bajista de la banda. ¿Por qué? Ya ni se
acordaban de eso ni de cómo era que Gustav, quien había decidido tener nula
participación en la apuesta efectuada entre los tres, había terminado siguiéndolos
en todo minuto. Al principio había estado en desacuerdo, pero rápidamente se
encontró sosteniendo la filmadora con gusto.
Tom detuvo su hamburguesa a mitad de
camino hacia su boca. Sí lo pensaba bien, todo había empezado con Gustav.
Bueno, tal vez no todo, pero él era el causante de algo grave: que ambos
gemelos estén atascados en la misión más díficil de sus vidas. Más que
conquistar con su música a medio mundo, más que convencer a todas esas personas
de que Bill no era gay, más que lograr que él y su hermano abandonen toda esa
facha extravagante. Tenían que comprarle un regalo de cumpleaños a Georg, y uno
que cumpla con sus estándares. Por lo que se encontraban en un atestado centro
comercial para ser un día lunes, con Gustav, el culpable, siguiéndolos
entretenido.
Tom fulminó con la mirada a la cámara
que sostenía el baterista. Éste se extrañó ante el repentino estallido de odio
en la mirada del gemelo mayor. Pero Bill comentó, interrumpiéndolo, en el justo
instante en que Tom iba a recriminar a Gustav
y tratar de que su hermano le apoye.
—Tom, es tu culpa. Lo dejaste para
el último momento.
La mirada fulminante se alejó de la
cámara y se posó en Bill, junto con una ceja elevada. No podía creer la
desfachatez de su hermano. Se olvidó completamente por el momento de la
culpabilidad de Gustav, ya que prefirió ganar una discusión de gemelos contra un
terco Bill.
14 de marzo, 23:12 horas.
El aburrimiento había sido la razón
por la cuál se hallaban en esa excursión de descubrimientos en la banda. Era imperdonable hacerlos esperar casi dos
horas en un tráfico atroz, a causa de un accidente automovilístico.
Los cuatro había llegado al punto de
no saber qué hacer. Tom había empezado a golpear rítmicamente con las yemas de
sus dedos el manubrio de su preciado Cadillac mientras que Bill, en el asiento
del copiloto, tarareaba cada canción que pasaban por la radio. Georg bostezaba
períodicamente y se desperezaba sin tener sueño en absoluto, y Gustav jugó
concentrado en su Play Station Portátil hasta el momento en que se le acabó la
batería y debió dar por finalizada la partida. Pasaban los segundos con
lentitud. Se miraban entre ellos y volvían a apartar la mirada, casi hastiados
de ellos mismos.
—Imposible, maldición, ésto es
imposible, ¡imperdonable! —farfulló Bill entre canción y canción.
Su hermano expresó su conformidad
con aquellas enfadadas declaraciones. Bill le sonrió en el instante en que
comenzaba una nueva canción, una que su hermano ya conocía bastante —casi de
memoria—, y dio pequeños saltitos repentinamente contento. Entonó enseguida y
empezó a cantar a la par de Nena, la letra que él sí sabía completamente de
memoria. Los tres restantes ocupantes del Escalade suspiraron, resignados a
escuchar a Bill chillar, con emoción que rebalsaba de sus ojos avellana, 99
Luftballons, otra vez.
Cuando finalizó el escribillo, Georg
no tenía ni idea de qué hacer para que todos, incluyéndose a él también,
se diviertan. Se estiró hacia delante y, alargando el brazo, apagó a radio; ganándose
a la vez una renovada queja de Bill y un golpe en el hombro que, admitió, fue
fuerte.
—Juguemos al Verdad-Consecuencia —sugirió con lo primero que le vino a la mente.
Inmediatamente, Tom alzó una ceja
socarrona y anunció que era eso era un juego de niños, pero sin demostrar
negativa alguna. Gustav rebatió diciendo que por salir de aquel muermo, él haría
cualquier cosa. Bill, en cambio, se encogió de hombros e interesado decidió
empezar preguntándole a su hermano: ¿Verdad o consecuencia?
Por más que fue una idea instantánea,
resultó mucho más entretenido y llevadero de lo que hubiera sido si lo hubieran
preparado por horas. Las preguntas eran estúpidas y personales, y los castigos
eran irrisorios.
Gustav confesó haber escuchado
Backstreet Boys y que no le desagradaba, incluso tenía su CD, aunque era
propiedad de su hermana. Georg aceptó que una vez se había mordido la uña del
dedo gordo de su propio pie, y no la de otra persona tal y cómo decía la
interrogación. Tom llamó a su madre como consecuencia de su elección, y le tuvo
que decir, aguantándose la risa a duras penas, que lamentaba despertarla pero
tenía que contarle que había besado a su gemelo, desesperando a Simone al punto
del llanto con aquella mentira. Bill reconoció haberse masturbado por segunda
vez en su vida pensando en una de las integrantes de las Spice Girls, pero
enseguida agregó que él era joven e idiota y etcéteras como defensa.
Así compartieron ese tiempo varados
en mitad de la autopista, hasta llegar a la pregunta detonante, dirigida a
Georg.
¿Quién del grupo le parecía más
sexy?
El silencio se hizo presente y Georg
se halló en un estado completamente hesitante. Bill canturreó la palabra verdad
alargando las sílabas, dándole a entender que no tenía escapatoría; y Georg se
odió a sí mismo por no haber elegido Consecuencia. Cerró los ojos, serio, y
susurró el nombre:
—Gustav.
Para cuando los abrió nuevamente,
sus compañeros lo miraban incrédulos y con los ojos bien abiertos. Un “No te lo
puedo creer” se escapó de los labios del vocalista y Georg lo sintió como un
golpe en el pecho. Gustav había dejado de contemplarlo y se alejó de él casi
imperceptiblemente, con las mejillas rosáceas.
Las bromas se presentaron pero
cuando estaban ya en el departamento; allí el silencio fue pesado y el tiempo
de espera para llegar a refugiarse en sus camas fue largo. El tarareo de Bill
fue lo único que volvió a escucharse en el trayecto, diez minutos después de
haber finalizado determinantemente el juego, cuando la larga fila de autos
comenzó a moverse nuevamente, con gran lentitud.
30 de marzo, 20:58 horas.
Si a Tom le preguntaran quién odiaba
más en ese momento, él diría que había un terrible empate.
Alfabeticámente, iniciaba con Bill.
De su gemelo detestaba en ese momento su histeria desquiciada, su parloteo y
sus quejas. Luego venía David; a su manager lo odiaba por el simple hecho de
ser David Jost y estar implicado involutariamente y sin conocimiento en aquel
asunto. Después estaba Georg; y a éste lo odiaba por ser la principal causa,
por buscar aquella maldita salida, y por que parecía querer robarle el puesto
de diva caprichosa a su hermano. El que finalizaba la lista negra por el
momento era Gustav, y sus razones las había descubierto en el centro comercial.
Entonces volvió a acusar a la
persona tras la cámara, con los párpados entrecerrados, peligrosamente. Gustav
retrocedió instintivamente y borró su sonrisa, con precaución. No comprendía por qué era que Tom estaba tan
enfadado. Ni que conseguir un regalo para Georg fuera tan díficil… bueno, de
eso mejor se retractaba. Pero, ¿con él? ¿Él de qué tenía la culpa? Él sólo era
el que los filmaba; pensaba censurándose a sí mismo. Tom únicamente estaba
pensando ilógicamente, debido a la presión a la cual se somentían los gemelos
para encontrar un dichoso regalo. De esto último, estaba seguro.
En cambio, si le preguntaran a Bill
su persona más odiada en ese instante, sólo tenía una.
Georg, Georg, Georg. ¡Georg!
Sólo al Hobbit se le podía ocurrir
obligarlos, apuesta mediante, a que le regalen algo. Claro, esto
hubiese sido más fácil: buscaban cualquier cosa en internet, usaban la tarjeta
de crédito y esperaban sentados a que se lo llevaran. Pero, ¡nooop! ¡El muy
maldito había hecho una lista! ¡De lo que no debían comprar! Y, encima, ésta
no sólo era explícita, sino que tampoco era corta. Ya habían tenido que apartar
la idea de comprarle un bajo nuevo pues decía hiperonímamente Instrumentos.
Agh, odiaba al Hobbit.
Eso mismo pudo percibir Gustav,
cuando se escucharon unos golpes en la puerta de la habitación de Bill, y
segundos después Georg la abrió.
—¿Cómo va todo? —preguntó.
Ninguno de los gemelos le contestó,
aunque tampoco se contuvieron. Sus expresiones lo decían todo. Tal vez exageraba, pero Georg agradecía que
el asesinato esté penado. Miró divertido a Gustav y le sonrió cómplice. Éste
vaciló por un segundo y luego se la devolvió cautelosamente. Georg le guiñó el
ojo con complicidad, sin pararse a pensar que podría ser malentendido con
alguna segunda intención, y Gustav apartó la mirada, levemente cohibido y
sonrojado.
—Oye, Bill —le llamó Georg desde
la puerta, con la mano preparada, agarrado fuertemente el pomo—. Estás
pensando mucho, se te están sobrecalentando las neuronas, y con tantos
productos químicos en el pelo tengo miedo de que te quemes vivo… —terminó con
una fingida cara de pena, antes de cerrar la puerta con velocidad para evitar
el proyectil-almohada que le lanzó un frenético Bill, indignado por la pésima
broma.
Tom susurró un “Tuvo suerte” y
Gustav le concedió la razón. Por el golpe sordo y el punto de la puerta dónde
se estrelló, el almohadón habría atinado a plena cara.
15 de marzo, 00:13 horas.
Georg soportó con estoica
indiferencia las bromas que aún eran consideradas en comparación a las que
usualmente le hacían. Pero a pesar de su silencio continuo y su mirada dirigida
al frente, como si tuviera un cuello ortopédico que le impedía el movimiento,
no cesaron en ningún momento. Eran susurros o pequeñas exclamaciones en su
dirección, que, sin embargo, no aludieron directamente a una relación entre él
y Gustav. Preguntas sobre gustos únicamente, molestas; demasiado, quizás.
Aunque estaba decidido a hacer caso
omiso de cualquier cosa que salgan de los labios de los otros, cuando notó que
el baterista se dirigía directamente a su habitación, sin mediar palabras,
decidió que debía hacer algo, explicarse al menos.
—¡Esperen! —explotó sutilmente,
sorprendiendo a los gemelos y satisfaciéndolos, ya que sólo habían continuado
molestándolo para ver cuándo y cómo detonaba. Podría decirles que era una
broma, que había nombrado a Gustav únicamente para no aumentar el ego de los
otros dos. Pero, no. Esas palabras parecían no desear salir de su boca. En
cambio, acudió a algo que a él se le daba natural, en el momento en que se halló
con la completa atención por parte de Tom y Bill, y Gustav—. ¿No me digan que
nunca han pensado que alguien de su mismo sexo es lindo también? —Ninguno de
los presentes aceptaron haberlo hecho, y Georg se encontró nuevamente queriendo
tirarse desde la ventana—. Bien, no lo van a admitir, ya me dí cuenta —farfulló—, pero eso no significa que lo no hayan hecho. A todos nos ha
pasado alguna vez; incluyéndote, Tom —agregó antes de que éste le
interrumpiera con mofa, o alegando algo que se traduciría a ser un macho.
Los demás lo contemplaron
vacilantes, con sus dudas haciendo mecha. Georg no estaba del todo equivocado,
pero tampoco querían asumirlo.
Se produjo un mutismo repentino, que
se rompió únicamente por el ringtone de un celular: el de Bill. Éste se fijó en
la pantalla y anunció: David. Atendió la llamada y la realizó escuetamente, a
diferencia de otras veces en las que podía pasarse horas con el teléfono pegado
a la oreja. Luego les explicó a sus compañeros que el manager estaba preocupado
por si habían llegado bien y avisarles que al día siguiente iban a trabajar
arduamente.
Georg desvió la mirada levemente
cohibido. Sentía los ojos de los tres clavados en él. Y él había encontrado un
ejemplo perfecto, sin habérselo propuesto.
—David. Les apuesto a que él alguna
vez pensó que un hombre es sexy, incluso a que habrá tenido alguna pequeña
fantasía —saltó, demostrando estar repentinamente seguro, y, por dentro,
deseando estarlo.
Tom y Bill se miraron, interesados,
y sonrieron a la vez, en un perfecta sincronía.
Gustav sacudió la cabeza en una
negación clara, y se retiró a su habitación sin despedirse.
31 de marzo, 00:01 horas.
Georg bostezó. Sacudió su cabeza,
quitando los cabellos de su cara en el acto. Se desperezó y se acomodó mejor en
la cama, dispuesto a dormirse. En eso, se vio interrumpido por su celular. Lo
atendió con pocos ánimos, aunque estaba dispuesto a ser cordial.
—¡Vago de mierda! ¡Feeeeeeeeeeeeeeeeliz
cumpleañooos! Agh, espero ser el primero en llamarte y saludarte, que me puse
el despertador especialmente para ti…
Georg se rió. Aquél sólo podía ser
su mejor amigo, era espontáneo y uno de los que mejor le comprendía, aún cuándo
le contó del incidente en la autopista. Ése día estuvieron platicando por teléfono
más que en toda su vida; su amigo incluso dijo que parecían chicas de tanto
hablar. No obstante, se había mantenido silente en los momentos que debía, y le
había tratado de aconsejar oportunamente. A Georg no le molestaba más aceptar
que le atraía alguien de su mismo sexo, y a su mejor amigo no le importaba
aquello. Ambos sabían que él continuaría siendo el mismo Georg de siempre.
Hablaron por un buen rato,
recordando momentos pasados juntos, con pequeñas bromas y promesas de
encontrarse esa noche y más seguido, que gracias al trabajo de ambos se veían
ocasionalmente una vez al mes, sumándole el hecho que Georg ahora vivía en Berlín,
y su amigo en Magdeburgo. Georg le prometió que cuando esté el primer concierto
del nuevo CD, él estaría en el backstage o en primera fila, como tantas veces
había estado y terminó la llamada luego de la habitual disculpa de su amigo por
no tener un regalo para él, alegando a que ahora que era famoso y rico —aunque
Georg discrepó en aquella parte de la excusa— no sabía qué podría necesitar.
Georg se rió.
En ellos era una costumbre, al igual
que dentro de la banda, el no darse regalos. Después de todo, la amistad que
compartían era el mejor obsequio de todos. Además, el quería ver sólo un
regalo. Pensó en ir a apurarlos, o hacerles una broma; pero decidió que, para
conservar su cabeza y cualquier otra parte del cuerpo en su lugar, los dejaría
en paz.
Él, en cambio, descansaría.
No obstante, olvidó que era su
cumpleaños, y que aún le quedaba amigos que lo llamaban a la medianoche.
27 de marzo, 10:50 horas.
Dos semanas. Ése había sido el
tiempo que habían necesitado para sacarle información a David. Y de verdad que
les había costado.
Al día siguiente de haber pactado
entre los tres los beneficios del ganador —Georg había decidido ponerlos a
prueba con la elección de su regalo, complicándolo obviamente con la lista, y
los gemelos se reservaron su elección, con una sonrisa que le provocó a Georg
un pequeño espamo, y alegaron que pronto lo descubriría—, realizaron el primer
intento fallido. El caradura en esa primera vez fue Bill, quien hablaba
bastante seguido con David; pero ante su pregunta, precedida por una gran introducción,
el manager dio un salto del asombro y lo miró escéptico, como alguien que mira
a un demente.
Cuando fue el turno de Tom de
intentarlo, éste fue un poco más directo. Nuevamente, David los miró como si
fueran personas insanas, e interrogó al guitarrista con suspicacia. Tom utilizó
su agudo ingenio, mentiras y creíbles evasivas para mantener escondida la
apuesta.
Ya cuando Georg se encargó de
averiguar, fue el colmo para David. La curiosidad le parecía sana, el negocio
de la música después de todo estaba influída por ella; no obstante, la
curiosidad en su vida privada le era lo equivalente a un insulto. Comenzó a
evadir a cualquier integrante de la banda, llamando para lo justo y necesario
por teléfono; y también lanzó diferentes amenazas, que fueron cruelmente
ignoradas. Las acciones de David le afirmaban a gritos a Georg que él había
ganado la apuesta, pero ambos gemelos estaban tercamente decididos a no perder.
Gustav se sintió atraído por el
revuelo que causaban, ya que, después de todo, a cualquier hora del día se
los escuchaban discutir y planificar
formas de atacar a David y tomarlo con la guardia baja. En ocasiones creía que
estaba junto a un grupo de jugadores empedernidos que tenían su vida pendiendo
de un hilo con aquella apuesta; en otras parecían mafiosos o militares con las
palabras que utilizaban. Luego se encontró siendo el juez de aquella apuesta,
ya que ambos bandos estaban convencidos de que el contrario haría trampa,
y también siendo el filmador de la situación en que se hallaría el perdedor.
Creyó recordar que había sido Bill quién lo convenció… él y su cara de perrito.
O tal vez Georg, mirándolo fijamente con sus seductores ojos verdes.
Al final, luego de haber usado
distintas tácticas, psicológicas supremamente —entre ellas reiteraron
continuamente la de usar el “tú dijiste que éramos amigos, y los amigos se
cuentan cosas”, y que de su repuesta valía una importante cuestión, en la que
el término “vida o muerte” era leve, y seguramente con ello conseguirían un
nuevo capítulo para Tokio Hotel TV o para el próximo DVD—; David se dio por
vencido. Por cansancio seguramente, ya que el hombre tenía marcadas ojeras, y
tres muchachos persiguiéndolo continuamente no lo ayudaban. Los tres sonrieron
satisfechos y ansiosos, y Georg canturreó con voz baja y desafinada: Persevera
y ganarás.
—¿Y bien? —cuestionó Bill
impaciente y ávido. Se detenía a sí mismo antes de dirigir su mano a su boca
para morderse las uñas, consciente de que así se las arruinaría terriblemente,
por lo que jugaba con el dobladillo de su camiseta, deseando febrilmente estar él
y Tom en lo correcto.
Resignado, David agachó levemente la
cabeza y suspiró.
—Sí.
Gustav oyó a Bill y a Tom exclamar
al mismo tiempo, pero no supo diferenciar cuál grito fue de quién. David se veía
sonrojado, apesumbrado y algo molesto. Entonces notó que Georg tenía una
sonrisa victoriosa, pero no festejaba de la forma que había creído que haría.
Lo normal sería que anuncié que él era el ganador e hiciera alguna burla que
moleste a Tom, y a Bill también, y luego se enrolaran en una seguidilla de
bromas. Tal vez le entendía: Georg había logrado demostrar que la gente de tu
propio sexo te puede parecer sexy, pero eso no ayudaba mucho a la hora de la
posible declaración de su parte… Porque eso era, ¿o no? ¿O él mismo estaba
interpretando erróneamente, a su favor?
—Dí ya quién es —exigió
Tom, hablando en nombre de la curiosidad de todos.
David volvió a bajar la cabeza,
azorado.
—Johnny Depp —respondió en un
murmullo; algo que nadie creería que el gran manager de Tokio Hotel podría
hacer. Parecía un niño que se confensaba por primera vez en la iglesia.
La respuesta pasmó a los cuatro. A
David le atraía Johnny Depp… ¿quién lo diría?, se preguntó Gustav.
A Georg se le escapó un pensamiento
en voz alta, que fue escuchado con total claridad en aquel silencio.
—Hubiese apostado a que diría que
era Bill…
Inmediatamente, Tom lo miró de una
manera que no era exactamente linda, y se paró delante de su hermano
protectoramente, como si lo escondiera de intenciones indecentes. Bill, en
cambio, reaccionó unos segundos después reflejando una mueca de asco. No sabía que era peor: imaginárselo a David
con el actor, o sí imaginárselo consigo. Ugh, odiaba tener demasiada imaginación.
Gustav se preguntó el por qué de aquél
pensamiento. ¿Qué? ¿Ahora le gustaba Bill? Aunque sí lo reflexionaba, la mayoría
consideraba a Bill el más atractivo de todos.
El manager huyó enseguida
avergonzado, disculpándose con el pretexto de una reunión, y por lo siguientes
tres días no les dirigió palabra alguna. Georg, recayendo finalmente en que era
el vencedor, gritó alegre y los invitó a comer como premio consolación. Los
gemelos Kaulitz tuvieron que aceptar frustrados que habían perdido.
31 de marzo, 10:49 horas.
El adjetivo fatidiados ya no
describía completamente cómo se sentían. Abrumados, tampoco.
La noche anterior habían estado
hasta las dos de la mañana buscando en internet algo que los pudiera orientar
hacia algo que cumpla con lo pedido. Pero era como sí estuvieran
infectados con la mala suerte producto de haber caminado bajo quinietas
escaleras. Nada.
Se exiguían mutuamente una idea que
no tenga que ser descartada a los cinco minutos. Y Gustav ya no sabía sí reírse
o compadecerse.
—¡Guuss! —lo llamó Bill con voz
lastimosa, necesitada—. ¡Ayúdanos!
Decidió compadecerse y, dejando la cámara
prendida aún a su lado, les pidió la lista específica de Georg. Bill le alcanzó
contento por su participación la denominada “Lista maldita de no-regalos para
el puto Hobbit” por Tom, siendo el nombre apoyado completamente por su hermano.
Y, luego de contemplarla por un rato y releerla dos veces, no puedo evitar
alzar ambas cejas. Decía claramente:
Prohibido comprarme:
-Ropa.
-Cualquier instrumento (incluyendo
el bajo).
-Electrodomésticos, o aparatos tecnológicos.
-Juegos para la Play, o una nueva
Play o cualquier otra (además de que entran en aparatos tecnológicos).
-Cd’s de música (tengo todos lo que
quiero).
-Cualquier chuchería.
-Muebles o juegos de ropa para cama
(dudo que se les fuera a ocurrir esto, pero bueno…).
Luego se despedía con un deseo de
suerte y su firma.
Gustav tuvo que concederles la razón
a los gemelos. Georg se las había complicado a grandes extremos. La releyó una
vez más y se dio cuenta de que podría haberlo empeorado.
—Chicos, ¿se dan cuenta de que dice
comprar? —preguntó.
—Sí, pero no llegamos a hacer mucho
en tan poco tiempo. ¡Ya es su cumpleaños! —rebatió Tom, con la expresión
seria, demostrando lo importante de su aseveración.
—Y pensamos en darle algún libro,
pero el inculto del Hobbit nunca lee. —Bill frunció los labios con disgusto.
Gustav evitó reirse a duras penas y
replicar con un “Mira quién habla, el que únicamente leyó por placer la biografía
de Nena”.
Tom se desplomó en la cama a su
lado, hundiendo el colchón y haciendo tambalear sin intención la cámara. Gustav
la acomodó nuevamente y repitió la pregunta haciendo mayor énfasis en el verbo “comprar”.
El silencio se hizo presente otra
vez.
—¡Ya lo tengo! —exclamó Tom de
repente, llamando la atención y atrayendo la mirada emocionada de su hermano—.
Como no le podemos comprar casi nada, ¡le regalamos a Kasimir! —La sonrisa de
su hermano se borró.
—¡Tom! —le reprendió, demostrándolo
especialmente con la expresión en su rostro.
—Bueeeno. ¿Scotty? Ya está viejo —agregó
en broma. Como respuesta, recibió un golpe en la cabeza con una libreta que
Bill le lanzó—. Auch, tampoco era para tanto —reclamó.
Los gemelos se ensarzaron en una
nueva pelea. Gustav esperó con paciencia envidiable a que ésta llegara a su
fin; mientras tanto, la filmó y advirtió que en al menos dos horas se acabaría
la batería. En unos minutos se detuvieron, parando de insultarse mutuamente y
regresando su atención a Gustav, ambos gritándole ayuda con la mirada.
—Chicos, piensen en algo que a Georg
le encantaría que no tengan que comprar… Él dijo millones de cosas que le
gusta, hagan memoria únicamente…
Tom y Bill reflexionaron unos
minutos e hicieron memoria. Sus rostros concentrados le causaron gracia a
Gustav, aunque nunca lo admitiera frente a ellos. No obstante, los gemelos se
observaron por un segundo entre ellos, vieron sus alrededores, y reflejaron la
misma sonrisa maléfica y traviesa. Sin borrarla, contemplaron a Gustav
atentamente. Éste sintió grandes escalofríos atravesar su columna.
31 de marzo, 12:16 minutos.
A pesar de ser mediodía, se desperezó
con tranquilidad. La caminata había ayudado. No entendía por qué, pero caminar
lo relajaba. Y ahora que había llegado al departamento se podía quitar los
anteojos y la gorra, por suerte. Abrió la puerta con lentitud. Por un segundo
recordó las típicas películas y series dónde, en el día del cumpleaños, el
cumplañero abre la puerta y halla la casa a oscuras, prende la luz y una
muchedumbre grita “¡Sorpresa!”. Luego se rió de sí mismo, como si eso le fuera
pasar de verdad.
Él se encontró con la luz encendida
como siempre, pero con una gran diferencia. Allí estaban los gemelos sentados,
y lo más raro de todo era que lo estaban esperando. Se veían expectante,
ansiosos. No llegó a alzar las cejas en una interrogante muda, que Bill se paró
desbordante de entusiasmo y gritó:
—¡Tenemos tu regalo!
Georg se sorprendió. Lo esperaba a
la noche, ya que él les había dado tiempo hasta las 23:59 horas. Que se lo
quieran dar tan temprano lo dejó en shock por un segundo. Pero recapacitó: eran Bill y
Tom. Uno más impaciente que el otro.
Bill le agarró del brazo y Tom le
empujó, indicándole que lo siga. El gemelo menor parloteó algunos detalles: que
lo tenía en su habitación, que era muy especial, que seguro le encantaría, que
moriría por ver su cara cuando lo vea y… Bueno, Georg no escuchó más. En ese
minuto, ya se había aturdido con tantas palabras.
Cuando llegaron a la entrada del
cuarto de Bill, éste abrió la puerta y Tom lo empujó con rudeza hacia adentro,
y cerraron de nuevo con un portazo que desconcertó a Georg. ¿Acaso no querían
ver la expresión que él pondría cuando viera su regalo? ¿Cómo las iban a ver si
estaban en dos habitaciones completamente diferentes? Los gemelos cada día
estaban más raros, a su parecer.
—¡Feliz cumpleaños, Georg! —se
escuchó desde el pasillo el grito al unísono.
Decidió no rondar más en las extrañas
actitudes aquellos dos. Lo mejor sería ver su recompesa por ganar una apuesta
de la que no estaba seguro de sentirse orgulloso.
Entonces, si antes se había
impresionado, ahora ni atónito o pasmado lo describía.
—Oh, mierda. Yo esperaba que me
compongan una canción o hagan algún vídeo… —farfulló.
Arriba de la cama, en una posición
que calificó como sugerente, estaba Gustav Schäfer. Le habían quitado su
habitual gorra y habían mojado su rubio cabello, resaltando la belleza de éste.
Sus ojos lo contemplaban, aunque no podía descifrar lo que en ellos se
reflejaban, ya que estaba demasiado embobado observándolo como para deternerse
a pensar. En su boca había una gran frambuesa gorda bañada en chocolate, que le
impedía hablar y le hizo recordar a cuando le ponen manzanas a los cerdos
para servirlos en la mesa; aunque esto era mucho mejor que cualquier cerdo
ordinario, pensó mordiéndose el labio inferior. También tenía una cinta
aterciopelada de satén rojo que le rodeaba completamente las dos muñecas,
uniendo sus brazos, y había otra en sus piernas que realizaban la misma función;
y un gran moño con una tarjeta de felicitaciones que resaltaban anunciándolo
como el regalo perfecto.
Lo último, una parte de su mente,
gritó que eran detalles de Bill, sin embargo no le dio importancia. Prefirió
contemplarlo para guardar esa imagen en su memoria eternamente.
Aunque Gustav ya estaba rojo de
intentar hablar y con pobres gimoteos y gritos ahogados lo hizo reaccionar.
—¡Lo siento! —exclamó. Se le acercó
corriendo y le quitó de la boca la frutilla que le impedía hablar—. Dios, Gus,
¿estás bien?
Gustav tosió por unos momentos,
completamente rojo.
—S-sí.
01 de abril, 10:36 minutos.
—David, te decimos que esto será
genial. No, aún no lo vimos, pero morimos por ver su cara. ¡Estás en la
autopista! ¡Desvíate! —le hablaba Bill a su teléfono móvil. Intentaba
convencer a su manager de cualquier forma para que vea aquello con ellos dos.
Tom lo miraba expectante, aunque no
lo admitiera. Cuando Bill cortó la llamada, respondió a la pregunta muda de su
hermano con una sonrisa pícara. En veinte minutos estaría allí.
En el momento en que David tocó el
timbre, ambos hermanos lo arrastraron enseguida hacia la sala. Le advirtieron
que Gustav seguía durmiendo, y que Georg había salido temprano obligatoriamente
porque su mejor amigo lo había venido a buscar para desayunar. Se sentaron los
tres en el sillón frente a la mesa ratona dónde descansaba la computadora portátil
personal de Tom y a su lado una videocámara.
Bill abrió la computadora y conectó
la cámara, tardando unos segundos en reconocerla y buscar el archivo. Dejó sólo
unos segundos de las peleas de ellos dos para que David las vea —aunque tuvo
que admitir que era gracioso verse a sí mismo pelear y tirar ideas con Tom— y
luego adelantó hasta el punto en que preparaban a Gustav y lo acomodaban en
contra de su voluntad en la cama. Su manager los sermoneó como todo adulto,
aunque perdió efecto gracias a las sonrisas divertidas que se les escapaban.
—Dejamos la cámara preparada, teníamos
que ver su cara.
—Esto es para la historia, David,
ya verás. Para el próximo DVD.
El hombre dejó de escuchar las afirmaciones
de los jóvenes, concentrado en ver el video grabado. Se abrió la puerta y Georg
entró bruscamente. Sacudía su cabeza y cuando levantaba la cabeza… bueno, los
gemelos habían tenido razón: era increíblemente graciosa. Georg parecía haberse
congelado repentinamente en una expresión absolutamente embelesada.
—Oh, mierda. Yo esperaba que me
compongan una canción o hagan algún vídeo…
A pesar de ser un balbuceo, se oyó
perfectamente. Bill se golpeó en la cabeza dramaticámente.
—¡Mierda, Tomi! ¿Cómo no te ocurrió?
—¿A mí? Bill, se supone que tú eres
el creativo.
—Tú también, supuesto genio de la
guitarra. ¡A eso Gusti se refería, seguramente!
—¿Y cómo carajo quieres que yo me dé
cuenta? ¡No soy adivino! ¡Tú estabas metido en eso de comprarle algo!
Las frentes de los dos estaban
fruncidas, asesinándose con la mirada. En esos últimos días habían peleado más
que toda su vida. Fue una época de puras discusiones, y que eran detenidas
normalmente por un tercero. En este caso fue David quién arriesgó su vida y su
sanidad mental, haciéndoles recordar la grabación y dándoles otro pequeño sermón
interrumpido.
—Uhmm..
Ante aquél sonido fuera de la
situación, los tres se volvieron. No había nadie más en la habitación. Se volvió
a oír el mismo sonido y esta vez notaron que era un leve gemido. Supusieron que
provenía de la computadora y se acercaron nuevamente.
En la pantalla estaban las figuras
de Georg y Gustav.
—Oh, Dios. ¿Se están…? —comentó
David, impresionado. Bill y Tom tenían los ojos abiertos del asombro. Eso… ¿era
cierto? Bueno, era un pregunta estúpida, ya que allí tenía la prueba.
David bajó la pantalla de la
computadora portátil con decisión. Ambos gemelos se voltearon hacía él
inmediatamente, quejándose.
—Chicos, es su vida privada, no nos
podemos meter, si ellos quieren… iniciar una… relación, nosotros no somos
quienes para… —les recriminaba buscando las palabras para explicarse. Pero su
decisión flaqueó y ante el ruego de Bill, volvió a abrirla—. Pero, la
curiosidad es sana —excusó, ganándose el vitoreo de los gemelos.
Transcurrieron unos segundos más de
video en los que los tres miraban ávidos y concentrados. Se veía a la perfección
los cuerpos del baterista y el bajista envueltos en un abrazo apretado, unidos
por sus labios. Georg acariciaba la mejilla derecha de Gustav con ternura
persistente y mordía con cariño el labio inferior del baterista, quien emitía
aquellos gemidos placenteros y ahondaba más el beso. La pasión aumentaba y las
dulces caricias descendían hasta que de repente la pantalla se puso negra y se
cerró automáticamente el archivo de video.
—¡No! ¿Qué pasó, Tomi? —preguntó
Bill, impaciente, como si fuera una telenovela y no un hecho en el cuál estaban
involucrados sus dos amigos.
Tom se dedicó a revisar su
computadora, pero no encontró nada. Luego se fijó en la cámara. La desconectó y
la revisó con cuidado. Entonces abrió los ojos incrédulo.
En los ojos de David y Bill se veían
la pregunta muda. Pero satisfacieron sus inquietudes con una respuesta que no
les agradó para nada.
—Se había acabado la batería.
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