Resumen: "No vaciles, Justin, no vaciles". Pero no puedes evitarlo, dudas de ella. ¿Por qué? Simple.
Categoría: Hetero
Advertencia: Incesto
Rating: 13+
Titubeas, otra vez.
Últimamente tus inseguridades están
posesionándose de ti. Van y vienen, pero nunca dejan de visitarte. A veces son
momentos efímeros, borrados con un simple soplo cálido. Otras veces pueden
durar hasta días; torturantes días.
Te retuerces. Odias sentirte así y dudas que
a alguien le guste. Y ahí está: has vuelto a vacilar. Algunas veces te
reprendes a ti mismo, aunque no estás completamente seguro de si es porque eres
débil de carácter o porque eres demasiado bueno. Quizás ambas.
Aunque sueles decir que estás orgulloso de
ser cómo eres, más de una vez desearías ser más convincente contigo mismo. Te
dices que son incertidumbres típicas, toda persona alguna vez la sufre. Pero
tú, tú realmente la padeces.
Y tratas de convencerte otra vez. Es su
culpa, no tuya. Ella es la mentirosa, no tú.
Nuevamente, fallas.
Es sabido que Alex es una embustera nata.
Ella puede hacer creer a cualquiera que la luna es de queso, y que el conejo de
Pascuas en verdad es un rinoceronte. Si no existieran las razones científicas y
la meticulosa mentalidad lógica, el aire sería magma invisible y el agua sería
veneno mezclado con edulcorante. Sí, ella miente según su conveniencia; pero tú
le crees.
Aunque que no diga la verdad no es el quid de
tu pesadumbre. No, no lo es, pero aporta. El problema de tu problema (que
ironía, ¿no?) es que en momentos recaes, tu seguridad se desmorona y te cuesta
diferenciar si lo que dice es verdad o una vil mentira. Es entonces cuando tus
manos tiemblan levemente en un tic indómito (que lo haces ver como si sintieras
frío en invierno pero que no tiene excusa en verano) y no puedes encontrar con
la vista un salvavidas del cual aferrarte. Y después de que lo hallaste y te
hizo reconfortarte por dentro, cuando pasa un tiempo (nunca sabes cuánto)
vuelves a hesitar: ese salvavidas, ¿era real o virtual?
Durante esos momentos, crees que tus sesos se
están volviendo una manteca. Ella te mira y te dice que te ves penoso y feo; el
mundo se te despedaza. Luego sonríe traviesa, como cada vez que bromea,
entonces respiras tranquilo. Aunque te asalta un pensamiento malévolo, tu mente
jugando en tu contra. Intentas refutarlo, pero pareciera que tus argumentos son
endebles. Después de todo, ¿las bromas no tienen un portentoso porcentaje de
verdad?
Es como un ataque de pánico. No siempre
puedes predecir cuándo va a venir. En ocasiones sucede cuando ella elogia a
otros chicos enfrente de Harper y justamente tú estás presente. Otras ocurren
cuando ella bufa y te maldice y comenta cosas en tu contra. También en
instantes insólitos, como cuando dice que te ama.
En los primeras dos ejemplos, ella se excusa
aludiendo a que tienen que aparentar (excusas,
excusas, grita algo en tu cabeza); pero el último ocurre raras veces, y
eres tú el que desconfía.
¿Ella elogia a otros para aparentar que es
una adolescente normal y sola civilmente hablando; o porque lo quiere hacer en
serio? ¿Ella simula que lo de ustedes es sólo otra relación fraternal de
amor-odio; o cree que son hermanos jugando a tener una relación amorosa
clandestina? ¿Ella realmente siente lo que su boca habla; o es sólo otro número
de actuación sin espectadores? ¿Ella sabe que la amas? Porque lo haces. La amas
con locura, con rebeldía, con todo tu ser. Es tanto lo que la amas que comienzas
a dudar si ciertamente es amor o una caprichosa obsesión.
Reitero, es como un maldito ataque de pánico.
Al final terminas teniendo miedo de tus miedos. Temes desconfiar de todo lo que
ella diga, y que al final sea cierto. También en viceversa: que todo sea
mentira y tú le hayas creído ingenuamente.
Te puedes repetir mil veces no vaciles, no vaciles, pero al final lo
harás. Y lo odias. Te odias. Pero no puedes odiarla a ella.
No, no puedes. Tú mismo te lo prohíbes. No
puedes detestarla mientras te dice que eres un pesado idiota en medio de la
cena y frente a toda tu familia, pero te acaricia con su pie tu pierna oculta
tras tú pantalón de mezclilla y te mira de una manera casi inaudita para ella
frente a los demás. Lees un cariño reprimido por la situación en la que se
hallan. Aunque la pregunta te asalta: ¿es lo que está escrito o lo que tú
quieres leer?
No puedes hacerlo esa noche tampoco, cuando
juega y se ríe de la incipiente barba que te crece de la desesperación, cuando
la besa aludiendo a que le hace cosquillas, cuando deja un rastro de brillo
labial en tu piel, desde tu cuello hasta tus labios. Aún menos cuando tus
labios y los de ella se funden en un incontrolable y apasionado beso; donde lo
único que pierden es pudor, inocencia y seguridad.
Porque lo que hacen es incorrecto.
Socialmente, serían vistos como dos bestias sin moral ni razón. Serían
excluidos y negados, por eso lo ocultan ¿no? Los hermanos no se acarician de
esa forma, no tienen pensamientos impuros sobre el otro.
No obstante, no te importa ahora.
Ahora sólo te concentras en ella. Ella, la
mentirosa, la que te hace creer que lo prohibido es la más dulce de las
manzanas. Porque ella debe sentir lo mismo que tú; tiene que hacerlo. Que ambos
compartan un amor profundo e incomprensible es la única respuesta que encuentras
para que ella te acompañe en esta aberración.
Y a pesar de saber que puede ser su típica
rebeldía de llevarle la contra al mundo, prefieres aferrarte a este salvavidas.
Un salvavidas que te asegura que su mirada, sus palabras de cariño, su corazón
latiendo agitadamente, son ciertas. Que ella te corresponde de la misma forma.
Que el amor entre ustedes es una maravillosa historia que debería ser contada,
pero que es preferible callar.
La abrazas con tu piel ardiendo en el
contacto, esperando no volver a recaer en la inseguridad, vanamente. Tal vez,
en poco o mucho tiempo, volverás a flaquear y a sentirte ahogado otra vez.
No vaciles, no
vaciles.
No le confiesas tus dudas. No quieres que
ella se ría de ti por ellas, tampoco quieres descubrir si son ciertas. Sólo la
abrazas con todas tus fuerzas.
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