Resumen: Max lo sabe. O por lo menos lo intuye. Justin y Alex están diferentes últimamente.
Categoría: Hetero
Advertencias: Incesto
Rating: 13+
Capítulos: Del primero hasta el cuarto, de siete.
I.
Max lo sabe. O por lo menos lo intuye.
Las cosas no son como antes: Alex grita menos y Justin ya casi no chilla.
Ambos están ensimismados en la suya, hablan más entre ellos y hasta parece que se entienden. Se entienden. Y Max sí que sabe lo grave que es esta acusación.
Tanto Alex como Justin parecen llevarse mejor desde que volvieron de vacaciones en el Caribe y todo ese lío de que sus padres olvidan que son sus padres y de la piedra de los sueños. Justin se quejaba de que Julieta ya casi no lo entiende y Alex andaba enfunfurruñada por el fracaso de su relación con Dean. Después de una hora ambos charlaban tranquilamente. Justin parecía inseguro y Alex, en cambio, lo alentaba.
Pero hoy fue determinante, decisivo.
Max había escuchado unos ruidos raros desde el baño y, cuando entró, vio a Justin en la bañera con su bóxer puesto (Max jamás entendió el por qué su hermano se baña así) y a Alex al lado. Ambos tenían unidos sus rostros a través de sus labios.
En cuanto Max preguntó qué estaba pasando, Alex se separó de un salto y le contestó:
─Sólo le estaba hacendo respiración boca a boca... ya que se estaba ahogando.
Justin tosió y escupió avergonzado y con las mejillas rojas.
Sí, Max lo sabe. Y está segurísimo.
Justin no sabe nadar.
Él no se puede equivocar.
II.
—Justin no sabe
nadar —cantaba regodeándose.
Una semana.
Justin levantó la
ceja irritado.
Ya llevaba una
maldita semana escuchando los malditos comentarios de su risueño hermano Max.
No paraba, ni por un segundo. Cualquier excusa le era suficiente para desatar
una nueva ola de desdeñosos comentarios. Y Alex no ayudaba, sólo se reía
divertida de su desgracia. Era como si nada nunca hubiera cambiado. A veces
también acotaba sarcasmos; para disimular, decía.
Pero lo
importante era que, gracias a una indiscreción, ahora era blanco de burlas de
su hermanito por un motivo tonto e irreal: que Justin no sabía nadar. Por Dios,
¿quién se creía eso realmente? Siendo que él podía hacer casi todo a la
perfección. Por eso le era tan insoportable y humillante.
La paciencia de
Justin es limitada. Eso era de conocimiento público y era un motivo de
diversión para sus hermanos. Por lo tanto, no fue tan extraño cuando Justin
explotó, otra vez. Eso había ocurrido hoy. Ustedes se preguntarán, ¿cuál fue la
diferencia entre la explosión de impaciencia de hoy con las que habían ocurrido
durante el transcurso de los siete días anteriores?
La respuesta es
tan simple como fácil. Justin propuso demostrarle a Max que sí sabía nadar.
Y Max aceptó.
—Dime cuándo y
dónde.
Sí, había
aceptado el reto.
Entonces llegó
Alex que se preocupó al ver los rostros tan serios y desafiantes de sus
hermanos, aunque no lo demostró, por supuesto.
—Ahora mismo, en
la piscina municipal —contestó Justin.
Alex era
distraída (aunque no tanto como su hermano más chico) pero no estúpida, y
entendió la situación. Enseguida se incluyó y los siguió a la piscina
municipal.
Justin explicó
unas reglas sencillas. Ganaba quien termine primero una ida y vuelta. Alex se
vio en la obligación de ser juez.
—¡Ya! —anunció Alex.
Nadaron y nadaron
y nadaron… y Justin sonrió victorioso. Sí, había ganado, como siempre. Era
decisivo, había estado un metro por delante de Max.
De vuelta a casa,
Max acusó durante todo el camino que Justin había utilizado magia para ganar.
Justin, exasperado, volvió a explotar. Alex, en cambio, volvió a reírse, sin
tomar parte por ninguno de sus hermanos.
—Si crees que
hago magia, explícame cómo gané este trofeo en una competencia de cien metros…
—desafió airoso, mientras señalaba el trofeo sobre la repisa de la estantería.
—Magia —contestó
inmediatamente Max.
—…A los siete
años. A esa edad ni yo ni tú ni Alex teníamos poderes.
Max frunció el
ceño. Claro, debía admitirlo, esa la había ganado Justin, otra vez. Justin
había ganado una competencia de natación a los siete años, y otra ahora.
Además, en el Caribe también había nadado. Entonces era algo tonto pensar que
no sabía nadar… Esperen. ¿Justin sí sabía nadar? ¿Entonces por qué…?
Alex adivinó los
pensamientos de Max. Él era distraído (muchísimo más que ella), pero no era
idiota (eso no lo dudaba, por ahora). Golpeó en el hombro a Justin, quien
continuaba regodeándose, y con la mirada le señaló a Max. Justin lo advirtió
inmediatamente. Entonces quiso que Alex vuelva a pegarle. Había cometido una
estupidez y se había olvidado de lo que trataban de encubrir.
—Oigan, entonces…
—comenzó Max.
—¡Justin! Ahora
que lo pienso, ¡es injusto! —exclamó Alex aparentemente ofendida.
—¿Qué? —se
sorprendieron Justin y Max.
—Tú has
disfrutado más años de magia que nosotros. Digamos que la competencia sea
dentro de tres años, entonces tú habrás tenido ocho años de magia, mientras que
yo y Max habremos tenido menos —explicó.
Max entendió la
verdad que su hermana había dicho y también se quejó. Justin comprendió la
verdadera intención de Alex y tenía que admitir que ella era genial inventando
excusas; no le sorprendía el que se salve de miles de castigos que en verdad
merece.
—¿Qué quieren
que les diga? Estudien y algún día, muy lejano y seguramente imposible, puedan
obtener la magia para siempre.
Apenas lo dijo,
Max exclamó un «¡Eso haré!» y
corrió a encerrarse en su habitación.
Justin miró a
Alex. Ella tenía una sonrisa de superioridad dibujada en el rostro. No dijo
ningún «inútil» o «idiota» oculta en una tos falsa. No hubo palabras.
¿Qué pasó
entonces?, ustedes preguntarán.
La respuesta es
tan fácil como simple: Justin abrazó con suavidad la cintura de Alex.
III.
Ninguno supo quién fue el que más se
sorprendió. Si fue Max, Justin o la misma Alex cuando apareció ante los demás y
ante el espejo con el delantal puesto y harina posada graciosamente en su
mejilla izquierda y en la punta de la nariz.
Tal vez fueron sus padres, cuando Max les
contó.
El hecho aquí es que la susodicha estaba
cocinando. Cualquiera que la conociera tendría conocimiento de que Alex,
directamente, no sabía cómo se usaba un horno. Lo único que conocía relacionado
a la cocina era la tarea de preparar un sándwich, si no conseguía antes
engatusar a alguien (preferentemente a Max) para que se lo haga.
Entonces, ¿qué hacía Alex con un delantal?
Eso mismo le preguntaron sus hermanos.
—Como castigo por faltar a mis clases de
Economía Doméstica tengo que hacer galletitas bañadas en chocolate, como mínimo
—respondió con una mueca enfadada.
Sus hermanos compartieron una mirada de
incredulidad.
—Hubiésemos creído que usarías magia —explicó
Max, elevando los hombros.
Alex se dijo a sí misma «¡Que tonta!» y, sin meditarlo ni por un
segundo, tomó la varita, pronunció un hechizo improvisado y agitó la varita. Al
instante apareció una imperiosa cantidad de galletitas dulces de vainilla
bañadas en chocolate.
—¡Yo quiero una! —anunció Justin, y Max lo
secundó.
Alex les advirtió que podrían estar
calientes, pero fue tarde. Justin hizo muecas, emitió sonidos guturales y
realizó variadas señas.
—Habla bien, no te entiendo —apremió Alex
desconcertada.
—Creo que se ahoga… ¡O le está saliendo una
segunda lengua! ¡Genial! —dijo el más pequeño de los tres.
—Definitivamente, se ahoga.
Inmediatamente, Max se apresuró a pegársele a
la espalda de Justin y rodearle la base del estómago con sus brazos, haciendo
presión varias veces. Alex lo detuvo y conjuró un hechizo que hizo que el trozo
de galleta saliera de la garganta de Justin, rebotara en el techo y golpeara la
horrorosa lámpara de su madre.
Justin se lo agradeció con el poco aire que
le quedaba.
Entonces el tema que había estado ocupando la
cabeza de Max los últimos días, lo asaltó nuevamente.
Justin sí sabía nadar, por lo que si se había
ahogado no debió de haber sido con agua, por lo que no habría necesitado
respiración boca a boca. Además, Alex habría usado magia, como acababa de
hacer.
Max abrió la boca y miró suspicaz a sus
hermanos. Estos apenas notaron el cambio facial producido en el menor, estaban
ocupados riéndose del otro. Max se plantó ante ellos serio.
—Díganme la verdad —demandó—. Esa vez que
entré en el baño y ustedes estaban juntos… ¿por qué? ¿Por qué estaban… así?
Justin y Alex se miraron sorprendidos y
atemorizados. Tal vez su pequeño secreto se había descubierto finalmente,
aunque algo más prematuramente de lo que habrían esperado.
—Max, ya te lo dije. Justin se estaba
ahogando y…
—No me mientas. No soy tan estúpido.
Justin y Alex se miraron confidentes. Después
de todo, Max solía saber de ellos más que cualquier otra persona.
—Oye Max, no creo que pueda decirte la verdad
sin que Justin quede mal parado.
Justin miró enojado a su hermana, quien puso
su mejor cara angelical sabiendo que a su hermano le encantaba.
Max tuvo que recurrir a su arma preferida.
—Yo no lo quería hacer, pero no me dejan otra
alternativa... —suspiró—. ¿Por qué los pingüinos están sólo en el polo sur?
Sería genial tener uno de mascota, ¿no creen? Pero, ¿qué les daría de comer?
¿El arrollado secreto de mamá serviría? ¿Creen que pueda comprar uno en la Red
de Magos? Tal vez hasta vengan con un pedazo de hielo, eso sería genial…
—Max, ¿qué tiene eso que ver con que Justin y
yo estamos sal…? —exclamó Alex, harta y desesperada ante tanto sin sentido. Por
suerte, se detuvo ante de tiempo—. Eres un maldito manipulador, niño.
Max sonrió orgulloso.
— ¡Ajá! ¿Justin y tú están sal-qué?
Justin suspiró derrotado.
—No te asustes ni hagas nada raro, Max, pero
Alex y yo estamos… saliendo.
Max abrió la boca y la cerró varias veces.
Finalmente, huyó de allí.
Sus hermanos se miraron preocupados; Maxie
debía de estar choqueado.
Y lo estaba.
Cuando el menor de los hermano Russo bajó a
la subestación y sus padres le preguntaron qué le pasaba al verlo tan serio, él
contestó que vio a Alex cocinar. Eso fue suficiente, sus padres lo dejaron en
paz. Ellos estaban atónitos. Alex… ¿cocinando?
Sí, era mejor preocuparse.
IV.
Los domingos Justin Russo tenía por costumbre
levantarse temprano, prepararse té o chocolate caliente y, mientras esperaba a
que la taza se enfríe un poco (no vaya a ser que se queme la boca durante el
proceso de ingerir), buscaba el periódico. Después se ocupaba únicamente de
disfrutar su desayuno leyendo en paz.
Sin embargo, ese domingo no fue como los que
acostumbraba.
Su familia al completo se levantó temprano.
Incluyendo sus hermanos, quienes normalmente recién después de las diez de la
mañana podían decir «Buen día». No,
hoy Max se bebía todo su chocolate y Alex (sentada en el otro extremo del
sillón) utilizaba su brazo como una pared en donde hacía rebotar una pequeña
pelota. La cejas de Justin se fruncieron en una clara señal de fastidio. Sus
hermanos se reían de él mientras sus padres se preparaban para marcharse a la Convención Anual sobre Sándwiches que se estaba realizando en Nueva York ese
fin de semana.
Tras un beso y un saludo rápido para cada uno
por parte de Theresa y Jerry, los chicos quedaron solos, con Justin a cargo.
Alex se desperezó y se acercó más a su
hermano mayor, provocándole una sonrisa a éste. Max terminó la taza de
chocolate mientras Justin se daba finalmente por vencido: no intentaría más
leer el diario.
—Max, entiendo por qué Alex se ha levantado
temprano, pero… ¿tú? ¿Por qué?
—¿Por qué Alex se ha levantado temprano?
—cuestionó a su vez Max, curioso.
Justin se dio cuenta de que en verdad lo
evadía, pero aún así le contestó.
—Porque quiere pasar tiempo conmigo.
—No, es mentira. Sólo quería molestarlo
mientras leía el diario —repuso Alex, por costumbre.
Justin reiteró su pregunta, haciendo caso
omiso al comentario de su hermana.
El menor se mantuvo en silencio por unos
segundos y después habló en tono confidente.
—Porque quería hablar sobre… sobre eso que
hacen.
—¿Salir? —preguntó despreocupada y
fuertemente Alex, a sabiendas de que la casa estaba vacía.
Max hizo una señal que visiblemente quería
decir que bajara el volumen de su voz.
—Sí, de eso —contestó cohibido.
—Vamos Max, estamos solos, podemos hablar tranquilos
—aseguró Alex, acomodándose en el sillón, junto Justin.
Max entrecerró los ojos.
—No sé, yo estoy seguro de que papá tiene un
micrófono escondido, y que así nos está espiando… —murmuró por lo bajo.
Sus hermanos lo miraron incrédulos.
—Ni tú te lo crees —le contradijo su hermano.
—Además, dejaron a Justin a cargo, creen más
en él que en la CIA —agregó su hermana, con cierto nivel de burla en sus
palabras.
Max, a duras penas, les tuvo que dar la
razón. Se excusó, aludiendo a que él no estaba acostumbrado al hecho de que
estén juntos sus dos hermanos.
Los rostros de los otros se apagaron
levemente.
—Perdónanos, Max, no es que no quisiéramos
decirte —alegó Justin, con el rostro contraído de culpa.
—Ni siquiera se los dijimos a otras personas
—afirmó Alex.
El menor de los tres no estuvo seguro de si
alegrarse ante esa declaración. No era entonces que no confiaran en él, no era
que no lo tenían en cuenta tampoco.
—Entonces, ¿soy el primero en enterarme?
Justin vaciló momentáneamente y luego, con
una sonrisa condescendiente, le confesó que eso no era completamente cierto, ya
que Julieta lo supo antes que él.
Ante esto, el rostro de Max se descompuso.
Al notarlo, Justin comenzó a explicarle (o
intentó) que Julieta se había dado cuenta sola, debido a que la vampiresa era increíblemente perceptiva e inteligente y sabia incluso. Cuando dijo este
último adjetivo, Alex no pudo evitar comentar, molesta, que era claro que los
años no venían solos. Y Justin, ignorando la mueca de su hermana, agregó (quizá
demasiado emocionado para el gusto de
Alex) que Julieta había vivido los hechos más importantes del mundo e incluso
había conocido a Isaac Newton.
Max preguntó, ignorante, quién era Newton. Su
hermano no pudo creer que realmente no lo supiera.
—Por Dios, Max. Newton, el de la relatividad, ¿o
no? —dijo Alex.
Justin quiso hacer como si no la hubiera
escuchado. De verdad que quiso.
—Ese fue Einsten —siseó.
Luego, abrió la boca para comenzar a darles
una clase de cultura sobre quién era Isaac Newton, pero Alex le cortó aludiendo
a que eso no era importante, más que nada en ese momento.
—El hecho es que eres el primero al que sí se
lo decimos.
Max lo aceptó orgulloso. De cualquier forma,
si hubiera una competencia sobre inteligencia (o sobre casi cualquier cosa),
Julieta ganaría. Si se lo ponía a pensar, de las novias que Justin tuvo,
Julieta era la que mejor le caía. Después de su hermana, por supuesto (aunque
había momentos que pensaba lo contrario…).
Dejando de lado aquel tema del primero en
saber de aquel lío, Max encaminó la conversación hacia lo que más importante le
parecía: el futuro. Que eso provenga justamente de él sorprendió tanto a sus
hermanos como a él mismo.
—Ya sabemos que lo nuestro está prohibido,
por la ley inclu…
—¿Lo está? Ah, sí… pero si en la antigüedad
se casaban entre los familiares para mantener el poder… aunque yo no hablo
justamente de eso.
Justin y Alex se miraron atónitos. Justin
murmuró que esa podía ser una perfecta excusa para todo el mundo mágico.
—Espera. ¿Cómo es que tú sabes sobre eso?
—cuestionó Alex.
Max tardó un segundo en darse cuenta de a qué se
refería su hermana.
—Oh, es que me quería dormir, por lo que
empecé a leer un libro de historia de Justin —Alex asintió, demostrando que lo
entendía a la perfección—. ¿Sabían que a las momias le sacaban el cerebro por
la nariz? Parece que tenían un aparato con un…
Justin llamó la atención de su hermano y le
ordenó que regrese al planeta Tierra, que no se distraiga ni se vaya por las
ramas. El menor asintió seriamente y les contó que cuando él dijo «futuro» se refería a decirles de su
relación a sus padres y a Harper, y sobre la competencia familiar.
Las palabras de Max hicieron mella en sus
hermanos mayores. Ellos compartieron una mirada cariñosa e íntima. Quizá subestimaron
a Max, el chico se había dado cuenta por sí solo lo que a ellos les había
tomado un par de semanas en aceptar. Sí, lo suyo era en serio. Ningún juego o
pasatiempo peligroso. Con premura, Alex buscó con su mano la de Justin, quien
acarició sus dedos con suavidad.
—Nosotros aún no lo sabemos —confesó Alex en
un murmullo.
Decirles a sus padres y a Harper sería
tremendamente difícil y complicado, y ellos aún no se sentían preparados.
Querían un poco más de tiempo. Lo suyo era algo reciente, poco más de un mes.
Ya había sido difícil aceptarlo, necesitaban tiempo como para hacerle frente a
prejuicios.
—¿Y la competencia familiar? ¿Qué harán
cuando alguno de los dos gane? —cuestionó Max, actuando inesperadamente como el
maduro de los tres.
—Tampoco lo sabemos —reveló Justin, con el
rostro levemente contraído—. Pero para eso aún falta tiempo, y sabemos que algo
se nos ocurrirá.
Max asintió seguro de ello.
Alex pensó por un segundo las palabras de su
hermano menor.
—Max, espera. ¿Dijiste «cuando alguno de los dos gane»? —Max asintió, desconcertado sobre a
qué quería llegar su hermana—. ¿Y tú? No te incluiste, ¿por qué?
—¿No es obvio? Justin es un sabelotodo y tú
siempre sabes o te la ingenias para que todo esté a tu favor. A ustedes dos
siempre les sale todo bien. A mí casi ni me tienen en cuenta.
Alex suspiró. No sólo ellos solían
subestimarle, sino que hasta Max se subestimaba él mismo. Justin le aseguró que
eso no era así. Max asintió dándoles la razón, mas no convenció a sus hermanos.
Estos estaban seguros de que lo había hecho para zanjar el tema.
—¿Podrás guardar nuestro secreto? Por un
tiempo…
Ante el pedido de Justin, Max no pudo hacer
más que sonreírles y afirmar con la cabeza, transmitiéndoles seguridad a sus
hermanos. Estos sonrieron contentos.
—¿Y lo nuestro te molesta? —preguntó Alex.
Y la respuesta la sacó de su incertidumbre.
—¿Bromeas? Ahora, cuando sea su aniversario,
sólo tendré que comprarles un regalo, en vez de dos —contestó risueño,
bromeando con la tacañería heredada por parte de su padre.
Los otros dos se rieron. Alex le revolvió el
cabello a su hermano pequeño como solía hacer para molestarlo y luego lo
abrazó. Justin se unió al abrazo fraternal con la enorme sonrisa orgullosa que
lo caracterizaba y que se formaba cuando estaba con sus hermanos.
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