miércoles, 18 de julio de 2012

Max lo sabe (I)

Título: Max lo sabe
Resumen: Max lo sabe. O por lo menos lo intuye. Justin y Alex están diferentes últimamente.
Categoría: Hetero
Advertencias: Incesto
Rating: 13+
Capítulos: Del primero hasta el cuarto, de siete.

I.

Max lo sabe. O por lo menos lo intuye.
Las cosas no son como antes: Alex grita menos y Justin ya casi no chilla.
Ambos están ensimismados en la suya, hablan más entre ellos y hasta parece que se entienden. Se entienden. Y Max sí que sabe lo grave que es esta acusación.
Tanto Alex como Justin parecen llevarse mejor desde que volvieron de vacaciones en el Caribe y todo ese lío de que sus padres olvidan que son sus padres y de la piedra de los sueños. Justin se quejaba de que Julieta ya casi no lo entiende y Alex andaba enfunfurruñada por el fracaso de su relación con Dean. Después de una hora ambos charlaban tranquilamente. Justin parecía inseguro y Alex, en cambio, lo alentaba.
Pero hoy fue determinante, decisivo.
Max había escuchado unos ruidos raros desde el baño y, cuando entró, vio a Justin en la bañera con su bóxer puesto (Max jamás entendió el por qué su hermano se baña así) y a Alex al lado. Ambos tenían unidos sus rostros a través de sus labios.
En cuanto Max preguntó qué estaba pasando, Alex se separó de un salto y le contestó:
─Sólo le estaba hacendo respiración boca a boca... ya que se estaba ahogando.
Justin tosió y escupió avergonzado y con las mejillas rojas.
Sí, Max lo sabe. Y está segurísimo.
Justin no sabe nadar.
Él no se puede equivocar.

II.
—Justin no sabe nadar —cantaba regodeándose.
Una semana.
Justin levantó la ceja irritado. 
Ya llevaba una maldita semana escuchando los malditos comentarios de su risueño hermano Max. No paraba, ni por un segundo. Cualquier excusa le era suficiente para desatar una nueva ola de desdeñosos comentarios. Y Alex no ayudaba, sólo se reía divertida de su desgracia. Era como si nada nunca hubiera cambiado. A veces también acotaba sarcasmos; para disimular, decía.
Pero lo importante era que, gracias a una indiscreción, ahora era blanco de burlas de su hermanito por un motivo tonto e irreal: que Justin no sabía nadar. Por Dios, ¿quién se creía eso realmente? Siendo que él podía hacer casi todo a la perfección. Por eso le era tan insoportable y humillante.
La paciencia de Justin es limitada. Eso era de conocimiento público y era un motivo de diversión para sus hermanos. Por lo tanto, no fue tan extraño cuando Justin explotó, otra vez. Eso había ocurrido hoy. Ustedes se preguntarán, ¿cuál fue la diferencia entre la explosión de impaciencia de hoy con las que habían ocurrido durante el transcurso de los siete días anteriores?
La respuesta es tan simple como fácil. Justin propuso demostrarle a Max que sí sabía nadar.
Y Max aceptó.
—Dime cuándo y dónde.
Sí, había aceptado el reto.
Entonces llegó Alex que se preocupó al ver los rostros tan serios y desafiantes de sus hermanos, aunque no lo demostró, por supuesto.
—Ahora mismo, en la piscina municipal —contestó Justin.
Alex era distraída (aunque no tanto como su hermano más chico) pero no estúpida, y entendió la situación. Enseguida se incluyó y los siguió a la piscina municipal.
Justin explicó unas reglas sencillas. Ganaba quien termine primero una ida y vuelta. Alex se vio en la obligación de ser juez.
—¡Ya! —anunció Alex.
Nadaron y nadaron y nadaron… y Justin sonrió victorioso. Sí, había ganado, como siempre. Era decisivo, había estado un metro por delante de Max.
De vuelta a casa, Max acusó durante todo el camino que Justin había utilizado magia para ganar. Justin, exasperado, volvió a explotar. Alex, en cambio, volvió a reírse, sin tomar parte por ninguno de sus hermanos.
—Si crees que hago magia, explícame cómo gané este trofeo en una competencia de cien metros… —desafió airoso, mientras señalaba el trofeo sobre la repisa de la estantería.
—Magia —contestó inmediatamente Max.
—…A los siete años. A esa edad ni yo ni tú ni Alex teníamos poderes.
Max frunció el ceño. Claro, debía admitirlo, esa la había ganado Justin, otra vez. Justin había ganado una competencia de natación a los siete años, y otra ahora. Además, en el Caribe también había nadado. Entonces era algo tonto pensar que no sabía nadar… Esperen. ¿Justin sí sabía nadar? ¿Entonces por qué…?
Alex adivinó los pensamientos de Max. Él era distraído (muchísimo más que ella), pero no era idiota (eso no lo dudaba, por ahora). Golpeó en el hombro a Justin, quien continuaba regodeándose, y con la mirada le señaló a Max. Justin lo advirtió inmediatamente. Entonces quiso que Alex vuelva a pegarle. Había cometido una estupidez y se había olvidado de lo que trataban de encubrir.
—Oigan, entonces… —comenzó Max.
—¡Justin! Ahora que lo pienso, ¡es injusto! —exclamó Alex aparentemente ofendida.
—¿Qué? —se sorprendieron Justin y Max.
—Tú has disfrutado más años de magia que nosotros. Digamos que la competencia sea dentro de tres años, entonces tú habrás tenido ocho años de magia, mientras que yo y Max habremos tenido menos —explicó.
Max entendió la verdad que su hermana había dicho y también se quejó. Justin comprendió la verdadera intención de Alex y tenía que admitir que ella era genial inventando excusas; no le sorprendía el que se salve de miles de castigos que en verdad merece.
—¿Qué quieren que les diga? Estudien y algún día, muy lejano y seguramente imposible, puedan obtener la magia para siempre.
Apenas lo dijo, Max exclamó un «¡Eso haré!» y corrió a encerrarse en su habitación.
Justin miró a Alex. Ella tenía una sonrisa de superioridad dibujada en el rostro. No dijo ningún «inútil» o «idiota» oculta en una tos falsa. No hubo palabras.
¿Qué pasó entonces?, ustedes preguntarán.
La respuesta es tan fácil como simple: Justin abrazó con suavidad la cintura de Alex.

III.
Ninguno supo quién fue el que más se sorprendió. Si fue Max, Justin o la misma Alex cuando apareció ante los demás y ante el espejo con el delantal puesto y harina posada graciosamente en su mejilla izquierda y en la punta de la nariz.
Tal vez fueron sus padres, cuando Max les contó.
El hecho aquí es que la susodicha estaba cocinando. Cualquiera que la conociera tendría conocimiento de que Alex, directamente, no sabía cómo se usaba un horno. Lo único que conocía relacionado a la cocina era la tarea de preparar un sándwich, si no conseguía antes engatusar a alguien (preferentemente a Max) para que se lo haga.
Entonces, ¿qué hacía Alex con un delantal?
Eso mismo le preguntaron sus hermanos.
—Como castigo por faltar a mis clases de Economía Doméstica tengo que hacer galletitas bañadas en chocolate, como mínimo —respondió con una mueca enfadada.
Sus hermanos compartieron una mirada de incredulidad.
—Hubiésemos creído que usarías magia —explicó Max, elevando los hombros.
Alex se dijo a sí misma «¡Que tonta!» y, sin meditarlo ni por un segundo, tomó la varita, pronunció un hechizo improvisado y agitó la varita. Al instante apareció una imperiosa cantidad de galletitas dulces de vainilla bañadas en chocolate.
—¡Yo quiero una! —anunció Justin, y Max lo secundó.
Alex les advirtió que podrían estar calientes, pero fue tarde. Justin hizo muecas, emitió sonidos guturales y realizó variadas señas.
—Habla bien, no te entiendo —apremió Alex desconcertada.
—Creo que se ahoga… ¡O le está saliendo una segunda lengua! ¡Genial! —dijo el más pequeño de los tres.
—Definitivamente, se ahoga.
Inmediatamente, Max se apresuró a pegársele a la espalda de Justin y rodearle la base del estómago con sus brazos, haciendo presión varias veces. Alex lo detuvo y conjuró un hechizo que hizo que el trozo de galleta saliera de la garganta de Justin, rebotara en el techo y golpeara la horrorosa lámpara de su madre.
Justin se lo agradeció con el poco aire que le quedaba.
Entonces el tema que había estado ocupando la cabeza de Max los últimos días, lo asaltó nuevamente.
Justin sí sabía nadar, por lo que si se había ahogado no debió de haber sido con agua, por lo que no habría necesitado respiración boca a boca. Además, Alex habría usado magia, como acababa de hacer.
Max abrió la boca y miró suspicaz a sus hermanos. Estos apenas notaron el cambio facial producido en el menor, estaban ocupados riéndose del otro. Max se plantó ante ellos serio.
—Díganme la verdad —demandó—. Esa vez que entré en el baño y ustedes estaban juntos… ¿por qué? ¿Por qué estaban… así?
Justin y Alex se miraron sorprendidos y atemorizados. Tal vez su pequeño secreto se había descubierto finalmente, aunque algo más prematuramente de lo que habrían esperado.
—Max, ya te lo dije. Justin se estaba ahogando y…
—No me mientas. No soy tan estúpido.
Justin y Alex se miraron confidentes. Después de todo, Max solía saber de ellos más que cualquier otra persona.
—Oye Max, no creo que pueda decirte la verdad sin que Justin quede mal parado.
Justin miró enojado a su hermana, quien puso su mejor cara angelical sabiendo que a su hermano le encantaba.
Max tuvo que recurrir a su arma preferida.
—Yo no lo quería hacer, pero no me dejan otra alternativa... —suspiró—. ¿Por qué los pingüinos están sólo en el polo sur? Sería genial tener uno de mascota, ¿no creen? Pero, ¿qué les daría de comer? ¿El arrollado secreto de mamá serviría? ¿Creen que pueda comprar uno en la Red de Magos? Tal vez hasta vengan con un pedazo de hielo, eso sería genial…
—Max, ¿qué tiene eso que ver con que Justin y yo estamos sal…? —exclamó Alex, harta y desesperada ante tanto sin sentido. Por suerte, se detuvo ante de tiempo—. Eres un maldito manipulador, niño.
Max sonrió orgulloso.
— ¡Ajá! ¿Justin y tú están sal-qué?
Justin suspiró derrotado.
—No te asustes ni hagas nada raro, Max, pero Alex y yo estamos… saliendo.
Max abrió la boca y la cerró varias veces. Finalmente, huyó de allí.
Sus hermanos se miraron preocupados; Maxie debía de estar choqueado.
Y lo estaba.
Cuando el menor de los hermano Russo bajó a la subestación y sus padres le preguntaron qué le pasaba al verlo tan serio, él contestó que vio a Alex cocinar. Eso fue suficiente, sus padres lo dejaron en paz. Ellos estaban atónitos. Alex… ¿cocinando?
Sí, era mejor preocuparse.

IV.
Los domingos Justin Russo tenía por costumbre levantarse temprano, prepararse té o chocolate caliente y, mientras esperaba a que la taza se enfríe un poco (no vaya a ser que se queme la boca durante el proceso de ingerir), buscaba el periódico. Después se ocupaba únicamente de disfrutar su desayuno leyendo en paz.
Sin embargo, ese domingo no fue como los que acostumbraba.
Su familia al completo se levantó temprano. Incluyendo sus hermanos, quienes normalmente recién después de las diez de la mañana podían decir «Buen día». No, hoy Max se bebía todo su chocolate y Alex (sentada en el otro extremo del sillón) utilizaba su brazo como una pared en donde hacía rebotar una pequeña pelota. La cejas de Justin se fruncieron en una clara señal de fastidio. Sus hermanos se reían de él mientras sus padres se preparaban para marcharse a la Convención Anual sobre Sándwiches que se estaba realizando en Nueva York ese fin de semana.
Tras un beso y un saludo rápido para cada uno por parte de Theresa y Jerry, los chicos quedaron solos, con Justin a cargo.
Alex se desperezó y se acercó más a su hermano mayor, provocándole una sonrisa a éste. Max terminó la taza de chocolate mientras Justin se daba finalmente por vencido: no intentaría más leer el diario.
—Max, entiendo por qué Alex se ha levantado temprano, pero… ¿tú? ¿Por qué?
—¿Por qué Alex se ha levantado temprano? —cuestionó a su vez Max, curioso.
Justin se dio cuenta de que en verdad lo evadía, pero aún así le contestó.
—Porque quiere pasar tiempo conmigo.
—No, es mentira. Sólo quería molestarlo mientras leía el diario —repuso Alex, por costumbre.
Justin reiteró su pregunta, haciendo caso omiso al comentario de su hermana.
El menor se mantuvo en silencio por unos segundos y después habló en tono confidente.
—Porque quería hablar sobre… sobre eso que hacen.
—¿Salir? —preguntó despreocupada y fuertemente Alex, a sabiendas de que la casa estaba vacía.
Max hizo una señal que visiblemente quería decir que bajara el volumen de su voz.
—Sí, de eso —contestó cohibido.
—Vamos Max, estamos solos, podemos hablar tranquilos —aseguró Alex, acomodándose en el sillón, junto Justin.
Max entrecerró los ojos.
—No sé, yo estoy seguro de que papá tiene un micrófono escondido, y que así nos está espiando… —murmuró por lo bajo.
Sus hermanos lo miraron incrédulos.
—Ni tú te lo crees —le contradijo su hermano.
—Además, dejaron a Justin a cargo, creen más en él que en la CIA —agregó su hermana, con cierto nivel de burla en sus palabras.
Max, a duras penas, les tuvo que dar la razón. Se excusó, aludiendo a que él no estaba acostumbrado al hecho de que estén juntos sus dos hermanos.
Los rostros de los otros se apagaron levemente.
—Perdónanos, Max, no es que no quisiéramos decirte —alegó Justin, con el rostro contraído de culpa.
—Ni siquiera se los dijimos a otras personas —afirmó Alex.
El menor de los tres no estuvo seguro de si alegrarse ante esa declaración. No era entonces que no confiaran en él, no era que no lo tenían en cuenta tampoco.
—Entonces, ¿soy el primero en enterarme?
Justin vaciló momentáneamente y luego, con una sonrisa condescendiente, le confesó que eso no era completamente cierto, ya que Julieta lo supo antes que él.
Ante esto, el rostro de Max se descompuso.
Al notarlo, Justin comenzó a explicarle (o intentó) que Julieta se había dado cuenta sola, debido a que la vampiresa era increíblemente perceptiva e inteligente y sabia incluso. Cuando dijo este último adjetivo, Alex no pudo evitar comentar, molesta, que era claro que los años no venían solos. Y Justin, ignorando la mueca de su hermana, agregó (quizá demasiado emocionado para el gusto de Alex) que Julieta había vivido los hechos más importantes del mundo e incluso había conocido a Isaac Newton.
Max preguntó, ignorante, quién era Newton. Su hermano no pudo creer que realmente no lo supiera.
—Por Dios, Max. Newton, el de la relatividad, ¿o no? —dijo Alex.
Justin quiso hacer como si no la hubiera escuchado. De verdad que quiso.
—Ese fue Einsten —siseó.
Luego, abrió la boca para comenzar a darles una clase de cultura sobre quién era Isaac Newton, pero Alex le cortó aludiendo a que eso no era importante, más que nada en ese momento.
—El hecho es que eres el primero al que sí se lo decimos.
Max lo aceptó orgulloso. De cualquier forma, si hubiera una competencia sobre inteligencia (o sobre casi cualquier cosa), Julieta ganaría. Si se lo ponía a pensar, de las novias que Justin tuvo, Julieta era la que mejor le caía. Después de su hermana, por supuesto (aunque había momentos que pensaba lo contrario…).
Dejando de lado aquel tema del primero en saber de aquel lío, Max encaminó la conversación hacia lo que más importante le parecía: el futuro. Que eso provenga justamente de él sorprendió tanto a sus hermanos como a él mismo.
—Ya sabemos que lo nuestro está prohibido, por la ley inclu…
—¿Lo está? Ah, sí… pero si en la antigüedad se casaban entre los familiares para mantener el poder… aunque yo no hablo justamente de eso.
Justin y Alex se miraron atónitos. Justin murmuró que esa podía ser una perfecta excusa para todo el mundo mágico.
—Espera. ¿Cómo es que tú sabes sobre eso? —cuestionó Alex.
Max tardó un segundo en darse cuenta de a qué se refería su hermana.
—Oh, es que me quería dormir, por lo que empecé a leer un libro de historia de Justin —Alex asintió, demostrando que lo entendía a la perfección—. ¿Sabían que a las momias le sacaban el cerebro por la nariz? Parece que tenían un aparato con un…
Justin llamó la atención de su hermano y le ordenó que regrese al planeta Tierra, que no se distraiga ni se vaya por las ramas. El menor asintió seriamente y les contó que cuando él dijo «futuro» se refería a decirles de su relación a sus padres y a Harper, y sobre la competencia familiar.
Las palabras de Max hicieron mella en sus hermanos mayores. Ellos compartieron una mirada cariñosa e íntima. Quizá subestimaron a Max, el chico se había dado cuenta por sí solo lo que a ellos les había tomado un par de semanas en aceptar. Sí, lo suyo era en serio. Ningún juego o pasatiempo peligroso. Con premura, Alex buscó con su mano la de Justin, quien acarició sus dedos con suavidad.
—Nosotros aún no lo sabemos —confesó Alex en un murmullo.
Decirles a sus padres y a Harper sería tremendamente difícil y complicado, y ellos aún no se sentían preparados. Querían un poco más de tiempo. Lo suyo era algo reciente, poco más de un mes. Ya había sido difícil aceptarlo, necesitaban tiempo como para hacerle frente a prejuicios.
—¿Y la competencia familiar? ¿Qué harán cuando alguno de los dos gane? —cuestionó Max, actuando inesperadamente como el maduro de los tres.
—Tampoco lo sabemos —reveló Justin, con el rostro levemente contraído—. Pero para eso aún falta tiempo, y sabemos que algo se nos ocurrirá.
Max asintió seguro de ello.
Alex pensó por un segundo las palabras de su hermano menor.
—Max, espera. ¿Dijiste «cuando alguno de los dos gane»? —Max asintió, desconcertado sobre a qué quería llegar su hermana—. ¿Y tú? No te incluiste, ¿por qué?
—¿No es obvio? Justin es un sabelotodo y tú siempre sabes o te la ingenias para que todo esté a tu favor. A ustedes dos siempre les sale todo bien. A mí casi ni me tienen en cuenta.
Alex suspiró. No sólo ellos solían subestimarle, sino que hasta Max se subestimaba él mismo. Justin le aseguró que eso no era así. Max asintió dándoles la razón, mas no convenció a sus hermanos. Estos estaban seguros de que lo había hecho para zanjar el tema.
—¿Podrás guardar nuestro secreto? Por un tiempo…
Ante el pedido de Justin, Max no pudo hacer más que sonreírles y afirmar con la cabeza, transmitiéndoles seguridad a sus hermanos. Estos sonrieron contentos.
—¿Y lo nuestro te molesta? —preguntó Alex.
Y la respuesta la sacó de su incertidumbre.
—¿Bromeas? Ahora, cuando sea su aniversario, sólo tendré que comprarles un regalo, en vez de dos —contestó risueño, bromeando con la tacañería heredada por parte de su padre.
Los otros dos se rieron. Alex le revolvió el cabello a su hermano pequeño como solía hacer para molestarlo y luego lo abrazó. Justin se unió al abrazo fraternal con la enorme sonrisa orgullosa que lo caracterizaba y que se formaba cuando estaba con sus hermanos.






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