miércoles, 18 de julio de 2012

Locura desbordada


Título: Locura desbordada
Resumen: —Mamá... maté a alguien.
                  El corazón de Simone dio un salto. No le fue necesario preguntar quién.
                  ¿Por qué, Bill? ¿Porvqué?
Categoría: Slash
Advertencias: Incesto, Muerte de un personaje
Rating: 13+
Nota: Escuchar (o no escuchar) Bohemian Rhapsody afecta. Esta historia se basó en ella, y ahora me doy cuenta de cuánto.


—Mamá… maté a alguien…
El corazón de Simone se saltó un latido y ella se agarró fuertemente de la silla más próxima al oír eso.
Su Bill hablaba tan bajito, sonaba distante y, paradójicamente, indefenso. Ella no entendía a qué se refería y cuando quería indagar, su boca se trababa y su mente se ponía en blanco. Sólo atinó a demandar un “no te muevas de ahí” antes de que él colgara. Agarró las llaves de su auto y, sin avisarle nada a su esposo, condujo superando el máximo de velocidad la larga distancia entre su casa y la de sus niños. En ningún momento se le ocurrió llamar a la policía, no se atrevería tampoco. Sabía que él estaba en su casa, después de todo la había llamado desde el teléfono fijo, y agradeció tener las copias de las llaves que años atrás le dieron para emergencias.
Esta era una. Y grande.
El trayecto lo realizó en una hora, en la cual casi sentía que enloquecía con las preguntas que se formulaba y que quería respuestas de su hijo. Empezando por a qué se refería con que mató a alguien, rogando interiormente porque sea en sentido metafórico. Pero cuando pensaba en sentido literal, quería saber a quién.
No necesitó que le respondan verbalmente, cuando llegó.
Al abrir la puerta lo vio a su Bill, sentado en una silla al lado de la mesa, con el cabello desordenado y ropa de entre casa, jugando con un revólver en una mano y una copa llena de vino en la otra. Y frente a él…
—¡¡Tom!!
Simone se tapaba del horror con una mano la boca y con la otra se oprimía el pecho a la altura del corazón, donde sentía arañones al ver a su hijo mayor así. Estaba en toda su longitud en el piso, con su rostro neutro mirando hacia donde estaba sentado Bill y con una mano sobre su abdomen, cerca de donde un manchón de sangre había teñido la camiseta blanca.
Aún impresionada y conmocionada, en los ojos de Simone todavía no se formaban lágrimas.
Su alarido había atraído la atención de Bill, cuya mirada perdida se posicionó en ella durante unos segundos.
—Mamá… —susurró con voz necesitada.
—¿Por qué? —logró cuestionar sin despegar la vista del cuerpo de Tom.
Bill dejó la copa de vino sin cuidado sobre la mesa y chilló como cuando tenía diez años y habían roto su jarrón favorito.
—¡Fue su culpa!
Ella miró aún horrorizada y extrañada a su hijo, pero éste miraba el cuerpo de su gemelo, con un brillo de rabia en los ojos, mientras se paraba.
—¡Me iba a dejar! ¡Después de todo, me iba a abandonar acá como a un perro y se iba a ir! ¡Se quería casar con ella! ¡Y no la quiere! ¡Nunca lo hizo! ¡Igual me iba a dejar para casarse con esa puta! ¡Después de todo lo que hicimos! ¡Sacrificamos todo! ¡Fama, reconocimiento, dinero, amistades, todo! ¡Yo sacrifiqué todo por ti, maldito! ¡Sacrifiqué amor! ¡No busqué a nadie más a quien querer por ti! ¡¿Y así me lo retribuyes?! 
Las lágrimas de bronca y de furia contenida que se derramaban de los ojos de Bill hicieron que Simone note sus propios ojos acuosos. Las palabras de su hijo no tenían coherencia en su mente, y dudó si acaso tendrían en la propia de Bill.
—¿Qué dices, mi niño? Si después del accidente, del golpe en la cabeza en el escenario…
—¡Eso fue una excusa! —rugió—. ¡Mi accidente nos sirvió de excusa para alejarnos de la atención de los medios, del mundo! ¡Dejé de ser Bill Kaulitz por ti, fui sólo Bill, durante tanto tiempo y tú ahora con esa…! ¡Eran excusas supuestamente! ¡Se suponía que todos eran excusas para poder ser nosotros, Tomi!
Simone veía atónita a su hijo hablar, desnudando su corazón en un discurso que sólo podría entender su hijo mayor. No pudo evitar un sollozo ahogado cuando vio a Bill acercarse a Tom y dejarse caer a su lado, apoyando su cabeza en el hombro de su gemelo y acariciando con el reverso de la mano su mejilla pálida.
—¿Por qué, Tomi? ¿Por qué dejarme? Si éramos perfectos juntos… ¿para qué romper la perfección? ¿Por qué arruinarlo? Si no estás, yo no soy yo. Nada importa. Te necesito conmigo, Tomi. Tú también me necesitas, somos perfectos. Perfectos juntos.
Bill le hablaba suavemente, con la voz quebrada y sus pupilas fijas en las dilatadas de Tom. Estiró un poco el cuello y le plantó un beso en la punta de la fría nariz.
Ante esto, Simone sollozó fuertemente. Entonces Bill recayó en su presencia, y la miró de donde estaba con súplica en los ojos.
—Mami, ¿podrías irte?
Su voz parecía nuevamente la de un niño, un niño que busca paz.
Simone negó con la cabeza repetidamente.
—¿Por favor? —pidió Bill y ella se desarmó.
Sollozó nuevamente pero abrió la puerta para retirarse.
Entonces Bill se volvió a su hermano, rozó sus gélidos labios unos segundos y volvió a acomodarse en su pecho, dándole la espalda a la puerta y a Simone parada en el marco de ésta. Ella vio a su hijo tomar la mano rígida de su gemelo y frotarla. Luego acomodó algo en ella y la acercó a su pecho.
Abrió los ojos incrédula. ¿Acaso eso era…?
Bill le susurró algo a Tom que ella no alcanzó a oír y abrazó con un brazo a su hermano. Su otra mano seguía encima de la de Tom, acariciándola, y entonces, presionó. En los oídos de Simone retumbó el disparo y presenció cómo la sangre de su hijo salpicaba el piso de linóleo.
Conmocionada y horrorizada se dejó caer en el piso, empezando a llorar desconsoladamente. Se rascaba el pecho tratando de apaciguar un dolor incurable. Sus dos niños… frente a ella… idos. Ambos. Sollozó a los gritos, quebrando su voz, chillando los nombres de sus niños. Quería hacer algo, correr, abrazarlos con toda su fuerza, tratar de revivirlos, regresar en el tiempo a un época en la que tenía sus dos niños con ella, peleándose por quién lavaba la vajilla. Pero no pudo hacer nada. Su cuerpo no le respondía y sólo pudo continuar llorando hasta el punto que se le hacía difícil respirar.
Así la encontró la policía, que llegó alertada por los ruidos. Así la encontró luego Gordon. Él la abrazó con fuerza y ella continuó llorando en su pecho, consternada. Deseó nuevamente que todo vuelva a ser como antes, por más que sabía que no pasaría nunca. Ella no sería jamás la de antes…
Se agarró de su marido para no caerse.
Sus dos niños se habían ido, y aún no estaba segura de saber el por qué.

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