miércoles, 18 de julio de 2012

Ilusión viva


Título: Ilusión viva
Categoría: General
Nota: Participó del Primer concurso —Nikolaus no existe. —En cuanto Tim habló, el aula quedó en silencio—. Son nuestros padres, sino ¿por qué creen que Rupert nunca “castiga” a los traviesos y Nikolaus nos deja nuestros dulces favoritos…? —Bill ahogó un chillido y agarró la mano de Tom, eso no podía ser cierto—. ¿Qué pasa, Kaulitz? ¿No lo sabían?
Al oír la ponzoñosa voz de Tim, ambos gemelos se envalentonaron.


El seis de diciembre era el único tema del que hablaban sus compañeros; todos emocionados. Tom y Bill estuvieron cuestionándose si recibirían muchos caramelos, decidiendo que sí, ya que se habían abstenido toda la última semana de hacer travesuras.
—Nikolaus no existe. —En cuanto Tim habló, el aula quedó en silencio—. Son nuestros padres, sino ¿por qué creen que Rupert nunca “castiga” a los traviesos y Nikolaus nos deja nuestros dulces favoritos…? —Bill ahogó un chillido y agarró la mano de Tom, eso no podía ser cierto—. ¿Qué pasa, Kaulitz? ¿No lo sabían?
Al oír la ponzoñosa voz de Tim, ambos gemelos se envalentonaron.
—Sí lo sabíamos.
—¿Acaso no lo sabías?


Ambos niños mantuvieron un aura triste durante todo el día, hasta que durante la cena su madre no soportó más el silencio creado por sus revoltosos hijos.
—¿Colocaron sus zapatos junto a la puerta?
Bill y Tom se revolvieron incómodos.
—Nos dijeron que Nikolaus no es real —murmuró Tom.
—Que son ustedes…
Simone se exaltó y demandó saber quién fue.
—Tim, en la escuela.
—Recuerdo cuando a mí me mataron la ilusión en el colegio… —suspiró el padre.
—¡Jörg! —chilló Simone escandalizada.
El hombre volvió a suspirar y miró a sus hijos, cuyas cabezas mantenían gachas.
—Oigan, Tim dijo esa mentira sólo porque él fue un niño malo el año anterior y Rupert lo castigó dejándolo sin dulces. Su madre me dijo que estuvieron portándose bien últimamente, así que Nikolaus les traerá esos ositos de goma que tanto les gusta; así que terminen de cenar y vayan a poner sus zapatos junto a la puerta. —Jörg intentó animarlos.
Ambos asintieron, no muy convencidos. 


Bill ahogó un bostezo y Tom, al verlo, hizo lo mismo. Habían decidido esconderse y ver con sus propios ojos si Nikolaus existía, pero no habían contado con el factor sueño.
—Tomi, ¿cuánto faltará?
—No creo que mucho, son las once, él también tiene que dormir.
—Pero si Nikolaus reparte dulces toda la noche.
—Sí, pero papá… no…
Tom se calló cuando Jörg apareció bajando las escaleras con un paquete. Contuvieron lágrimas de desilusión hasta que él regresó a su habitación; entonces, en silencio, Tom le dio la mano a Bill, dispuestos a volver a la cama. Repentinamente, advirtieron un ruido cerca de la puerta y un cuchicheo.
—Niko, ¡cuidado! —advirtió un hombre moreno a otro alto de barba blanca, que se frotaba la cabeza risueño.
—Oh, estoy bien. A ver, Kaulitz… buenos.
—Traviesos —lo contradijo el moreno—. ¡Se golpearon con sartenes!
—Jugaban… además están en un momento familiar complicado, no necesitan sentirse culpables.
—Bien —aceptó el otro malhumorado—. Los padres ya les dejaron, odio que intenten quitarnos el trabajo.
Nikolaus rió.
—Dejemos igual, Rupert; sólo no olvides tirar pluff.
—¿Pluff-qué?
—El polvillo, para que los adultos crean que fueron ellos.
Rupert refunfuñó y enseguida un polvillo blanco se esparció en el aire mientras ambos personajes desaparecían.
En la mañana, los gemelos se miraban cómplices mientras comían galletas; observados atentamente por padres felices de que la ilusión sobreviva. 

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