viernes, 7 de septiembre de 2012

Bar Devilish (II)


Título: Bar Devilish
Resumen: La vida de Víctor cambió radicalmente en el momento que puso sus pies en el Bar Devilish, un lugar anárquico en el que la únicas leyes las rigen los hermanos Kaulitz. Estos son personas sin escrúpulos, un tanto peculiares y con una relación todavía más peculiar, que no tienen drama de demostrar.
De repente, una pelea callejera será el mínimo de los problemas de Víctor.
Categoría: Slash
Rating: R
Bar Devilish (I)


2. ¿Por qué crees que estás aquí, chico?
Víctor los miraba incrédulo. ¿Realmente esos dos eran los denominados “demonios” por su padre? ¡Si parecían tener su misma edad! Aún esperaba que aparezcan dos hombres mayores con caras de villanos y no esos dos adolescentes. No obstante, la expresión conjunta de miedo y nerviosismo de su progenitor delataba que aquellos dos no eran jóvenes normales.
Vayamos a otra parte, no quiero incomodar a nuestros clientes dijo uno de ellos, comenzando a caminar hacía un rincón desierto del local.
Los tres muchachos se sentaron de manera cómoda luego de que el castaño de ojos verdes hiciera una seña al barman, quién abandonó su puesto y les llevó un pack de seis latas de cerveza helada. El padre de Víctor se sentó en una silla respirando irregularmente y Víctor estaba seguro de que también tendría las manos completamente sudadas.
¿Cerveza? ofreció el castaño.
Dejé la bebida susurró su padre.
Lástima contestó sin sentirla realmente. ¿Y tú? —Estando todavía parado tras su padre, Víctor negó con la cabeza.
Notó de reojo que la pareja que anteriormente bebía café sin conversar abandonaba el establecimiento. Los demás no se inmutaban, a nadie le había parecido extraño que se hubieran sumado dos personas más al grupo ni que se hubieran cambiado de mesa, ni siquiera las actitudes de cada uno. En cambio, continuaban charlando entre ellos sobre deportes o encerrados en sí mismos los de aspecto gótico.
Siéntate oyó al que tenía facha de rapero decirle de pronto. No te vamos a comer.
El muchacho andrógino a su lado sonrió y Victor, levemente intimidado, se sentó.
Bien, Víctor… ¿Qué nos traes?
Yo… ehm… —Su padre ocultó su mirada—. Bueno, él es mi hijo, también se llama Víctor. Víctor, ellos son los señores Kaulitz…
Víctor se asombró un poco ante aquella presentación. Ya se había formado la idea de que aquellos chicos eran los que “mandaban”, pero era raro que su padre no los presente por su nombre. ¿Acaso no los sabía? ¿O de verdad les temía? El chico de rastas y ropa holgada le extendió una mano con una leve sonrisa socarrona, sorprendiéndolo.
Tom dijo, simplemente.
Víctor vaciló un momento, pero le estrechó la mano. Tom apretó su mano con seguridad y una mirada imperturbable.
Yo soy Bill se presentó el muchacho de pelo moreno.
Lo observó unos segundos. Aún mantenía una pequeña sonrisa de aparencia dulce y casi inocente; sintió un pequeño escalofrío atravesar su columna y le estrechó la mano. Era suave, como si la cuidara cada cierto tiempo, con dedos largos.
Y éste acá al lado mío con cara de idiota es Georg… un idiota rió Tom, mirando al aludido divertido.
Sí, claro. Un idiota puso los ojos en blanco.
Víctor supuso que esas bromas deberían ser comunes, ya que Georg ni se inmutó y Bill sonrió. ¿O era acaso que ese Georg les tenía miedo? Le estrechó la mano a él también y notó que tenía fuerza, mucha. Y unos ojos verdes candentes.
Su padre, a su lado, estaba completamente tenso y miraba la mesa de caoba como si ésta fuera lo más maravilloso que existiera.
¿Y, Víctor? ¿Qué nos traes? repitió el rapero. Tom, se corrigió internamente.
La pierna derecha de su padre comenzó a temblar sin detenerse y tampoco parecía que él se preocupara por cesar ese movimiento involuntario. Víctor lo conocía a la perfección, era un tic nervioso que, lamentablemente, tenía toda la familia en casos que llegaban a ser extremos. ¿Pero eso era extremo?
Yo… no tengo nada respondió casi atragantándose.
Qué mal, hombre. Ya sabías que la fecha límite había sido la semana pasada, agradece que te hemos perdonado un poquito más de tiempo dijo Bill.
Víctor esperó una furia desmedida desprendida de esas palabras, pero, en cambio, sonaban como si fueran un regaño que le hace una madre a un hijo travieso.
Necesito más tiempo, juro que necesito más tiempo y les devolveré todo rogó su padre con voz lastimera y sin surtir efecto. Ni su propio hijo se creía aquellas palabras.
Me temo que es imposible, ya vamos… ¿cuánto tiempo vamos, Bill? cuestionó Tom, un poco despistado.
Seis meses y diecinueve días contestó Georg con exactitud ante la expresión de Bill, quien también intentaba hacer memoria.
Ah, cierto. Ya vamos más de medio año perdonándote una deuda que todos sabemos es imposible que pagues.
Víctor crispó su mano en un puño ante la sinceridad de aquel chico. Se sentía impotente y estúpido a la vez. Él seguramente podría hacer algo para ayudar a su padre; sin embargo tardó en darse cuenta de que en verdad quería sentirse así. Asimilaba que esa situación afectaba a toda su familia, pero se debía únicamente a la culpa de un persona. Aunque aún no sabía el por qué de ese préstamo, no presentía que hubiese algo bueno.
Pero yo podría…
No puedes cortó Tom terminantemente.
Su padre parecía casi desfallecer. Víctor le dio la razón en algo: el joven no era nada cortés, pero ¿aquello debería serlo? A Víctor en verdad le sorprendía el simple hecho de que hasta ese momento llevaran todo con demasiada calma y latas de cervezas ya vacías. Quizás había esperado que se dé demasiado pronto un pequeño baño de sangre.
Un segundo, Tom. Tal vez nos estemos apurando.
Padre e hijo miraron esperanzados al chico moreno. Éste estaba apoyado con sus codos sobre la mesa mientras acariciaba los hilos de macramé negro y brilloso de su bufanda. No necesitaba abrir la boca para llamar la atención, pero Víctor se dio cuenta de que ante cualquier sonido que ese joven emitía, las personas inmediatamente se interesaban por escucharle.
Tom lo miraba intensamente con una ceja alzada de curiosidad y Georg detuvo su juego de machacar lentamente la lata veteada de dorado y blanco con el nombre de la cerveza en resaltantes letras rojas.
¿Qué piensas, Bill?
Que yo recuerde, nuestro querido Víctor Mont tiene una esposa y un hija…
¡No! ¡A ellas no las metan en este asunto! rugió repentinamente Víctor, hijo, quien no logró mantenerse al margen de la situación cómo había deseado al principio.
Cuatros pares de ojos se clavaron en su persona; tres de ellos eran curiosos, divertidos e inquisitivos. El otro par estaba aturdido y atónito.
Víctor no se arrepintió de lo que exclamó, sino que por unos segundos se encontró orgulloso de sí mismo, pero se avergonzó en el momento en que notó que los clientes que entraban por la puerta lo miraban sumamente curiosos, los góticos estaban hastiados y los aburridos ojos del barman se habían posado sobre él. Únicamente algunos integrantes del grupo que discutían sobre deportes habían sido disimulados.
Pasaron unos segundos en silencio hasta que varias personas apartaron su repentino interés de esa charla que no les incumbían.
Él tiene razón… Ellas no tienen nada que ver… murmuró su padre.
Víctor, en lo que llevaba de la noche, le otorgó todo su apoyo a su progenitor en ese tema. Las demás integrantes de su familia debían manterse intactas. "Ellas no sufrirían", pensó heroicamente a la vez que se decía a sí mismo que alguna forma de salir de aquello debía existir. Y que la encontraría.
Vaya, parece que es necesario que cacaree el pollito para que el gallo reaccione comentó Georg jocosamente sarcástico. Finalmente, la lata en sus manos se convirtió en metal arrugado, chico y deforme; entonces fue al ataque contra la lata de Tom.
Georg, hombre, no sirves para frases hechas reprochó divertido a la vez que se acomodaba la visera de la gorra roja con letras negras. Y su sonrisa traviesa aumentó en el momento en que Georg descubrió que el envase de hojalata aún contenía cerveza cuando la abolló y todo el líquido se desbordó sobre su mano, su ropa y la mesa.
Es lastimoso, pero tiene razón, Tom argumentó Bill sonriendo a su vez y viendo que Tom coincidía con un simple asentimiento.
Ambos ajenos a las condiciones en que se encontraban padre e hijo: desolados.
Víctor masculló una maldición. Entonces se vio sorprendido por una pregunta que le dedicaba el muchacho andrógino.
¿Por qué crees que estas aquí, chico?
¿Por qué estaba allí? ¡Sí él supiera siquiera! Tal vez iba para ser testigo del final de su padre, tal vez para ver como eran degradados lentamente, tal vez para ser humillados, tal vez para comprobar hasta qué punto llegaban aquellos “Sres. Kaulitz”, tal vez… existían miles de tal vez. Pero él no conocía la verdadera razón.
Déjanos reformular la pregunta, ¿por culpa de quién crees que estás aquí?
Ante la cuestión de Tom, Víctor no pudo evitar girar su cabeza hacia su izquierda acusadoramente, donde su padre temblaba no sólo la pierna derecha, ahora eran ambas, lo que producía el efecto de hacer parecer que su progenitor era un hombre afectado por el mal de Parkinson y apartaba la mirada. No logró evitar imputarlo en su fuero interno también de actuar con una actitud cobarde.
Exactamente. ¿Y qué hizo él para que nos honres con tu presencia? continuó . ¿Lo sabes?
Víctor no apartó la mirada del esquivo de su padre. Negó rotundamente, seco e intrigado.
 Decidió que encontraría la cura del cáncer.
Se asombró levemente. ¿Su padre había pensado eso? No negaba que él era un buen farmacéutico con aires de doctor noble. Pero de ahí a que realmente lograra descubrir la cura de una de las peores enfermades halladas en la Tierra y que afectaban a grandes cantidades de población, sería digno de admirarse. Ahora entendía cómo un día, casi un año atrás, su casa se había vuelto de un día para el otro un laboratorio avanzado, con distintos químicos, de los cuales conocía muy pocos nombres.
Yo fui al banco, pero ellos me negaron… balbuceó su padre, escondiendo su cabeza con su gabán. Y Víctor comprendía eso. El banco jamás le daría un préstamo, por más noble que fuera la causa, si no era seguro que la persona tenía dinero para devolverlo. Y un amigo me… vine y ellos… continuó farfullando en un magro intento de explicarse.

"Claro —pensó—, si el banco no te presta, el mafioso siempre lo hará. Por cualquier cosa, te da dinero, y después se lo cobra con intereses desorbitados o te utilizan para sus favores y te arrastran con ellos." La amargura se instaló en Víctor y un aborrecimiento hacia aquellos tres relajados jóvenes. E incrementó ese sabor a hiel en su boca ante las palabras de Bill.
Pero se volvió un adicto a los caballitos, también.
Víctor abrió los ojos, esperando que su padre negara lo dicho.
¿Eso significaba que toda una fortuna había sido malgastada en el hipódromo?
Su padre lo confirmó cerrando los ojos fuertemente, casi con dolor. Seguramente quería que la tierra lo tragase y se avergonzaba de sí mismo al mostrar una actitud tan pobre frente a su hijo.
Creyó que no lo sabríamos se mofó Tom dirigiéndole una mirada de complicidad a sus compañeros.
Víctor estaba impresionado y realmente no deseaba creer la estúpidez de su padre. Él mismo se sentía avergonzado de su progenitor y su desdén también se dirigió hacia él. Ya no quería ni siquiera mirarlo o saber que estaba sentado a su lado.
Masculló un adjetivo despectivo sabiendo que le oiría. Es más, esperaba que lo haga.
Y esto nos devuelve a la pregunta original. ¿Sabes por qué estás aquí?
¿Quiero saberlo? inquirió desganado.
Georg carcajeó suavemente y Bill disimuló mordiéndose el labio inferior, a diferencia de Tom, quién sonrió ladino.
Lo dudo. Pero es mi deber hacerlo respondió y Víctor no imaginó nada bueno . Ya que negaron la propuesta de Bill de que tu madre y tu hermana ayuden, te las verás tú solito con la deuda.
¿Cómo? preguntó indignado y con el ceño fruncido. Le invadió un deseo anormal en él, en su mente se gritaba a sí mismo que no se contuviera y le rompiera todos esos blancos dientes a ese fanfarrón.
Espero que te guste que te den duro por el culo, chico, por que serás la nueva puta de Alemania anunció con un pequeño canturreo. Y tu familia estará muy orgullosa de ti añadió con ironía.
La expresión de Víctor se transformó de inmediato. Primero alzó las cejas asombrado y enseguida las juntó con rabia mientras sus labios tomaban la aparencia de una fina línea. Tensó los músculos de sus piernas y los de su mano derecha, amangando levantarse y cumplir con lo que su mente pedía a gritos. Se contuvo en el instante en que su padre le tocó con la mano en el muslo, en una clara advertencia temerosa. Víctor se relajó apenas y se apartó de su familiar con repudio. Pero mantuvo su enrabiada mirada.
No nos mires así, que el hombre a tu lado aceptó hacer cualquier cosa para saldar la deuda y te trajo a ti, ya que por un viejo arrugado nadie va a pagar.
La furia lo embargó. Reprimió nuevamente ese impulso de destrozar esa inmutable sonrisa socarrona del fachero con rastas frente a él. En cambio, bajo la atenta observación de Bill, se levantó derribando la silla y atrayendo otra vez la curiosidad de todos en el local, aunque esta vez no le importó. Con paso veloz y fuerte, las manos hechas puños de rabia y con un gruñido latente en su garganta se dirigió a la salida.
No le importaba en absoluto abandonar allí a su padre, con lo que él le estaba haciendo, lo veía como lo más justificable del mundo. Aún si lo comparaba, peor era lo que su progenitor había hecho.
Rodeó dos sillas cuando escuchó la voz suave de Bill nombrar a su amigo y oyó un ruido, como el de la madera siendo arrastrada contra el ceramico. Segundos después se encontró con un brazo que le rodeó la cintura y la respiración de Georg golpeándole en la nuca, erizándole los cortos y finos cabello que allí tenía. El temor comenzó a cazarlo, sintió una presión en su espalda, a la altura de la cintura y el siseo grave de Georg en su oreja que lo congeló.
Te mueves y vas al hospital, y tal vez a una silla de ruedas advirtió. Vamos, aún no hemos terminado.
En el bar se disimulaban las miradas hacia ellos, mientras Víctor iba sumiso con Georg de regreso a la mesa, debido a que continuaba el cañon del arma amenazándolo. Volvieron a sentarse cada uno en su lugar. Previamente, Georg levantó la silla que yacía en el piso y en la que anteriormente había estado Víctor.
Su padre balbuceaba y Tom y Bill tenían las cabezas juntas y los esperaban con un entusiasmo mal disimulado. Era como si las reacciones de Víctor les despertaran interés.
Yo no.. no puedo…
Víctor vio a su padre pronunciar tropecientas palabras incomprensibles, pero lo ignoró. Se sentó lo más alejado posible de él y miró al frente, a los dos jóvenes. Estos estaban cansados del tartamudeo del hombre que no llegaba a ningún lado, por lo que Bill lo apuró impaciente.
No puedo… no puedo ver a mi hijo prostituyéndose.
Víctor quiso gritar. ¡Ahora le saltaba la vena paternal! Es muy lindo de su parte, inferió irónico. Luego de todo lo que le había hecho sufrir en la última hora, en ese momento decidía ser moral. Pero la moral no era algo que influía en ese lugar, allí parecía no importar; y Víctor pronto lo descubriría.
Debes pagarnos ya, Víctor. ¿Qué sugieres?
Su padre continuó balbuceando. Bill y Tom se veían notablemente emocionados y aprovechados.
Acaso, ¿quiéres pagar tu deuda con tu hijo?
Víctor Mont, finalmente, bajó la cabeza y se calló. Los otros dos se sonrieron y vieron significativamente a Víctor hijo abrir la boca sorprendido, diciéndose a sí mismo que era algo absurdo. Bill alargó su mano de dedos finos con un anillo de plata y el hombre estiró la suya y la estrechó.
Trato hecho declaró alegremente Bill y le soltó la mano con rapidez, de ahora en más, Víctor nos pertenece.
Éste estaba en shock, anonadado para replicar sólo atinó a abrir la boca y realizar un movimiento estúpido y fugaz que detuvo en el momento en que descubrió a Tom contemplándole con una advertencia clara y notoria en sus ojos y una navaja cerrada que sobresalía de la manga de la sudadera extra grande que usaba.
Aunque no hay mucha diferencia  dijo Tom, cambiando su objetivo e intentando poner nervioso ahora al padre, ya que ¿qué creés que hará él acá con nosotros? Dar el culo a cambio de monedas.
Pero… al menos, yo no lo veré  susurró el hombre en contestación.
Víctor se encolerizó. En ese momento sentía un odio tan profundo hacia su padre que jamás lo hubiese imaginado. Le había incluido en un problema en contra de su voluntad, le había abandonado y traicionado. Su estómago era un bloque de cemento y su cabeza le dolía. En su boca no paraba de producir saliva y, por ende, tragaba seguidamente; un escozor invadía en sus ojos y mantenía la mandíbula duramente apretada.
Él no era idiota. Tenía unas insufribles ganas de romper sus nudillos contra las caras de todos ellos, en especial de su padre, hasta matarlos o sentir un dolor insoportable que lo detenga; pero se daba cuenta de su situación.
Cualquier movimiento sospechoso y sería noticia en la sección necrológica.
Lo que en ese momento estaba sucediendo era un maldito tráfico de personas, en el cual él era la víctima, y si aquellas personas podían realizar algo tan poco ético como eso, no vacilarían en asesinarlo lenta y tortuosamente.
Además, Georg estaba perfectamente pendiente de sus acciones. Y estaba armado.
Vete ordenó alguno de los otros dos jóvenes, aunque, sinceramente, no le interesaba quién. Sabía que no era dirigido a él, sino que era para su progenitor. También omitió la aspereza con la que fue dicha esa palabra y el temblor del hombre que siempre había considerado su padre.
Éste se levantó con pesadez y haciendo el esfuerzo de un anciano treinta años mayor que él. Víctor se apartó y le dejó el camino libre, para que se fuera de su vida. Nunca hubiese creído que sólo tardaría una hora en pasar de querer ayudarlo en lo posible a aborrecerlo enormemente.
Yo… lo siento, hijo… mumuró.
Víctor lo fulminó con la mirada. La expresión de su padre aparentaba arrepentimiento, uno que no lo conmovía en lo más mínimo, sino que incrementaba su irritación. El asco y la decepción se apoderaron de él al verlo y no pudo evitar repudiarlo. En cuanto se le acercó con paso indeciso para ponerle una mano en el hombro, Víctor se alejó bruscamente y con repulsión le escupió, a la vez que un gruñido se le escapó potentemente. Su saliva brillaba en el impecable abrigo de su padre y unas gotas pequeñas en su mentón.
No lo había dicho, pero su acción había sido completamente clara: para Víctor, ya no era nada suyo. Nunca más su padre, tal vez ni siquiera un conocido. Porque Víctor, hijo, también tenía orgullo, aunque no solía ostentarlo.
El hombre comprendió a la perfección y no necesitó que le reiteren la orden de marcharse para acomodarse el gabán y despedirse con un movimiento de cabeza. Viendo de soslayo a su hijo quien tenía los labios fruncidos y evitaba corresponderle las miradas— partió del local, atravesándolo y esquivando mesas, sillas y clientes, deslizándose como un fantasma pálido hacia la noche helada. La puerta produjo un pequeño ruido al abrirse y cerrarse, su figura se marcó en la ventana del bar y luego se perdió en las calles inclementes de Berlín.
Apuesto a que se suicida escuchó decir a Tom.
Veinte a que desaparece arriesgó Georg, confiado. Tom cabeceó aceptando la apuesta.
Víctor se quedó mudo. Hasta su mente estaba en blanco y su mirada vagaba.
Tom llamó Bill, levantándose y acomodándose la bufanda y el cabello, vamos a mostrarle la habitación a Junior dijo. Antes de darse vuelta agregó. Ah, y yo doy treinta a que se vuelve loco.
Eso no vale, Bill. ¡Él ya está loco! se quejó Tom siguiéndole.
Pero yo digo loco de depresión replicó a su vez.
Víctor los observaba turbado. Eran insensibles, o eso aparentaban a la perfección.
Georg lo empujó en la espalda y lo hizo reaccionar, con un gesto le apuntó a los dos muchachos que se alejaban hablando entre ellos y lo apuró a que los siga. Víctor caminó tras ellos y fue escoltado a través de una puerta cercana a la de la cocina por una escalera tapizada con el mismo cerámico grisáceo y una baranda de hierro y madera pulida. Luego llegaron a un pequeño pasillo y se dirigieron a la segunda puerta del lado derecho de la escalera, pintada de marrón y con picaporte de metal cobrizo manchado de huellas digitales y polvo.
Bill abrió la puerta y Tom lo empujó hacia adentro. El dormitorio era irrisoriamente grande, con las paredes pintadas de blanco inmaculado, una cama de caños con el edredón nacarado y las cortinas del mismo color en el ventanal. La visión albina era quebrada únicamente por la mesa de luz y el armario, ambos de pino. Se asemejaba a un hospital privado, sólo faltaban los aparatos médicos.
Bill se acercó a la ventana y descorrió las cortinas níveas, descubriendo así un enrejado que protegía la ventana.
Una vez nos atacaron por ahí explicó señalando la ventana y alzando los hombros.
"Más bien, parecía un hospital psiquiátrico", pensó Víctor, aunque alzó también los hombros, restándole importancia.
En la cama había un mancha negra y Bill se fijó en ella. Levantó la prenda con dos dedos, con una ceja enarcada. Era una tanga bordada con rosas del mismo color. Tom se la quitó y se la guardó en uno de los gigantescos bolsillos de su jersey.
Mío alegó con una sonrisa pícara.
Mierda, Tom, ¿en qué habíamos quedado? reprochó Bill. Se arrimó hacia Tom luciendo una expresión cansada y molesta. Se supone que debemos dejar limpias las habitaciones.
Oh, vamos, Bill. No es mi culpa, lo sabes, no limpiaron bien  alegó acortando la distancia y acariciándole con lentitud la conjuntura de la mandíbula y el cuello. Luego dejó un pequeño beso allí mientras el otro negaba suavemente con la cabeza y suspiraba resignado.
Víctor no pudo evitar preguntarse si aquellos dos eran homosexuales, pero ¿acaso la tanga que se guardó Tom no era de mujer? Ambos jóvenes se separaron y Tom le rodeó lo hombros familiarmente a Víctor, como si fuera un viejo amigo.
Vamos, te entendemos, casi todos los viejos son iguales dijo y le dio dos palmadas en la espalda.
Sí, claro. Los suyos seguramente faltaron también a algún acto escolar comentó con acidez y sin pararse a pensarlo.
Tanto Tom como Bill deshicieron sus sonrisas y se pusieron serios. Víctor cerró los ojos, sintiéndose como un completo idiota. Normalmente él reflexionaba aunque sea por un segundo las palabras próximas que diría. Y esta vez, por un maldito impulso podría haber condenado su destino, todavía más si era posible.
Escuchó la recomendación con voz ruda e incisiva de Tom y el recio golpe con el que se cerró la puerta. Él le hizo caso hasta el punto de acostarse en la cama, pero no logró dormirse.
En toda esa noche, dejó que la picazón en sus ojos se liberara en forma de pequeñas gotas cristalinas que imperceptiblemente recorrieron sus mejillas con total libertad. Ahogó un par de gritos contra la almohada y se retorció en sí mismo. Dejó que escaparan sus frustraciones, sus maldiciones, sus falsas creencias, sus sueños resquebrajados y sus inmortales esperanzas.
En esa noche agobiante y angustiosa, con terrible desazón rememoró y reflexionó su vida y los últimos acotencimientos. Aunque imaginó cómo sería de ahora en más su vida, no estaba cien por ciento seguro. Y aunque le costaba admitirlo, él también era cobarde cómo para suicidarse.
Con ojeras decidió continuar con su nueva vida, por más que debiera vender su cuerpo... aunque todavía esperaba con un halo de fe un final distinto.

 Levántate.
Abrió los ojos en cuanto esas palabras se emitieron y le sacudieron el hombro. Miró al hombre frente a él y tardó unos segundos en reconocer las facciones del barman.
Los señores Kaulitz quieren verte. Apúrate informó inexpresivamente, saliendo de la habitación.
Víctor contempló mecánicamente el reloj de pulsera en un muñeca izquierda. Marcaba las nueve de las mañana. Entonces se dio cuenta de que había logrado domir al menos dos horas. Aleluya, se dijo sarcástico. Se acomodó la ropa que venía usando desde el día anterior y bajó al bar, al encuentro de sus jefes. Esperaba que no le tengan trabajo ya, tan temprano.
El bar tenía varios clientes que se agolpaban en las mesas cercanas a la ventana. Tardó unos segundos en darse cuenta que Tom y Bill estaban sentados en la única mesa con gente más apartada, en una cercana a la barra. Sin embargo, tampoco estaban solos. Los acompañaba un hombre treintañero, con cabello corto y ojos azules que combinaban con la corbata que portaba.
Se dirigió hacia ellos, y a medida que se acercaba, escuchaba con mayor claridad su conversación entre humeantes tazas de café.
Chicos, ¿están seguros? decía el hombre.
Que sí, no seas molesto contestaba Tom.
Él esta preocupado, Don…
Mira, primero que nada, no es italiano, no creo que es necesario que le digan Don, y segundo, que no le importe: sabemos lo que hacemos y estamos perfectamente bien aseguró molesto.
Bill fue el primero en darse cuenta de su presencia cercana. Con un cabeceo mínimo le saludó.
Tom tiene razón afirmó Bill. Ahora, David, termina ese café tranquilo, que la casa invita finalizó la charla, parándose y caminando hacia Víctor. Tras él, llegó Tom.
Con la luz natural del sol entrando por el ventanal y la ausencia de la desesperación se fijó mejor en aquellos dos. Ambos tenían una respingada nariz, el rostro alargado, ojos avellana y sonrisas similares. Finalmente decidió unir los pedazos de un simple rompecabezas y teniendo en cuenta sus parecidos y que compartían apellido llegó a la conclusión final.
Ustedes son hermanos mencionó en voz baja.
Gemelos aclaró Bill enseguida sin aludir a la obviedad de esa afirmación, ya que ambos sabían que con sus completamente opuestos estilos la gente tendía a tardar en darse cuenta, se volvió hacia su hermano. ¿Dónde está Georg?
Tom encongió de hombros y segundos más tarde la puerta se abrió y, con una chaqueta de cuero cerrada hermeticámente, entró Georg con las mejillas levemente arreboladas a causa del viento frío del exterior.
Llegué anunció ahogando un bostezo.
Vaya. Primera vez en tu vida que llegas a tiempo silbó Tom con sorna.
Sí, si. Me cagó en Gustav y sus vacaciones… Levantarme temprano no es lo mío musitó poniendo los ojos en blancos.
Bill iba a replicar cuando reparó nuevamente en Víctor.
Bien, Junior, hoy empiezas a trabajar. Tienes que prepararte y… ¿qué? cuestionó al ver los ojos sin brillo de Víctor y las ojeras que los rodeaban.
¿Ya empiezo? inquirió apesumbrado.
Por supuesto saltó Bill y realizó gestos con sus manos que acompañaban su respuesta. ¡Mira a tu alrededor! ¡Este lugar esta lleno! Y al mediodía va a…
Un momento, por favor le interrumpió confundido. Sr. Kaulitz, ¿de qué voy a trabajar?
¿No es obvio? rebatió Tom. De esclavo.
Víctor se quedó atónito. Eso… ¿era mejor o peor?





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