miércoles, 18 de julio de 2012

No me gusta San Valentín


Título: No me gusta San Valentín
Resumen: Gustav era una persona simple, conformista y que no solía quejarse.
                    Por eso mismo, entre regalos, cartas y tarjetas, Georg se sorprendió cuando escuchó su primera queja en días.
                  —No me gusta San Valentín.
Categoría: Slash
Pareja: Georg/Gustav
Rating: 13+


Gustav era conocido de la banda tal vez por ser el menos conocido.
Él no era una persona que gustaba de ser el centro de atención, era más tranquilo y más callado. No se exasperaba con facilidad ni exigía cosas díficiles todo el tiempo contrariamente a Bill, quien había recibido el título de Diva por dichas razones, y no solía quejarse, sino que aceptaba lo que el destino le enviaba.
Era de estatura baja en la media de los hombres, sí, lo aceptaba aunque le molestara y más si bromeaban con ello.
Más de una vez habían dicho que él no era tan guapo, y en las mayoría de ellas lo habían comparado con los gemelos. Sin querer hacerlo realmente, se consolaba pensando que comparado con Bill y Tom, mucha gente no sería considerada linda. Luego se arrepentía de su propio pensamiento; a él la opinión ajena no le interesaba.
Solía tener más paciencia que los demás, por lo que cuando Bill comenzaba a parlotear sin detenerse ni dejar que alguien lo detenga, él era uno de los últimos en decirle que se calle, ya que simplemente no le hacía caso y trataba de bloquear su voz y concentrarse en su libro.
Él también era el único del grupo que leía por placer, a pesar de que ya no lo hacía tan seguido, y cocinaba mejor que pasablemente. Tal vez, era el único que realmente sabía cocinar en serio, porque los demás consideraban cocinar a colocar un rebanada de pan, una feta de queso, una de jamón o dos, y otra rebanada de pan encima.
Antes, cuando el recién formaron el grupo, él era el que acostumbraba  a cocinar para todos, sin presentar palabra alguna de disconformidad.
También era el mejor en los juegos, especialmente los videojuegos, aunque no lo presumía. Dejaba que los otros presuman sus habilidades, y aceptaba cualquier reto, ya sea de Tom o Georg quienes, cuando no competían entre ellos, intentaban superarlo a él.
Le encantaba despertarse temprano, hacer algo de ejercicio y disfrutar del día, en especial del calorcillo que le confería el sol a media mañana.
A Gustav le gustaba ser simple.
En parte era conformista y ya que, excepto por ocasiones, a nadie le molestaba, él lo continuaba siendo. Igual, si alguno decía algo, lo mandaba al diablo y asunto arreglado. Después de todo, él tenía su cáracter, aunque lo controlaba.
Los demás lo aceptaban tal como era y él lo agradecía.
Es más, los otros estaban completamente acostumbrados a que él no se queje casi nunca.
Por eso mismo que en el momento en que David llamó y les dijo que les enviaba todas esas bolsas que habían llegado a la disquera para ellos llenas de cartas, tarjetas y regalos; Georg se sorprendió en cuanto escuchó la primera queja de Gustav en días.
No me gusta San Valentín declaró a la vez que tomaba la bolsa que le correspondía a él.
Sólo Georg lo escuchó, de pura suerte, ya que los gemelos se habían enfrascado en una tonta discusión de quién había recibido mayor cantidad de obsequios.
Siendo objetivo, podía decir que Bill tal vez ganaba, porque más de una fanática le había enviado cajas de ositos de goma que agrandaban los paquetes.
Ambos gemelos tenían en total dos gigantescas bolsas de consorcio repletas y, en el caso de Bill, tenía además un caja grande de bombones de chocolate que no cabía en ninguna de las dos bolsas, y que él tuvo la humildad de regalársela al cadete, quedándose con la carta de la fan únicamente.
Tanto Georg como él tenían un bolsa repleta y un poquito más. Y luego había un bolsa que contenía cartas dirigidas a la banda completamente, sin especificar a algún componente de ella, de personas que decían querer a todos por igual, ya que amaban a la banda Tokio Hotel.
¿Qué dices, Gus? ¡Esto es genial! comentó Georg con la boca llena y un paquete de chocolates abierto en sus manos.
Gustav se rió cuando su amigo se atragantó.
Sí, era genial recibir cartas de admiradoras que aseguraban que era lo mejor del mundo. Lo halagaban y tenía suficiente chocolates como para asquearse una semana. Era bastante entretenido leerlas y le agradaba saber que le gustaba a la gente.
No nos conocen realmente, están enamoradas de la imagen que damos contestó apacible, abriendo una carta en papel perfumado a jazmines.
Georg le dio la razón en eso.
Ellas creían que Tom era todo un mujeriego. Y lo era, pero no había estado con tantas chicas como solía presumir. Eran menos, todas agraciadas fisicamente. Y en las fiestas no vivía conquistando todo el tiempo, sino que se sentaba, se calmaba un poco, reía, bebía y hablaba con su hermano cosas que sólo ellos sabían.
A Bill lo tenían por un chico ingenuo y afeminado. De ingenuo tenía poco, sólo tenía un cáracter infantil, y la gente confundía eso seguidamente. Era alguien que se preocupaba por su imagen, se maquillaba y era algo más sensible; pero también era rudo a su forma, tenía una voz imperativa que demandaba y no se dejaba doblegar.
Gustav era tranquilo y un poco más callado, pero no era ni antisocial ni aburrido. Pocos sabían que en verdad él era uno de los mejores bromistas. No era tan constante como los otros, pero cuando abría la boca para decir una broma, ésta terminaba siendo casi aplaudida. Aunque no le gustaba ser el centro de atención, era completamente capaz de convertirse en el alma de la fiesta.
Y él…, bueno, Georg no tenía mucha idea de cómo la gente lo veía, pero a él le encantaba divertirse.
Cómo en ese momento que reía ante el pequeño espectáculo que los gemelos daban leyéndose mutuamente sus cartas, para ver quién recibió la mejor. Era íncreible lo que escuchaba, y estalló en carcajadas cuando Bill enrojeció al saber que el destinatario de una carta en inglés especialmente tierna era un hombre griego de casi treinta años.
Bill se deshizo en blasfemias contra su gemelo, que no paraba de reír.
Cierto coincidió. Si alguien supiera cómo son realmente esos dos, seguro que no reciben ni un cuarto de lo que allí tienen comentó Georg siendo escuchado por ambos hermanos, quienes pasaron la fase de comparar entre ellos para pasar a la siguiente de presumirles a Georg y Gustav.
Toda la tarde la dedicaron a sus obsequios, con sonrisas en la cara y comentarios entre ellos. Más de una carta era en inglés, y tuvieron que usar un traductor de la computadora pórtatil que allí tenían, con juramentos vanos de que tomarían algún curso para afianzar ese idioma el año próximo.
Al final, Gustav sintió las miradas de soslayo que Georg le dirigió, pero las ignoró y se fue a su habitación.
Cerca de las diez de la noche golpearon la puerta. Se levantó de la cama y con paso lento llegó a la puerta y la abrió. Ahí estaba. Parado, con el pelo atado en una coleta baja, con los pantalones del pijama únicamente y los brazos alrededor de un pack de cervezas y dos botellas de vodka y vino espumante. Y una sonrisa ancha y traviesa.
Emborráchate conmigo pidió Georg.
Gustav lo recibió con una ceja alzada. Él no era muy asiduo a tomar sin control, sin embargo prefería mil veces hacerlo con amigos que en público. Con un cabeceo se apartó y dejo el paso libre a Georg, quien entró con los ojos verdes desbordantes de alegría.
¿Y Tom? ¿O Bill? cuestionó con imperceptible acidez.
Lo habitual era que Georg se junte con Tom a emborracharse, y que luego se una Bill reclamando el que no le hayan avisado. Entonces le preguntaban a Gustav, quien dependiendo de su humor aceptaba.
¡Eh! Que vengo con mi mejor amigo y este me corre contestó en broma. Nah, tengo ganas de estar contigo únicamente, no aguantaría a los otros dos presumiendo de vuelta, tomándose todo y después encerrándose en ellos mismos dijo con sinceridad mientras se tiraba en la cama con comodidad y contemplaba la carta en letras rosadas que minutos antes Gustav había estado leyendo.
En verdad, a Georg no le importaba qué hacían los gemelos, pero él no mentía al decir que quería estar con Gustav.
Gustav se sentó a su lado y abrió primero la botella de vino. Entonces recayó en algo: no había vasos.
¡A pico! sonrió Georg, y Gustav no pudo evitar devolvérsela.
Bebieron los dos, pasándose la botella constantemente y hablando trivialidades por más de una hora.
Oye, Gus, ¿por qué dices que no te gusta San Valentín? preguntó de repente.
Gustav miró a su amigo. ¿Él no le había respondido ya, durante la tarde? Buscó en Georg algún signo de ebriedad, pero su mirada era fija y aparentaba estar aún sobrio.
Ya te lo dije.
No, no lo dijiste. Sólo coincidimos en que las fans no nos conocen completamente replicó testarudo.
Gustav suspiró.
Él no solía contar a otras personas todo lo que pasaba por su cabeza. No obstante, el alcohol afectó, junto con la sonrisa amigable de Georg.
Volvió a suspirar, resignado.
No me gusta por la simple razón que no tengo con quién pasarlo respondió rápidamente, seguido de un trago largo de vodka que le quemó la garganta.
Georg sonrió, quitándole la botella y tomando él a su vez.
Suenas como Bill se mofó y Gustav asintió, dándole la razón no muy contento. Vamos, Gus. ¡Fondo blanco! exclamó.
Idiota, no tenemos vasos para competir recordó Gustav.
Georg hizo una mueca. Ninguno de los dos tenían ganas de levantarse e ir a la cocina a buscar lo benditos vasos, por lo que Georg alzó los hombros y se llevó la botella a los labios, dispuesto él a tomarse lo que restaba de vodka. No obstante, antes de que un gota más ingrese en su organismo, se detuvo y bajó la redoma con gesto pensativo.
Gustav lo miró curioso. Su amigo rara vez se arrepentía de beber, aun cuando termine borracho, aun cuando termine con una resaca terrible.
Oye, Gus. Sé mi San Valentín declaró.
Gustav, si hubiese estado en ese momento con alguna bebida en la boca, seguramente la hubiese escupido de la impresión. Miró a Georg con ojos desorbitados.
Georg, por Dios, ¿estás bien de la cabeza? preguntó con el ceño fruncido.
En absoluto. ¿Lo serás?
Georg, San Valentín es el día de los enamorados y, además, ya terminó contestó despacio, como si hablara con un tonto.
Georg miró el reloj en el buró y ensanchó su sonrisa.
Aún faltan cincos minutos para que termine replicó. Al ver que Gustav abría la boca replicar, se acercó a él con rapidez y lo agarró de la mandíbula con suavidad. Y para enamorarnos del todo, aún hay tiempo añadió con una sonrisa pícara.
Acarició con suavidad el mentón, deslizando su mano lentamente hacia la nuca de Gustav, erizándole la piel ante su contacto. Lo acercó hacia él y acortó la distancia de sus labios. No fue ni suave ni brusco, simplemente fue Georg en toda su esencia.
Y él, a pesar de estar sorprendido, no se asqueó tal y como lo imaginó. Incluso quiso continuarlo cuando Georg se separó.
Gustav, en silencio, se pasó nervioso una mano por su corto pelo rubio y se tocó disimuladamente los labios. Ante la inquisidora mirada verdosa, jadeó quedamente.
Georg, estás loco, ¿lo sabías?
Éste largó una carcajada.
Bueno, tal vez si las fans lo supieran no recibiría ni el cuarto de cartas que recibo ahora bromeó, tomándose el comentario como uno típico que diría Gustav: una broma con voz seria. ¿Y bien? Entonces, ¿lo serás?
Gustav volvió a suspirar, resignado pero extrañamente feliz.
Se acercó a Georg con calma, con una pequeña curvatura en los extremos de sus labios. Rozó su mano contra la de su amigo, subiendo su toque por los brazos musculosos y al desnudo, para terminar acariciando su clavícula con lentitud.
Aproximó él esta vez sus labios hacia los de Georg, pero en su acción se encontró detenido por el propio Georg, a quién miró extrañado e intrigado.
No tan rápido, semental dijo mordiéndose el labio inferior para evitar una sonrisa que igualmente escapó ante la mirada molesta de Gustav. Yo dije que seas mi San Valentín, y ya es quince de febrero explicó señalando el reloj con grandes números verdes. Marcaba las cero horas con dos minutos.
Gustav frunció el ceño, enfadado. Golpeó en la cabeza a un ruidoso Georg que no paraba de reír y le arrancó de las manos la botella de vodka. Se tiró hacia atrás, apoyando su espalda bruscamente contra la almohada y realizando él fondo blanco.
Tragaba ya por quinta vez en el momento que Georg le sacó la redoma, volcando un poco sobre la cama. Volvió a mirarlo molesto. Aún no entendía cómo era que no lo había echado de su habitación.
¿Sabes? En Estados Unidos aún es catorce de febrero comentó Georg divertido.
Gustav no encontraba la lógica. ¿Y? Ellos estaban Alemania.
A mí me gusta América mencionó suavemente. Entonces se dio cuenta de que Gustav no entendía sus palabras aún. Entretenido, se explicó. Gus, hagamos de cuenta que aún no volvimos de Estados Unidos.
Gustav comprendió lo que su amigo le decía, segundos antes de encontrarse recostado en la cama, con Georg arriba, abrigándolo con el calor que su cuerpo despedía a pesar de estar medio desnudo, acariciándole tortuosamente lento.
Su boca se halló entreabierta, ocupada en un baile fogoso con la de Georg, del que también participaron sus lenguas.
Así descubrieron del otro cosas que no sabían. Descubieron cosas que sólo ellos sabían y rara vez una fanática tuvo oportunidad de darse cuenta.
Mierda, Gustav. Besas estupendamente susurró Georg contra sus labios.
Gustav sonrió. Y tiró de la nuca de Georg para volver a unir sus labios.
Oh, sí. El Día de San Valentín fue una mierda para Gustav. Hasta que Georg decidió que tenían tiempo para enamorarse y que realmente le gustaba Estados Unidos a pesar de no manejar correctamente el inglés.



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