Categoría: General
Nota: ¿Esto podría contar como fanfic?
Siempre soñó con visitar
Macondo, el centenario pueblo promovido por la nostalgia y las fiestas, el
olvido y las enfermizas tristezas que lo asolaban; al lado del río, en un
pantano no tan lejano del mar.
Lo cumplió. Partió con
un vestido blanco de seda con cintas de raso cobre, con unos zapatos de charol
y las dulces ondas de su cabello pardo moviéndose suavemente a causa del viento
que ingresaba por la ventana del tren que anunciaba su llegada a la estación.
Descendió con una
sonrisa y extendió los brazos, recibiendo el calor abrazante del sol a la hora
de la siesta. Alguien la chocó, ella lo miró a los ojos y el extraño susurró «Eran
más de tres mil personas… y las tiraron al mar… tres mil trabajadores…» y
continuó su camino errante.
Ella caminó a través de
la Calle de los Turcos, viendo pasar a la ferviente población víctima de las
moradas ojeras producto del insomnio. Deambulando se encontró con un parco
hombre al que todos en la calle llamaban coronel y que a su paso caían
pescaditos de oro con ojos de rubíes que, al tocarlos, se disolvían. Otro
hombre parecido proclamaba la maravilla de la alquimia y el hielo, la
astronomía y el daguerrotipo.
Le llamó la atención una
mansión blanca con sus puertas y ventanas abiertas de par en par desde donde
provenía la voz desvariada de una mujer hablando sobre incesto, colas de cerdo
y animalitos de caramelo.
Rechazó la invitación a
una parranda que prometía ser de varios días; y regresó en sus pasos para
volver a encontrar la misma mansión completamente cerrada y a una mujer que con
un rencor impresionante la confundió con una tal Rebeca. Al darse cuenta de su
error, la mujer continuó despotricando contra la cristiana acérrima con aires
de reina que no la dejaba trabajar en su mortaja en paz.
Una anciana le propuso
leerle las cartas y predijo una lluvia torrencial. El pronóstico se cumplió. Entonces,
corrió a refugiarse en la librería de un viejo catalán. Allí, vio a un joven
con un parecido familiar al hombre que llamaron coronel, comprando un libro
polvoriento. Esperó el regreso del sol y volvió a las calles desechas,
desiertas y pobladas de insectos y calor. El viento se intensificó y la arena
que éste trasladaba con sus ráfagas le imposibilitó la vista. De pronto se
quedó sola. Únicamente, a lo lejos, la imagen de un cetrino gitano con sus ojos
oscuros y sabios se hizo presente en aquella tempestad.
—¿Y todos los…
habitantes de Macondo? –preguntó.
—¿Macondo? Mejor
deberías fijarte si existe.
Miró a su alrededor:
pantano y arena. Nada más. Con desilusión esperó y se subió en el destartalado
tren amarrillo que la devolvió a su casa, lejos de juegos y jugadores
solitarios, lejos de etéreas y efímeras imágenes.
Entonces, ella cambió.
Soñó con conocer Europa.
Resumiste Macondo en un drabble hermoso *-*. Dios, enserio estoy enamorada de Cien años de soledad, de García Márquez y de tu manera de escribir. Incluso puedo decir que la soledad a la que están condenados todos los personajes de la familia Buendía parece contagiar a la protagonista. :-)
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