Título: Trece despertares y un sueño
Nota: Participó y -aún no me lo creo- ganó el concurso No-tn del blog Autores de Fanfics.
La primera vez que despiertas, estás
desorientado. Lo único que reconoces es dolor, dolor agudo que recorre tu
cuerpo y se concentra en tu pecho y en tu
sien. Las punzadas se suceden y cada una parece ser un martillazo en tu cerebro
más fuerte que el anterior, que lentamente destrozan tu calma. Te remueves un
poco como si cada sacudida mitigara el dolor y estás casi seguro de que
produces algún tipo de ruido lastimero. Oyes unos pasos y luego más dolor, que
asciende por tu brazo, hasta que todo se torna aún más confuso y finalmente te
desvaneces.
La segunda vez que despiertas, parpadeas
varias veces todavía algo desconcertado. Tras unos instantes, tu realidad te
espabila. Entonces no sabes qué es más desesperante: estar en el hospital o
recordar nítidamente el porqué. No estás seguro, pero… ¡oh, Dios mío! ¡Tom!
¿Dónde está Tom? Te remueves e intentas llamar al médico, la enfermera,
a-quien-sea. Tu voz todavía es precaria y tus gritos suenan rasgados, pero una
enfermera viene. Cuando preguntas por Tom, no te hace caso. En cambio, toquetea
algo a tu izquierda y te pincha el brazo. Una nueva ola de dolor recorre tus
venas y te preguntas si acaso la enfermera quiere entenderte.
La tercera vez que despiertas, ves al médico.
Te pregunta cómo te sientes y cuando tú preguntas por Tom, él empieza un
discurso sobre tu estado. No te interesa. Insistes y él dice que en cuanto te
recuperes, podrás verle. Eso te anima, aunque insistes nuevamente. No te
escucha. El médico se marcha y te sientes como si tuvieras diez años otra vez:
completamente ignorado.
La cuarta vez que despiertas, estás nuevamente
solo y eso te pesa como cinco toneladas Es
de madrugada, lágrimas se agolpan en tus ojos y no ves a Tom. Llamas a la
enfermera y exiges verlo. No, no puedes; todo es un gran no. Ella se apiada y te cuenta que no se ve tan mal, aunque no
despierta. ¿Todavía no despierta? ¿Por qué? ¿Tan mal está Tom? Ella no sabe y
tú te frustras. Te recomienda que duermas; no quieres. Tras tus párpados sólo
hay faros brillantes y bocinazos.
La quinta vez que despiertas, el desayuno te
espera a un lado. Es sólo té y tostadas, pero de alguna forma lo sientes como
insulto. Te niegas a consumirlo. Como almuerzo te traen sopa; tú sólo observas
tu rostro en la cuchara. Está distorsionado. Ni todo el maquillaje del mundo
ayudaría. Cuando también rechazas la merienda, la enfermera intenta amenazarte.
Adoptando una actitud infantil, decides hacer huelga de hambre hasta ver a Tom.
Ella replica que estás débil. Pides una silla de ruedas.
La sexta vez que despiertas, te esperan con la
bendita silla de ruedas. Tienes que agarrar fuertemente el suero mientras te
empujan por los infinitos pasillos del hospital. Suben una planta y
repentinamente allí estás: frente a Tom. Inconsciente y monitoreado, pero Tom
finalmente. Está bastante magullado, pero está allí, contigo. O tú con él, cómo
sea. Estiras tu mano y tocas la suya; demonios, qué mal está todo. No te mueves
de ahí ni sueltas el agarre.
La séptima vez que despiertas, la enfermera te
palmea el hombro. Deberías ir a descansar a tu habitación, pero te niegas. Te
preparas para dar pelea, mas ella se hace la tonta y te deja allí,
sosteniéndole la mano a Tom.
La octava vez que despiertas, Tom sigue igual.
Contigo, lejos de ti.
La novena vez que despiertas, te obligan a
asearte y a comer aunque sea puré. Lo haces con la condición de volver a la
habitación de Tom. No varió su estado.
La primera vez que sueñas, estás frente al
armario y sabes que vas a limpiarlo. Bolsa de desechos en mano, sacas gorras,
bandanas y camisetas holgadas; corbatas desteñidas de graduación, lentes
oscuros de plástico que compraban en las baratijas cada verano. Mientras más
sacas, más inmerso en él te encuentras.
La décima vez que despiertas, estás
desesperado. Te aterra hallarle significado al sueño, pero no puedes evitarlo.
¿Acaso te estás desprendiendo de Tom o te estás sintiendo miserable por él?
¿Eres tú quién lo está matando? No, no, ¡no!
Lo único veraz es que serías infinitamente desdichado sin él. Aprietas su mano
y observas sus pálidas facciones. Nada.
La undécima vez que despiertas, la enfermera
viene a avisarte que te has perdido el almuerzo y que debes volver a tu
habitación para no perder también la cena. Te niegas. Ella insiste pero te
niegas otra vez. Al rato vuelve con el médico. Mientras hablan, sus rostros se
ven tan compasivos que te irritan. Que saben que estás preocupado por tu
hermano gemelo, pero que debes cuidar de ti mismo y blablá. Tú quieres gritar. ¡¿Qué demonios entienden ellos?! ¡No es
sólo porque es tu gemelo! ¡Es más que eso! ¡Es la persona que siempre te
acompañó y que creyó en ti hasta cuando tú mismo flaqueabas! ¡O quizás sí!
¡Quizás es porque están unidos desde ese fatídico momento en que el cigoto se
dividió! ¡O quizás ni tú mismo lo sabes, pero estás seguro de que ellos no
rasguñan siquiera ese conocimiento; esa sensación de necesitarlo hasta el punto
que tu alma dependa de su sonrisa! Quieres gritarles, pero apenas tienes
fuerzas. Entonces, sin soltar su mano, sacudes la cabeza. Suspiran. Te mandan
la sopa a la habitación de Tom. Bebes dos cucharadas.
La doceava vez que despiertas, oyes ruidos de
periodistas. Debería enfadarte, pero estás cansado y apenas te molesta.
La última vez que despiertas, Tom está
mirándote. Sientes que te hinchas de alegría, que este hostil paradigma
desolado se quiebra, que el mundo recupera su esplendor. Y Tom sólo está
mirándote, pero eso vale más que toda tu cuenta bancaria. Pero Tom está
mirándote y oh, Dios. Ahora mismo te
abandonas realmente a alguna religión, a cualquier ser supuestamente superior
que te salve del desprecio de tu hermano. Mas… has pasado tanto tiempo sin él
que incluso abrazarías su veneno. Entonces piensas en tantear terrero;
preguntas cómo se siente. Él te contempla por unos segundos y temes que
realmente te odie o, peor, que no haya vuelto completamente en sí. «Como si me
hubiese tackleado un camión», bromea
y sonríe. Tom bromea y hasta su retorcido humor obtiene gracia y Tom sonríe y
eso se vuelve el calmante más efectivo del mundo.
Relajado, escuchas cómo Tom te halaga
criticándote; que eres tan terco como una mula y tan leal como un perro; que
esas son tus mejores virtudes, animal.
Y tú le replicas, finalmente sintiendo que todo está bien, y agotan el tiempo,
inconscientemente concientes de que ni la noche eterna los separará.
Maravillosa historia y muy merecido premio *la abraza mucho*
ResponderEliminarComo te dije, era mi favorita, y mi primera intuición fue que era tuya ¡Me alegro muchísimo ver que no me equivocaba!
Me he sentido muy identificada con esa sensación de pérdida, de desorientación y angustia que sufre Bill... pero lo has escrito de una forma tan hermosa que el recuerdo se vuelve incluso dulce.
Un beso enorme y todo mi cariño para mi Jeadore <3 <3 <3 <3
*la abraza fuerte* Gracias, preciosa♥
EliminarY mira que intenté despistarte..., ¡pero es lindo saber que me conoces!
Nunca estuve en un hospital, gracias al cielo, pero que me digas que las sensaciones son semejantes a las que describí, me llena de dicha (:
*la llena de besitos* ¡Gracias por comentar, mi Archange bonita! ♥