Título: Ilusión viva
Categoría: General
Nota: Participó del Primer concurso —Nikolaus
no existe. —En cuanto Tim habló, el aula quedó en silencio—. Son nuestros
padres, sino ¿por qué creen que Rupert
nunca “castiga” a los traviesos y Nikolaus
nos deja nuestros dulces favoritos…? —Bill ahogó un chillido y agarró la
mano de Tom, eso no podía ser cierto—. ¿Qué pasa, Kaulitz? ¿No lo sabían?
Al oír
la ponzoñosa voz de Tim, ambos gemelos se envalentonaron.
El seis
de diciembre era el único tema del que hablaban sus compañeros; todos
emocionados. Tom y Bill estuvieron cuestionándose si recibirían muchos
caramelos, decidiendo que sí, ya que se habían abstenido toda la última semana
de hacer travesuras.
—Nikolaus
no existe. —En cuanto Tim habló, el aula quedó en silencio—. Son nuestros
padres, sino ¿por qué creen que Rupert
nunca “castiga” a los traviesos y Nikolaus
nos deja nuestros dulces favoritos…? —Bill ahogó un chillido y agarró la
mano de Tom, eso no podía ser cierto—. ¿Qué pasa, Kaulitz? ¿No lo sabían?
Al oír
la ponzoñosa voz de Tim, ambos gemelos se envalentonaron.
—Sí lo sabíamos.
—¿Acaso
tú no lo sabías?
Ambos
niños mantuvieron un aura triste durante todo el día, hasta que durante la cena
su madre no soportó más el silencio creado por sus revoltosos hijos.
—¿Colocaron sus zapatos junto a la puerta?
Bill y
Tom se revolvieron incómodos.
—Nos
dijeron que Nikolaus no es real —murmuró Tom.
—Que
son ustedes…
Simone
se exaltó y demandó saber quién fue.
—Tim,
en la escuela.
—Recuerdo
cuando a mí me mataron la ilusión en el colegio… —suspiró el padre.
—¡Jörg! —chilló Simone escandalizada.
El
hombre volvió a suspirar y miró a sus hijos, cuyas cabezas mantenían gachas.
—Oigan,
Tim dijo esa mentira sólo porque él fue un niño malo el año anterior y Rupert
lo castigó dejándolo sin dulces. Su madre me dijo que estuvieron portándose
bien últimamente, así que Nikolaus les traerá esos ositos de goma que tanto les
gusta; así que terminen de cenar y vayan a poner sus zapatos junto a la puerta.
—Jörg intentó animarlos.
Ambos
asintieron, no muy convencidos.
Bill
ahogó un bostezo y Tom, al verlo, hizo lo mismo. Habían decidido esconderse y
ver con sus propios ojos si Nikolaus existía, pero no habían contado con el
factor sueño.
—Tomi,
¿cuánto faltará?
—No
creo que mucho, son las once, él también tiene que dormir.
—Pero
si Nikolaus reparte dulces toda la noche.
—Sí,
pero papá… no…
Tom se
calló cuando Jörg apareció bajando las escaleras con un paquete. Contuvieron
lágrimas de desilusión hasta que él regresó a su habitación; entonces, en
silencio, Tom le dio la mano a Bill, dispuestos a volver a la cama. Repentinamente,
advirtieron un ruido cerca de la puerta y un cuchicheo.
—Niko,
¡cuidado! —advirtió un hombre moreno a otro alto de barba blanca, que se
frotaba la cabeza risueño.
—Oh, estoy bien. A ver, Kaulitz…
buenos.
—Traviesos —lo contradijo el moreno—. ¡Se golpearon con sartenes!
—Jugaban…
además están en un momento familiar complicado, no necesitan sentirse
culpables.
—Bien —aceptó el otro malhumorado—. Los padres ya les dejaron, odio que intenten
quitarnos el trabajo.
Nikolaus
rió.
—Dejemos
igual, Rupert; sólo no olvides tirar pluff.
—¿Pluff-qué?
—El
polvillo, para que los adultos crean que fueron ellos.
Rupert
refunfuñó y enseguida un polvillo blanco se esparció en el aire mientras ambos
personajes desaparecían.
En la
mañana, los gemelos se miraban cómplices mientras comían galletas; observados
atentamente por padres felices de que la ilusión sobreviva.
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