jueves, 1 de noviembre de 2012

Bill dice


Título: Bill Dice
Resumen: Bill dice es su propio juego, el favorito de Bill. Así que Tom lo complace. Y si Bill dice que Halloween es de amor, Halloween es de amor.
Categoría: Slash
Rating: 13+
Nota: Participó del octavo concurso del Blog de Autores, y ¡salió segundo! *-*


Bill dice es su propio juego desde aquel largo viaje, cuando era infantes, en el cual su madre les prohibió jugar a golpearse cada vez que alguno veía un auto rojo, tras observar los moretones que aparecieron luego en sus brazos. Bill dice que es su juego favorito; Tom, no tanto. Pero le gusta verlo feliz, así que lo complace.
Bill dice que tampoco que es un juego muy difícil, Tom bufa y sisea que todo depende de lo que se le ocurra pedir.
Bill dice que quiere una cita. Tom ríe. ¿Una cita? ¿En Halloween?
Bill dice que Halloween es de amor y Tom resopla pero asiente. Si Bill lo dice, Halloween es de amor.
Bill dice que percibe el frío y eso no le gusta, menos para una cita. Ven como a su alrededor el otoño desnuda a los árboles, cuyas hojas se desprenden en la intimidad de la noche. Tom sugiere Los Ángeles, pero Bill dice que no; aquella ciudad solo le trae a la memoria las luces cegadoras y el estridente ruido.
Bill dice que quiere volver a tener diecinueve, con el gozo de dos álbumes en su lengua materna y uno en inglés absolutamente exitosos, más la emoción imperecedera de lo que está seguro serán hits arrasadores. Tom contesta que lo ve con el cabello negro largo y unas cuantas rastas blancas, con los ojos pintados con un negro esfumado hacia el párpado superior y delineados perfectamente —lo que le confiere fuerza y fiereza a su mirada, pero eso Tom no se lo manifiesta—, el rostro raso y las manos pálidas, solo con una perfecta manicure negra y blanca.
Bill dice que aún tiene frío y que, aunque adora Alemania, la encuentra demasiado gris hoy. Tom bromea con que aún no tiene un crayón especial con el que pueda pintarle las nubes de rosa; mas, si lo tuviera, lo haría. Entonces, Tom ofrece Las Maldivas y, al girar a la izquierda, ambos se topan con el mar azul, la arena blanca, la brisa tropical sacudiendo las hojas de las palmeras y los bungalows sobre el arrecife.
Bill dice que no importa que sean hermanos. Tom sonríe, para él eso ya no viene más al caso.
Bill dice que estuvo esperando una cita de ensueño; entonces Tom le señala el cielo nocturno engalanado de estrellas, el océano reflejándolo débilmente y las cigarras cantando a la lejanía, entre los árboles, como música incidental. Luego lo invita a sentarse y a meter los pies en el agua. Hay un oleaje suave, casi tan calmo como la noche, que llega hasta sus tobillos y finalmente golpea y rompe contra el pequeño muelle.
Bill dice que todo parece perfecto, mejor de lo que había imaginado, excepto… excepto que le habría gustado comida y una buena botella de champaña, quizá en una cesta de picnic con el mantel a cuadros blancos y rojos. Y helado, oh sí, mucho helado. Tom se apena; realmente no espera que Bill no sepa y él ahora no sabe cómo explicarle. Se tensa por unos segundos hasta que Bill dice, risueño, que solo es una broma inofensiva. Tom se enerva con gran velocidad, como lo hizo en contadas ocasiones en el pasado, y se queja. Porque él se presta para jugar al juego favorito de su hermano en vez del suyo, y aún así no se pone a hacer tonterías.
Bill dice que está bien —en un refunfuño para no demostrar su vergüenza, menos aún su tristeza—, que van a jugar el juego favorito de Tom, pero sólo hasta cuando él diga «basta». Tom está a punto de decirle que no se refiere a eso, porque el juego de Bill no le molesta en lo absoluto, pero entonces el júbilo lo asalta y le toma la mano a un Bill desprevenido. Una sonrisa grande y tonta aparece en sus rostros, y se cargan de significado en cuanto Tom acaricia su mano, desde la palma hasta la punta de cada dedo y después vuelve a subir. Sube y se desliza por el reverso, pellizca juguetonamente la muñeca y continúa por el brazo y el antebrazo antes de demorarse en el hombro. Allí, Tom deja al descubierto parte de la clavícula y se acerca queriendo oler la esencia maderada de su hermano. Bill gime quedamente y Tom dice que no se preocupe, que el Doctor Kaulitz sanará todas sus heridas. Y se detiene. El mundo se vuelve estático por un segundo, para luego seguir girando.
Bill dice que continúe. Tom lo mira brevemente a los ojos y roza con delicadeza su cuello. Después baja sus manos hacia el borde de la camiseta y tira de ésta con suavidad y lentitud hacia arriba. La camiseta se alza dejando a la vista el tatuaje en sus costillas, y de un último tirón se la quita. La luz de la luna hace que la piel de Bill brille como el nácar y cree un contraste exquisito con la negrura de su cabello. Las sombras ocultan su cadera y cuando Tom desciende ligeramente la cintura de sus pantalones, la estrella allí tatuada se impone más que cualquiera en el cielo. Tom quiere decirle que lo deja sin aire, pero no puede y, en cambio, se dedica a acariciar con vehemencia su torso. En cuanto se anima, lame el pecho de su hermano y se sonríe cuando éste gime. Alza la mirada y se encuentra con los ojos entrecerrados, cargados de expresión. Tom no se contiene, no puede hacerlo, y le dice que lo ama. Entonces, Bill no dice nada y se sacude al tiempo que el éxtasis explota en su ser. Sus dedos tiemblan y cierra los ojos mientras dibuja en su rostro una sonrisa. Y como si el orgasmo lingüístico-emocional fuera poco, Tom se apodera de sus labios y lo besa con una dulzura inaudita entre ellos. Tom lo besa y Las Maldivas se nublan hasta que se separan.
Bill dice «basta». Y si Bill dice basta, el juego de Tom debe terminar.
Bill dice que está cansado y que deberían volver a Ohlsdorf. Tom le da la razón y regresan en silencio, caminando entre epitafios hasta llegar.
Bill dice que Halloween se está terminando, por lo tanto también lo hace su juego y su cita. Tom contesta que lo pasó bien y Bill lanza una carcajada entrañable. Mas, Tom nota cómo sus ojos se llenan de ojeras, la barba crece incipiente, aparecen los agujeros de sus últimos piercings, el cabello se acorta y se aclara, y sangre empieza a descender de su sien y de su cuello. Alcanza a vislumbrar el crepúsculo en el firmamento cuando, como en una pesadilla recurrente, lo ciegan dos faros y el estridente bocinazo irrumpe en sus oídos.
Tom ve cómo su hermano se desvanece, su piel cada vez más transparente, e intenta abrazarlo antes de que la negrura lo consuma. Pero no lo logra. Entonces él, rendido, se deja caer al lado, en su propia tumba. 

SuperGus

Título: SuperGus
Resumen: Las primeras impresiones siempre, de alguna u otra forma, repercuten. O, si no, que lo afirme Tom.
Categoría: Slash (minor)
Rating: 9+
Nota: Participó en el séptimo concurso del Blog de Autores de Fanfics y, adivinen~, ¡¡ganó!!
Canción: 'Kryptonite' - 3 Doors Down 


Cuando se reunieron por primera vez en el parque de Magdeburg tras el primer show donde se conocieron, lo primero que Tom vio fue un chico rubio y menudo, usando una gorra —que luego portaría por años— y unos anteojos de marco negro mientras leía un cómic de Superman bajo el sol.
—Que no sea uno de esos friki-nerds, por favor —había resoplado en un comentario hacia su hermano, quien no había podido evitar una risita.
No obstante, en cuanto aquel chico rubio y menudo se había sentado frente a la batería y había empezado a tocar, Tom supo, a pesar de su edad e impertinencia, que debería haberse tragado sus palabras.
Con la marcada impronta de aquella dicotomía que componía a Gustav, Tom se sentía intranquilo e inexplicablemente interesado. A medida que transcurrían los días y el tiempo compartido se incrementaba, le fue inevitable empezar a buscar parecidos y diferencias con su persona.
De los primeros hechos que notó, fue que Gustav se levantaba temprano —a una hora totalmente insana para él, en la que ni creería estar conciente— y desayunaba tranquilo mientras leía en lo posible el diario. Sin embargo, cuando luego empezaban a ensayar, tocaba con mayor energía que toda la que demostraba Bill en sus primeras dos horas del día.
También reparó en que se hacía de al menos unos minutos al día para salir a caminar un rato. Al principio creyó que lo hacía porque estaba enojado, pero pronto supo que si Gustav se irritaba, los enviaba a la «mierda» sin tapujos —y Tom pensó que si no lo hacía literalmente, era porque tenía la suficiente educación para no hacerlo. Si estaba molesto por alguna razón, Gustav volvía agitado, con el rostro rojo en contraste con su cabello y con la música azotando sus tímpanos; si no, llegaba con una expresión tranquila y apenas transpirado. Cada vez que regresaba, Tom lo contemplaba fijamente: él jamás podría irse a «dar una vuelta» solo para despejar su mente.
Otra cosa que supo desde el principio fue el gusto musical de su amigo. Solos de batería poderosos —como los que más de una vez también hacía Gustav y a él lo dejaban estupefacto— y riffs cautivantes que tomaban posesión de su amigo y a él lo dejaban con un ligero sabor amargo: con suerte él escuchaba un rato Metallica y Foo Fighters.
No supo exactamente cuándo, pero pronto empezó a buscar desesperadamentealgo en lo que él y Gustav fueran similares. Había pensado en cómo estaban conformadas sus familias, aunque enseguida desistió: Gustav tenía una hermana—y por más que Bill tuviera una apariencia andrógina, todo rastro de posible femineidad se disipaba con cada grosería que escapaba de su boca—, mayor y con la que tenía una buena relación pero no tan cercana como la que él tenía con su gemelo.
Estaban juntos en una banda, aunque también estaba Bill y Georg. Y sí, pasaban mucho tiempo juntos, discutían y luego se reían, pero cuando llegaba la época de vacaciones, el baterista se las tomaba a pecho y Tom volvía a saber de él con suerte casi una semana después.
Entonces, cuando buscaban una película para ver, recordó aquella fuerte primera impresión de Gustav leyendo Superman. Buscó la película con premura, a sabiendas de que en aquello quizás sí podrían coincidir, y lo llamó para que se aproximara. Por un segundo en su mente se plantó la idea de que Gustav coincidía más con Superman que con él mismo. Sin embargo, apenas su amigo se le acercó y vio la película, se alejó porque lo llamó también Bill mientras cantaba «Hakuna Matata» con una sonrisilla y le mostraba la tapa de El Rey León. Finalmente, terminaron viendo la elección de Georg: una película que poseía supuestamente acción y comedia que a Tom ni divirtió ni aburrió.
En cambio, retomó la idea —absurda, claro— de que Gustav parecía Superman.
Siempre le había parecido tonto que nadie reconociera al superhéroe como Clark Kent sólo por unos anteojos y, sin embargo, creía entenderlo cada vez que miraba a su amigo. Cuando lo había conocido y cuando lo veía descansando, parecía un ser humano cualquiera; mas, cuando se quitaba los lentes y se sentaba tras la batería, su fuerza tomaba dimensiones inimaginables y su talento y su esfuerzo hablaban por él hasta masacrar cualquier vacilación que tuviera de él.
Físicamente eran similares. Bueno, Gustav era más bajo y rubio, pero tenía la musculatura de sus brazos y la espalda igualmente desarrollada. Aunque a veces parecía débil —más cuando era púber—, usualmente se veía tan fuerte como lo era su carácter.
Su personalidad también era parecida. Aunque había veces que podía estar loco como una cabra, normalmente estaba sereno y optaba por ser de perfil bajo. Y, aunque no tenía un sentido de la justicia y la moral tan desmesurado, Tom confiaba en que amigos como Gustav había pocos. Estaba allí cuando se lo necesitaba, conocía unos cuantos secretos, sabía cuando callar y sabía cómo rescatarlo de sus líos —o al menos intentaba ayudarlo.
Aunque no tenía superpoderes. Como cualquier simple humano no volaba, corría a una velocidad normal —aunque más rápido que él, Tom podría admitir— y los callos en sus manos demostraban que su piel no era a prueba de balas.
La película terminó, todos se retiraron a dormir y al otro día cuando Tom despertó la idea de que Gustav era similar al superhéroe seguía latente. Tanto que absolutamente sorprendido descubrió que se había levantado temprano, casi al mismo horario en el que acostumbraba a despertarse su amigo. Quiso volverse a dormir, mas no pudo.
Pensó en ir al estudio a ensayar un rato, pero en el camino se encontró con Gustav, quien se ataba correctamente las zapatillas deportivas.
—¿Saldrás a dar una vuelta?
Gustav asintió.
Tom lo consideró por un rato, aquello no era algo habitual en él pero tampoco podría matarlo.
—¿Puedo ir contigo? —Percibió la mirada extrañada de su amigo y eso lo molestó un poco—. De paso, paseo a Scotty.
—Sí, claro.
Buscó la correa y llamó a su perro con un tono infantil que hizo a Gustav reír.
Salieron del departamento-estudio con tranquilidad, confiando en el resguardo de sus gorras y sus lentes de sol. Además, Tom pensaba que era demasiado temprano como para que algún ser viviente los reconociera. Caminaron con tranquilidad y en silencio; cada tanto, él miraba de reojo a su amigo y se sonreía ante la idea de Gustav en un traje de superhéroe.
—Uhm, ¿Tom? ¿Qué pasa?
—¿Eh? ¿Con qué?
—Quiero decir: no eres exactamente un loro parlanchín como Bill, pero tampoco eres tan callado…
—Es que estuve pensando… —Gustav resopló como si aquello fuera algo nuevo. Tom frunció el ceño. Resoplar era algo suyo, principalmente para con Georg, pero lo dejó pasar—. Gus, a ti te gusta Superman, ¿cierto?
Gustav arrugó la nariz levemente. —Para nada.
Tom se sorprendió.
—¿En serio? Yo pensé que sí…
—Nah. ¿Un tipo con calzoncillos afuera y capa que a cada nuevo problema le inventan un nuevo poder y solo es vulnerable a un pedacito de roca? Paso.
—¿Pero tú no leíste…?
—Una vez. A un amigo le encantaba Superman y quiso que las lea todas, pero no me emocionó mucho. Para cuando esté muy aburrido, quizás serviría.
Evitó demostrar su decepción. Había creído fielmente por años que a Gustav le gustaba Superman y hasta había creído que podrían compartir aquello como algo común más allá de la banda. Pero esas ideas allí habían muerto, como Superman atravesado por una bala de kriptonita.
Quizás podrían compartir una no-fascinación por los cómics…
«Solo es vulnerable a un pedacito de roca» había dicho su amigo. Si continuaba su comparación Gustav-Superman, podría decir que el baterista era humano y eso lo condicionaba a ser físicamente vulnerable a cientos de cosas, pero en el área psicológica Tom ya no estaba tan seguro.
Si pensaba en sí mismo, tiempo atrás Tom habría dicho que su kriptonita era Bill. Mas, ahora que lo analizaba mejor, su hermano era su complemento y su mera presencia no lo hacía débil, sino que lo animaba. Si estuviera en plan bromista consigo mismo, se diría que él no era un superhéroe sino un Dios, pero la verdad era que toda su vida se había tenido la suficiente estima —o se la había construido— para jamás sentirse inferior ante nadie. Solo había sucedido en contadas ocasiones y ante esplendorosos despliegos de talento.
Y justamente uno de ellos lo tenía justo a su lado.
Se sonrió a sí mismo, contento de tenerlo en su banda y como amigo.
—Oye, Gus. ¿Tienes a alguien que sea tu kriptonita? —preguntó repentinamente, queriendo descartar aquella duda.
Gustav lo miró fijamente por lo que le pareció horas, Scotty tiró de la correa queriendo aproximarse a un árbol y él se sintió ligeramente intimidado.
—Vamos. Volvamos al estudio, mejor —rió Gustav y dio media vuelta.
Tom frunció apenas el ceño. Sí, tal vez lo mejor sería regresar y dejar de comparar a su amigo con un superhéroe. Estaban en el mundo real: Gustav carecía de superpoderes, ideales heroicos, villanos y, por lo que sabía, interés amoroso.
Aunque, si lo forzaba un poquito más, Gustav podía manejar el tiempo, las ondas sonoras y el ritmo —hasta el cardíaco— con sus baquetas y poseía en una sonrisa más personalidad que Superman en su toda primera película. Quizás villanos no tenía exactamente, pero sí casi media Alemania lo desestimaba a él y a toda la banda y Tom estaba seguro que Bild estaría más que alegre de publicar algo negativo sobre ellos. E interés amoroso… bueno, él no sabía si ahora mismo su amigo estaba enamorado o si alguien estuviera pensando a todas horas en Gustav —tanto en su físico como en su forma de ser—, maravillada por su persona…
Agrandó los ojos y casi soltó la correa de su perro.
—No, ¡mierda!
—¿Qué? —cuestionó Gustav extrañado.
—Espero no querer ser Lois Lane —contestó aturdido en un balbuceo. Apenas notó que la expresión de confusión de su amigo se acentuó y que gradualmente se desvaneció.
—Venga, vamos —dijo Gustav y le palmeó la espalda—. Caminar y pensar no es lo tuyo.
En cualquier otro momento, Tom habría afilado su lengua y le habría devuelto el comentario más mordaz que se le pudiera haber ocurrido. En cualquier otro momento en el que no se le estuviera instalando la duda de si se estaba interesando demasiado en su amigo.