lunes, 2 de junio de 2014

I want to see you strut

Título: I want to see you strut
Fandom: exo
Palabras: 4.665
Pareja: Tao-Kris-Chanyeol
Género: AU (fashion!au)
Resumen: Chanyeol es el rapero de EXO y Kris y Tao, los dueños de KTstyle, lo contratan para ser la nueva cara de su marca y se enamoran entre pruebas de vestuario y luces incandescentes (o algo por el estilo).
Nota: Para la Séptima Gala de EXO_12eyes.




Los puntos de inflexión en la vida de Park Chanyeol han sido tantos, sucediéndose uno tras otros en tan pocos años, que a veces le cuesta reconocerlos. La mayoría quedan ofuscados por el hecho de que pudo debutar después de tres años de entrenamiento. Ahora su rostro se encuentra en la televisión y su voz en la radio y es la viva imagen del sueño inalcanzable. Por lo que estar encerrado en una habitación con dos personas mirándolo de forma crítica mientras una le toma medidas y lo trata como un muñeco de trapo, fácilmente se le pasa por alto.
«No, no, no», escucha constantemente mientras le obligan a tensar su brazo y miden desde la punta del hombro hasta casi sus nudillos. También oye otras palabras que no comprende, pero en su grupo hay demasiados integrantes chinos como para no saber que es mandarín. Y no necesita saber el idioma como para darse cuenta de que son, de hecho, insultos y comentarios exasperados.
—¡Están mal! ¡Todas las medidas están mal! —gruñe el chico y deja caer la cinta métrica. Se aleja y sigue mirándolo críticamente, con el ceño fruncido tras un par de anteojos de marcos de pasta anchos, con el logo de Polo brillando en las patillas. Su chaqueta fina también es Ralph Lauren y la camiseta que utiliza debajo deja ver con facilidad su clavícula. Y ésta parece filosa, pero no tanto como sus ojos—. ¡Es un desastre! Deberíamos habernos quedado directamente con Kai…
—Zi Tao —dice el otro hombre desde el sillón, donde observa todo con relativa calma. Sus cejas se fruncen un poco y su rostro adquiere un aspecto todavía más severo. Sin embargo, su tono no suena como si lo estuviera reprendiendo o acusando, más bien recordando—: Tú fuiste quien…
Zi Tao le interrumpe, exclamaciones en mandarín que se vuelven más agudas a medida que el otro hombre le contesta. Chanyeol no recuerda su nombre; nunca fue bueno con ellos y quizás debería empezar a serlo. Baekhyun se lo ha dicho varias veces, antes de empezar a grabar algún programa; su trabajo ahora no solo es ser conocido, también conocer a los demás. En su defensa, Chanyeol contesta que es más sencillo cuando es gente que conoce él mismo o ve en la televisión; no personas que contactan con su manager y jamás le dirigen la palabra.
Casi no se da cuenta cuando la conversación vuelve a ser en coreano porque el aire sigue siendo tenso y el hombre de expresión severa continúa sentado y sin mirarlo. Zi Tao, a su lado, bufa y atrae su atención hacia él, la manera en que se muerde sus labios y los músculos de su cuello se tensan.
—Entonces necesitaremos que venga cada tanto a hacerse pruebas cada tanto —escucha que el hombre dice mientras se levanta. Chanyeol se sorprende que sea tan o más alto que él y pasea su mirada por las largas piernas en jeans blancos,  ajustados perfectamente a la cadera con un cinto Hermes—. Luego lo llamaré para arreglar los horarios —añade y Chanyeol no le presta realmente atención, porque sabe que se dirige a su manager. Últimamente se ha acostumbrado con una facilidad sorprendente a ser tratado como un objeto, pero que sus decisiones sean tomadas por otros es uno de los precios que sabía tendría que pagar cuando firmó para ser la nueva estrella pop coreana.
Cuando levanta nuevamente su mirada, el hombre lo está mirando con una sonrisa ladina. Como si atrapar a Chanyeol ojeándolo es lo más divertido que le sucedió en el día. Chanyeol simplemente sonríe y espera a que su manager empiece a caminar hacia la salida. Entonces se gira hacia Zi Tao y hace una reverencia de despedida. Éste solo bufa y hace un gesto con la mano.
—Que Tao no te intimide —comenta el otro hombre cuando se despiden en la puerta, sosteniéndole la mirada—. A veces no está de humor —explica y desde el interior se escucha un insulto en mandarín—, otras, se comporta como una puta diva —termina y las comisuras de sus labios se alzan ligeramente cuando el estruendo de un portazo llega hasta sus oídos—. Nunca sé cómo reaccionará. Es desconcertante. Y la vida se trata de eso, ¿no?
Chanyeol lo mira de reojo. El hombre le habla casi al oído y, aunque no está seguro de entender, una parte de sí le da la razón.

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Ya los había visto antes, solo que no lo recuerda. Ve demasiada gente cada día como recordar cada rostro, aun si tienen facciones memorables. En el negocio del espectáculo, ser bello es un requisito mínimo. No importa cuántas veces se haya pasado por el quirófano o cuánto maquillaje sea necesario; para presentarte frente a la nación no puedes verte menos que ideal. Supone que en eso se parece al mundo de la moda. Figuras bonitas caminando la pasarela, en el borde entre el glamour y el colapso.
Chanyeol ya ha participado como invitado en un desfile y ha podido avistar lo que es un backstage; muchos huesos sobresalientes, histeria y tapa ojeras.
—¡Allí estaban, en el público! —le espeta Baekhyun mientras se posicionan frente a las cámaras de Inkigayo, esperando el momento en que hagan la señal y deban sonreír. Ninguno de los dos saben mucho de moda, pero a Baekhyun le gusta aparentar y finge escandalizarse cuando Chanyeol pregunta si Kai era el modelo de piel bronceada, labios gruesos y andar cansado—. No puedo entender cómo siguen pidiéndote a ti.
Una vez el programa acaba y su manager les devuelve sus celulares, Chanyeol busca en internet sobre KTstyle. Los resultados aparecen en inglés o chino y él no sabe mucho de ninguno de los dos, así que busca imágenes en su lugar. Fotografías de desfiles, de Zi Tao en campañas publicitarias y de los dos dando entrevistas. Se ven feroces, imponentes, elegantes. Peligrosos.
Chanyeol sonríe. Peligroso es el nuevo negro.

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Tiene pruebas de vestuario cada semana. Es estúpido y exagerado, pero no le podría importar menos. Sale del Music Bank y se sube a la van con sus compañeros, pero se despide de éstos con una sonrisa demasiado grande para lo cansado que está, antes de llegar al dormitorio, frente a un edificio moderno en los límites del distrito de Mapo. Su manager promete que lo vendrá a buscar en una hora y le recuerda el número de departamento.
Es Zi Tao quien abre la puerta. Parece indiferente al calor de julio, con un saco negro y un pañuelo morado grande alrededor del cuello. Tiene el cabello negro un poco alborotado y las bolsas bajo sus ojos parecen más pronunciadas que la última vez. Es la viva imagen del hastío cuando lo mira de arriba abajo y anuncia para adentro algo en mandarín que suena a «es el EXO». Chanyeol se abstiene de corregirlo y simplemente sonríe cuando lo dejan pasar.
El estudio es un lío de telas e hilos, la mesa y el sillón cubiertos con retazos de seda y moldes de papel. Hay un maniquí completamente escrito con marcadores en una esquina, donde cuelga un saco con una sola manga.
—Pruébate —ordena Zi Tao y señala el saco. Chanyeol asiente y trata de sacarlo con cuidado a pesar del bufido a su lado—. ¡Yi Fan! —exclama Zi Tao con el ceño fruncido mientras agarra el saco con sus manos y le señala a Chanyeol la camiseta con la cabeza—. Demasiado holgada. Quítatela. ¡Yi Fan!
La puerta de una habitación se abre y sale quien Chanyeol hubiese jurado haber leído que se llamaba Kris. Tiene expresión molesta y sostiene un teléfono que parece demasiado pequeño en su mano, enorme y de dedos largos. «Estaba ocupado», gruñe y se revuelve el cabello con la otra mano. Luego suaviza su expresión y lo saluda. Zi Tao chasquea la lengua.
—¿Cantas? —pregunta Yi Fan.
—Estoy a cargo del rap en EXO, aunque a veces sí canto. Principalmente en la ducha —bromea. Mostrarse de buen humor fue la única forma que aprendió a lidiar con las situaciones; la gente no suele resistirse a una sonrisa y a una broma indefensa. Así que dibuja siempre que puede una sonrisa que ocupe la mitad de su rostro y erosione un poquito más su dignidad.
Yi Fan asiente complacido mientras lo escudriña.
—Sabía que el cobalto te quedaría bien —comenta. Chanyeol se mira a sí mismo; solo ve un saco azul encima de su piel desnuda. Zi Tao asiente y murmura que deberán hacer algunos retoques—. ¿Tú qué opinas?
Chanyeol se fija en su expresión. Parece genuinamente interesado y el tipo de persona que solo admite la sinceridad. Y esto no debería serle difícil, porque se ha entrenado para el mundo del espectáculo, donde todos deben intentar ser honestamente la versión más atractiva de sí mismos con la guía de estilistas y managers.
—¿Realmente importa?
—No —responde Zi Tao.
—Entonces me encanta.
Puede ver cómo la serenidad de Yi Fan se resquebraja. También cómo es la sonrisa de Zi Tao.

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La siguiente prueba es más tranquila. Yi Fan le abre la puerta hacia un estudio más organizado y le promete que acabarán rápido al ver lo extenuado que Chanyeol está de las prácticas y las presentaciones. Cuando Zi Tao lo mira no tiene la sensación de ser un bicho y eso lo agradece tanto o más que la lata de energizante que le comparte.
Lo obligan a probarse el saco finalizado y unos cuantos polos. Señalan unas pocas mejoras en mandarín que no comprende; aunque está seguro que tampoco las entendería en coreano. El tono de Zi Tao es suave y parece un ronroneo cuando pasa sus dedos por sus hombros y acaricia las sisas. Es extraño.
—¿Qué pensabas cuando aceptaste este trabajo, Chanyeol-shi? Deberías relajar un poco más tus hombros. Nada habla peor de ti que tu ropa y cómo la portas.
Terminan unos minutos antes de que su manager le llame para avisarle que irá a buscarlo. Yi Fan lo invita a sentarse en el sillón y le ofrece algo para tomar. Agua mineral suena como lo más adecuado, pero acaba con una lata de cerveza que Zi Tao mira con desprecio.
Las bolsas debajo de los ojos de Zi Tao ya no están realmente cubiertas con tapa ojeras y se vuelven terriblemente notorias cuando anuncia que se va a dormir. Chanyeol no alcanza a saludarlo que el hombre se despide y se encierra en la habitación contigua.
—¿Tienen una habitación para descansar en el estudio? Nosotros solo tenemos un sofá en la sala de prácticas. Para poder echarnos una siesta teníamos que realizar unos juegos del hambre.
—¿Y ahora? —ríe Yi Fan.
—Aprendimos a compartir. O a soportar el cansancio hasta llegar al dormitorio. Todo sería más fácil si tuviéramos los dormitorios y las salas en el mismo edificio.
—Lo es —afirma para la sorpresa de Chanyeol.
—¿Tienen sus departamentos en este edificio?
—Estás en él.
Se encuentra más impresionado por el hecho de que Yi Fan lo admita con tanta soltura que por lo que admite en sí. Ha estado en el estudio lo suficiente para fijarse en su estructura funcional y pequeña, como para suponer que en la habitación contigua caben dos camas. Quizás, inconscientemente, lo sospechaba. Sonríe para evitar mostrarse afectado; no puede dejar de contemplar sus manos.

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—Está de buen humor últimamente —comenta Chanyeol desde su posición frente al ventilador. Seúl a mediados de julio es un horno y cualquiera creería que ya está acostumbrado a transpirar. «Sueños y amor son las únicas cosas por las que vale la pena gastar una gota de sudor», le había dicho su hermana cuando entraron como trainees en la compañía. Ella no duró mucho. Se dio por vencida tras dos años y apostó sus sueños en él. A veces Chanyeol encuentra rastros de rencor en su voz cuando hablan.
—Lo está —afirma Yi Fan sin levantar la vista de la mesa, donde varios bocetos están repartidos sobre la superficie. Zi Tao está hablando por celular en el balcón, en un mandarín rápido y emocionado que suena armónico y ligeramente rasposo. Tiene la cinta métrica colgando de su cuello y de vez en cuando la acaricia distraídamente. Sostiene un cigarrillo que se vuelve cenizas; volutas de humo envolviendo su cabello y su teléfono—. Ha estado comiendo japchae con extra pimienta estos días sin tomar un par de laxantes o ipecac después. Te sugiero que lo disfrutes mientras tanto, al menos hasta el viernes.
Chanyeol puede sentir como su rostro se sonroja y una sonrisita nerviosa se le escapa. Zi Tao había insistido en volver a tomarle las medidas y podría jurar que su mano se había demorado más de lo necesario a la altura de la cadera. Aún puede sentir el cosquilleo de la punta de sus dedos y de su aliento a lo largo de su pierna y alrededor de su pecho.
—¿Qué hay el viernes?
Las expresiones de Yi Fan ya no le parecen severas ni indescifrables. Puede entrever los brillos de diversión y las marcas de extenuación. Donde hubo bálsamo labial, solo queda rastros que se mezclan con manchas de café y sutil ironía. Sus pómulos parecen pronunciarse y la línea de su mandíbula parece más notoria cuando una de las comisuras de sus labios se alza.
—La balanza.

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El público de Music Bank no suele ser muy variado; fanáticas gritando y staff. Por eso mismo, Chanyeol se sorprende cuando le parece vislumbrar más allá de las luces y las cámaras la nariz y los labios inconfundibles de Zi Tao. Duda de haber visto correctamente, pero una vez que las cámaras se alejan y los músculos se relajan, verifica que sí, Zi Tao está entre el público, impasible entre la multitud alborotada. De hecho, parece molesto, con el ceño fruncido tras unos lentes de sol enormes e innecesarios.
Ha ido a buscarlo y al parecer es demasiado obstinado, porque logra convencer a su manager. Recién en el viaje en taxi le dirige la palabra, pura honestidad sibilante.
—Deberían despedir a sus estilistas. Parecen un puñado de monos brillantes.
—A las fans les gusta.
—A las adolescentes les gusta cualquier cosa que brille. Puedes darle acero y creerán que es plata. Es de tus compañeros y de la gente de la industria de quien debes cuidarte, ellos decidirán cuánto vales y cómo hundirte. Ni tu estúpida sonrisa te salvará. ¿Alguna vez te atreviste a pensar en no sonreír? ¿En simplemente mandar todo a la mierda y, no sé, darle descanso a la puta boca?
Chanyeol frunce el ceño, quizás por primera vez en el tiempo que lo conoce. Sabía que Zi Tao podía ser un imbécil, pero es la primera vez que se siente así de insultado.
—¿Por qué fuiste a buscarme? —cuestiona. Su voz suena más grave de lo normal, dura.
—Necesitaba salir. Me estaba ahogando.
El departamento apesta a cigarrillo y el cenicero sobre la mesa está repleto de pitillos. El humo azulado que se desprende del nuevo cigarrillo que Zi Tao prende ondea en el aire y hace que le ardan los ojos. Se apresura a abrir la puerta del balcón y Zi Tao no dice nada, solo deja que el aire pegajoso ingrese y le pide que se desvista. Chanyeol no está seguro de cómo debería sentirse cuando se queda parado en bóxers y Zi Tao lo rodea, como si fuera una pantera. Tiene los ojos delineados con negro y su mirada se vuelve todavía más feroz mientras observa cada porción de su piel con lentitud. Sus labios curvados naturalmente hacia arriba acrecientan su aspecto felino, incluso cuando se separan y dejan escapar humo junto con un susurro que suena como un «Elegí bien».
—¿Zi Tao-shi? —empieza con tono dudoso. Cualquier cosa para desviar su atención—. ¿Dónde está Yi Fan…?
—Tao —le interrumpe—. Dime Tao. Solo Kris-ge me llama así cuando está enfadado. En algún momento, llamarnos por nuestros verdaderos nombres se volvió la mejor manera de insultarnos; echarnos en cara que no somos quiénes decimos ser. —Zi Tao suspira y abandona el cigarrillo en el cenicero, a merced de sí mismo. Chanyeol se pregunta si acaso Yi Fan ha hecho lo mismo con Zi Tao—. Kris está en Canadá, solucionando unos asuntos con la marca —explica.
—¿Quiénes son entonces? —pregunta, entre la prueba de la segunda camisa y la primera bufanda.
—Medios para un fin. Todos lo somos. Maniquíes andantes para vender ropa, monos entrenados para entretener. —Su coreano se vuelve más acentuado y sibilante. Le quita la bufanda y acaricia su mandíbula. No es con suavidad, tampoco con rudeza—. Tú, Yeol, eres mi medio.
Se abstiene de preguntar el fin. Duda de si le gustará la respuesta.

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Se encuentra con Henry Lau, el cantante y violinista prodigio estrella que irrumpió en la industria años atrás, en los pasillos de la SBS. Inkigayo está a minutos de empezar y ambos esperan a ser llamados. Henry tiene las mejillas redondas que lo hacen ver más joven e inocente de lo que es y una sonrisa permanente en el rostro, aun cuando parece no entender la situación. Ambos han entrenado tanto sus sonrisas, que se les escurren con facilidad y ya no les duele los músculos.
—Oí que trabajarás con KTstyle, ¿es cierto? —le pregunta mientras evita a técnicos que pasan sin mirarlos. No encuentra más que curiosidad en su voz—. Qué bueno.
—¿Los conoces? —Ya sabe la respuesta. Basta con oírle hablar para saber que Henry es extranjero y, si mal no recuerda, de Canadá.
—Yep. Buenas chaquetas, mejores campañas. Tengo entendido que Kris también es fotógrafo y el otro chico, la T, es modelo. Lograron hacerse un nombre en Toronto y abrir sucursales en Beijing. Supongo que eres su apuesta para meterse en Seúl.
Henry le sonríe cuando lo llaman para grabar.
Si hubiera llamado ese mes a su hermana, ésta le habría dicho que no era muy complicado de explicar. La marca atrae público y logra meterse en el mercado surcoreano, la compañía discográfica halla un nuevo escaparate para mostrar su nuevo grupo. Publicidad y la verdadera cara de los sueños.
Chanyeol se ríe de sí mismo, ajeno a las miradas suspicaces de los demás. Porque al final todo parece tratarse de eso; publicidad y sonrisas. Mentiras de ensueño.

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La siguiente vez que va al estudio, Yi Fan ya ha vuelto. Tiene el cabello rubio revuelto y las líneas de su rostro ya no se ven tan cansadas como la última vez. De hecho, sus ojos brillan y parecen más grandes de lo normal.
Lo deja pasar, con expresión extrañada.
—¿Chanyeol? ¿Qué haces aquí? ¿Tao no te dijo que ya acabamos?
Se siente estúpido cuando niega con la cabeza.
Zi Tao está agazapado contra el desayunador, una chaqueta fina sobre sus hombros. Se lleva una pastilla a la boca mientras canturrea un «lo olvidé» demasiado divertido como para ser sincero y bebe el final de una taza de café. Yi Fan suspira.
—Repasemos algunos detalles de la campaña, entonces.
—Paso —resopla Zi Tao con un gesto de aburrimiento. Agarra la caja de cigarrillos y anuncia—: Me voy a descansar un rato.
Besa a Yi Fan en la mandíbula sin apartar los ojos de Chanyeol. Es desconcertante el modo en que su voz posee matices que no puede explicar, en que su cuerpo tiembla ligeramente y en que la expresión de Yi Fan se relaja. Camina con lentitud como si el piso fuera a girarse en cualquier momento y respira con pesadez. Alcanza a vislumbrar ojos rojos y ojeras oscuras a la luz blanca artificial antes de que la puerta se cierre. Siente que ha pasado demasiado tiempo en ese estudio como para ignorar que es el baño.
—¿Por qué hace eso? —pregunta en algún momento de la noche, entre latas de cerveza y camisas estampadas con el logo de KTstyle, en el balcón. Han repasado los detalles y ya los ha olvidado a favor de tomar algo. Ha prometido vestir exclusivamente productos de la marca y rapear alguna vez algo para ellos. Ha roto su propia promesa de no inmiscuirse en asuntos que no deberían interesarle—. El café y ¿laxantes…? —Mira de reojo la puerta del baño; no ha vuelto a abrirse.
—¿Ipecac, café y diazepam? Es su dieta. A veces las modifica, agrega un poco de lechuga, intercambia el diazepam por RedBull y vodka —Yi Fan no suena molesto ni preocupado. Quizás sí un poco divertido al ver sus ojos grandes y su mueca escandalizada—. Intenta ser exitoso en dos profesiones de un mundo que lo sigue rechazando. Es demasiado para una, no lo suficiente para lo otra.
—¿Y no te preocupa su salud?
Yi Fan ríe secamente. El viento cálido revuelve su cabello y sus facciones se vuelven más atractivas entre luces de neón.
—¿Y la tuya? —sisea—. Tiras de tu pulsera para hacerte daño cada vez que te ofrezco comida y has golpeado tu pierna cuatro veces antes de la segunda cerveza. Obviamente, la técnica no te funciona —agrega con acidez. Reencontrarse con la idea de un Yi Fan severo y brutalmente honesto le sirve para distraerse de la vergüenza—. Es la imagen lo que vende. A la gente no le interesará jamás la fotografía de un paisaje como la de una tragedia. La tragedia es belleza. Deberías saber perfectamente que todos aman las historias de esfuerzo y sacrificio. Haber sufrido por años por tus sueños te hará mucho más interesante que simplemente tener talento. Una estructura ósea perfecta no es nada si no se resalta, si los ángulos no son drásticos.
»Me preocupa que vuelva a desmoronarse. Que caiga tan rápido y con tanta fuerza que se quiebre en tantos pedazos que le sea imposible recomponerse —añade mientras abre la puerta. El gesto se siente mucho más significativo. No tiene ánimos pero dibuja una pequeña sonrisa de despedida—. Ustedes dos se parecen bastante. Zi Tao también ha hecho su buena racha de estupideces para ser aceptado.

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Chanyeol se repite que no tiene motivos para verlos hasta el día de la sesión de fotos y la grabación de la campaña. Ni siquiera tiene un puto número telefónico, solo bufandas de cashmere. Únicamente encuentra en Internet números de contacto internacionales y sus weibo. Al parecer tienen una vida social bastante interesante a juzgar por sus fotos en fiestas glamorosas, backstage y con celebridades. Reconoce la piel bronceada y los labios llenos del modelo, Kai, y del chico con clavículas pronunciadas. Los recuerda del desfile; parecían seres etéreos, perfectos, en la pasarela.
—¿Cuál es la diferencia entre seda de mora y seda bourette? —le pregunta Baekhyun cuando se tira sobre el sofá a esperar que su respiración se normalice.
—¿La producción? —responde entre gruñidos y agotamiento.
—Si quieres hacerte el modelo, al menos actúa como que sabes perfectamente lo que dices —ríe Baekhyun malicioso—. Vamos, a ensayar, pop model.
Julio está finalizando, las promociones también. Agosto traerá nuevas canciones, nuevas coreografías, nuevos programas; más horas de sueño perdidas, más sonrisas, más músculos agarrotados.

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Escaparse de la sala de prácticas es todo un logro por el que debería ser felicitado. Tiene unos pocos minutos para conseguir algo de beber mientras Baekhyun lo cubre. La noche cae pesada sobre la ciudad y hace rato que no ve unas cuántas fanáticas esperando por ellos en las puertas. Sin embargo, en el hall está una persona parada cuya piel trigueña y porte suavemente desgarbado le es inconfundible. Está cruzado de brazos y parece la viva imagen del mal humor.
—Sonrisotas —le llama—. Ven, te invito a comer.
Sabe que su manager y los demás miembros lo querrán matar, pero Zi Tao usa una camisa blanca que contrasta exquisitamente con su piel y su rostro no es el alguien a quien se le dice que no. Tiene la consideración suficiente como para enviarle un mensaje de texto a Baekhyun durante el viaje en taxi hasta un restaurante en las cercanías de Hongdae y luego lo apaga. Zi Tao lo mira con una ceja alzada pero no comenta nada.
Charlan un poco sobre la campaña y el próximo álbum entre platos de ensalada y copas de vino. El humor de Zi Tao mejora a cada trago y sus ojos felinos brillan con algo que se halla entre la alegría y el cariño cuando Chanyeol le pregunta cómo conoció a Yi Fan. «Fue en una sesión de fotos», le cuenta mientras lo convence de que pague.
—Todos somos superficiales. Kris es del peor tipo —le asegura en algún punto del camino entre la mesa y las puertas de vidrio—. Tiene la apariencia de un dios; el atractivo por el que pudientes pagarían millones por tener y mostrar, pero no le importa. Le han ofrecido pequeños roles en series y trabajillos de conducción, e incluso modelar Nike en Hong Kong. A todo le dice que no. Es egoísta, persigue la belleza pero la quiere para sí. No tiene interés en mostrarlo, si alguien más lo ve, qué suerte.
—¿Y KTstyle?
—Quiero creer que tuve algo que ver —ríe pero su tono carece de gracia—. Lo cierto es que también le agrada crear. Los fotógrafos siempre se jactan de que no solo capturan imágenes; descubren belleza y la componen. Se siente bien creerles.
Las calles están concurridas y el bullicio tintinea en sus oídos. Compran licor y RedBull en un autoservicio y beben mientras caminan, pavoneándose y riendo a carcajadas por tonterías. Olvidan el transcurrir del tiempo y se apoyan uno contra el otro por estabilidad. Se sientan al borde de la calle, cansados pero sin querer regresar. Zi Tao envuelve su brazo y apoya su mandíbula filosa sobre su hombro. Se queja de que sea huesudo, pero no se mueve.
—Una vez escuché que si respiras despacio, el tiempo se vuelve más lento. Es mentira, lo intenté —confiesa con una risita—. Pero tenía que hacerlo. Cuando eres de una ciudad pequeña, venir a las grandes ciudades es sentir amor por primera vez. Da miedo, pero quieres experimentarlo todo. Es acelerado, sucio y brillante. Y simplemente no puedes volver. Cuando dejé Seúl por primera vez, intenté ralentizar mi respiración hasta casi detenerla. Lloré cuando tuve que despedirme de las luces brillantes y los carteles enormes. Temí jamás volver.
Los ojos de Zi Tao están acuosos y le parece más frágil que nunca. Lleva su mano hacia su mejilla e intenta detener una lágrima que nunca cae. Zi Tao no es hermoso en la misma manera que Yi Fan, pero no deja de ser bello. Es interesante; nunca sabe qué hará o qué dirá y siempre está expectante de su reacción. Acaricia su mejilla y decide que no quiere alejarse de él. No quiere publicitar su marca por una temporada y luego separarse.
Contempla sus labios, con las comisuras curvadas naturalmente hacia arriba que le recuerdan a un gato. Todo Zi Tao le recuerda a un gato; parece elegante y arisco pero se estira y lo besa y solo quiere cariño. Mueven sus labios y, cuando menos se da cuenta, está acariciando el pecho suavemente marcado de Zi Tao por encima de la camisa.
—Yeol, ¿por qué sonríes todo el tiempo? —le pregunta mientras prende un cigarrillo.
—Porque a las personas les gusta la gente alegre. Les hace preguntarse por qué lo son —se sorprende a sí mismo respondiendo con total honestidad.
—¿Y no tienes miedo de que alguien te destroce la sonrisa? ¿Qué te la estiren hasta inutilizarla, que todo el mundo te odie?
Chanyeol se encoge de hombros. No lo considera probable por el momento. Pocas veces realmente pensó en el futuro, solo el cercano, porque intenta estar a la altura de lo que ofrece a sus fanáticas y disfrutar el presente.
—¿A qué le temes?
Zi Tao deja que el humo se escape de sus labios antes de susurrar:

—A que Kris me deje. 


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N/A: Lamento dejarlo ahí. En lo posible, espero revisarlo y expander esta historia en estos días.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Interestelar

Título: Interestelar
Fandom: Tokio Hotel
Rate: PG

A los ocho años, cuando su papá le regala por Navidad un telescopio, Tom solo sonríe levemente. Está lejos de ser una pelota de fútbol o una batería, pero la emoción de su padre es innegable así que lo arman juntos y lo posicionan en la ventana de su habitación.
Allí descansa durante años.
Lo usa por primera vez recién cuando tiene doce y hepatitis. No puede ir a la práctica de básquet y su madre le ha pedido que por favor no toque la guitarra todo el día. Y llega un momento que hasta la televisión le parece aburrida. Por lo que empieza a toquetear el telescopio. Ve con él a su vecina limpiando el jardín y a una bandada de pájaros migrar hacia el atardecer. Aburrido.
. Lo prueba nuevamente a la noche y se topa con estrellas. Un mar negro poblado de ellas que brillan con calma, con una nebulosa amarillenta bien lejos. No es aburrido, pero tampoco tan interesante. No hay extraterrestres, no hay meteoritos, ni siquiera puede ver los satélites artificiales.
Es demasiado pacífico para su gusto.
Tiene hepatitis por casi un mes. Ha leído todos sus cómics pero se niega a tocar los libros de la escuela. Antes prefiere el telescopio. Aunque sigue sin usarlo mucho; después de todo, verse frente al espejo es más divertido. La imagen de su reflejo realmente parece un alienígena, con los ojos amarrillos y las rastas rubias que logró convencer a sus padres de hacerse apuntando hacia cualquier lado. El universo sigue siendo negro y con luces, casi como Navidad pero más monocromático y sin regalos. Al menos ha aprendido a enfocar y está casi seguro de saber cual es la osa mayor.
De hecho, buscándola, es que lo ve a él.
No tiene forma de describirlo. Su cabello es negro y su ropa parecen harapos de polvo cósmico. Pareciera que un anillo de asteroides adorna su brazo y no puede ver realmente bien sus pies. Se pasea con tranquilidad y con un brillo diferente, más oscuro y con tintes violetas. Es único, Tom está seguro solo de eso.
Teme no volver a verlo cuando se va a dormir, pero al otro día lo encuentra nuevamente con facilidad y es tal la emoción que se le escapa un «Hola», ingenuo e inútil porque aquel ser jamás lo oirá. Pero lo hace. El chico se voltea y clava su mirada en el telescopio; negra, profunda, vacía. Entonces radiación violácea lo rodea y es como si lo reconociera, como si lo saludara de vuelta.
Sorprendido, Tom solo atina a seguir preguntando para descartar que haya sido una casualidad. «¿Cómo te llamas?» y el chico se encoge de hombros. «Bill», lo nombra Tom. Y continúa mirándolo pasearse con lentitud, como si tuviera todo el tiempo del universo. Probablemente lo tiene.
«¿Qué haces?» Bill lo mira y luego danza. Atrae luz hacia su cuerpo, el polvo estelar se une a su ropa y satélites pequeños se vuelven adornos en su pelo. Como si fuera una corona, como si Bill fuera el rey del universo.
Es como si todo gravitara hacia él. A veces Tom se incluye.
En ocasiones ínfimas cantidades de gases lo rodean y sus movimientos se vuelven misteriosos entre los colores que lo envuelven. (Es la radiación ultravioleta de las estrellas cercanas, según le explicó su papá en una de sus tantas charlas sobre cosmología. Tom no está seguro, nunca le prestó mucha atención.) Pero no sucede por mucho tiempo, usualmente al día siguiente está solo.
Una noche Tom le confiesa que le gustaría conocerlo y se emociona cuando Bill le da a entender que él también. «¿Podrías visitarme? Yo no puedo.» Y la idea de su imposibilidad es más amarga que la bilis, pero no tanta como respuesta de Bill. Puede hacerlo, mas no quiere.
Tom se enfada y se marcha a dormir. Ofendido, se mantiene alejado del telescopio. Tiene la televisión, su guitarra y los cómics viejos. No necesita un amigo interestelar. Aunque ninguno de ellos se mueve por sí solo, con parsimonia, ni resplandece con oscuridad. Ninguno le hace sentirse acompañado en el silencio del espacio.
«¿Por qué no quieres visitarme?» le pregunta de repente y Bill lo mira, casi sorprendido. Debe insistir varias veces y de formas casi rudas para obtener su respuesta. Los ojos de Bill parecen más negros, profundos y vacíos que nunca cuando atrae a su mano una estrella. La contempla por un instante antes de atraparla y absorber su luz. Y allí, donde la estrella estaba, queda nada. Absoluta nada.
Entonces Tom lo entiende: Bill jamás podrá estar verdaderamente acompañado. Solo gases ocasionales y partículas que se vuelven vacío.
Porque Bill es un agujero negro.



No seremos otra canción (ni lo intentes)

Título: No seremos otra canción (ni lo intentes)
Fandom: Tokio Hotel
Rate: PG
Pairing: Biorg
Resumen: Donde Los Ángeles se topa con la sinceridad y otras pretensiones.

El humo de los cigarrillos en la sala se había vuelto asfixiante, pero cuando Georg se apoyó sobre el borde de la ventana y se asomó para respirar aire fresco, notó que la atmósfera contaminada de Los Ángeles le producía una sensación similar. Millones de soñadores y playas y luces de neón iban de la mano con polución y asperezas. Pero siempre pensó que cuando apenas se empezaba, los sueños, los deseos y la belleza ofuscaban lo demás.
—Te cortaste el cabello… ¿por qué ya era hora? —oyó la pregunta mucho más pronto de lo que hubiese esperado. El tono de Bill siempre tuvo una reminiscencia sarcástica que aprendió a maquillar en los momentos adecuados para las cámaras.
Bill apestaba a cigarrillo y Georg se sintió completamente asfixiado otra vez. Quizá el olor no era el problema, quizá había demasiado dióxido de carbono a su alrededor.
—Sí, lo era. Ya estoy cansado de leer disparates como que Gustav se enamora de mí por mi cabello o que Tom tira de él cuando tenemos sexo —contestó.
—Las fanáticas no son el problema.
En ese momento, Georg detestó que Bill no preguntara. Bill nunca lo hacía, solo afirmaba. Y si se equivocaba, que el otro no lo sepa. Era tan seguro de sí mismo que olvidaba no ser impertinente.
—A veces sí, a veces no —suspiró y se giró hacia su compañero. Tenía puesto esos lentes Buddy Holly que no necesitaba y bálsamo labial—. Quise ser sincero. Tom lo fue, cuando contestó «tarde». Gustav también. Pregonamos el hacernos oír, entonces que me oigan.
—Nadie lo va a entender —bufó Bill. En respuesta, él solo se encogió de hombros—. Así que era hora de anunciar que me olvidaste.
Volvió a encogerse de hombros. «Seguir adelante», corrigió. Bill bufó nuevamente, ofendido. Pensó que a él se le daba muy bien el papel del interrogador y el de la víctima, aunque no sabía cómo lo lograba. Georg, en cambio, estaba cansado de jugar el papel defensivo, no lo sentía suyo.
—Prometimos que íbamos a comportarnos como adultos y que nuestra relación laboral no se iba a ver afectada. Ya demasiado tiempo está tomando este disco.
—Quizá fuimos demasiado optimistas. Parte de nuestro trabajo es parecer unidos y eso es difícil cuando no quieres estar ni a dos pasos de mí.
Georg suspiró. Lo había logrado cuando era al revés y sentía que no podía estar alejado ni unos minutos de su cintura o su risa. No debería ser complicado ahora.
Se giró nuevamente hacia la ventana. Los Ángeles era calurosa incluso en invierno y estaba poblada de sueños devenidos en realidades. Era él en ese momento, con las manos lastimadas por el bajo y pretendiendo estar bien. Era él, queriendo ocultar sus sentimientos agónicos tras un corte de cabello y llenar sus pulmones de mentiras.
—Hay algo poéticamente trágico en todo esto —farfulló Bill, apoyado contra la pared.

—No puedo verlo —rió con amargura. Ellos solo eran escombros de sueños y memorias ingenuas. Otro par más en la ciudad de Los Ángeles—, pero tú seguramente lo harás. Solo no escribas canciones con ello.




Coste de oportunidad

Título: Coste de oportunidad
Fandom: Tokio Hotel
Rate: T
Pairing: Billshido
Género: Universo Alterno
Resumen: En su análisis, una noche con Bill era pura ganancia.


Lo vio cuando salía del cine, a lo lejos: cuerpo lánguido y una cascada de cabello de negro. Hacía la fila para otra película, seguramente no una infantil. Y en sus ojos maquillados se leía una sensualidad innata, la misma que exudaba incluso en movimientos simples como acomodarse los anillos.
—Cariño, ¿podrías volver sola con la niña? Quiero saludar a un conocido y luego tengo que resolver unos asuntos del trabajo. —Apenas recibió un escueto asentimiento, besó en la mejilla a su hija.
No le fue difícil escabullirse; tampoco lo fue perderlo de vista. Era alto y destacaba entre la multitud de cuerpos que entraban y salían de distintas funciones. La sala estaba medio vacía y las luces aún encendidas. Lo avistó en la penúltima fila, solo.
Cuando le preguntó si la butaca a su lado estaba libre, el chico lo miró con una ceja alzada, delineada en perfecta ironía.
—Claro.

*

Pequeños comentarios a lo largo de la película fueron parte de su estrategia. Siempre se consideró bueno con las palabras. Para cuando los créditos acabaron de aparecer en la pantalla y las luces se encendieron, él ya le había sonsacado su nombre y un a su invitación.
—Entonces, Anis, ¿qué te pareció la película? —le preguntó Bill antes de llevarse el tenedor con un pedacito de salmón a sus labios, finos y sonrosados.
Tardó un momento en contestar; su imaginación le provocaba con labios hinchados alrededor de su miembro y una lengua escurridiza.
—Larga. Más parecida a la realidad de lo que esperaba.
—Está basado en una historia real.
—Todo está basado en la realidad en cierta forma, pero nada es completamente fiel. Podría contarte la historia del mago que acumula magia sin hacer nada más que respirar y decirte que está basada en mí. De cinco a siete solo duermo y, aun así, gano dinero.
—Porque toda historia que vale la pena contar viene con muchos dígitos en una cuenta suiza o en fajos de cien —comentó. Su tono parecía irónico y seductor al mismo tiempo. Anis solo asintió, con una pequeña sonrisa—. Así que eres parte de ese mundillo de las finanzas, ¿no? Jugando con los arbitrajes y costes de oportunidad.
—¿Mundillo? —bufó divertido—. Hablas como si fuéramos una raza distinta.
—Conozco a algunos que creen serlo. Una raza intocable con sus yates, sus Lamborghinis y sus mansiones de verano. No puede mostrarse rebajándose a algo peor que Armani, Dom Pérignon y hoteles cinco estrellas.
Su sonrisa se ensanchó.
—¿Acaso prefieres un motel?
Terminaron subiendo las escaleras del Carlton-Ritz. Lo besó con ansias contra la puerta de la suite, lo desvistió y lamió su prominente clavícula sobre el sofá victoriano y ambos acabaron encima de las sábanas de 1200 hilos. Bill se movía con confianza y una sensualidad envidiable; tenía el cuerpo tatuado y usaba accesorios que no se quitó ni cuando se metieron en el jacuzzi. Allí recostó su pecho contra la pared y Anis pronto se encontró admirando la curva suave de su espalda baja y dándole masajes que acababan en caricias bajo el agua espumosa mientras Bill se deshacía en ronroneos.
—¿De qué trabajas?
—Soy modelo; recién regreso de Berlín. Mi papá quería que estudie finanzas, medicina o alguna carrera respetable como mi hermano, pero no funcionó. Ni siquiera recuerdo exactamente los conceptos. Arbitraje era algo de los precios y de lo otro, el coste, ya no tengo idea.
Anis rió. Bill sonaba genuinamente sincero y excitante.
—Es sencillo. Costes de oportunidad es a lo que “renuncio” cuando tomo una decisión. Por ejemplo, ahora mismo podría estar en otros lados, como mi casa o el trabajo.
—¿La bolsa?
—Ajá. Entonces analizo mis opciones. Frankfurt puede sobrevivir esta noche sin mí. En mi casa estaría viendo tele, a mi hijo dormir o hablando o peleando con mujer —explicaba mientras dejaba un rastro de mordiscones y lamidas desde su cuello hasta su mandíbula. Bill estaba complacido y relajado—. O bien estoy aquí, contigo. Disfrutando de una noche única. Si lo comparo, no renuncio a mucho, salgo ganando.
Besó a Bill nuevamente y se entretuvo con ello un rato, mientras acariciaba sus muslos.
—¿Única? —rió contra sus labios.
—Única.

*

La rutina en la catedral de los capitalistas nunca era aburrida. Hasta podría decir que era como la moda: arreglada y maquillada para parecer perfecta, con algo novedoso cada día, en un ambiente agresivo para la persona común. Porque la persona común nunca pertenecería allí. Para permanecer en ese “mundillo” debían no solo ser agresivos y ambiciosos, también adictos a la adrenalina.
Saber trabajar bajo presión.
Y para realmente ganar, debían aprender el arte de jugar sucio sin que el polvo se les pegue en la ropa.
Los almuerzos solían ser reuniones de trabajo en el restaurante del Flemings, donde almorzaban poco y gastaban mucho, siempre pendientes de la hora que marcaban sus Rolex.
—Mi secretaría me dijo que está muy interesado en invertir, señor… —se interrumpió con gracia. No conocía el nombre de su acompañante y esperaba que se lo dijera. Sus facciones le eran familiares y eso, en especial, lo tenía intrigado.
—Dime Tom. Y la inversión será tuya.
Anis frunció ligeramente el ceño. Odiaba no comprender.
—Hará un par de noches conociste a mi hermano. Un encuentro increíble, seguramente —comenzó a explicarse mientras sacaba algo del bolsillo—. Me contó de tus costes de oportunidad y creo que hay una opción que dejaste de lado. —Dejó el objeto sobre la mesa, junto a la copa de chardonnay. Una placa de policía. Anis la contempló antes de mirar a Tom—. Creo que te gustará invertir mucho en él —continuó. Tenía la misma sonrisa de Bill: irónica, sensual, triunfadora—. Todos ganaremos.





viernes, 3 de enero de 2014

Ceros y Unos

Título: Ceros y Unos
Pareja: Torg, Twincest(no-relacionado), Billshido
Género: UA, slightly!angst
Rating: +13
Resumen: Su memoria suponía ser un lienzo en blanco, pero si se revisaba con cuidado, podrían notarse los arañazos.
Nota: Para mi linda Bibi, por el intercambio navideño de ToHoEventos. Y gracias a mi linda maaya22 por aceptarme los caprichos y betear <3 Edit: ¡Y gracias por elegirme ganadora y darme tan bonito banner! (¡Tengo banner! *-*)




—¿Recuerdas algo?
—Solo lo básico. Me llamo Tom, al parecer tengo unos veinte años y soy alemán.
—¿Sabes algún otro idioma?
—Sé inglés, pero…
—¿Estás dañado?
Las cejas de Tom se fruncen ligeramente y sus dedos se crispan. Su cuerpo se está tensando gradualmente y siente que su pecho se asemeja a un globo a punto de estallar. No recuerda haberse sentido así anteriormente y, es más, no entiende su origen. «Es una emoción», piensa y es tan humana como la curiosidad avasalladora que puede leer en los ojos verdes que lo inspeccionan de arriba abajo.
Este es un primer encuentro, así que intenta ser cortés.
—No sé —contesta, y ve que el otro hombre se encoge de hombros. Tom no está seguro de si es porque no le interesa, le quiere restar importancia al asunto o algo más que no puede reconocer. Es una persona completamente extraña, no posee información sobre él y por lo tanto no puede predecir cómo reaccionará.
—Ya lo averiguaré —señala. Su voz suena confiada y relajada y si lo de la primera impresión es cierto, Tom cree haberse hecho una buena idea de su personalidad. Aun así, seguirá aprendiendo. Él sospecha que hay peligros en abstraer a un ser tan complejo como el humano a unos pocos detalles. Podría ser desastroso—. Por cierto, me llamo Georg —añade el hombre con una sonrisa mientras lo continúa mirando de arriba abajo. Nunca le ofrece la mano.


***


El sofá parece cómodo y, por el modo en que Georg se abalanza, lo es. No le dice «siéntate», «acomódate a tu gusto»  o alguna otra frase, mas Tom no lo registra. Simplemente intenta familiarizarse con el entorno, mientras Georg lo contempla y prende el televisor por pura costumbre. Necesita ruido y Tom está siendo sorpresivamente silencioso.
Aunque la situación es novedosa para ambos, Georg considera que es el único que se siente como un niño de ocho años. Curioso y entusiasmado, con ganas de tocar e investigar y, al mismo tiempo, con el tenue pavor de estropearlo. La expresión de Tom, en cambio, se ve tan neutra que hasta parece juzgadora.
—Tienes varios libros —señala mientras contempla la estantería que ocupa una gran porción de la pared. Calcula que casi la mitad, mientras que tres cuartos de la otra mitad están ocupados por el televisor, perfectamente enfrentado al sofá. En la pared yuxtapuesta, hay una computadora y un pequeño mueble, con una botella de licor encima. En sí, concluye, el sitio no es grande; pero pueden caber dos—. No te consideré del tipo lector a primera vista.
—No lo soy —afirma Georg, ligeramente sorprendido. No está seguro si su tono era neutro o contenía una veta de ironía—. La mayoría de esos son de un amigo, me los fue regalando con la esperanza de que deje de ser un «inculto». Sus palabras —remarca y se echa reír por unos segundos. Su sonrisa es grande e ilumina sus ojos verdes. Tom no halla la gracia.
En cuanto se apacigua, los ojos de Georg se nublan un poco. Pero no dura mucho, a los segundos se estira sobre el sofá y anuncia que tiene hambre, que se pedirá una pizza.
—¿Una para ti solo?
Georg ahora sí está seguro de que eso contuvo mofa.
—Yep. Los humanos normales necesitamos comer. Y teniendo en cuenta que anoche se me quemó la salsa y se pegó el arroz…
A Tom le lleva un segundo rellenar el blanco y considerar el tono de su voz.
—Si quieres cocino —ofrece. Las cejas de Georg se alzan inmediatamente.
—¿Sabes hacerlo? —cuestiona interesado. No teme sonar maleducado, tampoco le importa.
—Creo que sí.
—Eso es más que suficiente. Allá está la cocina —dice y señala la dirección. Luego lo sigue y se sienta en una baqueta para observarlo. Poder verlo desenvolverse en un ambiente hostil para él como es la cocina, revisando gabinetes y sacando verduras de la heladera, hace que su entusiasmo roce la fascinación. En realidad, Tom es un caso único en el mundo y es suyo— Tú… ¿quieres aceite o algo?
Tom niega. Solo quiere que su relación inicie de buena manera. Mira un recetario que encontró en uno de los cajones y dice «calabaza, quizás».


***


El sol demora más tiempo ­del que hubiese imaginado en presentarse con sus primeros rayos rojizos. A través de la ventana puede ver cada espectáculo que ofrece el firmamento. Lo ha hecho toda la noche. La luna brilló impoluta, sin embargo tardó en hallarla en aquel manto infinito de estrellas. Por primera vez, a través de un vidrio, pudo ver cómo la galaxia se desplegaba ante sus ojos, ostentando de forma silenciosa su inmensidad. Está seguro de no haber sido el primero en notarlo, no obstante también duda de que varios humanos, Georg incluido quizás, le hayan prestado atención.
Cuando el sol se alza omnipresente, el cielo se esclarece y las estrellas se apagan; las golondrinas empiezan a cantar. Sus trinos se vuelven una melodía preciosa y Tom no puede hacer más que escuchar con atención. Por momentos, el cantar le trae de vuelta esa sensación punzante antes de desvanecerse con el siguiente gorjeo. Supone que debería realizarse una revisión, mas deja la idea para luego cuando oye los pasos pesados de Georg en el pasillo.
—¿Has dormido bien? —pregunta con voz raposa y ojos somnolientos.
Tom niega con la cabeza.
—No lo necesito.
—Ah, cierto —farfulla Georg y aleja el desconcierto entre parpadeos—. Entonces, ¿qué hiciste toda la noche?
Mira a su alrededor antes de señalar la ventana. Sobre el mueble vislumbra un pequeño grano de sal, blanco y reluciente como una luna minúscula.
—Probé la sal.
—¿Y? —Georg ya no suena tan adormilado, mas bien expectante.
No posee la necesidad de no ser honesto, así que no le da vuelta.
—No tiene gusto.
Entonces Georg se echa a reír. Se ríe fuerte y claro hasta que debe apoyarse en el sofá para estabilizarse. Tom nuevamente no le encuentra la gracia. Un pensamiento veloz, que bien alguien más podría haber confundido con el miedo, lo atraviesa: podría jamás encontrarla.
—Ya entiendo por qué eres bueno cocinando pero pésimo condimentando —contesta socarrón. A Tom se le viene a la mente la escena de la noche anterior, con Georg repitiendo incesantemente «insípido» mientras se llevaba puré de calabaza a la boca—. Me iré a bañar para ir a trabajar; espero que seas mejor con el desayuno que con la cena —comenta. Tom solo se lo queda mirando—. Simplemente pon cereal en un bol y tírale leche. Nada difícil. ¡Y esta noche mejor hazte amigo del televisor! —añade con otra sonrisa socarrona mientras se dirige hacia el baño.
Tom se queda nuevamente solo, con el silencio ganándole terreno al trino de las aves. Y la sensación punzante sigue latente.


***


El camino es corto y ambos lo hacen a pie. Lübeck es una ciudad pequeña pero pintoresca, con siete torres imponentes que atraen la atención y parecen dar la bienvenida. Georg se desempeña escuetamente como guía y le señala algunos edificios y realiza pequeños comentarios. «Aquel fue incendiado por los nazis y lo reconstruyeron de a poco, pero algunos dicen que jamás volvió a ser igual de hermoso. Y si doblamos en aquella calle, llegamos a la casa donde filmaron Nosferatou.» Sin embargo, Tom solo ve las torres altas, paredes de ladrillo descubierto y arcadas simétricas. Y árboles relucientes, cuyas ramas rasguñan las ventanas y flores esplendorosas en macetas.
A su izquierda se abre el mar, brillante, franjeado por metros de arena blanca y sillones playeros desocupados. Es temprano y Georg tiembla sutilmente cuando el viento fresco los golpea. Bajan las escaleras y se dirigen hacia una caseta grande, casi al inicio de la playa. Georg le explica que es el dueño de la concesión del kiosco mientras abre la puerta. Aunque el barrio de Trevemünde es amplio y está abarrotado de tiendas y cafés, el kiosco playero de Georg es el único en la zona, a excepción del que está colindando con el puerto. Y si bien comenta que ya cumple tres años allí, su voz suena tan inexpresiva como la de Tom cuando pregunta si necesita ayuda. De hecho, Tom cree ver más emoción en su rostro cuando le pasa la escoba.
Mientras Tom limpia, Georg acomoda y pronto los dos están sentados al sol.
 —Por un momento creí que empezarías a brillar al sol —dice Georg y por la sonrisa burlona, Tom adivina que no fue un simple comentario. Georg suspira, ya un poco cansado de su escasez de humor—. Debido a que estás hecho de… bueno, no sé exactamente de qué estás hecho aún. Supongo que de alguna aleación de acero, principalmente para tu exoesqueleto… —murmura mientras se voltea hacia el sol. Farfulla nombres de otros posibles materiales pero Tom no consigue determinar cuales.
Georg parece genuinamente interesado, mas Tom no puede ayudarlo. No sabe de qué está hecho o por qué lo hicieron; es más, ni siquiera sabe por qué está ahí.
—¿Por qué me compraste?
Georg se vuelve con rapidez, sorprendido.
—Eres mi regalo de Navidad —responde con calma. Y guiña el ojo derecho.
—Estamos en septiembre —señala Tom.
—Detalles —dice vagamente y arruga la nariz.
—¿Por qué? —insiste.
—Por la mera idea de tu existencia. Eras un rumor y cuando el rumor se puso en venta, tuve que comprarte. Quiero saber cómo estás compuesto, cómo funcionas, cómo te desempeñas, cómo fallas… estudiarte, vamos.
Tom piensa en la noción que tiene de capricho. También piensa en sus funcionalidades, en cómo debe desempeñarse.
Se acerca a Georg y lo arrincona. Al sol, nota Georg, sus ojos marrones se vuelven de un almendra claro con miles de puntitos de luz, pero su cuerpo sigue inevitablemente frío.
—¿Entonces no fue por mis servicios? —pregunta Tom con voz grave y deliberadamente baja. Georg se levanta y se sacude la ropa, deshaciéndose de su incomodidad junto con la arena.
—La mano de obra gratis tampoco sonaba mal —ríe y le hace un gesto para que lo siga hacia dentro del kiosco.
Segundos después, Tom entra. Sabe que lo han rechazado, pero no siente nada. Ni desilusión, ni dolor, ni tristeza, ni rabia ni motivación. Ni siquiera supone estar decepcionado consigo mismo. Solo piensa que es cuestión de tiempo para que Georg deje a un lado el trapo con el que limpia la caja registradora y lo reclame como novio.
Sin embargo, a medida que pasan las horas, Georg solo le dirige la palabra para ordenarle que le alcance los batidos a los clientes.
—¿Y si no hubiese sido real? —cuestiona hacia el final de la tarde, cuando la playa se vacía y el mar se vuelve más ruidoso.
Georg se encoge de hombros.
—No lo pensé mucho. Me arriesgué simplemente. Bien podrían haberme estafado… —murmura y frunce ligeramente el ceño.
Para Tom, esa es la mayor diferencia. Más allá de sus esqueletos y articulaciones, sistemas y membranas, es el impulso. Los humanos son impulsivos. Actúan con precipitación, movidos por las emociones. La espontaneidad de Tom, en cambio, es calculada.
Él puede parecer humano, puede pensar y hablar como uno, y hasta puede simular que respira. Pero, ¿podría ser más humano? ¿Podría aprender cómo? Se realiza a sí mismo una revisión y concluye que lo más humano que posee es el deseo de recoger datos y aumentar su conocimiento. Saberlo todo. Lo asocia a la denominada curiosidad.


***


A la noche decide hacerle caso a las palabras de Georg y se sienta frente al televisor. Georg se sienta un rato, pero continúa repitiendo «picante, picante» desde la cena y apenas termina su segundo vaso de leche, se va a dormir. Tom se queda a solas con el grupo de personas, gritonas y risueñas, de dos dimensiones.
Planea estudiarlos toda la noche y recabar datos de cómo se desenvuelven en distintas situaciones.
Para el final de la noche, su cabeza intenta procesarlo todo mientras la sensación punzante se manifiesta nuevamente. De momento, su única conclusión es que los humanos son más complicados de lo que esperaba. Y egoístas.


***


Es incapaz de percibir el frío o el dolor, pero eso no evita que sepa que los dedos de Georg están apartando su pelo trenzado y acariciando el inicio de su nuca. Han terminado rápido de limpiar y la clientela es cada vez más escasa, así que Georg se toma su tiempo para investigarlo. La mayoría de las veces se muestra emocionado o impresionado, otras simplemente curioso o ligeramente indiferente. Desde la madrugada, sin embargo, cuando se levantó para ir al baño y lo descubrió recargándose, se comporta como un niño. O eso mismo sugiere Georg, porque Tom no sabe cómo se comportan los niños, siendo la programación nocturna de la televisión dominada por adultos y adolescentes.
En su momento, Georg le había señalado el enchufe con un «sírvete tú mismo». Él le explicó que solo necesitaba recargarse dos veces al mes y Georg se mostró decepcionado, así que, en cambio,  husmeó por el transformador que lo conectaba a la corriente.
—Así que aquí tienes la entrada principal… —comenta—. Claro, si se guiaron por la anatomía humana, el procesador debe estar en tu cabeza. Y la placa madre también. O quizás esté en tu pecho… —murmura mientras no para de acariciar su nuca—. Una entrada de USB… ¿puedes reproducir música?
Tom lo mira con su expresión casi neutra, extrañada. Georg suspira y niega con la cabeza, desechando el tema.
—Al principio creía que tu batería sería de polímero de litio, pero… Venga, ¿de qué estás hecho?
—No lo sé.
—¿No lo sabes o no lo recuerdas?
No le contesta inmediatamente. No está seguro de cuál es la respuesta. Recordar algo que no sabe sería imposible, pero saber algo y no recordarlo también. Su memoria es excelente, puede captar y almacenar detalles, como cuantas veces respira Georg durante  un minuto, de un modo que los seres vivos jamás podrían realizar.
—No lo sé.
Georg suspira, empezando a exasperarse.
—No lo recuerdas —sentencia—. Mira, ¿cuánto sabes de computadoras?
—Lo mismo que tú de cocina.
Georg se queda estático por un momento. Es raro que Tom le conteste así. Sin dudas, podría estar en su programación, aquella que desconoce, pero a veces le parece vislumbrar cierta molestia en él. Suspira. Eso es prácticamente imposible.
—Mira, te lo explico de manera sencilla —dice y se acomoda frente a él. Utiliza un tono lento, casi dulce, que contrasta con sus palabras—. Tú estás usado. No puedes negarlo, lo sé, lo vi. Tienes marcas desde que llegaste y no son del viaje. Tienes en tu oreja, en tu mano y en tu espalda. Estás usado, pero te formatearon. Formatear una computadora es como lavarle el cerebro a una persona, tratar de borrarle toda la información, los recuerdos. Pero no se borran del todo. Dentro de ti tienes millones de millones de casillas pequeñísimas. En cada una cabe un bit, un número. Tú todo lo percibes en ceros y unos; y toda información que recoges va llenando cuantas casillas necesite, según el tamaño, la cantidad de bits que contenga. Cuando te formatean, se cierran esas casillas, bloquean tu ingreso a ellas.  No puede borrarse por completo; recién cuando todas tus casillas están llenas, empiezan a sobrescribirse las bloqueadas. ¿Me entiendes pequeñín?
Tom asiente secamente. No le es difícil comprenderlo, mas se tensa ligeramente al pensar que hay algo que no recuerda. La sensación que debe parecerse al descontento se extiende por su sistema.
—Podría pedirle a Gustav que me recomiende un programa… —murmura Georg por lo bajo, mientras juega distraídamente con una trenza de Tom.
—¿Quién es Gustav?
—¿Eh? ¿Gustav? Un amigo. Estudiaba conmigo en la facultad. El hombre es un hacker, un genio de las computadoras; las maneja a su antojo. Aprobó los primeros años casi sin estudiar y creo que ahora trabaja para el gobierno —comenta—. Él debe saber de varios buenos programas para recuperar lo bloqueado.


***


La información que obtiene de la televisión es confusa y contradictoria. Pero los humanos en sí lo son. Georg se queja a veces de su trabajo, del mar y de Lübeck en sí —es aburrido, frío, pequeño y ostentoso—, pero se lamenta cuando la temporada de vacaciones acaba y se niega a mudarse.
No obstante, la televisión es acelerada y estruendosa, mientras que Georg tiende a la calma. Se mueve a veces de manera casi perezosa y los decibeles de su voz no son altos. Se ríe mucho sin ser escandaloso y grita poco.
Se ha acostumbrado a la calma de Georg.
Decide dejar a la televisión de lado y busca otra fuente de información humana. Contempla la gran estantería repleta de libros desde lejos. Hay de todos los tamaños y grosores, y, según los títulos, algunos son de computación. Sin embargo hay uno que le llama la atención: tiene el lomo desgastado y ligeramente roto en una de las puntas. Lo toma y lo abre con cuidado. En sus páginas amarillentas encuentra palabras con tinta corrida debajo del título.
«Gracias por aceptar ir conmigo hasta Helsinki, inculto.
Eres un gran amigo.
Fabri
»
Sin detenerse hasta el amanecer, empieza a leer la historia de Dorian Gray.


***


Es mediados de octubre cuando llega el correo y es Tom quien lo recibe. Apenas la temporada de verano acabó, Georg se atareó de otro tipo de trabajo. Le llevó a Tom unas horas descubrir que es analista de sistemas y que se entretiene buscando errores, mas se toma su trabajo muy en serio y, aunque lo hace con calma, puede pasarse catorce horas sin levantarse de su lugar frente a la computadora, a menos que él le lleve comida. Mientras tanto, Tom ha aprendido a calcular los condimentos y Georg ya no se queja. El resto del tiempo lo aprovecha para limpiar y recabar más información.
Ha aprendido que los humanos le dan excesiva importancia a algo tan abstracto como el amor. Y que intentan materializarlo de variadas maneras. Él mismo, en su configuración base, está diseñado para ese fin. Sin embargo, cuando se acerca a Georg y acaricia su hombro, éste solo se ríe y le pide masajes, luego lo echa. Y Tom se cuestiona qué está haciendo mal.
Georg solo trabaja y a duras penas aparta la mirada cuando Tom le alcanza el paquete. Es liviano y su remitente dice «G. Schaffer».
—Genial —murmura mientras rasga el papel. Dentro, envuelto cuidadosamente, hay un pendrive—. Me pregunto qué tan secreto será que ni siquiera quiso decirme su nombre por Internet… —suspira y deja el pendrive a un lado. Encuentra la mirada expectante de Tom y sonríe—. Si no tuviera que entregar este informe tan pronto… en cuanto termine, veré qué tienes ahí dentro —promete con un guiño antes de volverse nuevamente hacia la pantalla.
No obstante, Georg queda atascado y por días Tom lo escucha maldecir por lo bajo y revisar todo una y otra vez ininterrumpidamente. La amenaza de recuperar memorias olvidadas descansa a un lado.


***


Georg se ha quedado toda la noche en vela trabajando y los sorprende la mañana y la lluvia repiqueteando en la ventana. Tom está haciéndole compañía, parado junto al vidrio. No es la primera vez que ve llover, pero siempre le llama la atención. El cielo gris, el agua creando una trama en el vidrio, el verde apagado y el mar a lo lejos que se nota metálico y algo furioso.
Ha abandonado el libro en cuánto oyó la primera gota. De todas formas, las metáforas son complicadas y las analogías algo rebuscadas. A veces se pregunta si todos los productos hechos por el humano son así, si todos poseen más de un significado. La naturaleza, en cambio, es simple. No responde a emociones y es igual de bella.
Oye un ruido a lo lejos, un tronar diferente al de los truenos, y vislumbra un barco.
—¿A dónde va? —cuestiona Tom, sin volverse.
Georg interrumpe un bostezo.
—¿El qué? ¿El ferry? A Helsinki, creo —responde y se acerca para mirar con mayor detenimiento. Después de un instante, tensa la mandíbula y sus puños se cierran—. No puedo creer que hagan el viaje igual con este tiempo —farfulla con rabia y se vuelve. Está a punto de marcharse cuando Tom lo detiene.
—¿Es lindo Helsinki?
—No sé. Nunca llegué.
Y se marcha.
Tom escucha la puerta de la habitación y supone que en pocos minutos Georg se quedará dormido. Su tono era sibilante, marcado más al parecer por la furia que por el cansancio. Se pregunta si Georg estaba molesto y por qué. Se pregunta si Helsinki es bonito. Se pregunta si alguna vez irá Helsinki. Se pregunta si alguna vez fue y simplemente no lo recuerda.
Desvía su mirada hacia el pendrive, a un lado del monitor. No lo considera mucho, Georg lo obligará a recordar eventualmente. Se aparta las trenzas de su nuca y conecta el USB. No debe esperar mucho, el programa empieza a correr e inmediatamente ceros y unos se desbloquean.
01000010 01101001 01101100 01101100


***


—No te has equivocado —confiesa Tom, dos días después. Georg levanta su mirada del plato de estofado y lo mira extrañado. Aun así, sigue comiendo, porque las habilidades culinarias de Tom han mejorado mucho y el estofado es una buena forma de combatir el frío de fines de octubre.
—No lo dudo, pero ¿sobre qué?
—Sobre mis baterías. Son de polímero de litio. —No se detiene a esperar que Georg rebusque en su memoria y relacione sus palabras. No se da cuenta de que debería hacerlo—. Tengo cinco en todo el cuerpo, una en la cabeza, dos en el pecho y dos en las caderas, para que el desgaste sea lento. En realidad, la carga dura veinte días en óptimas condiciones, pero no debo dejar que se vacíen, así que estoy programado para automáticamente cargarme cada quince días, ya que si se vacían más de tres veces, quedo inutilizado.
Georg se queda perplejo por unos segundos. Está cansado y que Tom le largue tanta información de repente sobre él mismo, cuando le había dicho que no lo sabía, lo confunde.
—¡Usaste el programa de Gustav! ¡Sin mi consentimiento! —reacciona instantes más tarde y Tom no puede dilucidar si está molesto o emocionado—. ¿Y qué más recuerdas?
—No mucho; no lo usé por mucho tiempo. —Georg asiente y Tom supone que lo insta a continuar hablando; ha visto a muchos en la televisión haciéndolo—. Hace tres años que dejaron de diagramarme y empezaron a crearme, pero recién en febrero del año pasado comencé a funcionar. En julio decidieron que, aunque podría tener mejoras, funcionaba correctamente. En agosto el grupo se separó; compartieron mis planes pero, como prototipo, me quedé con el líder grupal.
—¿Quién era?
—No recuerdo sus nombres, solo como se llamaban entre sí. Bill. Y luego estaban Bushido y Sido. Y a veces consultaban a David.
Georg lo queda mirando impaciente, expectante. No solo está interesado, está extasiado con la nueva información y sus ojos verdes brillan. Quiere saber más. No es exactamente como la curiosidad de Tom, pero supone que se parecen. Ambos quieren saciarla.
«Y Bill y Bushido eran novios.» Sin embargo, no cree que esos datos sean relevantes, así que niega con la cabeza.


***


Noviembre trae consigo cambios en el humor de Georg, a veces radicales. Por momentos se vuelve irascible, pero la mayor parte del tiempo posee una mirada triste y acongojada. Es rara la ocasión en que una sonrisa se adueña de su expresión y Tom entonces lo observa con atención porque no se mantiene por mucho tiempo. Hay días en que se muestra interesado por la memoria de Tom y otros en que su mera existencia le es indiferente. Es casi como si la emoción por él se estuviese desvaneciendo. Despotrica con mayor facilidad contra Lübeck y el clima, y se atora con trabajo, que lo pone nervioso. Ya no parece perezoso, aun cuando está tranquilo.
Por otro lado, tras maratones de programas infantiles y telenovelas, Tom considera que su comprensión de los humanos ha mejorado y decide darle otra oportunidad a leer. Cuando Georg no le presta atención, relee algún libro. No obstante, suele interrumpirse a sí mismo con recuerdos e información que no es capaz de categorizar. Edificios altos, sábanas blancas, lágrimas negras.


***


Basil declara su adoración por la belleza de Dorian Gray y Georg está enfadado. Le quita de forma brusca el libro y le lanza el pendrive.
—Déjalo funcionar toda la noche —le dice y se retira a su habitación con el libro bajo el brazo.
No le importa mucho, ya lo ha leído. Le ha mostrado que hay humanos extremadamente egoístas, maliciosos y vanidosos. Que ellos mismos se reconocen como perversos según los estándares de la sociedad, mas no buscan remediarlo. Que solo buscan la belleza y el placer propio. Que desprecian y se deshacen de lo que no les interesa.
Se pregunta si todos serán así. O cuántos los serán al menos. Georg no parece serlo. A pesar de que cada vez demuestra menos interés por él, aún no lo deprecia. Además, parece más interesado en sus posibles fallos que en sus virtudes.
Reconoce que por el momento pensar en eso no lo llevará a ningún lado, así que, en cambio, se permite considerar posibilidades de lo que desbloqueará. Características del laboratorio donde le hacían las pruebas, Bill y Bushido besándose frente a él, conversaciones con alguien. O quizás todo lo anterior, considera antes de colocarse el USB.
Cuando Georg le golpea el hombro y le retira el pendrive, Tom está estático.
—¿Y bien? —cuestiona Georg. El sol está lo suficientemente alto como para ingresar a raudales a través de la ventana e iluminar las partículas de polvo flotando tras Georg. Éste se muestra nuevamente curioso e impaciente, terriblemente impaciente, con una taza de café humeante en una mano y un plato de tostadas en la otra. Pero Tom no le presta atención; su mente está buscando la mejor manera de procesar, seleccionar y clasificar datos y de simplificarlos en palabras.
—Fui novio de Bill. De hecho, Bill y Bushido rompieron porque Bill pasaba demasiado tiempo pendiente de mí. Fue entonces cuando el grupo se disoció. Como líder, Bill se quedó conmigo. Me nombró Tom por un perro que había muerto hacía unos años y quería mucho. Que había sido su mejor amigo y su más fiel compañero, según me contaba.
—¿Algo más?
—Fue gentil conmigo, siempre. Estaba emocionado de mi eficiencia. —Tom se queda un momento en silencio, reconsiderando sus recuerdos—. Me creó a su imagen y semejanza. Es decir, mi rostro y mi cuerpo, mi apariencia externa es igual a la suya. Incluso una vez dijo que era como Dios, aunque estoy casi cien por ciento seguro de que fue una broma.
Georg estalla en pequeñas carcajadas socarronas, casi sardónicas.
—Qué narcisista —apunta y ríe.
Tom no recuperó datos que lo nieguen.


***


Los cambios de humor de Georg se agravan a medida que noviembre avanza y parecen no terminar. Cada vez hay menos rastros de su sonrisa perezosa y su mirada serena. Tom se encuentra a sí mismo añorando a ese Georg con chistes a los que no les halla gracia, tan diferente del que camina a su lado con labios fruncidos. Las calles de Lübeck se vuelven caminos interminables de hojas secas e ir los dos al supermercado es lo más parecido a salir a pasear. Sin embargo, Georg no habla, solo patea las hojas y parece más interesado en comprar café y vino que pan.
Recién cuando la cajera les desea buenos días parece ablandarse y ser cortés.
—¿Usaste el programa anoche? —pregunta mientras le pasa las bolsas con las compras.
—Sí.
—¿Qué recordaste?
El viento frío del norte les golpea en el rostro y Georg sisea. Parece que será otro día de lluvia.
—El departamento de Bill. Estaba en un último piso y desde su ventana se veía todo el Este de Berlín. —Él pasaba mucho tiempo allí. Mirando, registrando cada uno de los detalles de cada edificio, mientras Bill tarareaba en la ducha. Berlín era tan diferente de Lübeck, mucho más concreto que árboles—. No era muy grande y estaba cerca de las fábricas abandonadas, donde se congregaban los artistas callejeros. A Bill le gustaba el arte. Dijo que yo era su «David» —cuenta y contempla a Georg, quien asiente nuevamente. Se ve tan diferente al humano que conoció meses atrás. Y es casi lo opuesto al Bill de sus recuerdos, que lo acariciaba suavemente y lo miraba con ojos cálidos y orgullosos—. Y los datos del tiempo desde el cinco de agosto hasta el trece de diciembre.
Georg bufa y se adelanta para abrir la puerta.
—Que datos más inútiles.
Y mantiene su humor hasta que Tom le acerca un plato abundante de pasta. Come en silencio y le lanza pequeñas miradas a Tom. Entre bocado y bocado balbucea algo que podría ser «¿Qué tipo de hombre es ese Bill?», pero parece más un pensamiento en voz alta y Tom tampoco está seguro de que sus receptores auditivos hayan captado correctamente sus palabras.
Sin embargo, recién a fines de la tarde es cuando se dirige plenamente hacia él.
Deja el trabajo a un lado y se sienta junto a Tom en el sofá. A medida que se acerca Georg puede ver con mayor claridad los puntos de luces que conforman sus pupilas. Es rápido y rudo. Pone una mano en su nuca y lo atrae hacia su rostro. Sus dedos perciben la ranura de la entrada USB y sus labios arremeten contra los finos de Tom. El sistema de éste se pone en alerta ante la acción tan repentina. Le toma un segundo de más rebuscar en su memoria alguna indicación de qué debe hacer. Aunque el fugaz recuerdo de Bill tirando de su pelo y lamiendo sus labios le concede datos, Georg ha proseguido sin esperar y muerde su labio inferior. En cuestión de segundos, percibe la intromisión la lengua en su cavidad bucal.
Es un beso. Es algo de lo que tanto había leído y visto en la televisión. Es para lo que está creado. Es lo que recuerda a bits que Bill le ha dado y es lo que los humanos tanto añoran.
Y se siente bien.
De alguna manera reconoce que es estupendo y no le gusta que Georg se aparte.
—Qué curioso —comenta—; eres metal y silicona, pero no sabes como tales. —Tom se acerca; quiere volver a intentarlo, quiere recaudar más información, ya sea sobre el calor de Georg o cuánto tiempo pueden estar unidos, quiere descubrir si realmente puede sentirlo—. Tranquilo, Romeo. Esto fue solo un experimento —explica y golpea su rodilla antes de irse.
Tom lo mira regresar a la computadora y sus extremidades repentinamente le parecen pesadas. Realmente no sabe qué le sucede. ¿Acaso esto es lo que se siente estar alicaído? ¿Triste? ¿Porque no pudo volver a besarlo? No cree; hace tiempo que ha notado que Georg no lo quiere como un novio, aunque tampoco sabe para qué lo tiene. ¿O será porque le han negado conocer al cien por ciento las sensaciones que produce? ¿Puede hacerlo, aproximarse al ser humano? ¿Con Bill lo logró?
Oye el ruido del teclado y, al fijarse en Georg, nota que tiene las comisuras ligeramente alzadas. Es su estado más animoso en días. Tom se cuestiona si fue él quien lo logró. También si puede volver a provocarlo.


***


Usa el pendrive con mayor asiduidad. Todas las noches y a veces durante el día también.
Hubo muchos momentos, muchos datos. Detalles de Bill como el lunar bajo los labios, nombres de marcas de maquillaje que usaba todos los días, la cantidad de tatuajes que se expandían por su cuerpo, la arruga en su ceño cada vez que se concentraba. Hubo muchas noches en la cama, mucho humo de cigarrillo flotando en la oscuridad, muchas charlas y explicaciones sobre el amor y los sentimientos, muchas promesas de conocer todo el mundo juntos.
«Cuando sonreímos utilizamos al menos trece músculos. Estos de aquí son los Cigomáticos mayores, estos los Elevadores del labio inferior y esos los Depresores del inferior… Este si no me equivoco es el Risorio. Puedes sonreír a voluntad, pero cuando estás realmente enamorado, esos trece los mueves de forma espontánea.»
Hubo muchas modificaciones. De carácter, gusto y ropa. «Debes ser más sarcástico y bromista. Tenaz. Nunca debes ser lento y suprimir tus respuestas.» «Deja el rock. Dirás que te gusta el hip-hop. Y adorarás las películas de acción.» «Ropa holgada, necesitas ropa holgada. ¿Y si te haces unas trenzas?»
Hubo muchos susurros en el oído con voz ronca y pequeños mordiscones.
«Sabes que te amo, ¿no, Tom?»
—Y aun así, lo único que hiciste fue modificarme.


***


Sabe que hay viento porque las ramas se mecen y las hojas caen y el abrigo que usa, aunque no lo necesita, se le pega al cuerpo. El sol brilla en un firmamento claro y celeste; él confía en que los últimos días de noviembre sean agradables.
Abre la puerta de ingreso y lo primero que lo toma desprevenido es que Georg no está en la computadora, trabajando. Aunque sería anormal, se fija si no se ha quedado dormido. Pero Georg es responsable y desde que noviembre inició, no parece querer siquiera dejar de pensar en el trabajo. Recién cuando regresa de la habitación oye un portazo en la entrada principal.
—Tú —dice Georg con el rostro enrojecido y respiración pesada—. ¡Desapareciste! ¡Sin que yo sepa, mientras dormía! ¡Hasta pensé que te habían robado! Me desperté y ¡estaba solo!
Tom niega con la cabeza, como si pudiera tranquilizarlo así.
—Fui a comprar algo.
Georg frunce aún más el ceño y sus fosas nasales se dilatan cuando intenta respirar.
—¿Qué?
—Sal conmigo esta tarde —contesta Tom, en cambio.
—¿Salir? ¿Acaso te entró un virus o algo? —cuestiona, incrédulo—. Dime qué compraste.
—Lo sabrás si sales conmigo esta tarde.
Georg está furioso, como nunca lo ha visto. Pero también está sorprendido y extrañado, porque Tom le está contestando y, más que eso, está intentando manipularlo. Y es inaudito para él, porque jamás lo habría imaginado desde que lo sacó del embalaje. Aunque lo peor de todo es que lo está logrando. Georg posee una pequeña punzada de curiosidad y eso es lo que lo lleva a gruñir un «bien» escueto y pronunciado antes de sentarse en la computadora.
A las cuatro de la tarde, Tom le alcanza una chaqueta rompevientos que Georg se coloca con cautela antes de salir. Caminan en silencio, tenso y cargado de miradas de reojo. Es un camino conocido, poblado de árboles y olor a salina de mar. No tardan de llegar a la playa, blanca y vacía, con el Báltico azotando tranquilamente contra la costa. Siguen caminando, sin preguntas,  y es cuando se aproximan al puerto que Georg empieza a respirar con pesadez.
—¿Vamos al puerto?
—Sí.
—¿Al ferry? —adivina y su tono de voz empieza a volverse más grave.
—Sí.
—No.
—Vamos a Helsinki —confiesa Tom y le muestra los boletos que llevaba en el bolsillo de la chaqueta.
La mirada de Georg se endurece aún más y su verde natural se asemeja más al metal tintado. Se aparta de Tom y clava los pies en la arena con fuerza, levantando nubes de polvillo a su alrededor.
—¡Dije que no, máquina estúpida! —exclama, la furia resonando por encima del ruido de las olas.
A pesar de que las piernas de Georg no son tan largas como las de Tom, éste lo pierde de vista cuando Georg se marcha caminando con velocidad, con las manos en los bolsillos y despotricando, y se mete en la primera callejuela que encuentra. Él no lo entiende, no lo había premeditado así y jamás había predicho esa reacción; no era una de sus probabilidades.
Mira a su alrededor, al ferry a punto de zarpar en el puerto, y trata de entender qué está mal. Le faltan datos. Parece que siempre le faltan datos.


***


Lo encuentra hora y media después, sentado en el banco de un parque con una botella de whisky medio vacía en la mano. Tiene el rostro entumecido, el cabello moviéndose con el viento y la mirada vidriosa. Contempla todo con dureza, casi odio, y bebe otro sorbo largo.
Cuando se enfoca en Tom, su ceño se frunce aún más.
—Vete —gruñe.
—¿Por qué?
—Porque no quiero verte más.
—¿Por qué? —vuelve a preguntar mientras se acerca. Georg tensa la mandíbula.
—¿Solo vas a decir «por qué»? ¿Tan hecho mierda estás? ¿Tan dañado? —responde y Tom siente nuevamente esa punzada molesta en el pecho y esa necesidad de cerrar los puños. Ya no sabe por qué está allí y por qué debería seguir. Sin embargo, a Georg le parece que no se inmuta, que solo lo sigue mirando con insistencia—. Porque no te soporto más, ¿está bien? Eres un muñeco roto en este maldito lugar. Te odio a ti, a Lübeck, a Helsinki y más que nada al estúpido ferry.
Tom no contesta y Georg ahoga un grito de frustración con un trago largo. Y luego otro más. Pasan los segundos y se establece una calma relativa, tensa, acompañada del silbido del viento.
—Entonces múdate.
—No puedo —sisea—. Y no me preguntes por qué. No quiero oír el puto «por qué» —ordena y lo mira desafiante, mas en seguida aparta la mirada—. Jamás lo entenderías —finaliza en un susurro.
—Pruébame.
Georg bufa, incrédulo y mordaz.
—Quizás en otro momento. —Y bebe.


***


«Otro momento» resulta ser la mañana siguiente. Georg tiene resaca y lo primero que ve es el vaso con las aspirinas que Tom le deja sobre la mesa de luz, al lado del libro de Dorian Gray. Entonces su expresión se ablanda y su labio tiembla. Su respiración se agita y Tom duda si acercarse para tranquilizarlo, ya sea acariciándole el pelo o abrazándolo, como ha visto en las películas.
—¿Es por ese Fabri? —pregunta con precaución.
Tarda unos segundos, pero asiente quedamente. Le duele horrores la cabeza, así que toma una aspirina y se recuesta.
—¿Te abandonó?
—Se podría decir. —Se revuelve en la cama y le lanza una mirada rápida a Tom—. Era mi mejor amigo.
Entonces estira el brazo y agarra el libro con cuidado, acaricia la primera página con la más pura nostalgia adueñándose de sí. Empieza a hablar con susurros casi ininteligibles que Tom debe completar y aire taciturno.
Los padres de Fabri eran de Helsinki y él insistía en viajar a conocer; Georg propuso noviembre, sería barato en temporada baja. Llegaron hasta Lübeck y Fabri se enamoró de la ciudad y le hizo prometer que se mudarían allí; Georg aceptó hasta abrir un bar o kiosco en la playa. Fabri compró los boletos del ferry a Helsinki; Georg insistió en ir igual con la lluvia. Fabri bromeaba con sus mareos, Georg lo empujó en respuesta. Fabri resbaló y el movimiento del barco no ayudó y Fabri cayó y Georg solo pudo mirarlo y…
La voz de Georg se quiebra por completo. Tom oye un ruido gutural que desconoce y descubre que, contra la almohada, Georg llora. Sus lágrimas son escasas, pero son pesadas y su expresión es tan triste y angustiante que hasta Tom se siente mal. Puede reconocer la tristeza, el dolor, la culpabilidad. Cree que lo entiende; quizás no del todo, pero sí la situación: Georg perdió a su mejor amigo y no puede superarlo, está solo y se culpa por ello.
Intenta abrazarlo, porque recuerda que a Bill una vez lo calmó así. Sin embargo, este es Georg y sus lágrimas son tan diferentes a las negras de Bill como sus personalidades. Georg lo aparta y le ordena que lo deje solo.
Él es confiable y leal, pero también miserable.


***


Devuelve el libro a la estantería en cuanto Georg se duerme y lo suelta. Ahora cada vez que lee el nombre «Dorian Gray» no puede evitar asociarlo con Bill. Bello, joven y hedonista. Se cuestiona si debería asociarlo a él mismo; bello y joven eternamente. Pero Tom no está seguro de conocer perfectamente el placer. De hecho, ni siquiera todas sus memorias parecen placenteras.
«Lo siento, Tom. No puedo hacerlo. No más. No eres Bushido.»
Ahora Tom evita en lo posible el programa.


***


Finalmente llega diciembre, pero la melancolía ya está asentada. Georg ya no grita ni se molesta, pero apenas mira a Tom cuando él le sirve comida. Tom se cuestiona si alguna vez volverá a sonreír, porque extraña su sonrisa. El recuerdo de ella siempre es superior a la mirada perdida. ¿Podrá algún día Georg aunque sea falsear la sonrisa? ¿Será tan difícil? No está seguro, él tampoco jamás lo ha intentado. Ya tampoco se atora con trabajo, sino que pasa la mayor parte del tiempo mirando televisión.
Recién cuando escucha un villancico empieza a animarse y a comportarse de manera similar a cómo lo hacía en septiembre. Canta los comerciales y se anota los horarios de los distintos especiales en la televisión. Incluso lleva consigo a Tom a la feria navideña local, hablando sobre lucecitas navideñas.
A pesar de que todos los concurrentes visten abrigos gruesos, la plaza del ayuntamiento está abarrotada de gente entusiasmada. Esferas de colores, guirnaldas y copos de nieve falsos adornan el ambiente; mas las grandes atracciones son las luces interminables y los Santa Claus que están por todos lados.
Georg comenta que debe elegir un buen obsequio para su madre este año mientras mira estatuillas de enanos con sombreros verdes.
—¿Dar regalos es esencial? —pregunta Tom.
—No debería serlo, pero sí.
Tom asiente y mira alrededor. A lo lejos los niños se congregan a mirar una obra de teatro y ríen felices cuando la princesa despierta. Supone que será un buen recuerdo en un futuro.
—¿Qué quieres como obsequio?
Georg lo mira sorprendido. Segundo después, se revuelve y baja el peluche de reno que inspeccionaba.
—Mira, yo vine a buscar un regalo para mi mamá, porque debo viajar a pasarlo con ella. No sé si te llevaré aún —responde. Lo trata con sutileza, pero Tom imagina que es determinante. No lo llevará. No tiene verdadera razón para hacerlo. Porque aunque está configurado para ser su novio, Tom no lo es. Le ha llevado tiempo entender que la verdadera razón para que Georg lo haya comprado es solo para que esté allí, con él, para poder sentir que alguien, algo, le responde. Para alivianar la soledad que lo atormenta y de la que se siente culpable.
No obstante, él también está decidido y ser perseverante es parte de su configuración. Y Navidad es la excusa perfecta para lo que su cerebro viene considerando cada mañana de la última semana.
—Intercambiemos algo, de todas formas.
—Pero yo… —inicia Georg, dubitativo.
—No tienes que comprarme nada. Lo que te voy a pedir no puedes comprarlo, además.
Georg lo evade por un buen rato, pero finalmente asiente cauteloso ante la insistencia de Tom.


***


—¿Has pasado la Navidad con Bill? —pregunta Georg con curiosidad.
—No lo recuerdo.
Lo último que reconoce es un débil «inténtalo» antes de sentir la conexión USB y ceros y unos desbloquearse. Sus extremidades se vuelven pesadas y su pecho parece hecho puramente de hierro en vez de aleaciones. Ruge fuertemente y se quita el pendrive con fuerza. Pero las nuevas viejas memorias no se bloquean nuevamente y él recuerda. Sábanas blancas manchadas, cuerpos moviéndose, nombres susurrados que no son el suyo y gemidos. Placer genuino. Todo arrebatado con un «alguien más sabrá amarte».
Georg lo observa pasmado y hasta con un poco de miedo. Pero no quiere verlo ahora, no quiere ver a ningún humano ahora. No valen la pena. Anuncia que estará afuera y se sienta en el patio. Está cansado y molesto. Últimamente parecía que no podía estar seguro de nada, pero está seguro de esto. Él sí siente y está furioso. Furioso con la humanidad, con su suerte, con su propia existencia. De sentirse desechado por uno y de ser tratado como un electrodoméstico por el otro.
Solo quiere tranquilidad. Georg le agrada, pero no puede proporcionársela ahora. Sospecha que ningún humano se la dará. Levanta la vista y mira el firmamento nocturno, la galaxia desplegándose en toda su inmensidad. Ese tipo de espectáculo natural es lo que lo entretiene en realidad. El universo es infinito y eterno a diferencia de los demás. Y es hermoso.
Los humanos son pequeños, finitos. El amor es finito. Pero el universo no. ¿Él sería infinito también? Acaso si sus baterías no se descargan hasta volverlo inútil, ¿él lo sería también? ¿Acaso vería a todos los humanos con los que esté perder el interés o morir?
¿Acaso sufriría eternamente?
«No.» Estaba seguro.


***


Conseguir el regalo de Georg no le costó tanto como llevarlo a la casa. Es veinte de diciembre y Georg aún duerme, iluminado por las luces de colores. Está tranquilo y Tom duda por un momento de si despertarlo o no. Pero no puede esperar y le sacude el hombro.
—Feliz Navidad —saluda y pone su obsequio frente a los ojos adormilados de Georg. Los párpados de éste luchan por abrirse y finalmente lo logran cuando un ladrido suave se deja escuchar. Tom sostiene un cachorro pequeño, color chocolate, con el pelo pomposo y una cinta roja alrededor de su panza atada como moño. Georg lo toma con cuidado, los ojos bien abiertos en sorpresa y agrado—. Los perros son los mejores compañeros —dice Tom y recuerda perfectamente que Bill se lo había dicho.
Se pregunta qué nombre le pondrá Georg. Quizás sea Tom, o al menos se lo permite imaginar.
Georg pronto ríe por lo bajo y juega con el cachorro. Lo deja correr sobre la cama y lo atrapa antes de que se caiga. Sus ojos verdes nuevamente están brillando y su sonrisa es verdadera. Está feliz y eso tranquiliza a Tom.
—Gracias —murmura. Afuera el frío se adueña de Lübeck y el silencio envuelve la ciudad, a excepción del ruido lejano del ferry irrumpiendo en la tranquilidad del mar, pero dentro los ladridos del cachorro y las risitas lo vuelven todo más cálido—. Pero yo…
—Está bien. Dije que lo que quiero no se puede comprar.
Si no fuera imposible, Georg diría que Tom está ansioso. Lo mira entre divertido y cauteloso mientras pregunta qué quiere.
—Que me sobrescribas.
A medio camino de bajarse de la cama, Georg se queda estático. Luego se tensa. No contesta, no sabe bien qué decir. El viento invernal resuena en las ventanas ahora y villancicos empiezan a escucharse de casas vecinas.
—Podrías formatearme si quieres, pero sobrescríbeme. Sobrescribe todos mis datos que me hacen daño y luego desmantélame.
Ahora sí, Georg reacciona y un «¿Qué?» incrédulo sale de su boca, sin pensarlo.
—Desmantélame. Después de todo, siempre quisiste saber cómo soy por dentro —añade. Y recuerda, casi en contra de su voluntad, «Cigomáticos mayores, Elevadores del labio, Depresores del labio, Risorio». Entonces le regala una sonrisa mientras habla. Su primera sonrisa—. Promételo.
Georg niega automáticamente, estupefacto. Lo hace unas cuantas veces más, hasta que Tom logra que acepte y lo conduce de vuelta hacia la cama. Sabe que lo hará, es una promesa. Georg es leal y confiable y siempre cumple sus promesas.
Lo besa rápidamente en los labios y sonríe. Sonríe con su espontaneidad calculada, pero es lo más que puede hacer. Sonríe porque está tranquilo, porque es lo que desea: que sus únicas memorias sean agradables.
Y podrá parecer egoísta porque lo es. Ha aprendido a ser más humano de lo que él mismo esperaba.