Título: Sombrero Seleccionador
Resumen: Todos tuvieron que se seleccionados al ingresar, él se hizo cargo.
Categoría: General
Categoría: General
Sirius Black
Estaba rodeado de niños, nerviosos en su mayoría. Pero él
no. Estaba confiado, se sentía seguro; nadie era como él: ninguno de los demás
sabía con seguridad a que casa pertenecería.
Mientras
oía la canción de bienvenida, se dedicó a observar a su alrededor. Había un
chico un poco desgreñado, un gordito nervioso, un morocho de cabello revoltoso,
una pelirroja asombrada, un chico cohibido…
—¡Black, Sirius!
Sintió
cómo inmediatamente la mayoría de las cabezas del gran salón se dirigieron hacía él.
Avanzó,
se sentó con calma y dejó que le coloquen el Sombrero Seleccionador encima de
sus oscuros cabellos.
—Oh, un Black…
Luego
hubo un pequeño mutismo.
—¡Vamos! Sólo
di Slytherin como con toda mi familia y terminamos con esto —pensó.
—¿Oh? ¿Realmente
piensas eso?
Sirius
estaba por contestar cuando con una palabra dictó su futuro.
—¡Grynffindor!
Sirius
estaba sorprendido. No sabía si festejar o resentirse.
Se
sacó el sombrero y se acercó con su elegante caminar a una mesa que apenas
aplaudía con los ojos bien abiertos. Todo el Gran Salón estaba atónito. Un
Black, en Grynffindor.
Ese
día, Sirius fue tachado como la oveja negra de los Black.
Lily Evans
¡Así que Hotwargs era de ese modo! A pesar de haber
estado asustada —le había sido difícil asimilar
repentinamente que no era normal y que tenía poderes, que era una hechicera y
podía hacer magia— no podía esconder su contento
ante tan imponente castillo.
A
pesar de tener, lo que ella llamaría, un pequeño conocimiento de cómo era ese
lugar, le maravilló el techo que simulaba un cielo nocturno, admiraba con sus ojos
verdes las miles de velas flotando e iluminando el lugar, las puertas de antaño
que era demasiado difícil de encontrar en la ciudad. Aunque estaba impaciente
por saber a cuál casa ingresaría, dónde ella dormiría en sus dormitorios,
estudiaría con compañeros de esa casa, disfrutaría de una sala común... y por
siete años.
Tenía
la certeza de que sus padres la apoyarían, habían estado complacidos cuando
llegó la carta que le informaba que estudiaría en el prestigioso Hotwargs.
Ellos seguramente sabían desde antes que, a pesar de ser humanos, tenían una hija
hechicera…
—¡Evans, Lily!
Era
su turno. Se sentó y esperó a que la profesora coloque el sombrero sobre su
cabellera pelirroja.
—Uhm…
Tienes una inteligencia digna, pero hay algo más… —escuchaba atentamente la voz en su cabeza— algo
de gran valor para...
—¡Grynffindor!
Se
quitó el gorro, se acercó a la mesa llena de aplausos, y se sentó cerca de un chico
de ojos grises, que disimulaba muy bien su encanto. Observó la selección de los
demás, contenta de haber entrado al prestigioso Hotwargs, deseando convertirse
en una gran hechicera.
Remus
Lupin
Observaba
temeroso su alrededor. Esperaba, deseaba, que nadie se diera cuenta de su problema.
Había
logrado entrar en Hotwargs, feliz de haber podido. Y todo gracias a aquel
hombre barbudo y de buena disposición, sonrisa serena y rostro amigable. Le habían
asegurado tener la solución para que nadie sufra ante sus problemas con la
luna. Todos excepto él, le había dicho cerrando los ojos con pesadumbre. No
importaba, había accedido, era su problema y mientras pudiera cursar en ese
colegio no le interesaba mucho lo que sufriría.
Pero
ahora sí. Iba a inventar un centenar de mentiras durante los próximos años. Con
miedo miraba a su alrededor, seguro de que alguien se daría cuenta. Si en sus
desapariciones, alguien tomaba nota de las noches y se fijaba en la luna; en
como podría volver con alguna lastimadura o vieran una cicatriz delatora, si no
se creían sus engaños, si…
—¡No seas tímido!
¿Cómo te llamas?
Lo
sobresaltó un chico sonriente con anteojos. Él tenía miedo, ¿y en cambio parecía
tímido?
—Yo…
—¡Lupin, Remus!
Con
la cabeza hizo un gesto de disculpa y se acercó y se sentó en el taburete.
Apenas el gorro se apoyó sobre su cabeza, dictaminó.
—¡Grynffindor! —Estaba por sacarse el sombrero cuando escuchó una
oración final—. No te preocupes tanto, niño.
Llegó
a la mesa de su casa, y se acomodó frente a una chica de ojos verdes y al lado
de un alumno mayor. Confiando en el sombrero, sonrió.
Peter
Pettegriw
¿Hufflepuff?
¿Slytherin? ¿Y si era Grynffindor? ¿O tal vez sería Ravenclaw? Pensó mirando el
águila de dicha casa. No, no confiaba tanto en sí mismo, ni en su inteligencia,
como para ir a dicha casa.
Observó
las mesas, en todas había alumnos ansiosos, hablando entre sí o contemplando el
espectáculo de principio de año, la selección de los novatos, y unos pocos
mirando sus platos. Eso le hizo recordar que tenía hambre y que tal vez no podría
esperar hasta el gran banquete del que había oído hablar a algunos alumnos
mayores en el tren. Se arrepentía de no haber comprado nada a la señora con el
carrito, pero sabía que por nervios era capaz de devolver el estómago y no
quería pasar vergüenza.
Con
pavor, miró rápidamente la mesa de Slytherin, llena de alumnos vestidos de
negros con corbatas de un interesante verde oscuro y plateado. Las caras de
estos no parecían muy amigables. Un escalofrío recorrió por su espalda.
—¡Pettegriw,
Peter!
Con
paso semi torpe se sentó.
—Cualquier
casa está bien…
—pensó resignado.
—¿Cualquiera?
¿Seguro? ¿Incluso Slytherin?
Peter
tragó saliva y cerró los ojos con fuerza.
—¡Grynffindor!
Abrió
los ojos, agradecido. Se acercó a la mesa que aplaudía y se sentó enfrente de
un chico de cabello castaño.
Era
un Grynffindor… no obstante, ¿era realmente
valiente? Nunca se creyó así. Tal vez el sombrero se haya equivocado, pero a su
saber nunca se equivocaba.
Levantó la mirada con un orgullo casi inexistente. Era
un Grynffindor.
James
Potter
Sería
parte de Hotwargs, un lugar de estudio, un castillo gigantesco con aulas, un
gran jardín con un lago, con habitaciones, compartiría con otros alumnos iguales a él,
y además había un bosque prohibido. Sólo que la palabra prohibido no
estaba en su diccionario. Hotwargs era un lugar regido por reglas. Y las reglas
estaban hechas para romperse, o por lo menos la mayoría.
Había
hablado con algunos chicos nuevos como él, pero casi todos parecían ansiosos o
nerviosos. Sólo unos pocos no compartían esas emociones. Y él, sabía que era
uno de ellos. No sabía a qué casa iría a pertenecer, y tampoco le importaba
mucho.
Sabía
mas o menos qué hacía que el sombrero elija a cada quien en una casa; a
Ravenclaw, la inteligencia, para Slytherin era el ser sangre pura y ambicioso,
Grynffindor requería coraje, y Hufflepuff… bueno de Hufflepuff no se acordaba exactamente. Por
descarte, estaba seguro que iba a Grynffindor, o a Hufflepuff. Sin embargo, no
estaba seguro, porque en Grynffindor habían entrado algunos que no parecían
muy valientes. Tal vez lo eran de verdad, y luego se mostrarían.
Y
recordaba lo que su padre contó sobre la rivalidad Grynffindor-Slytherin.
—¡Potter, James!
El
sombrero apenas tocó algunos de sus revoltosos cabellos y gritó.
—¡Grynffindor!
—¡Ja! —rió satisfecho y corriendo se acercó a un chico de
ojos grises que miraba la mesa de Slytherin. Lo conocía, era el Black errante,
como lo llamaba para sus adentros. No parecía triste de pertenecer a los
Grynffindor.
Se
sentó a su lado y señalándole la mesa del verde y plata, dijo:
—Mírala bien, porque desde ahora empieza nuestra
guerra contra ellos.
—Y nosotros ganaremos, por supuesto. —Ambos sonrieron y James lo reconoció enseguida como un
amigo.
Severus
Snape
Miraba
con sus oscuros ojos el Gran Salón. Era grande, pero no le asombraba. Sabía de
antemano que el lugar tenía la capacidad para albergar esa gran cantidad de
personas. Lo que más le interesaba era la mesa de una casa. Slytherin. Con
ansias e insatisfacción contemplaba la mesa de la que tanto oyó a su madre
hablar.
Apartó
la vista, ocultándose tras una cortina de su pelo negro. Con amargura, observó
la selección de los demás alumnos ante que él. Debía admitir que el que un
Black no fuera sido enviado a Slytherin lo sorprendió, pero a la vez lo llenó de
acidez y antipatía. Él que podía entrar fácilmente a su casa soñada como toda
su prestigiosa familia, terminaba en Grynffindor. Luego vio a uno de anteojos y
lo reconoció resentido; había jugado una broma en la que se involucraba él y
una traba que lo hizo tropezar.
—¡Snape,
Severus!
Se
sentó y dejó que el Sombrero Seleccionador se posara sobre su cabeza.
—Slytherin… —suspiró internamente resignado.
—¿Así que
quieres entrar en Slytherin?
—Soy mestizo. Todos saben que…
—¡Slytherin!
—gritó. Snape se sorprendió, recién había dicho que es
mestizo—. A Slytherin le importa otras cosas, además.
Severus
alzó la vista con orgullo y se encaminó a una mesa verde y plata que se agitaba
ante la llegada del nuevo alumno. Reflexionó, a medida que se acomodaba el
cabello y se sentaba, que nadie tenía por qué enterarse que era un hijo
mestizo.
Fred Weasley, George
Weasley
Desde
que veían y oían a sus hermanos y padres hablar del gran colegio discutían que
harían en él. Y siempre terminaban sintetizándolo en la misma palabra:
divertirse. En cuanto llegaron a la plataforma 9 ¾, sus manos se entrechocaron
y un juramento mudo se realizó entre los dos. Sacarían el mejor provecho de
esos próximos años.
En
la espera para ser seleccionados, se entretuvieron poniendo nerviosos a
algunos niños, bromearon sobre otros y sobre ellos mismos. A dónde irían a
parar, no estaba dentro de su interés. Esperaban únicamente no ser separados.
Eran hermanos y mejores amigos, siempre hicieron todo entre los dos y querían
alborotar Hotwargs juntos.
Aunque
debían admitir que cuando se encontraron con el poltergeist, Peeves, sintieron
amargura. Y no era exactamente por la existencia de otro bromista pesado que
les haga la competencia. No, sino que era su pésimo chasco de recibimiento, que
causaba gracia solamente al poltergeist.
Evitaron
mirar la mesa de Grynffindor, la mirada furtiva y reprendedora de su hermano
Percy, siempre intentando mantener la compostura completamente serio. A pesar
de que Charlie y Billy, sus hermanos mayores, normalmente estaban risueños ante
sus chistes.
Ya
quedaban muy pocos niños. Ellos dos, una niña que se debatía entre parecer
segura o demostrar su nerviosismo y un chico de aspecto hosco.
—¡Weasley, Fred!
Ambos
se miraron y sonrieron maquiavélicamente. Luego, avanzó.
—Weasley… pero tú no eres Fred, niño.
—¿Qué
dices?
—Intentar engañarme a mí es como tratar de hacerlo con
Dumbledor, George.
George
se desalentó. Los habían descubierto.
—¡Grynffindor!
Se
quitó el sombrero, cruzó una mirada de abatimiento fugaz con su hermano y se
acercó a la mesa donde Percy aplaudía fuertemente, aunque no parecía realmente
emocionado, y Billy y Charlie lo recibieron con una sonrisa.
—¡Weasley,
George!
—Deberían
decir «Weasley, Fred» —oyó en su
cabeza apenas el gorro hizo contacto con sus cabellos rojos—. Hazles compañía a tus hermanos…
—¡Grynffindor!
Fred
se sacó el sombrero y corrió a sentarse al lado de su hermano gemelo, con el cuál
entrechocaron sus manos con alegría y triunfo.
Luego
observaron como la profesora McGonagall llamaba al penúltimo alumno de la
lista, el chico de gesto tosco.
—La profesora parece seria… —comentó Fred.
—Será divertido jugar con ella y…
—… con el celador Filch — sonrieron ambos.
Contemplaron
todo el gran salón. En cualquier caso, había más profesores para hacer renegar,
y la casa Slytherin con la cual, estaba seguro, batallarían por cualquier cosa.
Y,
claro, no podían olvidarlo. Su otro contrincante, Peeves.
Los
próximos años serían divertidos.
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