viernes, 7 de septiembre de 2012

Bar Devilish (III)

Título: Bar Devilish
Resumen: La vida de Víctor cambió radicalmente en el momento que puso sus pies en el Bar Devilish, un lugar anárquico en el que la únicas leyes las rigen los hermanos Kaulitz. Estos son personas sin escrúpulos, un tanto peculiares y con una relación todavía más peculiar, que no tienen drama de demostrar.
De repente, una pelea callejera será el mínimo de los problemas de Víctor.
Categoría: Slash
Rating: R
Bar Devilish (I)
Bar Devilish (II)


3. Casualidades del destino
Ese jueves Víctor estrenó su nuevo trabajo, no muy animado aunque agradecido de por el momento ser un simple camarero.
Un camarero inexperto.
Tuvo que admitir que cuando la palabra “esclavo” resonó en sus oídos, se asustó. No estaba seguro si era bueno o malo, ya que el trabajo de un esclavo era muy ambiguo. Bueno, en realidad no lo era. Sólo debía servir a sus amos en lo que estos requieran.
El problema era justamente eso. Lo que estos requieran.
Con alivio momentáneo asintió en el instante en que Tom especificó que sería mozo. Se cambió en el baño por una camisa blanca que le quedaba ligeramente grande, manteniendo sus zapatillas deportivas y su pantalón de jean. Bill le preguntó sus medidas y le avisó que al atardecer recibiría el pantalón oscuro y calzado adecuado para el trabajo.
Se sintió como un idiota cuando tomó con libertad la bandeja brillante de metal, pensando que sería pan comido, y el capucchino que llevaba se derramó afortunadamente, en la misma bandeja y no sobre el cabello inflado de rulos de una señora y las medialunas fueron a terminar en el suelo. Cerró los ojos frustrado y cuando los abrió se encontró con un brillo de reproche en las miradas de los Kaulitz. Recogió los alimentos y se disculpó con los clientes sentados en la mesa, y regresó a la barra para intercambiar las vasijas y servir nuevas croissants y un café cargado. El barman le arrojó un trapo que atrapó al vuelo para limpiar la bandeja manchada. Víctor observó atónito por unos segundos como el otro limpiaba disimuladamente las mismas medialunas y las devolvía al plato, entregándoselas como si fueran unas distintas y frescas.
A partir de ese momento, hizo un tremendo esfuerzo por mantener la estabilidad con la bandeja y no pasar vergüenza otra vez, caminando con cuidado y un poco más despacio. Sin embargo, las manos alzadas de las personas no paraban de exigirle; que un café, un desayuno continental, un té de limón por favor, la cuenta, si no es problema. Él tenía sinceros ánimos de responderle que sí, que sí tenía problemas, porque a él no le correspondía hacer ese trabajo, él no quería mover un músculo más bajo las órdenes de otro. Pero se tragó sus pensamientos como si de una bola de comida inmasticable se trataran.
También, aunque no lo dijo, agradeció cuando Kaulitz se compadeció de él y llamó a Sebastian, otro mecero que descansaba en su día libre. Éste, un treintañero con algunas desafortunadas y tempranas canas en sus sienes, fue bajo la promesa de que la semana próxima tomaría dos días libres. Junto con su ayuda logró no abatirse completamente en su primer día de trabajo y Sebastian también le dio consejos para conllevar mejor todo él solo.
Para el final del día, descubrió en Sebastian un hombre simpático, que tenía un dicho o una broma para cada infortunio. También conoció al cocinero, Stefan, el hermano del barman, Frank; y ambos eran igual de inexpresivos. Víctor incluso pensó que más parecidos eran aquellos dos que los gemelos Kaulitz. En la cocina también trabajaban Silke y Derek, ambos eran mucho más afables que su compañero. Producto de un susto, le presentaron a Tobi y a Blaz, hombres fortachones y serios que actuaban como la seguridad en aquel lugar, especialmente durante la noche.
A Víctor lo acosó una duda. ¿Cómo era entonces que anoche no había visto a ninguno? Silke lo contestó sin querer en uno de sus pequeños monólogos. Tobi tomaba como día libre los miércoles, mientras que Blaz lo hacía los lunes, pero él había estado de viaje y había vuelto ese día, en la mañana, por lo cual había recibido una constante mirada furiosa de Bill. Cuando él la interrumpió para preguntarle el por qué, ella alzó los hombros y volvió a cortar cebollas.
El bar mantenía horarios normales. Abría a las siete y media de la mañana, horario preparado para el desayuno de cualquier oficinista, hasta las dos de la tarde, aunque solían mantenerse un rato más. A las seis con treinta minutos entraban en horario nocturno. Éste se extendía hasta la una de la mañana, cuando solía cerrar la cocina, pero el bar seguía abierto una o dos horas más. Los fines de semana, abría recién a las diez de la mañana hasta las catorce horas y a la noche continuaba incluso hasta las cinco de la mañana. Al igual que los jueves, advirtió Derek.
Agradece que Frank ocupó por un rato tu lugar también, hoy a la mañana comentó Silke.
Víctor le dio la razón a regañadientes. Tal vez sólo parezca un tipo insufrible, no significa que lo sea, pensó.
La brecha en los horarios le dio la oportunidad a Víctor de recuperar unas horas de sueño perdidas. Tom le indicó que habían decidido que aquella habitación en la que pasó la noche sería la suya desde ese momento. Cuando le habló no le estaba prestando atención realmente, sino que estaba dedicado a acariciar unos mechones negros de Bill, quien ronroneaba con sus brazos apoyados sobre la mesa y su cabeza acomodada entre ellos, y a teclear su celular.
A la tarde, fue Silke quién lo despertó. Le alcanzó la ropa nueva de la que Bill le había avisado y esperó en el pasillo a que se cambiase para bajar los dos juntos. Rumbo a la cocina, Silke se separó de él y Víctor se quedó en el salón, acomodando las sillas y las mesas bajo las indicaciones herméticas de Frank.
Antes de abrir nuevamente el bar, la voz de Tom resonó en el salón llamándolo.
Intrigado y con paso intranquilo se acercó hacia ellos. Estaban en el centro del local, sentados cerca de las mesas de billar, dónde Bill estaba apoyado recriminándole enfadado a Blaz, quien detuvo el juego que mantenía con Tobi para escuchar a su jefe.
… que ésta sea la última vez, Blaz. Terminas hoy el turno y te tomas el tren de vuelta a Magdeburgo con Gustav. ¿Entendiste? Mañana a la diez espero el llamado de Gustav confirmando tu presencia avisó con infantil relajación; sin embargo, sus ojos demostraban lo que en verdad era: un orden seria e indiscutible.
Blaz asintió y Bill, conforme, se levantó de la mesa dejándolos a ambos guardias reanudar su juego. Bill volvió con su hermano y se sentó al lado de éste, con su espalda apoyada en gran parte contra el brazo derecho de Tom. Éste aprovechó la postura y le susurró algo a su gemelo, el cuál sonrió.
Sres. Kaulitz. ¿Me buscaban? cuestionó Víctor con cortesía trabajada.
Tom paró de susurrarle a su hermano al oído y levantó la vista hacia él. Con un cabeceo le indicó que se sentara en el único lugar libre de las sillas acomodadas para esa mesa. Le terminó risueño de susurrar a su gemelo y le besó la oreja a Bill, el cual se acomodó en su silla y dejó de usar de apoyo a su hermano con pereza.
Obedientemente, Víctor se sentó en la cuarta silla, junto a Georg. Éste lo saludo con un gesto distraído.
Bien, Junior. Víctor arrugó el ceño levemente ante el apodo . Hoy Georg fue tu casa, a buscar tus cosas informó Tom.
Georg se agachó levemente y levantó un bolso azul marino y grande. Descorrió la bragueta y así se logró ver algunas cosas que había en el interior. Mudas de ropa incluyendo chalecos y abrigos, un aro y un anillo de plata que Víctor a veces usaba cuando salía, un caja de cigarrillos casi repleta y un encendedor, unas fotografías de él con sus amigos y una de la familia entera. Víctor agarró éstas últimas y las contempló unos segundos, con ojos tristes. Luego se las guardó en el bolsillo del pantalón acariciándolas lentamente.
Bill se interesó repentinamente en el contenido del bolso, atrayendo la atención de su gemelo. Revolvió la ropa lanzando críticas en murmullos: “No me gusta”, “esto me quedaría bien”, “tal vez con un buen collar…”, “es horroroso”; intercalados entre largos e indecisos “uhmm”. Finalmente tomó el anillo y se lo probó bajo la atónita mirada de Víctor, quien no podía creer la libertad con las que tomaba sus cosas, y luego lo devolvió al notar la inscripción en éste.
¡Marlboro! exclamó dando un saltito en su asiento y aplaudió divertido, haciendo un ruido metálico casi sordo al golpear ambos anillos elegantemente colocados en sus manos. Confiscado anunció con voz clara, agarrando la caja roja y blanca de cigarrillos, tomando uno de su interior y prendiéndolo. Luego lo llevó a los labios, inspiró y expiró volutas de humo que se dirigieron, sin intención, a Víctor. Éste aceptó sin complicaciones esa demanda, ya que él no era asiduo a fumar, únicamente lo hacía cuando estaba con sus amigos, para aparentar principalmente.
Amigos que dudaba volver a ver.
Cerró por un instante los ojos con pesar.
¿Nada de porno? preguntó Tom con mofa en su voz.
Ni una sola revista atribuyó Georg, rompiendo el silencio en el que se había mantenido.
Vaya, Junior. Tengo dos hipótesis: o eres anormal o un gay reprimido.
Víctor se abstuvo de responder. Ni una cosa, ni la otra. Sólo que lo escondía en un viejo ducto de ventilación tras su buró.
En silencio recogió y acomodó las cosas de nuevo en el bolso. Pertenencias de su antigua vida, tal vez futuros tesoros sin valor alguno para cualquier otra persona. Acomodando, recayó en algo.
No hay ropa interior informó.
Los gemelos lo contemplaron extrañados y alternaron su mirada entre él y Georg. Éste último alzó los hombros.
Hombre, ni loco te tocaba tus bóxers aclaró con una mueca de asco y una mirada divertida.
Bien, te compraremos algunos suspiró Bill con desgano. No queremos que nuestros empleados vayan por ahí apestando a bolas.
Víctor asintió vagamente, haciendo caso omiso a los comentarios o muecas que hacían, ya sea con intención de ridiculizarlo o no.
Ah, antes de que te vayas, firma esto ordenó Tom, poniéndole enfrente tres hojas abrochadas, completamente escritas.
Víctor alzó una ceja.
¿Un contrato?
Ajá. Sólo para que parezca legal explicó Tom y ante la pregunta muda de su hermano, añadió en voz queda—. Andreas lo envió por fax hace unos minutos. Ahora firma volvió a ordenarle.
Víctor suspiró. ¿Para qué otra cosa habría un contrato? Así, para el mundo él era un simple trabajador más. Tomó el bolígrafo y lo deslizó por la línea de puntos plasmando su firma personal, la inicial de su nombre seguida por su apellido encerrado en un simple círculo. Devolvió los papeles y el bolígrafo rápidamente y se dispuso a retirarse.
En su fuero interno, se preguntaba quién era Andreas. Al parecer, era un abogado que trabaja para ellos. Esto no le parecía nada raro, era común que gente como ellos necesitaran apoyo legal. Entonces recordó el viejo chiste que decía que todos los abogados van al infierno.
En lo que transcurría de su tiempo allí (algunas cuantas horas, en verdad) se había hallado a sí mismo en encrucijadas. O quería saber todo o no quería saber nada de nada de ese peculiar bar.
Qué fácil dijo Tom, mirando fijamente la firma unos segundos mientras acomodaba sus rastas en su espalda.
A ver —canturreó su hermano, curioso. Cierto, Andreas la falsificaría en segundos comentó, recibiendo la razón.
Víctor, involuntariamente, compuso una mueca que incluía molestia y asombro. Así que Andreas era abogado y falsificador, dedujo con obviedad.
Bill se rió unos segundos de su expresión y luego lo dejó marcharse.
Víctor, pidiendo permiso, se paró con el bolso en mano y se lanzó a caminar hacia su nueva habitación. Llegando a las escaleras oyó un “Junior” hacia él. Con las manos en los bolsillos de la chaqueta de cuero y con un aire perdido estaba Georg, despreocupado.
¿Sí? interrogó desinteresado.
No te traje tu celular, igual cortamos tu línea, debemos asegurarnos de que no cometas ninguna estúpidez con él le contó hermético.
Víctor lo aceptó con un leve “Ah” y un cabeceo. Él no era una persona completamente dependiente de su teléfono móvil y cuando no lo tenía consigo no lo lamentaba como otras personas, una actitud que los demás en su familia y su círculo de amigos tachaban de rara.
Estaba por darse vuelta y continuar su camino escaleras arriba cuando notó que eso no era lo único que Georg tenía para decirle.
¿Algo más? cuestionó alentándolo.
Tu madre me pidió que te dijera adiós de su parte. Pide que te cuides y que la perdones por no hacer nada para impedir esto contestó con sinceridad. Víctor apartó sus ojos de él.
Hum… Gracias farfulló y se dio media vuelta. Sin vacilar, subió un escalón tras otro.
Abandonó el bolso encima de su cama y se sentó sobre ésta. Abrazó sus piernas y ocultó su rostro tal como niño chiquito perdido y desesperado por encontrar a su mamá. No quería aceptar esa despedida tan impersonal, por más que sabía que seguramente ella habría estado envuelta en llanto y con un pañuelo cerca de ella, balbuceando ruegos para recuperar a su ahora perdido hijo.
Encima le pedía perdón, algo innecesario debido a que ella no tenía la culpa. Eso era algo que le molestaba. Que la gente se adjudicara la culpa de algo que no le correspondía. Era algo masoquista.
Se apretó sus globos oculares por encima de los párpados para evitar alguna intrusa lágrima. Sólo esperaba poder volver a verlas: a su madre y a su hermana.
Apenas logró reprimir las lágrimas, volvió al local y se dedicó a servir.
Para la una de la mañana, cuando el trabajo más duro se apaciguaba, los músculos de su brazo derecho dolían como si hubiese levantado una tonelada de pesas (algo humanamente imposible) y disimuladamente buscaba relajarlos. Nunca se hubiese imaginado la fuerza que utilizaban los mozos. Sebastian le consoló diciéndole que pronto se acostumbraría, sólo era cuestión de tiempo.
Víctor aprovechó un momento para mirar a su alrededor. Silke y Derek se despedían a lo lejos con aspectos cansados, alegres de por fin haber terminado su trabajo. Tobi y Blaz se hallaban en una esquina hablando aburridos entre ellos. Cerca de ambos guardias había un grupo grande de hombres, que no escatimaban dinero en beber. Tom se entretenía con una mujer y su minifalda en una mesa a la derecha de la de Georg y Bill, quien observaba con ojos críticos y parecía discutir con Georg, debido a su leve tono rojizo, seriedad y la disimulada ferocidad en sus ojos y facciones. A la izquierda de ellos habían vuelto los góticos del día anterior, escondidos nuevamente en la esquina menos alumbrada del lugar. En una mesa de billar había otros dos hombres jugando y en la barra había tres mujeres sentadas, bebiendo sus tragos e intentado conversar con Frank y su hermano Stefan, el cual había decido hacerle compañía.
Sebastian volvió de lustrar fugazmente con un trapo un caño brilloso en uno de los costados del escenario y le dedicó un sonrisa agotada.
¿Para qué lo limpiabas? le cuestionó intrigado.
Para el show respondió consultando su reloj de pulsera.
Víctor quiso preguntarle sobre cuál show hablaba, pero el otro mozo se alejó de él con destino hacia Kaulitz. Le comunicó algo a Bill, que Víctor no logró escuchar, y éste detuvo lo que parecía ser un perorata (por el gesto de desesperado aburrimiento de Georg), miró también el reloj de su celular y le agradeció a Sebastian. Luego tomó de un trago el contenido de su vaso, sacó de éste uno de los solitarios hielos que quedaban y se lo tiró a su hermano gemelo. Tom lo miró con absoluto fastidio y le levantó el dedo del medio de su mano izquierda, obteniendo como respuesta un chasqueo de lengua por parte de Bill.
Finalmente, Tom se separó de la chica aunque no se movió de su asiento y Bill se levantó y con paso elegante y altivo se dirigió hacia el escenario. Agarró el micrófono que le extendía Sebastian con una sonrisa y acaparó varias miradas.
Buenas saludó risueño y con carisma. Es hora de que comencemos con el show prometido Los hombres que bebían sin parar vitorearon alegres . Muy bien, entonces ¡que empie…!
Bill se interrumpió debido a algo que fue muy obvio para Víctor y para todos los presentes. Un fuerte ruido se escuchó en la puerta, aclamando la atención que recibía en ese momento el muchacho andrógino.
Allí había un hombre sudoroso, que respiraba irregularmente. Su tez era trigueña y utilizaba un corte de pelo que otrora fue rapado. Más allá se escuchaban sonidos que le fueron confusos para Víctor, aunque de ello podía notar las corridas y gritos.
Tom, Tobi, Georg y Blaz se pararon inmediatamente.
Ya me parecía que había olor a cloaca. Ahora sabemos qué rata se escapó Tom silbó, fuerte y claro.
No sabes cuánto me alegra que decidas contarme de dónde provienes, Kaulitz. Me doy cuenta que encajas perfectamente con eso  reacionó el recién llegado con escarnio.
De un pequeño salto, Bill descendió del escenario, dejando olvidado el micrófono. Había visto a su hermano acercarse peligrosamente al otro, contrajendo sus músculos faciales, con la nariz apenas dilatada y el ceño fruncido. Estaba enfadado y muy dispuesto a contestar.
Mientras los demás trabajadores del local no se preocupaban, Víctor y los clientes (exceptuando a algunos góticos) presenciaban la escena como si fuera una obra inédita, que les causaba incertidumbre. Sebastian, a su lado, tuvo la gentileza de explicarle superficialmente la situación.
Tom llamó su hermano aproximándose y deteniendo aquella refriega verbal típica de cuando los dos se encontraban. Normalmente, Bill no se abstenía de participar y acompañar a su hermano, pero esta vez le puso una mano en el hombro en un indicio de calma. ¿Qué está pasando, Bushido?Tom y Bushido no se quieren, le explicó Sebastian a Víctordesde el momento en que se conocieron y que Bushido se metió con Bill.Bill sonrió Bushido y se adentró unos pasos más en el local. Ensanchó su sonrisa ante el gruñido de Tom, pero, reparando en los demás presentes, no continuó la pelea. No por que no quisiera o se sintiera intimidado por las moles que eran Tobi y Blaz, sino porque su situación se lo exigía. Una pequeña emboscada. Son mucho más que nosotros explicó escueto.
Víctor podía ver el aborrecimiento entre Bushido y Tom, pero Bushido con Bill era diferente. No se dirigía a él con completa hostilidad, sino que le miraba hasta con cierto grado de fascinación. Como a un objeto inusual que quiere conseguir pero que no logra hacerlo de su propiedad.
¿Y tú vienes para acá? preguntó Bill, enfureciéndose, con la vista fija en un punto tras él.
Bushido reconoció su ira y sonrió ladino. Notó que Bill no lo miraba a la cara y sabía lo que eso significaba. Adelantó dos pasos y dándose vuelta con velocidad encestó un golpe en el estómago del silencioso agresor tras él. Al hombre le tembló la daga y se llevó una mano a su adolorido abdomen. Bushido agarró su brazo izquierdo, el que tenía la daga, y se lo retorció con fuerza, le dio un puñetazo cerca del codo y hubo un sordo crujido y un grito de dolor. Luego, cuando el hombre cayó al suelo, le robó la daga y comenzó a darle múltiples patadas con crueldad en la cara y en el tronco.
Se alejó del hombre inconsciente y se sobresaltó cuando un proyectil casi roza su pie.
Casualidades del destino respondió con una sonrisa.
Tom gruñó algo incomprensible en cuanto más hombres entraron en el bar lanzándose con fuerza contra todos ellos, no solamente contra Bushido.
¿Y el resto de tus súbditos? inquirió Tom completamente irritado, agarrando tres cuchillos tramontina de una mesa y sacando un revólver, reservaba su navaja sólo para una emergencia.
Muertos gritó Bushido concentrado, golpeándole en el rotro a otro, mientras con la otra mano sacaba un arma de fuego, o vivos, no sé. Nos separamos.
El hombre escupió sangre y su cara estaba deformada. Entonces Víctor se dio cuenta de que Bushido no peleaba a mano limpia, sino que usaba una manopla, lo que el conocía con un nombre vulgar que le había puesto, “nudillos de acero”. Ahora comprendía mejor por qué hacía tanto daño.
¡Tobi! ¡Lleva a los clientes a arriba! bramó imperativamente Bill haciéndose escuchar y esquivando un golpe.
¡ Ayúdale, Bill! exclamó a su vez Georg.
Víctor notó que el aludido iba a oponer queja, pero un asentimiento de su hermano le hizo rezongar.
Él se había quedado quieto en su lugar, plasmado. Sólo despertó de su letargo cuando Sebastian lo empujó con vehemencia. Había que escapar, que esconderse, le decía. Frank y Stefan se habían ocultado bajo la barra, y Sebastian lo empujaba, ya sea hacia escalera arriba o hacia la barra, a pesar de que en ésta última quedaba poco espacio protector.
Tobi abría paso en el salón, corriendo sillas y mesas, y Bill dirigía a base de gritos a los aterrados clientes. El ruido de los golpes y los gritos se confundían y producían una gran histeria. Algunas personas se santiguaban y otros procuraban ser los primeros en ponerse a salvo, a ellos y a sus pertenencias. Prontamente, las escaleras preparadas para dos personas, o tres incluso, se vieron abarrotadas por una pequeña masa de gente que se empujaban entre ellos. Tobi los apuraba junto con Bill, quien prometía que todo estaría bien dentro de un rato.
Víctor empujó a Sebatian hacia la barra, diciéndole mudamente que se esconda allá; él, en cambio, iría arriba. Sebastian asintió y corrió en sentido contrario al suyo.
Pero Víctor no cumplió lo señalado y, en vez de subir las escaleras, se escondió cerca de éstas, tras una mesa volteada que le sirvió de escondite. Uno desde el que podía ver toda la acción de la pelea.
Eran varios hombres enemigos para las cuatro personas que luchaban.
Georg disparaba su arma con puntería envidiable a la vez que ahogaba con su brazo a uno, un poco enano y con facciones de gnomo, usándolo de escudo en ocasiones. Con un movimiento de cabeza balanceaba su largo pelo hacia atrás para que no le estorbase y con velocidad cargaba la Colt aún manteniendo a su escudo humano y apretándole más fuerte.
Bushido descargaba golpes de puño con la manopla completamente ensangrentada, al igual que su mano. Se había quedado sin balas y golpeaba con la culata del arma. En cuanto pudo extrajo de su bolsillo la daga que le había robado al primer hombre que lo atacó al pisar el bar. En momentos se ayudaba mutuamente con Blaz, el cual luchaba con su arma y a puño limpio, o también utilizaba, en escasos momentos, elementos desperdigados del bar.
Tom se había dedicado a rescatar cuanto cuchillo del bar podía y los lanzaba como si de dardos se tratasen. Eran cinco los que lo atacaban simultaneámente, apenas le daba el tiempo para reaccionar y evitar los ataques y los pocos disparos que les quedaban a aquel grupo. La pandilla de Bushido les había costado más de lo que pensaban y ya casi no les quedaban balas, por lo que el enfrentamiento se daba más cuerpo a cuerpo.
El bar se transformó en un caos; abundaban golpes sordos, maldiciones y chillidos de dolor, impotencia y ferocidad. Estaba sumido en un mar de utensillos, platos rotos, vidrios de vasos y botellas quebradas; sillas convertidas en astillas, mesas rengas, lámparas inservibles ahora. El grado de visibilidad descendió y la luz de la calle y la de la luna no ayudaban mucho. Cada tanto aparecían brillos que se movían a gran velocidad en la muchedumbre luchadora. Los cuchillos, navajas, revólveres y dagas resonaban cuando se estrellaban en el piso, e increíblemente se podía oír los golpes secos en aquel alboroto.
Los ruidos constantes continuaron un rato más en la penumbra.
Él tenía las pupilas completamente dilatas, buscando detalles, observando con fascinación morbosa aquella lucha de supremacía.
Víctor se sabía conocedor y amante de las películas de acción; pero aquello… aquello era muchísimo superior. La acción, el suspenso, el miedo, y el hecho de presenciarlo en persona, como testigo, lo maravillaba y lo aterraba más de lo inimaginable. Los golpes propinados, los clamores desgarradores y la sangre derramada se mezclaban en una escena en la que la incertidumbre de conocer el vencedor corrompía junto con una gran perturbación.
Repentinamente, el lugar se aclaró.
¡Tom! ¡A tu derecha! se impuso un grito de Bill, proveniente de un sitio cerca de él, donde la mano de Bill mantenía conectado el enchufe de una luz de emergencia.
Víctor se fijó inmediatamente en Tom, el cual se hallaba rodeado. A su derecha, cómo le habían indicado, una persona tenía en alto un cuchillo que, a pesar del evasivo intento, asestó en su pierna. Una mancha rojiza apareció de a poco en su enorme pantalón, dónde el cuchillo se hallaba clavado. Tom se mordió el labio y separó el instrumento filoso de su cuerpo con un pequeño aullido de dolor. Dolor que le hizo retroceder unos pasos, evitando así de manera milagrosa un segundo golpe. Su efímero descuido fue aprovechado por los atacantes, quienes se le abalanzaron con rápidez. Tom recibió dos patadas y uno que otro puñetazo. Una navaja le rozó el hombro y dos disparos más resonaron en el bar.
¡Tomi! un chillido desesperado por parte de Bill.
Éste apareció en el rango de vista de Víctor, entrometiéndose en la refriega con un arma parecida a la de Georg.
Entonces retumbó un golpe sordo, como muchos habían sucedido ya, pero específicamente el golpe que efectuaba un cuerpo al caer.No, fueron dos, se rectificó Víctor.
Bill apoyó a su hermano, que en esas circunstacias no podía mover su pierna derecha con completa libertad, apurando a Tobi a base de gritos. Tom, finalmente, sacó su navaja y la empuñó, junto con otros utensillos que logró rescatar.
Pero el número de atacantes aumentó. Víctor se extrañó, ya que él no vio a nadie más entrar en el bar.
Optó por ayudarlos en lo que pueda, en vista de que iban a perder. Se paró con decisión y caminó unos pasos, amenguando de a poco la determinación en su ser. ¿Pero él en qué podría ayudar? Sólo era un joven más. No tenía ningún entrenamiento o facilidad en algún tipo de lucha, ni siquiera estaba seguro de saber cómo usar un arma. No veía en qué podía ayudar. Sólo era un estorbo más. Un inútil.
Entonces se quedó parado. Continuó mirando la acción, estando al descubierto ahora, a unos pasos de distancia.
Georg continuaba disparando a una gran cantidad de hombres, tal vez superior al número de personas que atacaban a los demás.
Bushido respiraba irregularmente, pero eso no lo detenía de continuar repartiendo golpes, a diestra y siniestra.
Tom estaba enfrascado en una lucha con uno, una mole con el físico parecido al de Tobi pero más alto. Y Bill se las arreglaba con su arma y otros cuantos.
Tal vez era Bill quién necesitaba más ayuda, ya que lo tenían rodeado. Dos con cuchillos, uno con el pico deforme de una botella quebrada y uno con una silla renga en sus manos tras el muchacho andrógino, quién maldecía a causa de las pocas balas que le quedaban.
Víctor ensanchó los ojos y reaccionó de manera inconsciente, lanzándose a correr hacia su jefe. Gritó su nombre, lo empujó hacia él y lo abrazó protectoramente, recibiendo él aquella silla. Se estrelló en su espalda con fuerza, haciéndole tambalearse. Montones de astillas se clavaron en su piel, aunque él casi no las percibía. Si le hubiesen preguntado qué sintió, él hubiese respondido que dolía como los mil demonios.
Su mente comenzó a dar vueltas y soltó a Bill, desprendiéndose éste de él con sorpresa. Reconoció en su rostro las silentes preguntas: ¿De dónde salió? ¿Por qué?
Cerró los ojos por unos segundos y cuando oyó un sonido disonante, la canción My Perrogative de Britney Spears, volvió a abrirlos. Reconoció la figura de Tom rematando furiosamente con su navaja al tipo que anteriormente había sostenido la silla por sobre su cabeza, a Tobi con lo que aparentaba ser una mini ametralladora, a Georg secándose el sudor de su frente con su brazo y manteniendo una arma en cada mano, a Bushido quitándose la manopla con un suspiro de alivio y normalizando su respiración; a Sebastian, Frank y Stefan saliendo de su escondite, al bar destrozado y con gente desperdigada en el piso inconsciente y a Bill chillando preocupado.
¡Tomi! ¿Estás bien? Ay, Dios. Qué pregunta estúpida. ¿Te duele mucho? ¿Puedes caminar y subir las escaleras? No, qué digo, debería llevarte al hospital…
Bill, más que cuestionar el estado en que se encontraba su hermano, hablaba solo.
Bill llamó cansado su gemelo.
¿Sí?
Víctor cerró los ojos nuevamente por el lapso de un segundo. Alzó sus párpados y se halló con ambos hermanos juntos. Bill agarraba a su hermano de la cintura, rodeándola con sus dos brazos como si lo sostuviera para que Tom no se caiga. Y Tom besaba furtivamente a su hermano, con una mano posicionada en la nuca de Bill, agarrando sus negros cabellos, tirando con suavidad de éstos.
Era un caricia larga y apasionada. Sin contriciones empuñaron sus lenguas en la boca del otro, saboreándose mutuamente.
Víctor, a la vez que se paraba con dificultad, contó los segundos de aquél beso. Uno, dos, tres… ¡Dos minutos! ¡¿Realmente habían estado besándose por dos minutos?! ¿Era posible? Había contado mal, seguro, pensó mientras se masajeaba lentamente su propio hombro, y veía a ambos gemelos separarse unos centímetros.
 Cállate, Bill, que pudres. Como si no me han herido antes, y ¡mira! estoy vivo y no me duele.  respondió con una sonrisa socarrona.
Su hermano lo miró con una mirada maravillada, con una mezcla de enfado e incredulidad. Le devolvió la sonrisa traviesa y paseó una de sus manos por la cintura de Tom, dirigiéndola hacia abajo.
 Me alegro.  dijo.
Y apretó en la herida en la pierna, manchándose con algo de sangre los dedos. Tom, en respuesta, abrió los ojos y aulló de dolor.
 No te creas tanto, Kaulitz.  reprendió Bill y, junto con Tobi, pasó un brazo por sus hombros y ayudó a Tom a caminar hasta una silla sana.
Víctor los observaba distraído. Él estaba seguro de algo únicamente. Aquel bar y las personas que lo transitaban todos los días eran interesantes. Y él contemplaría todo, él sabría todo.

Bar Devilish (II)


Título: Bar Devilish
Resumen: La vida de Víctor cambió radicalmente en el momento que puso sus pies en el Bar Devilish, un lugar anárquico en el que la únicas leyes las rigen los hermanos Kaulitz. Estos son personas sin escrúpulos, un tanto peculiares y con una relación todavía más peculiar, que no tienen drama de demostrar.
De repente, una pelea callejera será el mínimo de los problemas de Víctor.
Categoría: Slash
Rating: R
Bar Devilish (I)


2. ¿Por qué crees que estás aquí, chico?
Víctor los miraba incrédulo. ¿Realmente esos dos eran los denominados “demonios” por su padre? ¡Si parecían tener su misma edad! Aún esperaba que aparezcan dos hombres mayores con caras de villanos y no esos dos adolescentes. No obstante, la expresión conjunta de miedo y nerviosismo de su progenitor delataba que aquellos dos no eran jóvenes normales.
Vayamos a otra parte, no quiero incomodar a nuestros clientes dijo uno de ellos, comenzando a caminar hacía un rincón desierto del local.
Los tres muchachos se sentaron de manera cómoda luego de que el castaño de ojos verdes hiciera una seña al barman, quién abandonó su puesto y les llevó un pack de seis latas de cerveza helada. El padre de Víctor se sentó en una silla respirando irregularmente y Víctor estaba seguro de que también tendría las manos completamente sudadas.
¿Cerveza? ofreció el castaño.
Dejé la bebida susurró su padre.
Lástima contestó sin sentirla realmente. ¿Y tú? —Estando todavía parado tras su padre, Víctor negó con la cabeza.
Notó de reojo que la pareja que anteriormente bebía café sin conversar abandonaba el establecimiento. Los demás no se inmutaban, a nadie le había parecido extraño que se hubieran sumado dos personas más al grupo ni que se hubieran cambiado de mesa, ni siquiera las actitudes de cada uno. En cambio, continuaban charlando entre ellos sobre deportes o encerrados en sí mismos los de aspecto gótico.
Siéntate oyó al que tenía facha de rapero decirle de pronto. No te vamos a comer.
El muchacho andrógino a su lado sonrió y Victor, levemente intimidado, se sentó.
Bien, Víctor… ¿Qué nos traes?
Yo… ehm… —Su padre ocultó su mirada—. Bueno, él es mi hijo, también se llama Víctor. Víctor, ellos son los señores Kaulitz…
Víctor se asombró un poco ante aquella presentación. Ya se había formado la idea de que aquellos chicos eran los que “mandaban”, pero era raro que su padre no los presente por su nombre. ¿Acaso no los sabía? ¿O de verdad les temía? El chico de rastas y ropa holgada le extendió una mano con una leve sonrisa socarrona, sorprendiéndolo.
Tom dijo, simplemente.
Víctor vaciló un momento, pero le estrechó la mano. Tom apretó su mano con seguridad y una mirada imperturbable.
Yo soy Bill se presentó el muchacho de pelo moreno.
Lo observó unos segundos. Aún mantenía una pequeña sonrisa de aparencia dulce y casi inocente; sintió un pequeño escalofrío atravesar su columna y le estrechó la mano. Era suave, como si la cuidara cada cierto tiempo, con dedos largos.
Y éste acá al lado mío con cara de idiota es Georg… un idiota rió Tom, mirando al aludido divertido.
Sí, claro. Un idiota puso los ojos en blanco.
Víctor supuso que esas bromas deberían ser comunes, ya que Georg ni se inmutó y Bill sonrió. ¿O era acaso que ese Georg les tenía miedo? Le estrechó la mano a él también y notó que tenía fuerza, mucha. Y unos ojos verdes candentes.
Su padre, a su lado, estaba completamente tenso y miraba la mesa de caoba como si ésta fuera lo más maravilloso que existiera.
¿Y, Víctor? ¿Qué nos traes? repitió el rapero. Tom, se corrigió internamente.
La pierna derecha de su padre comenzó a temblar sin detenerse y tampoco parecía que él se preocupara por cesar ese movimiento involuntario. Víctor lo conocía a la perfección, era un tic nervioso que, lamentablemente, tenía toda la familia en casos que llegaban a ser extremos. ¿Pero eso era extremo?
Yo… no tengo nada respondió casi atragantándose.
Qué mal, hombre. Ya sabías que la fecha límite había sido la semana pasada, agradece que te hemos perdonado un poquito más de tiempo dijo Bill.
Víctor esperó una furia desmedida desprendida de esas palabras, pero, en cambio, sonaban como si fueran un regaño que le hace una madre a un hijo travieso.
Necesito más tiempo, juro que necesito más tiempo y les devolveré todo rogó su padre con voz lastimera y sin surtir efecto. Ni su propio hijo se creía aquellas palabras.
Me temo que es imposible, ya vamos… ¿cuánto tiempo vamos, Bill? cuestionó Tom, un poco despistado.
Seis meses y diecinueve días contestó Georg con exactitud ante la expresión de Bill, quien también intentaba hacer memoria.
Ah, cierto. Ya vamos más de medio año perdonándote una deuda que todos sabemos es imposible que pagues.
Víctor crispó su mano en un puño ante la sinceridad de aquel chico. Se sentía impotente y estúpido a la vez. Él seguramente podría hacer algo para ayudar a su padre; sin embargo tardó en darse cuenta de que en verdad quería sentirse así. Asimilaba que esa situación afectaba a toda su familia, pero se debía únicamente a la culpa de un persona. Aunque aún no sabía el por qué de ese préstamo, no presentía que hubiese algo bueno.
Pero yo podría…
No puedes cortó Tom terminantemente.
Su padre parecía casi desfallecer. Víctor le dio la razón en algo: el joven no era nada cortés, pero ¿aquello debería serlo? A Víctor en verdad le sorprendía el simple hecho de que hasta ese momento llevaran todo con demasiada calma y latas de cervezas ya vacías. Quizás había esperado que se dé demasiado pronto un pequeño baño de sangre.
Un segundo, Tom. Tal vez nos estemos apurando.
Padre e hijo miraron esperanzados al chico moreno. Éste estaba apoyado con sus codos sobre la mesa mientras acariciaba los hilos de macramé negro y brilloso de su bufanda. No necesitaba abrir la boca para llamar la atención, pero Víctor se dio cuenta de que ante cualquier sonido que ese joven emitía, las personas inmediatamente se interesaban por escucharle.
Tom lo miraba intensamente con una ceja alzada de curiosidad y Georg detuvo su juego de machacar lentamente la lata veteada de dorado y blanco con el nombre de la cerveza en resaltantes letras rojas.
¿Qué piensas, Bill?
Que yo recuerde, nuestro querido Víctor Mont tiene una esposa y un hija…
¡No! ¡A ellas no las metan en este asunto! rugió repentinamente Víctor, hijo, quien no logró mantenerse al margen de la situación cómo había deseado al principio.
Cuatros pares de ojos se clavaron en su persona; tres de ellos eran curiosos, divertidos e inquisitivos. El otro par estaba aturdido y atónito.
Víctor no se arrepintió de lo que exclamó, sino que por unos segundos se encontró orgulloso de sí mismo, pero se avergonzó en el momento en que notó que los clientes que entraban por la puerta lo miraban sumamente curiosos, los góticos estaban hastiados y los aburridos ojos del barman se habían posado sobre él. Únicamente algunos integrantes del grupo que discutían sobre deportes habían sido disimulados.
Pasaron unos segundos en silencio hasta que varias personas apartaron su repentino interés de esa charla que no les incumbían.
Él tiene razón… Ellas no tienen nada que ver… murmuró su padre.
Víctor, en lo que llevaba de la noche, le otorgó todo su apoyo a su progenitor en ese tema. Las demás integrantes de su familia debían manterse intactas. "Ellas no sufrirían", pensó heroicamente a la vez que se decía a sí mismo que alguna forma de salir de aquello debía existir. Y que la encontraría.
Vaya, parece que es necesario que cacaree el pollito para que el gallo reaccione comentó Georg jocosamente sarcástico. Finalmente, la lata en sus manos se convirtió en metal arrugado, chico y deforme; entonces fue al ataque contra la lata de Tom.
Georg, hombre, no sirves para frases hechas reprochó divertido a la vez que se acomodaba la visera de la gorra roja con letras negras. Y su sonrisa traviesa aumentó en el momento en que Georg descubrió que el envase de hojalata aún contenía cerveza cuando la abolló y todo el líquido se desbordó sobre su mano, su ropa y la mesa.
Es lastimoso, pero tiene razón, Tom argumentó Bill sonriendo a su vez y viendo que Tom coincidía con un simple asentimiento.
Ambos ajenos a las condiciones en que se encontraban padre e hijo: desolados.
Víctor masculló una maldición. Entonces se vio sorprendido por una pregunta que le dedicaba el muchacho andrógino.
¿Por qué crees que estas aquí, chico?
¿Por qué estaba allí? ¡Sí él supiera siquiera! Tal vez iba para ser testigo del final de su padre, tal vez para ver como eran degradados lentamente, tal vez para ser humillados, tal vez para comprobar hasta qué punto llegaban aquellos “Sres. Kaulitz”, tal vez… existían miles de tal vez. Pero él no conocía la verdadera razón.
Déjanos reformular la pregunta, ¿por culpa de quién crees que estás aquí?
Ante la cuestión de Tom, Víctor no pudo evitar girar su cabeza hacia su izquierda acusadoramente, donde su padre temblaba no sólo la pierna derecha, ahora eran ambas, lo que producía el efecto de hacer parecer que su progenitor era un hombre afectado por el mal de Parkinson y apartaba la mirada. No logró evitar imputarlo en su fuero interno también de actuar con una actitud cobarde.
Exactamente. ¿Y qué hizo él para que nos honres con tu presencia? continuó . ¿Lo sabes?
Víctor no apartó la mirada del esquivo de su padre. Negó rotundamente, seco e intrigado.
 Decidió que encontraría la cura del cáncer.
Se asombró levemente. ¿Su padre había pensado eso? No negaba que él era un buen farmacéutico con aires de doctor noble. Pero de ahí a que realmente lograra descubrir la cura de una de las peores enfermades halladas en la Tierra y que afectaban a grandes cantidades de población, sería digno de admirarse. Ahora entendía cómo un día, casi un año atrás, su casa se había vuelto de un día para el otro un laboratorio avanzado, con distintos químicos, de los cuales conocía muy pocos nombres.
Yo fui al banco, pero ellos me negaron… balbuceó su padre, escondiendo su cabeza con su gabán. Y Víctor comprendía eso. El banco jamás le daría un préstamo, por más noble que fuera la causa, si no era seguro que la persona tenía dinero para devolverlo. Y un amigo me… vine y ellos… continuó farfullando en un magro intento de explicarse.

"Claro —pensó—, si el banco no te presta, el mafioso siempre lo hará. Por cualquier cosa, te da dinero, y después se lo cobra con intereses desorbitados o te utilizan para sus favores y te arrastran con ellos." La amargura se instaló en Víctor y un aborrecimiento hacia aquellos tres relajados jóvenes. E incrementó ese sabor a hiel en su boca ante las palabras de Bill.
Pero se volvió un adicto a los caballitos, también.
Víctor abrió los ojos, esperando que su padre negara lo dicho.
¿Eso significaba que toda una fortuna había sido malgastada en el hipódromo?
Su padre lo confirmó cerrando los ojos fuertemente, casi con dolor. Seguramente quería que la tierra lo tragase y se avergonzaba de sí mismo al mostrar una actitud tan pobre frente a su hijo.
Creyó que no lo sabríamos se mofó Tom dirigiéndole una mirada de complicidad a sus compañeros.
Víctor estaba impresionado y realmente no deseaba creer la estúpidez de su padre. Él mismo se sentía avergonzado de su progenitor y su desdén también se dirigió hacia él. Ya no quería ni siquiera mirarlo o saber que estaba sentado a su lado.
Masculló un adjetivo despectivo sabiendo que le oiría. Es más, esperaba que lo haga.
Y esto nos devuelve a la pregunta original. ¿Sabes por qué estás aquí?
¿Quiero saberlo? inquirió desganado.
Georg carcajeó suavemente y Bill disimuló mordiéndose el labio inferior, a diferencia de Tom, quién sonrió ladino.
Lo dudo. Pero es mi deber hacerlo respondió y Víctor no imaginó nada bueno . Ya que negaron la propuesta de Bill de que tu madre y tu hermana ayuden, te las verás tú solito con la deuda.
¿Cómo? preguntó indignado y con el ceño fruncido. Le invadió un deseo anormal en él, en su mente se gritaba a sí mismo que no se contuviera y le rompiera todos esos blancos dientes a ese fanfarrón.
Espero que te guste que te den duro por el culo, chico, por que serás la nueva puta de Alemania anunció con un pequeño canturreo. Y tu familia estará muy orgullosa de ti añadió con ironía.
La expresión de Víctor se transformó de inmediato. Primero alzó las cejas asombrado y enseguida las juntó con rabia mientras sus labios tomaban la aparencia de una fina línea. Tensó los músculos de sus piernas y los de su mano derecha, amangando levantarse y cumplir con lo que su mente pedía a gritos. Se contuvo en el instante en que su padre le tocó con la mano en el muslo, en una clara advertencia temerosa. Víctor se relajó apenas y se apartó de su familiar con repudio. Pero mantuvo su enrabiada mirada.
No nos mires así, que el hombre a tu lado aceptó hacer cualquier cosa para saldar la deuda y te trajo a ti, ya que por un viejo arrugado nadie va a pagar.
La furia lo embargó. Reprimió nuevamente ese impulso de destrozar esa inmutable sonrisa socarrona del fachero con rastas frente a él. En cambio, bajo la atenta observación de Bill, se levantó derribando la silla y atrayendo otra vez la curiosidad de todos en el local, aunque esta vez no le importó. Con paso veloz y fuerte, las manos hechas puños de rabia y con un gruñido latente en su garganta se dirigió a la salida.
No le importaba en absoluto abandonar allí a su padre, con lo que él le estaba haciendo, lo veía como lo más justificable del mundo. Aún si lo comparaba, peor era lo que su progenitor había hecho.
Rodeó dos sillas cuando escuchó la voz suave de Bill nombrar a su amigo y oyó un ruido, como el de la madera siendo arrastrada contra el ceramico. Segundos después se encontró con un brazo que le rodeó la cintura y la respiración de Georg golpeándole en la nuca, erizándole los cortos y finos cabello que allí tenía. El temor comenzó a cazarlo, sintió una presión en su espalda, a la altura de la cintura y el siseo grave de Georg en su oreja que lo congeló.
Te mueves y vas al hospital, y tal vez a una silla de ruedas advirtió. Vamos, aún no hemos terminado.
En el bar se disimulaban las miradas hacia ellos, mientras Víctor iba sumiso con Georg de regreso a la mesa, debido a que continuaba el cañon del arma amenazándolo. Volvieron a sentarse cada uno en su lugar. Previamente, Georg levantó la silla que yacía en el piso y en la que anteriormente había estado Víctor.
Su padre balbuceaba y Tom y Bill tenían las cabezas juntas y los esperaban con un entusiasmo mal disimulado. Era como si las reacciones de Víctor les despertaran interés.
Yo no.. no puedo…
Víctor vio a su padre pronunciar tropecientas palabras incomprensibles, pero lo ignoró. Se sentó lo más alejado posible de él y miró al frente, a los dos jóvenes. Estos estaban cansados del tartamudeo del hombre que no llegaba a ningún lado, por lo que Bill lo apuró impaciente.
No puedo… no puedo ver a mi hijo prostituyéndose.
Víctor quiso gritar. ¡Ahora le saltaba la vena paternal! Es muy lindo de su parte, inferió irónico. Luego de todo lo que le había hecho sufrir en la última hora, en ese momento decidía ser moral. Pero la moral no era algo que influía en ese lugar, allí parecía no importar; y Víctor pronto lo descubriría.
Debes pagarnos ya, Víctor. ¿Qué sugieres?
Su padre continuó balbuceando. Bill y Tom se veían notablemente emocionados y aprovechados.
Acaso, ¿quiéres pagar tu deuda con tu hijo?
Víctor Mont, finalmente, bajó la cabeza y se calló. Los otros dos se sonrieron y vieron significativamente a Víctor hijo abrir la boca sorprendido, diciéndose a sí mismo que era algo absurdo. Bill alargó su mano de dedos finos con un anillo de plata y el hombre estiró la suya y la estrechó.
Trato hecho declaró alegremente Bill y le soltó la mano con rapidez, de ahora en más, Víctor nos pertenece.
Éste estaba en shock, anonadado para replicar sólo atinó a abrir la boca y realizar un movimiento estúpido y fugaz que detuvo en el momento en que descubrió a Tom contemplándole con una advertencia clara y notoria en sus ojos y una navaja cerrada que sobresalía de la manga de la sudadera extra grande que usaba.
Aunque no hay mucha diferencia  dijo Tom, cambiando su objetivo e intentando poner nervioso ahora al padre, ya que ¿qué creés que hará él acá con nosotros? Dar el culo a cambio de monedas.
Pero… al menos, yo no lo veré  susurró el hombre en contestación.
Víctor se encolerizó. En ese momento sentía un odio tan profundo hacia su padre que jamás lo hubiese imaginado. Le había incluido en un problema en contra de su voluntad, le había abandonado y traicionado. Su estómago era un bloque de cemento y su cabeza le dolía. En su boca no paraba de producir saliva y, por ende, tragaba seguidamente; un escozor invadía en sus ojos y mantenía la mandíbula duramente apretada.
Él no era idiota. Tenía unas insufribles ganas de romper sus nudillos contra las caras de todos ellos, en especial de su padre, hasta matarlos o sentir un dolor insoportable que lo detenga; pero se daba cuenta de su situación.
Cualquier movimiento sospechoso y sería noticia en la sección necrológica.
Lo que en ese momento estaba sucediendo era un maldito tráfico de personas, en el cual él era la víctima, y si aquellas personas podían realizar algo tan poco ético como eso, no vacilarían en asesinarlo lenta y tortuosamente.
Además, Georg estaba perfectamente pendiente de sus acciones. Y estaba armado.
Vete ordenó alguno de los otros dos jóvenes, aunque, sinceramente, no le interesaba quién. Sabía que no era dirigido a él, sino que era para su progenitor. También omitió la aspereza con la que fue dicha esa palabra y el temblor del hombre que siempre había considerado su padre.
Éste se levantó con pesadez y haciendo el esfuerzo de un anciano treinta años mayor que él. Víctor se apartó y le dejó el camino libre, para que se fuera de su vida. Nunca hubiese creído que sólo tardaría una hora en pasar de querer ayudarlo en lo posible a aborrecerlo enormemente.
Yo… lo siento, hijo… mumuró.
Víctor lo fulminó con la mirada. La expresión de su padre aparentaba arrepentimiento, uno que no lo conmovía en lo más mínimo, sino que incrementaba su irritación. El asco y la decepción se apoderaron de él al verlo y no pudo evitar repudiarlo. En cuanto se le acercó con paso indeciso para ponerle una mano en el hombro, Víctor se alejó bruscamente y con repulsión le escupió, a la vez que un gruñido se le escapó potentemente. Su saliva brillaba en el impecable abrigo de su padre y unas gotas pequeñas en su mentón.
No lo había dicho, pero su acción había sido completamente clara: para Víctor, ya no era nada suyo. Nunca más su padre, tal vez ni siquiera un conocido. Porque Víctor, hijo, también tenía orgullo, aunque no solía ostentarlo.
El hombre comprendió a la perfección y no necesitó que le reiteren la orden de marcharse para acomodarse el gabán y despedirse con un movimiento de cabeza. Viendo de soslayo a su hijo quien tenía los labios fruncidos y evitaba corresponderle las miradas— partió del local, atravesándolo y esquivando mesas, sillas y clientes, deslizándose como un fantasma pálido hacia la noche helada. La puerta produjo un pequeño ruido al abrirse y cerrarse, su figura se marcó en la ventana del bar y luego se perdió en las calles inclementes de Berlín.
Apuesto a que se suicida escuchó decir a Tom.
Veinte a que desaparece arriesgó Georg, confiado. Tom cabeceó aceptando la apuesta.
Víctor se quedó mudo. Hasta su mente estaba en blanco y su mirada vagaba.
Tom llamó Bill, levantándose y acomodándose la bufanda y el cabello, vamos a mostrarle la habitación a Junior dijo. Antes de darse vuelta agregó. Ah, y yo doy treinta a que se vuelve loco.
Eso no vale, Bill. ¡Él ya está loco! se quejó Tom siguiéndole.
Pero yo digo loco de depresión replicó a su vez.
Víctor los observaba turbado. Eran insensibles, o eso aparentaban a la perfección.
Georg lo empujó en la espalda y lo hizo reaccionar, con un gesto le apuntó a los dos muchachos que se alejaban hablando entre ellos y lo apuró a que los siga. Víctor caminó tras ellos y fue escoltado a través de una puerta cercana a la de la cocina por una escalera tapizada con el mismo cerámico grisáceo y una baranda de hierro y madera pulida. Luego llegaron a un pequeño pasillo y se dirigieron a la segunda puerta del lado derecho de la escalera, pintada de marrón y con picaporte de metal cobrizo manchado de huellas digitales y polvo.
Bill abrió la puerta y Tom lo empujó hacia adentro. El dormitorio era irrisoriamente grande, con las paredes pintadas de blanco inmaculado, una cama de caños con el edredón nacarado y las cortinas del mismo color en el ventanal. La visión albina era quebrada únicamente por la mesa de luz y el armario, ambos de pino. Se asemejaba a un hospital privado, sólo faltaban los aparatos médicos.
Bill se acercó a la ventana y descorrió las cortinas níveas, descubriendo así un enrejado que protegía la ventana.
Una vez nos atacaron por ahí explicó señalando la ventana y alzando los hombros.
"Más bien, parecía un hospital psiquiátrico", pensó Víctor, aunque alzó también los hombros, restándole importancia.
En la cama había un mancha negra y Bill se fijó en ella. Levantó la prenda con dos dedos, con una ceja enarcada. Era una tanga bordada con rosas del mismo color. Tom se la quitó y se la guardó en uno de los gigantescos bolsillos de su jersey.
Mío alegó con una sonrisa pícara.
Mierda, Tom, ¿en qué habíamos quedado? reprochó Bill. Se arrimó hacia Tom luciendo una expresión cansada y molesta. Se supone que debemos dejar limpias las habitaciones.
Oh, vamos, Bill. No es mi culpa, lo sabes, no limpiaron bien  alegó acortando la distancia y acariciándole con lentitud la conjuntura de la mandíbula y el cuello. Luego dejó un pequeño beso allí mientras el otro negaba suavemente con la cabeza y suspiraba resignado.
Víctor no pudo evitar preguntarse si aquellos dos eran homosexuales, pero ¿acaso la tanga que se guardó Tom no era de mujer? Ambos jóvenes se separaron y Tom le rodeó lo hombros familiarmente a Víctor, como si fuera un viejo amigo.
Vamos, te entendemos, casi todos los viejos son iguales dijo y le dio dos palmadas en la espalda.
Sí, claro. Los suyos seguramente faltaron también a algún acto escolar comentó con acidez y sin pararse a pensarlo.
Tanto Tom como Bill deshicieron sus sonrisas y se pusieron serios. Víctor cerró los ojos, sintiéndose como un completo idiota. Normalmente él reflexionaba aunque sea por un segundo las palabras próximas que diría. Y esta vez, por un maldito impulso podría haber condenado su destino, todavía más si era posible.
Escuchó la recomendación con voz ruda e incisiva de Tom y el recio golpe con el que se cerró la puerta. Él le hizo caso hasta el punto de acostarse en la cama, pero no logró dormirse.
En toda esa noche, dejó que la picazón en sus ojos se liberara en forma de pequeñas gotas cristalinas que imperceptiblemente recorrieron sus mejillas con total libertad. Ahogó un par de gritos contra la almohada y se retorció en sí mismo. Dejó que escaparan sus frustraciones, sus maldiciones, sus falsas creencias, sus sueños resquebrajados y sus inmortales esperanzas.
En esa noche agobiante y angustiosa, con terrible desazón rememoró y reflexionó su vida y los últimos acotencimientos. Aunque imaginó cómo sería de ahora en más su vida, no estaba cien por ciento seguro. Y aunque le costaba admitirlo, él también era cobarde cómo para suicidarse.
Con ojeras decidió continuar con su nueva vida, por más que debiera vender su cuerpo... aunque todavía esperaba con un halo de fe un final distinto.

 Levántate.
Abrió los ojos en cuanto esas palabras se emitieron y le sacudieron el hombro. Miró al hombre frente a él y tardó unos segundos en reconocer las facciones del barman.
Los señores Kaulitz quieren verte. Apúrate informó inexpresivamente, saliendo de la habitación.
Víctor contempló mecánicamente el reloj de pulsera en un muñeca izquierda. Marcaba las nueve de las mañana. Entonces se dio cuenta de que había logrado domir al menos dos horas. Aleluya, se dijo sarcástico. Se acomodó la ropa que venía usando desde el día anterior y bajó al bar, al encuentro de sus jefes. Esperaba que no le tengan trabajo ya, tan temprano.
El bar tenía varios clientes que se agolpaban en las mesas cercanas a la ventana. Tardó unos segundos en darse cuenta que Tom y Bill estaban sentados en la única mesa con gente más apartada, en una cercana a la barra. Sin embargo, tampoco estaban solos. Los acompañaba un hombre treintañero, con cabello corto y ojos azules que combinaban con la corbata que portaba.
Se dirigió hacia ellos, y a medida que se acercaba, escuchaba con mayor claridad su conversación entre humeantes tazas de café.
Chicos, ¿están seguros? decía el hombre.
Que sí, no seas molesto contestaba Tom.
Él esta preocupado, Don…
Mira, primero que nada, no es italiano, no creo que es necesario que le digan Don, y segundo, que no le importe: sabemos lo que hacemos y estamos perfectamente bien aseguró molesto.
Bill fue el primero en darse cuenta de su presencia cercana. Con un cabeceo mínimo le saludó.
Tom tiene razón afirmó Bill. Ahora, David, termina ese café tranquilo, que la casa invita finalizó la charla, parándose y caminando hacia Víctor. Tras él, llegó Tom.
Con la luz natural del sol entrando por el ventanal y la ausencia de la desesperación se fijó mejor en aquellos dos. Ambos tenían una respingada nariz, el rostro alargado, ojos avellana y sonrisas similares. Finalmente decidió unir los pedazos de un simple rompecabezas y teniendo en cuenta sus parecidos y que compartían apellido llegó a la conclusión final.
Ustedes son hermanos mencionó en voz baja.
Gemelos aclaró Bill enseguida sin aludir a la obviedad de esa afirmación, ya que ambos sabían que con sus completamente opuestos estilos la gente tendía a tardar en darse cuenta, se volvió hacia su hermano. ¿Dónde está Georg?
Tom encongió de hombros y segundos más tarde la puerta se abrió y, con una chaqueta de cuero cerrada hermeticámente, entró Georg con las mejillas levemente arreboladas a causa del viento frío del exterior.
Llegué anunció ahogando un bostezo.
Vaya. Primera vez en tu vida que llegas a tiempo silbó Tom con sorna.
Sí, si. Me cagó en Gustav y sus vacaciones… Levantarme temprano no es lo mío musitó poniendo los ojos en blancos.
Bill iba a replicar cuando reparó nuevamente en Víctor.
Bien, Junior, hoy empiezas a trabajar. Tienes que prepararte y… ¿qué? cuestionó al ver los ojos sin brillo de Víctor y las ojeras que los rodeaban.
¿Ya empiezo? inquirió apesumbrado.
Por supuesto saltó Bill y realizó gestos con sus manos que acompañaban su respuesta. ¡Mira a tu alrededor! ¡Este lugar esta lleno! Y al mediodía va a…
Un momento, por favor le interrumpió confundido. Sr. Kaulitz, ¿de qué voy a trabajar?
¿No es obvio? rebatió Tom. De esclavo.
Víctor se quedó atónito. Eso… ¿era mejor o peor?