Título: Locura desbordada
Resumen: —Mamá... maté a alguien.
El corazón de Simone dio un salto. No le fue necesario preguntar quién.
¿Por qué, Bill? ¿Porvqué?
Categoría: Slash
Advertencias: Incesto, Muerte de un personaje
Rating: 13+
Nota: Escuchar (o no escuchar) Bohemian Rhapsody afecta. Esta historia se basó en ella, y ahora me doy cuenta de cuánto.
—Mamá…
maté a alguien…
El
corazón de Simone se saltó un latido y ella se agarró fuertemente de la silla
más próxima al oír eso.
Su Bill
hablaba tan bajito, sonaba distante y, paradójicamente, indefenso. Ella no
entendía a qué se refería y cuando quería indagar, su boca se trababa y su
mente se ponía en blanco. Sólo atinó a demandar un “no te muevas de ahí” antes
de que él colgara. Agarró las llaves de su auto y, sin avisarle nada a su
esposo, condujo superando el máximo de velocidad la larga distancia entre su
casa y la de sus niños. En ningún momento se le ocurrió llamar a la policía, no
se atrevería tampoco. Sabía que él estaba en su casa, después de todo la había
llamado desde el teléfono fijo, y agradeció tener las copias de las llaves que
años atrás le dieron para emergencias.
Esta
era una. Y grande.
El
trayecto lo realizó en una hora, en la cual casi sentía que enloquecía con las
preguntas que se formulaba y que quería respuestas de su hijo. Empezando por a
qué se refería con que mató a alguien, rogando interiormente porque sea en
sentido metafórico. Pero cuando pensaba en sentido literal, quería saber a
quién.
No
necesitó que le respondan verbalmente, cuando llegó.
Al
abrir la puerta lo vio a su Bill, sentado en una silla al lado de la mesa, con
el cabello desordenado y ropa de entre casa, jugando con un revólver en una
mano y una copa llena de vino en la otra. Y frente a él…
—¡¡Tom!!
Simone
se tapaba del horror con una mano la boca y con la otra se oprimía el pecho a
la altura del corazón, donde sentía arañones al ver a su hijo mayor así. Estaba
en toda su longitud en el piso, con su rostro neutro mirando hacia donde estaba
sentado Bill y con una mano sobre su abdomen, cerca de donde un manchón de
sangre había teñido la camiseta blanca.
Aún
impresionada y conmocionada, en los ojos de Simone todavía no se formaban
lágrimas.
Su
alarido había atraído la atención de Bill, cuya mirada perdida se posicionó en
ella durante unos segundos.
—Mamá…
—susurró con voz necesitada.
—¿Por
qué? —logró cuestionar sin despegar la vista del cuerpo de Tom.
Bill
dejó la copa de vino sin cuidado sobre la mesa y chilló como cuando tenía diez
años y habían roto su jarrón favorito.
—¡Fue
su culpa!
Ella
miró aún horrorizada y extrañada a su hijo, pero éste miraba el cuerpo de su
gemelo, con un brillo de rabia en los ojos, mientras se paraba.
—¡Me
iba a dejar! ¡Después de todo, me iba a abandonar acá como a un perro y se iba
a ir! ¡Se quería casar con ella! ¡Y no la quiere! ¡Nunca lo hizo! ¡Igual me iba
a dejar para casarse con esa puta! ¡Después de todo lo que hicimos! ¡Sacrificamos
todo! ¡Fama, reconocimiento, dinero, amistades, todo! ¡Yo sacrifiqué todo por
ti, maldito! ¡Sacrifiqué amor! ¡No busqué a nadie más a quien querer por ti!
¡¿Y así me lo retribuyes?!
Las
lágrimas de bronca y de furia contenida que se derramaban de los ojos de Bill
hicieron que Simone note sus propios ojos acuosos. Las palabras de su hijo no
tenían coherencia en su mente, y dudó si acaso tendrían en la propia de Bill.
—¿Qué
dices, mi niño? Si después del accidente, del golpe en la cabeza en el
escenario…
—¡Eso
fue una excusa! —rugió—. ¡Mi accidente nos sirvió de excusa para alejarnos de
la atención de los medios, del mundo! ¡Dejé de ser Bill Kaulitz por ti, fui
sólo Bill, durante tanto tiempo y tú ahora con esa…! ¡Eran excusas
supuestamente! ¡Se suponía que todos eran excusas para poder ser nosotros,
Tomi!
Simone
veía atónita a su hijo hablar, desnudando su corazón en un discurso que sólo
podría entender su hijo mayor. No pudo evitar un sollozo ahogado cuando vio a Bill
acercarse a Tom y dejarse caer a su lado, apoyando su cabeza en el hombro de su
gemelo y acariciando con el reverso de la mano su mejilla pálida.
—¿Por
qué, Tomi? ¿Por qué dejarme? Si éramos perfectos juntos… ¿para qué romper la
perfección? ¿Por qué arruinarlo? Si no estás, yo no soy yo. Nada importa. Te
necesito conmigo, Tomi. Tú también me necesitas, somos perfectos. Perfectos
juntos.
Bill le
hablaba suavemente, con la voz quebrada y sus pupilas fijas en las dilatadas de
Tom. Estiró un poco el cuello y le plantó un beso en la punta de la fría nariz.
Ante
esto, Simone sollozó fuertemente. Entonces Bill recayó en su presencia, y la
miró de donde estaba con súplica en los ojos.
—Mami,
¿podrías irte?
Su voz
parecía nuevamente la de un niño, un niño que busca paz.
Simone
negó con la cabeza repetidamente.
—¿Por
favor? —pidió Bill y ella se desarmó.
Sollozó
nuevamente pero abrió la puerta para retirarse.
Entonces
Bill se volvió a su hermano, rozó sus gélidos labios unos segundos y volvió a
acomodarse en su pecho, dándole la espalda a la puerta y a Simone parada en el
marco de ésta. Ella vio a su hijo tomar la mano rígida de su gemelo y frotarla.
Luego acomodó algo en ella y la acercó a su pecho.
Abrió
los ojos incrédula. ¿Acaso eso era…?
Bill le
susurró algo a Tom que ella no alcanzó a oír y abrazó con un brazo a su
hermano. Su otra mano seguía encima de la de Tom, acariciándola, y entonces,
presionó. En los oídos de Simone retumbó el disparo y presenció cómo la sangre
de su hijo salpicaba el piso de linóleo.
Conmocionada
y horrorizada se dejó caer en el piso, empezando a llorar desconsoladamente. Se
rascaba el pecho tratando de apaciguar un dolor incurable. Sus dos niños…
frente a ella… idos. Ambos. Sollozó a los gritos, quebrando su voz, chillando
los nombres de sus niños. Quería hacer algo, correr, abrazarlos con toda su
fuerza, tratar de revivirlos, regresar en el tiempo a un época en la que tenía
sus dos niños con ella, peleándose por quién lavaba la vajilla. Pero no pudo
hacer nada. Su cuerpo no le respondía y sólo pudo continuar llorando hasta el
punto que se le hacía difícil respirar.
Así la
encontró la policía, que llegó alertada por los ruidos. Así la encontró luego
Gordon. Él la abrazó con fuerza y ella continuó llorando en su pecho,
consternada. Deseó nuevamente que todo vuelva a ser como antes, por más que
sabía que no pasaría nunca. Ella no sería jamás la de antes…
Se
agarró de su marido para no caerse.
Sus dos
niños se habían ido, y aún no estaba segura de saber el por qué.
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